PSICOSOMÁTICOS SOMOS TODOS
Artículo de Colaboración
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¿Quiénes son psicosomáticos? ¿Determinadas personas, o todos? Es más, ¿en qué lista se ubican quienes suelen afirmar que psicosomáticos son unos pocos?
Para arribar a la conclusión de que Psicosomáticos somos todos, comience por preguntarse: ¿cómo hace Ud. para delimitar dónde empieza su cuerpo y dónde sus emociones? Claro, una parte del consenso suele insistir con que que todo es cuestión de causa y efecto. Otra, le responderá que hay condiciones necesarias pero no suficientes para comprender la manifestación de su síntoma orgánico.
Dicho de otra manera, para unos las papas fritas son causa de su trastorno hepático. Mientras que otros, lo invitaremos a que se replantee qué mas le está sucediendo emotivamente como para que -ante el mismo tipo de calidad de cocción- unas veces las digiera a las mil maravillas y otras le caigan para el diablo.
Podríamos dar innumerables ejemplos de sintomatologías. Pero lo importante es el tipo de replanteo. ¿Quiere otro ejemplo?. Voy a recurrir por enésima vez al del león. Ud. está en una habitación y entra él rugiendo mientras sacude su melena. Mientras, desde dos ventanas de visión simultánea, lo observan un médico y un psicólogo. Uno hablará de su palidez, sudoración, de su pérdida de control de esfínteres, de otros cambios en su metabolismo. Mientras que el otro describirá la paralización, el miedo, el pánico.
La pregunta, entonces, es: ¿qué fue primero? ¿lo descripto por el médico o por el psicólogo? Diremos que una sintomatología lo es de la otra. No existe un sistema para medir el antecedente y consecuente. Pero, cada profesional de la salud, de acuerdo a su especialidad, procederá a describir su percepción de acuerdo a las herramientas con las que trabaja. Claro que, para Ud., el interesado, ambas son simultáneas.
las , la enfermedad orgánica solo se trata de que existe una causa y un efecto. Un antecedente y un consecuente. Con lo cual, Ud. se distraerá y le costará replantearse qué emociones están en juego en forma simultánea a su órgano o sistema alterado.
Y seguramente esto lo confunde y distrae de . A veces creemos que la salud y la enfermedad dependen únicamente de los demás. De la ausencia o presencia de los virus; del cónyuge; de la modalidad de los hijos o de los compañeros de trabajo que facilitan o entorpecen nuestros deseos; de la familia original o política que atenta -o no- contra nuestras ansias de paz y bienestar.
Incluso, corremos el riesgo de depositarle a los profesionales de la salud la expectativa de quedar ‘modelo 0 km’. En parte porque existen quienes venden esa ilusión. Pero también, porque ello calza con la propia fantasia de que debe haber una manera absoluta de hacer ‘borrón y cuenta nueva’.
Es indudable que nuestro entorno influye en nuestro ánimo, con virtudes y defectos. Pero en el fondo, el equilibrio de vivir es una tarea que nos pertenece. Porque cada uno, ante problemas semejantes, se diferencia en la postura que adopta. Podemos decir que cada uno de nosotros, con la propia modalidad y estilo de vida, dirige la evolución de sus aspectos saludables y enfermos. Cuando lo olvidamos, la vitalidad se nos va en excusas o justificaciones de la manera alterada de vivir. En otras palabras, se corre el riesgo de que la vitalidad se diluya en siempre vivir enfermo.
Las personas somos psicosomáticas. Y todos los días intentamos sostener nuestro equilibrio psicoorgánico. Lo hacemos a la par de las vicisitudes laborales, de amistades y familiares. Por ejemplo, cuando tratamos de encarar y resolver las cosas que nos importan, cuando sostenemos discusiones que valen la pena, cuando estamos atentos a la escolaridad y amistades de los hijos, cuando compartimos con los demás sus alegrías y tristezas, cuando cuidamos nuestro esquema corporal o tratamos de estar al aire libre, etc.
Pero puede haber momentos o épocas en que algún órgano o sistema de nuestro organismo ‘se queja’.
