Nombre real: María Belén
Nick: Parvati
Edad: 14 años
Cumple: 30 de Agosto
Nacionalidad: Argentina (Bs.As.)
Ocupación: Ociar *ejem* Estudiar. Actualmente curso noveno año.
Colores: Rojo, azul oscuro y negro.
Música: Uhm... variedad. Aunque usualmente me fijo más en las letras que
en el género.
Cantante: Alex Ubago
Libros: Harry Potter, Artemis Fowl, ESDLA, Materia Oscura, Código Da
Vinci, etc, etc...
Canciones: "Eyes on Me", "¿Sabes?", "No te rindas", "Puede Ser"
Género de ficts: Ficts darks/augst (Harry!Dark *__*!). HHr, aunque tolero otras parejas. Slash yaoi, pero solamente Harry/*insertar Slytherin*. Universos Alternos o ficts donde Voldie!Dad/Granddad!Harry (Tommy-pooh! *__*).
Anime: Naruto (I just love Sasuke ^.^!), FullMetal Alchemist, Bleach, Sailor Moon, Sakura Card Captor, Detective Conan, Ranma, X-1999, Pokémon (lo que era la infancia con esos animalitos tan simpáticos xD)
Videojuegos: Los Sims 2-PC, Naruto-PS2, todos los juegos de HP (PC y PS1 y 2), FMA-PS2..
Pelicula favorita: El Último Samurai (Me encanta esta película, sobre todo por el intenso sentimiento de honor que demuestra - Me sentí identificada absolutamente ^^)
»Viajar a España
»Ver película de FullMetal Alchemist
»Poder darle un abrazo de osho a la Lonfi y a Romuko! ^O^ (posteriormente, matar a Rómulo)
»Leer HP6 en inglés
»Leer Artemis Fowl 4 ¬_¬*
»Ganar el Concurso de Creatividad de mi colegio
»Terminar el capi 7 de LE antes del fin de mis vacaciones de invierno
»Publicar el capi 14 de HPEFS antes de fin de Junio (depende de Romu, en verdad..)
+ Ficts de Harry Potter
+ Fict Compartido con Rómulo
+ Fict Compartido con Arshy
+ Fict Compartido Con Kris
+ HA, Generación Tras Generación
+ Poemas
+ Consolación
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oggi
giugno 2005
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Tienes problemas, yo también,
no hay nada que yo no pueda hacer por ti,
y estando juntos, todo marcha bien,
pues yo soy tu amiga fiel.
Tal vez hay seres más inteligentes que yo,
más fuertes y grandes también, tal vez...
Ninguno de ellos te querrá como yo a ti,
mi fiel amiga.
Por Parvati (Me)
Es un día excesivamente lluvioso; un día triste, sin luz, casi repleto
de escalofriantes sombras. Sombras que persiguen y acosan sin ser
advertidas. Es uno de esos días en los que preferirías permanecer
bajo la calidez de tu amado hogar, bajo las sábanas de tu cómoda
cama, tan sólo admirando las llamas aprensivas de la chimenea; llamas
que chispean con emoción abandonada. Son, entonces, tu única protección
contra el monstruo del frío y de la angustia. También puedes escuchar,
casi hipnotizada, como el viento aúlla en protesta a un capricho
negado, como un pequeño niño que no es consciente de sus límites.
Pero tú no tienes la suerte de estar protegida contra la lluvia,
y por lo tanto no tienes llamas que te calienten ni tampoco la suficiente
tranquilidad como para detenerte a escuchar al viento. Suficientes
problemas tienes ya caminando sin paraguas por una avenida considerablemente
poblada, cargando en tus brazos gruesos libros de estudio y apuntes
que han sido mojados inevitablemente. Así que mientras caminas,
blasfemas con bastante color a las condiciones del día. Desde tu
punto de vista, nada puede empeorar. Has desaprobado un examen de
vital importancia para el trimestre, te habías olvidado en tu casa
un trabajo que debías haber entregado hoy a la profesora y encima
empiezas a mostrar signos de estar engripada. ¿Acaso podrías estar
peor?
Doblas a la izquierda en la esquina y continúas caminando. Sí, siempre
se puede estar peor. Siempre puede ocurrir algo que quizás sea más
imperdonable e irreparable que lo ya acontecido. Suspiras con resignación
mientras acomodas un poco mejor tu cabello azabache. No eres una
persona pesimista, pero hoy no puedes evitarlo. Todo parece tan
negro y desolado. Todo parece carecer su gracia y esperanza. Aunque
bien sabes que siempre, en algún lugar, hay una luz que vence las
tinieblas y que para alcanzarla, necesitas tener fe en tu realidad.
