PSICOLOGOS Y PACIENTES : UN RE-ENCUENTRO

En realidad, no existe ni la psicología ni la medicina. Existen psicólogos y médicos que practican mejor o peor sus disciplinas. Y además, la práctica no es abstracta. Se la lleva a cabo siempre con gente. De modo que, también es artificial hablar por separado de pacientes y profesionales. Es más, nos guste o no, con menor o mayor conciencia los profesionales y pacientes nos elegimos. Sintéticamente, aquel que quiera evitar cambiar, ‘justo’ encontrará a quién, de una u otra manera, le confirme que el mundo es el único que no funciona bien. Mientras que, quien tolere sentirse ‘harto’ de las propias modalidades fallidas, ‘justo’ buscará y encontrará a quien lo aliente a analizar qué, en lo que dependa de sí mismo, lo lleva a tanto fracaso. Pues, así habrá espacio para proseguir progresando, o sea, viviendo.

Ahora bien, de acuerdo a su modalidad y estilo de vida, cada profesional de la salud va construyendo su bagaje teórico-clínico. En lo que se refiere a nosotros, los psicólogos, elegimos un ámbito de trabajo. Este es, ayudar a otras personas a que se ‘amiguen’ y comprendan cuestiones de su vida que, en vez de contribuir a vivir mejor, interfieren en sus cuestiones cotidianas. En este sentido, el ‘ser humano-psicólogo-científico’ es el que profundiza, habla cuando tiene que hablar, calla porque diferencia las oportunidades, dialoga en función del enriquecimiento para el paciente, investiga sobre lo que no sabe para invertir ese capital en todos sus pacientes. En pocas palabras, el psicólogo que pretenda ser humanamente científico, tiene que ampliar sus conocimientos. Caso contrario, si se queda restringido, repitiendo siempre lo mismo, además de sí mismo, los damnificados serán los pacientes para los que trabaja. En tanto psicólogos siempre en formación, reconocemos las pasiones inherentes a los seres humanos. Y cada profesional elige una técnica de trabajo que va de la mano de una ideología. Esta última refleja cuánto se quiere ‘saber’ de la experiencia transmitida por profesionales de más años de labor. La ideología, también, se notará en cuánto el psicólogo desmenuza, discrimina, deshecha, hace propio y practica aquello que más lo convence. Es más, la experiencia clínica y de vida nos muestran que lo adecuado es amoldar nuestras teorías a los pacientes, nunca los pacientes a nuestras teorías o preconceptos. Además, cada profesional puede preferir una técnica, sabiendo que habrá oportunidades en que tendrá que graduarla o flexibilizarla para cada persona.

Visto desde los pacientes, éstos consultan cuando se dan cuenta que solos no pueden. Es equivalente a que ya no les da resultado el libreto de siempre. Necesitan cambiar y agregar hojas al propio guión, para lo cual buscan colaboración. Según la modalidad, cada cual elegirá la técnica con la que se sienta cómodo (individual, grupal, familiar, frente a frente, diván, etc). Y si bien es cierto que, como en un teatro, cada manera de ‘representar’ facilita o dificulta, nunca tenemos que perder de vista lo importante. Esto es, cuestionarse honesta y profundamente los padecimientos que se llevan a cuestas y urgen ser resueltos de otra manera. La fuerza de voluntad será necesaria para ‘tragar saliva’ y encarar aquello a lo que le tenemos miedo, porque es natural sentir temor ante cualquier cambio. Pero ello tiene que ir de la mano de aprender a bucear en las capacidades, en las propias pasiones y conflictos. Si el psicólogo vive restringido en sus visiones, si no es auténtico o flexible consigo mismo, es muy difícil que el paciente pueda desenvolver sus sentimientos auténtica o flexiblemente. Si un psicólogo cree que la responsabilidad de su vida la tienen ‘sólo los de afuera’, si presupone que sus trastornos orgánicos no tienen significado afectivo alguno, es imposible que los pacientes puedan pensar desde otra postura. Porque aunque suene duro, los pacientes también se entrenan. Desde tiempo atrás, todas las personas hemos sido ‘educadas’ en familia. Y a lo largo de la vida, amplificado en nuevas relaciones, expresamos cuánto seguimos pegoteados o nos queremos rebelar a ese estilo de vida, y cuánto buscamos concretar de manera más adecuada nuestros deseos. En otras palabras, todos tenemos oportunidad de variar en mayor o menor grado las peripecias en diferentes áreas de nuestra vida. Y si bien tenemos que ir reconociendo a cada rato nuestros límites y posibilidades, a lo largo de nuestro camino iremos viendo cómo podemos hacer para desempolvar nuestros deseos, sueños y talentos.

En base a lo anterior, los pacientes justo ‘encontrarán’ profesionales acordes al predominante estilo de vida. Con los ‘ladrillos familiares de base’, el encuentro ‘psicólogo-paciente’ puede creerse o recrearse de manera semejante. Así, como con otros vínculos, el encuentro con profesionales de la salud puede ser interpretado como ‘otra vez el mismo libreto familiar’, o como ‘por primera vez puedo mostrar lo que siento o alguien me inspira confianza o piensa en lo que es importante para mí’. A modo de ejemplo, cada uno puede seguir pensando cómo revive durante su vida o su tratamiento las siguientes cuestiones:

qué puedo contar naturalmente ; qué creo que no corresponde hacerlo ; qué intuyo, pero lo debo silenciar porque no estaría bien explicitarlo; qué importancia le doy/damos a mis gestos, posturas y semblantes que ‘hablan’ de lo que quería silenciar ; cuántas veces me dejo llevar por el entusiasmo del otro pero no profundizo en mi propia desconfianza o falta de convicción ; cuánto me alío con el prejuicio de que mis trastornos orgánicos no tienen ningún sentido para la época en que los sufro ; qué importancia le doy/damos a los sueños desagradables que dominan mi día ; explicito u oculto fantasías que me sorprenden y entorpecen mis actividades ; cuánto encaro e intento comprender estados de ánimo que arruinan mi ‘garra’ o la ilusión que quería sostener ; cómo encaro las relaciones que me frustran o que siento que ‘no me dejan’ vivir más placenteramente ; cuán profundamente me pregunto qué tengo que ver con lo que ‘me pasa’ o con la pareja/familia con la que me relaciono ; cómo me posiciono ante las peripecias con mis hijos que, casualmente, me devuelven lo que quería dejar olvidado en algún desván; qué siento cuando los logros de otros refrescan mis propias insatisfacciones, etc.

En pocas palabras, todo lo anterior se despliega durante el profundo encuentro ‘psicólogo-paciente’. La diferencia con otros encuentros, radica en que durante los tratamientos apostamos -paciente y analista- a que tal reflejo sea oportunidad para proseguir rectificando el diario vivir.

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