Cuando lo escuchamos, consultamos a los especialistas. Porque queremos que nos ayuden a reestablecer el equilibrio perdido. Mientras que, si no escuchamos -por ejemplo- a nuestro hígado, corazón, ovarios, riñones o pulmones, uno o varios comenzarán a ‘golpear a la puerta de nuestra atención más fuerte’.
Obviamente, habrá circunstancias particulares en las que se requiere que, mediante medicación o intervenciones quirúrgicas, participen diversos especialistas. Pero la esencia de cualquiera de ellas, tendría que ser reestablecer en el paciente su mayor equilibrio psicosomático posible. Curiosamente, ‘paciente’ significa que ‘tiene paciencia’. Y ‘paciencia’ es la ‘virtud de sufrir resignadamente los males y adversidades’, es ‘tranquilidad y sosiego en la espera de las cosas’. En realidad, sufrir resignadamente y serenidad no son equivalentes. Es más, existe una impaciencia que es adecuada porque lleva a cuestionar, a preguntar y preguntarse, a luchar. De modo que, sería más sano que muchos ‘pacientes’ manifestaran cierta ‘impaciencia’ preguntándose, por ejemplo, ‘qué más me está pasando’. A veces, la respuesta es ‘lo de siempre’, ‘lo de hace tantos años’, ‘para esta época’ o ‘todos los meses'. Aquel órgano que nos tuvo a mal traer, vuelve a quejarse, a hacerse oir. Porque algo no escuchamos de nosotros mismos. Alguna cuestión afectiva busca ser atendida, para poder seguir transcurriendo un poco más armoniosamente en nuestro diario vivir.
Cuando profundizamos en las historias, encontramos que para la misma época en que algún órgano o sistema ‘hace ruido’, transcurren peripecias afectivas importantes. Mientras se sufre el trastorno de un órgano, uno no se dá cuenta de todo lo que está en juego en la particular área de la vida que lo tiene en crisis. Mientras que, cuando uno puede ‘descargarse’, darse cuenta de cuántos sentimientos están en danza, las ‘expresiones orgánicas’, de no revertir, al menos pueden manifestarse menos tortuosamente.
En este sentido, cada uno puede preguntarse qué órgano o sistema ‘siempre se le queja’. Con qué situaciones ‘coincide’. Como también, dentro de la familia de origen, quiénes y en qué momentos ‘protestaban’ con recursos semejantes. Seguramente, se comenzarán a revelar sentimientos que -hasta ese momento- no tuvieron oportunidad de expresarse de otra manera.
Es más, ante reiteradas enfermedades, es útil darse cuenta de las justificaciones. Porque detrás de las excusas, que pueden tener su granito de certeza, se pierde la oportunidad de comprender qué más está sucediendo en el contexto en que se vive. Por ésto, decíamos antes que, más allá de las situaciones difíciles, también es determinante cómo se posiciona cada uno ante las complicaciones de que se traten.
Las cuestiones de la vida que no nos significan dificultad, simplemente, las vivimos. Y justamente para cuidarlas o prevenir, es útil atender a otras peripecias que puedan estropearlas. En este sentido, es importante repensar y encarar cualquier manera de vivir algo enfermo. Porque los sentimientos ‘desprolijos’ o cuestiones cotidianas que se intentan tapar, arruinan los talentos que se tengan. Además, ‘las quejas’ de nuestros órganos suelen afectar las relaciones o situaciones importantes. En otras palabras, las situaciones afectivas que no escuchamos se hacen oir porque golpean insatisfechas. Y, a veces con mucho dolor, desgastan nuestra ‘vitalidad’, la convivencia y nuestras labores.
Podemos intentar des-oir las pasiones o conflictos inherentes al trabajo, a la pareja y amistades, a padres, hermanos o al crecimiento de los hijos. Pero al estar en juego cuestiones importantes, ellas se expresarán. ‘Casualmente’ en trastornos orgánicos afines. Aquellos órganos o sistemas que mejor saben ‘hablar’ sobre las crisis que necesitamos resolver.
Lic. Laura E. Billiet
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