Necesitas creer que todo puede mejorar para no rendirte y caer.
Sin convicción no hay hechos.
Tampoco eres una persona que se rinda con facilidad. Tienes un orgullo
que mantener y alimentar. Casi siempre, tras una caída, vuelves
a levantarte. Hay un proverbio japonés que proclama: “Siete caídas,
ocho alzadas.” Crees firmemente en su verdad. Después de todo, la
voluntad mueve montañas.
Te paras en la esquina, aguardando por el semáforo para dar la señal
de avance. En una de esas casualidades de la vida, fijas tu mirada
en un costado de la vereda donde se encuentra un bulto retorcido
bajo pobres cartones; un niño pobre sin techo. Instintivamente huyes
de la imagen, queriendo ignorar aquella realidad lamentable. Pero
no puedes. Tus ojos que simulan ser un par de zafiros regresan una
y otra vez al niño, quien parece dormitar entre sacudidas.
De repente, sientes más frío. No obstante, no se trata del frío
físico usual sino uno interno y más intenso. Uno que congela tu
alma. ¿Cómo fuiste capaz de quejarte de tus condiciones cuando,
en comparación al niño, eres una reina? ¿Cómo puedes permanecer
allí parada, sin hacer nada, mientras aquella inocente criatura
sufre sin remedio ni esperanza? ¿Cómo te atreves, siquiera, a intentar
ignorar aquella realidad, quizás cruel y penosa, pero actual? Lo
mínimo que puedes hacer es reconocerla. No quererla, sin embargo
sí reconocerla. Es una realidad que debe cambiar. Una realidad que
deje de ser, para pasar a ser tan sólo un mal sueño. Un mal pasado.
¿Pero quién lo cambiará? ¿Quién tiene el poder para llevar a cabo
semejante labor? ¿Y por qué no lo ha hecho todavía? ¿Por qué deja
que los segundos, que los minutos, que los días, que las semanas,
que los meses... que los años, pasen y que aquel niño siga palpitando
en su pobreza? ¿Por qué la sociedad decide permanecer callada ante
la situación? ¿Por qué es ése el niño que tiembla... y no tú? ¿Por
qué la vida es tan injusta?
Entonces, mientras formulas preguntas que el viento no puede responder,
te das cuenta que ya tienes las respuestas. Todo el mundo trata
de realizar algo grande, sin darse cuenta de que la vida se compone
de cosas pequeñas. Que cada mínimo gesto construye o destruye un
mundo. Ilumina o ensombrece el camino.
La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal,
sino por las que se sientan a ver lo que pasa. Esas personas son
indirectamente igual de culpables que la mano que ha efectuado el
crimen. Son las personas que callan cuando hay que gritar. Son las
que gritan cuando hay que callar. Son las personas que prefieren
ignorar o que se viven quejando del mundo... pero no hacen nada
para cambiarlo. Todos sabemos lo mal que está, ¿y? ¿Qué se puede
hacer al respecto?
Un mínimo gesto es suficiente para cambiar una realidad. Una sonrisa.
Una mano tendida. Una palabra. Pero deben ser Hechos, no sólo ideas.
Las ideas conducen el mundo solamente si son llevadas a cabo. Si
no, perduran aprisionadas en la mente, donde se pierden por los
corredores oscuros del olvido.
Así pues te olvidas del semáforo y te diriges con paso lento hacia
el niño. Sin titubear, te quitas la simple campera que llevas y
te inclinas, para quedar medianamente a su altura. El chico se ha
despertado; parece tener un sueño ligero. Te observa con aquellos
luceros negros que tiene de ojos. En ellos admiras una hermosa inocencia,
aunque ligeramente desvigorizada por el miedo. Pero le sonríes con
cariño y él se relaja, sabiendo que no pretendes dañarle. Colocas
tu campera sobre sus hombros y, en el trayecto, acaricias sus bucles
castaños. Él te mira con asombro y pretende devolverte la prenda
de vestir. Musita algo que no llegas a escuchar, mas sonó muy similar
a un ‘no lo merezco.’
