Los problemas económicos y su repercusión en las relaciones
Un ejemplo común
Artículo de Colaboración
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Primer acto:
El trabaja desde su juventud. Más precisamente, a fuerza de pelearla se hizo de abajo y pelea día a día por estar donde está. Sabe que siempre puede surgir alguien mejor, o que él mismo puede equivocarse o trastabillar. Pero está acostumbrado a sostener lo que emprendió. Para el caso, no importa la edad ni si es profesional con título, comerciante o docente. Ella, también la vino luchando. Porque el trabajo afuera de casa siempre ha estado matizado con mantener todo en marcha, las peripecias con quien cuida a los chicos, las reuniones esporádicas en el colegio, hacer prestidigitación entre la familia propia y la del cónyuge. Pero él y ella, trabajadores, con peleas y reconciliaciones semanales, han venido pagando sus cuentas por lo general sin retraso, veraneando y logrando descansar de lo arduo del año, compartiendo uno que otro asado con amigos de ambos, y cada tanto, con esfuerzo, hasta lograron cambiar el auto sin grandes sobresaltos. Es más, la serenidad de lo descripto les ha permitido replantearse cada tanto qué necesitan uno del otro, qué actitud mejorar con los hijos en común, qué problemas son prioritarios y cuáles secundarios. Más precisamente, lo anterior han venido haciéndolo una o dos veces al mes, durante ese tipo de café que continúa a la salida de un cine.
Segundo acto:
El se quedó sin trabajo, poco importa si se fundió o lo echaron. Lo importante es que es un desempleado más. Un sentimiento de impotencia lo embarga como hombre. Hay días que, cuando se levanta, siente haber cumplido durante la noche el doble de edad. Encima, los pocos ahorros que tenían en un plazo fijo ahora están confiscados, devaluados y teme no recuperar nunca aquello que significaba cierto respaldo para cualquier edad.
Ella es afortunada:
Porque aunque le rebajaron el sueldo, trabaja, claro que más tiempo. A los chicos hubo que cambiarlos de colegio, el auto fue vendido, en parte por los gastos pero también porque había que pagar la tarjeta de crédito que condensaba las cuotas de aparatos electrónicos que, ahora, ni siquiera tienen ganas de disfrutar. Mientras piensa y busca trabajo, él es quien limpia la casa y prepara la comida. Ella vuelve reventada, los nervios y la tensión de adentro y de afuera, agotan a cualquiera. Encima, los diálogos con amigos o compañeros se han ido transformando en monólogos o campeonatos equivalentes a quién está peor. Poco a poco, lejos de aquellas conversaciones, el desprecio, la discordia y algún grito empiezan a colarse entre los cónyuges. Uno u otro reclamará que en vez de lamentarse, hable con aquel fulano que pueda conseguirles algo, aunque sea para ir tirando. Encima, los chicos que no siempre pueden acostumbrarse a tanto cambio de vida, siguen con los mismos problemas de siempre y parecen esmerarse para pelearse igual o más que antes. Mientras, puede ser él quien, sintiéndose con esa mezcla de incapacidad e impotencia, empieza a oscilar entre la nube negra depresiva, la lucha por abrazarse al líquido de alguna botella que insinúa hacerle olvidar las penas, y el borbotón de gritos que solo acallan los típicos portazos. En el fondo, ninguno de los dos puede estar consustanciado con tanto dolor, tanta inversión o anulación de vida y de roles. Naturalmente ya no van al cine, y mucho menos quedan ganas para esas charlas de café destinadas a ellos mismos, a los hijos, a los amigos.......
Cada historia es única.
De manera que, en los dos actos anteriores, como si fueran cartas, puede barajar a los personajes de acuerdo a su experiencia vivida o escuchada. El y ella están juntos o divorciados, pueden ser jóvenes o adultos, con hijos o sin ellos, profesionales o no, ella ejecutiva y él comerciante, él empresario y ella teniendo que trabajar con el papá. Pueden ser mujeres u hombres separados con hijos, mujeres u hombres solos o con compañía de a ratos. Poco importa. Porque lo esencial son las preguntas que nos plantean. Son preguntas que difieren, pero no por el interrogante, sino por el cariz de respuesta que cada uno de nosotros les dará. Por eso, puede acomodarlas y hacerse la pregunta con la que se sienta más identificado.
¿Cómo se siente Ud., Hombre, si no puede 'parar la olla' como se lo inculcaron o le contaron desde chico? ¿Se siente valorado o desvalorizado por esa compañera que ahora tiene el peso sobre sus espaldas? En el caso de que alguien los ayude, ¿contribuyó para mejor o para peor en la relación entre Ud. y su pareja? ¿Siente que el compañerismo no se perdió, que pueden hablar a la noche, en yunta o con los hijos, acerca de qué estrategia encuentran para salir adelante, o cada uno espía al otro en medio de un silencio insoportable? ¿Siente que pueden ordenar los gastos, y ponerse de acuerdo con cuáles son prioritarios y cuáles postergables? Si su pareja hoy en día tiene trabajo, o gana más que Ud, ¿cuál es el grado de conflicto? ¿Cuánto siente de alivio, cuánto de incomprensión o de injusticia? Y si es un hombre separado que antes podía pasar la mensualidad para la manutención de sus hijos, ¿cómo se siente de no poder hacerlo Ud. y que sí lo haga -supóngase- la madre de sus hijos o la nueva pareja de su ex?