Por unos segundos te quedas rígida en tu lugar. ¿Cómo aquel niño
tan guapo no va a merecer un simple abrigo? Todo niño tiene derecho
a un hogar, a ser querido y cuidado. ¿Por qué él no? ¿Y quién tiene
el derecho de juzgar algo así? Acaso... ¿la sociedad que lo abandonó?
¿Su familia? ¿La vida? Hasta Dios parece haberlo abandonado. No
es justo. Nada en lo vida lo es, pero más esto que nada.
No puedes contenerte y una lágrima solitaria se escapa de tus ojos.
Duele. Duele pensar en la realidad que le toca vivir a ese niño.
Duele pensar que no puedes hacer nada más que ofrecerle tu comprensión,
tu abrigo y una sonrisa; que no tienes el poder para hallar una
familia digna de él y que lo quiera como realmente se lo merece.
No tienes el poder para tomarlo bajo tu cuidado ni tampoco la suficiente
certeza como para prometerle que todo estará bien, que no tendrá
que sufrir así nunca más. Sería una mentira, y ese niño vale tu
honestidad.
- Señorita, señorita, ¿por qué llora? – Pregunta él, mirándola con
preocupación y urgencia. Sonríes amargamente.
- Porque no puedo hacer nada más.
En un impulso, lo abrazas fuertemente contra ti, dándole los mimos
de los cuales ha sido privado. Lloras silenciosamente. Sin saberlo,
no eres tú la que consuela, sino él. Él, que con sus ojos brillantes,
demuestra tener más esperanza que tú en la vida. Y él es el que
ha sido maltratado por ella. Él es el que ha aprendido de las lecciones
más duras. Él es el que no tiene refugio. Él...
Y eres tú la que llora. La que se lamenta. ¿Acaso él no es conciente
de su condición que no llora también? ¿O es que acaso él ha asumido
la realidad y ya ha derramado demasiadas lágrimas en esa causa vana
como para seguir haciéndolo?
- Cuando la vida le presente mil razones para llorar, señorita,
demuéstrele que tiene mil y una razones por las cuales sonreír.
– Recita el niño, sonriendo dulcemente. – Si quiere llorar, llore,
pero sólo está consumiendo su tiempo. Podría hacer montones de cosas
más útiles.
- ¿Cómo cuáles? – Preguntas, curiosa.
- Como seguir adelante. – Murmura él.
... ¿Y dejarlo a él atrás?
- Hay cosas que van más allá de uno, señorita. No vale la pena martirizarse
sobre ellas. Usted no es todopoderosa; no puede hacerse cargo de
lo que no depende de usted.
- Pero sí puedo intentar ayudar. Aportar todo de mí para mejorar
la situación...
- Hay veces que lo que nosotros podemos llegar a dar no es suficiente,
aunque tiene un enorme valor. La intención ya es algo. Sin embargo,
no es todo.
¿Para qué existes si lo único que puedes hacer es contemplar como
otros sufren? ¿Si no puedes ayudarlos? ¿Siquiera acompañarlos en
su dolor? ¿Para qué existe el intento si no es un hecho? ¿Por qué
lloras, si esas lágrimas están vacías? ¿Por qué duele tanto? ¿Por
qué no puedes ser alguien especial, que auxilie a este niño? ¿Por
qué, si existe Dios, no lo ayuda? ¿Por qué?
¿Es acaso tan cruel como para desechar a aquel niño inocente a su
suerte? ¿Acaso no escucha sus silenciosos gritos de soledad, de
desesperación, de dolor... de angustia? ¿No escucha sus súplicas
y sus pedidos? ¿Por qué le niega la paz y el amor? ¿Es que acaso
el niño ha hecho algo para ser olvidado de aquella forma? ¿O quizás
Dios lo acompaña desde las sombras? ¿Lo ayuda a cargar sus penas
con ánimo? ¿Le da sus fuerzas para que no desista? ¿Para que mantenga
la esperanza?
¿Sufrirá con él? ¿Se alegrará con él?
Si realmente siente cada uno de tus pesares y felicidades, y del
resto del mundo... No puedes imaginarte la cantidad de lágrimas
que habrá derramado por cada Hijo. Porque él debe sufrir por cada
uno de ellos, ya que como Buen Padre no favorece a ninguno. No llegas
a visualizar cuánto sufrimiento ha de sentir. Dudas que Dios se
alegre de ver el mundo como está hoy, sin embargo... quizás quiere
enseñarnos una lección. Quizás sólo busca que seamos capaces de
amar y de ser amados, tal vez quiere que maduremos. Y eso sólo es
posible viviendo y superando los obstáculos del Camino. Aprendiendo
de cada uno de los errores y defectos.
Tal vez... hay una razón especial por la cual le tocó vivir esta
realidad a este niño y no a otro. Quizás... él tiene la fuerza en
su interior como para superar el conflicto. Quizás esta es la lección
que le corresponde a él, y que le hará ser una mejor persona. Pero
no podrá solo. Nadie puede llegar a la cima solo. Necesitará Amigos.
Necesitará Enemigos. Necesitará... de la vida.
Tú también. Tú también vives una realidad llena de problemas, sólo
que de diferente dimensión. Tú también vas madurando día a día en
la búsqueda de ser una persona mejor y digna de sí misma y de aquellos
con los que compartes tu vida. Tú también, quizás, estabas destinada
a ser quien eres y a vivir lo que vives.
A lo mejor, al final, todos tenemos un destino en el mundo. Pero
está en nosotros cumplirlo. Está en nosotros decidir qué es correcto
hacer y que no. Está en nosotros decidir cómo actuar y qué pensar.
Dios, por lo tanto, nos da la oportunidad de elegir quiénes somos.
Y vela por nosotros, deseando nada más y nada menos que nuestra
felicidad... a nuestro modo.
- No, te equivocas. La intención es todo. Sin intención, no hay
acción. Si realmente quiero, podré hacerlo. Nada va más allá de
mí, sólo lo que yo pienso es inalcanzable; los límites de mi mente
humana. Pero si quiero, puedo traspasar océanos y montañas... y
seguir. Y si no lo logro, siempre puedo continuar intentando. Hasta
que no me quede aliento. Hasta que no tenga nada más que dar. Pero
no acabaré allí. No importa si soy una muchacha corriente y vulgar.
Aún así... tengo mucho para dar. Y lo daré.
- ¿Por qué? – Pregunta el niño, confundido. Y esta vez, no sonríes
con amargura sino con alegría. Ya no sientes impotencia. Ahora te
sientes capaz.
- Sobre todas las cosas, porque quiero hacerlo. Por ti, por mí,
por Él. Por aquellos que me importan. Y por los que no; Porque es
cuestión de Creer, de Poder creer y de Creer poder. Porque hoy es
un gran día para empezar.
- ¿Empezar con qué? – Pregunta él, aún sin entender tu pequeño discurso.
- ¿Con qué más? ¡Empezar a trabajar para hacer de este mundo, un
mundo mejor! De a poco, luchando, lo lograremos. Aunque sea, empecemos
por nuestro mundo. No te abandonaré. Esta es mi razón mil y una
para sonreír.
Por un momento viene a tu mente la imagen del Hijo de Dios, Jesucristo,
quien pudiendo haberse resignado con la humanidad, prefirió sacrificarse
por ella. Fue golpeado por nuestras iniquidades, herido por nuestras
transgresiones y por sus heridas fuimos salvos. Su sacrificio te
demuestra la conservación de su esperanza y su fe en la Bondad de
la humanidad... Amándola, a pesar de sus enormes defectos, compensadas
por sus simples virtudes. Nos perdona, aún luego de todo el daño
que hemos hecho.
Si Él fue capaz de elegir y consumar ese sacrificio, ¿por qué tú
no debes, por lo menos, intentarlo?
Mirando fijamente los ojos negros del niño, prometes en silencio.
Le prometes a él, a tus seres queridos, pero sobre todo a Dios,
que siempre harás todo lo que esté en ti por ayudar. Asumes que
habrá ocasiones en las que no puedas cumplir tu promesa, donde deberás
abandonar, porque eres humana y, como tal, tienes instintos; tienes
tu propia opinión sobre lo que es correcto e incorrecto. Pero no
desistirás.
- Dime, ¿qué puedo hacer para ayudarte? – Preguntas en tono insistente.
El niño sonríe, demostrando agradecimiento.
- Ya lo ha hecho, señorita. Ya lo ha hecho cuando se acercó usted
a mí; cuando me trató de ser humano y como un igual... cuando usted,
aún sin conocerme, sin juzgar, me concedió su campera. Ha hecho
más por ayudarme que nadie... – Él toma tus manos entre las suyas,
y te observa con ilusión. – ¿Qué puede hacer? Sea mi amiga. – Se
detiene y sonríe con algo más de confianza. – Sé mi amiga.