¿Cómo vive Ud, señora, que su marido -entre papeles y llamados telefónicos, cartas y correos electrónicos- en cuanto Ud. entra, le dispara con todos los problemas de los chicos o con los libros que faltan para el año que comienza, o le pida dinero para cigarrillos o viajar?
O, ¿cómo vive Ud. señor, que luego de tener entrevistas con amigos y enemigos con tal de conseguir trabajo, en cuanto llega a su hogar, su pareja le reprocha que ella está tan encerrada con los vástagos chiquitos y adolescentes en la cárcel de un hogar venido a menos? ¿Cómo vive Ud. señor, que estando solo, no importa si con hijos o sin ellos, en medio de las peripecias laborales actuales, una mujer a la que recién conoce, como si fuera una cotización, lo interroga para saber cuál es su actual pasar?
¿Siente convicción, Ud. mujer, si un hombre le aclara que, por más amor que haya, ni se le ocurra pensar que sigue vigente lo de bienes gananciales, porque en los tiempos que corren, mejor es que cada uno haga el copyright personal de todo?
¿Cómo se siente Ud, mujer u hombre, cuando un hijo le reprocha o necesita algo que él ya no tiene, pero otros sí?
¿Se sintió ayudado o desmoralizado por su entorno familiar o de amistades? O, ¿se hacen comparaciones entre Uds. y otros a los que siempre parece irles mejor?
Y aunque uno u otro tengan un trabajo temporario o menor, ¿se sienten Uds. confiados o desesperanzados y pulverizados en su dignidad laboral y económica?
Los momentos de crisis gravitan en que salga lo mejor y/o lo peor de las personas. Por eso, hoy en día, todas las relaciones están a prueba: parejas, amistades, padres-hijos, mujeres-hombres, jóvenes y adultos, ancianos y niños.
Subsistir juntos es menos doloroso cuando se tenía el estilo de vida de comunicarse, de intentar dialogar.
Pero, en los casos de personas que tendieron a vivir encerradas en sí mismas, como si fueran islitas dentro de una misma familia o entorno, entonces, las consecuencias de estos momentos decisivos suelen ser más dolorosas.
Porque tienen que replantearse cuestiones de base. Entre varias, una es para donde rumbear sin perder la serenidad, la dignidad y capacidad laboral. Otra, es con quienes. Porque en muchos casos más de uno se dará cuenta que vivía, o sigue estando, "solo en compañía".
En términos generales, en mayor o menor medida, todos necesitamos re-aprender a comunicarnos de manera más profunda con quién tenemos al lado (parejas, amistades, padres-hijos, mujeres-hombres, etc).
Lo decisivo de la crisis en la que estamos, radica en la postura que adoptemos. Si su entorno más allegado está des-organizado, es poco operativo que entren en el corazón del caos. Más bien, conviene que Ud. y sus relaciones más estrechas se mantengan serenos, para mientras tanto detectar y moverse hacia donde puedan perfilarse otras salidas.
Pero la serenidad es duradera mientras se mantienen los diálogos, nunca cuando todos gritan a la vez o en la relaciones solo predomina el monólogo.
Tercer acto:
Me parece que este acto es el central. Porque a algunos de los buenos momentos del primer acto podemos volver si pasamos el mal trago del segundo mediante este tercero.
Se trata de la oportunidad de recordar cómo era eso de comunicarse y convivir en las buenas y en las malas, cómo era eso de tender una mano para pedir ayuda o darla.
En cualquier época se requirió equivalentes al dinero para vivir. En cualquier época el hombre sintió satisfacción al producir, o aburrimiento y amargura cuando se sentía estancado. Pero si no se está vivo, en forma, es imposible gastar el dinero que se tiene o conseguir el trabajo que falta. Y aunque tuviera trabajo y dinero, el vacío de la soledad a más de uno le ha hecho bajar el telón antes de tiempo. De ahí la urgencia de intentar reestablecer una comunicación más fluída con su entorno.
Una comunicación que nos haga escuchar más a esos familiares o amigos que venían siendo tan extraños.
Una comunicación que evite la falta de respeto por el otro, que tenga en cuenta la dignidad herida de quien está sub o des-ocupado, que comprenda la impotencia de quien está inhibido.
Una comunicación que estimule a no bajar la guardia, que lleve a aquellos que presuponen no verse afectados a replantearse porqué no escuchan o descalifican al compañero, amigo o familiar que alguna vez valoraron.
Una comunicación que le dé lugar a la tristeza pero que la ataje antes de que se bandee a la nube negra o desesperanza total.
Una comunicación que sea optimista sin caer en la espiritualidad-light, que proponga alternativas en vez de ignorar o establecer comparaciones odiosas con los demás.
Una comunicación que, aunque haya dejado a un lado la pasión o el cine, rescate el lugar de la solidaridad, el compañerismo y la ternura en los momentos decisivos que nos toca vivir.
Esto no se compra ni se vende, no tiene precio.
Lic. Laura E. Billiet
Psicóloga, especialidad psicosomática.
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