Las lágrimas de abandono que habías derramado al principio se transforman
en una gloriosa sonrisa. Abrazas al niño y lo sostienes muy cerca
de ti, como si temieras perderlo. Esta vez sí eres tú la que consuela,
la que brinda su apoyo y comprensión. Esta vez tú sí puedes hacer
algo. Y lo harás con placer. Con Amor.
- Dalo por hecho. – Susurras con cariño en su oído. No lo ves, pero
él solloza en tu pecho. – Sin embargo, quiero hacer algo más que
esto. Quiero ayudarte de otra manera. A lo que me refiero es...
no quiero dejarte aquí, solo.
- ¿Qué sugiere hacer, señorita?
- Primero, corrijamos eso. Si voy a hacer tu amiga, tutéame. – Él
asiente. – Segundo... todo depende de lo que tú quieras hacer. Es
tu decisión. Lamentablemente no puedo llevarte a casa. Ni conozco
a nadie de mi familia que pueda cuidar de ti. Sin embargo, está
la posibilidad de... llevarte a un hogar de niños.
- ¿Qué es eso? – Cuestiona él, casi con miedo.
- Un lugar donde viven niños como tú; niños que... no tienen una
familia biológica estable. No obstante, tendrás otra clase de familia.
Una familia que no te rehuirá bajo ningún concepto, que siempre
cuidará por ti y hará lo posible para que salgas adelante. Tendrás
una buena educación. Tendrás amigos de tu edad. Y también está la
posibilidad de que llegue el día en el cual... una familia amorosa
te adopte. Una familia que te merezca.
- ¿Y tú? ¿Te... irás? – Pregunta con voz quebrada. Se siente traicionado.
- No. – Dices con seguridad. – Te prometo estar ahí. Visitarte,
jugar contigo... Velaré por ti. ¿Qué dices? ¿Lo intentamos?
Le tiendes tu mano. Él no titubea en tomarla. Lo ayudas a ponerse
en pie y le colocas bien el abrigo sobre los hombros. Es sólo entonces
que te das cuenta que la lluvia sigue cayendo, aunque ya sin tanta
intensidad. A lo lejos, el sol se asoma entre las grises nubes,
y crea un arco iris perfectamente visible desde donde te encuentras.
El pequeño y tú lo contemplan, admirados por sus brillantes colores
y repletos de su paz.
- Nunca me mencionaste tu nombre. – Expones intrigada, elevando
las cejas.
- Tú tampoco el tuyo. – Contesta él, imitando tu gesto. – Me llamo
Lucas.
- Es un muy lindo nombre. Combina muy bien contigo. – Le elogias
mientras cruzan la calle, en ningún momento soltando su pequeña
mano.
- ¿Por qué lo dices? – Pregunta, curioso.
- Lucas significa ‘aquél que resplandece.’ Interesante, ¿verdad?
– Le guiñas un ojo.
- ¡Es tu turno de decir tu nombre!
- ¿Por qué debería? – Bromeas, divertida.
- Yo te he dicho el mío, no es justo que no sepa el tuyo.
- Eres bueno para argumentar, pero no lo suficiente. Sigue participando.
– Sonríes juguetonamente mientras desordenas el cabello de Lucas.
Él finge enfadarse contigo y bufa. – Aww. Mira que hermano menor
más rencoroso que tengo...
- ¿Hermano menor? – Lucas interroga, perplejo.
- No te molesta, ¿verdad? – Preguntas, temiendo haber dicho algo
erróneo e hiriente.
- ¿Molestarme? ¡No! – Contesta él de inmediato. Quizás demasiado
rápido. Mira el suelo y se muerde el labio inferior, un evidente
gesto de inseguridad. – Al contrario... me alegra que me consideres
alguien tan especial para ti. No sé si...
- Lo mereces. No lo dudes ni por un segundo. Lo que me perturba
es que tal vez no llegue a ser la hermana mayor que necesitas...
- Nadie podrá ser jamás mejor hermana mayor que tú. – Determina
Lucas, sonriendo ampliamente. – Por lo menos, tengo la certeza de
que lo intentarás. – Feliz y entusiasmada, retornas la sonrisa.
<<Lo importante
no es cuánto hacemos, sino cuánto amor,
cuánta honestidad y cuánta fe ponemos en lo que hacemos.>>