Ocho décadas de televisión

por Josep María Baget

1920-1930: la edad de los pioneros

El nacimiento de la televisión, entendida como un moderno medio de comunicación, se produce en la década del veinte y aunque no se conserva una fecha precisa ni tampoco hay acuerdo sobre su paternidad. los historiadores la atribuyrn a John Logie Baird, un técnico autodidacta de origen escocés, que realizó la primera experiencia conocida el 30 de octubre de 1925 en una buhardilla del número 23 de Frith Street, en el barrio londinense del Soho. Aunque la fecha histórica habitualmente reconocida de la primera emisión de televisión fue la del 27 de enero de 1926, cuando unos cuarenta miembros de la Real Academia de Ciencias, asistieron a la experiencia de la "transmisión de imágenes de rostros humanos que movían la cabeza, los labios y la boca, y del humo de un cigarrillo" según escribió el doctor alexander Rusell en la revista científica Nature.

Paralelamente, el ingeniero de origen ruso Vladimir Zworykin, formado en la Universidad de San Petesburgo, que emigró a Estados Unidos a raíz de la revolución soviética para trabajar en los laboratorios de la RCA, solicitó el 29 de diciembre de 1923 una patente del iconoscopio, el tubo de rayos catódicos a partir del cual se basó la evolución de la televisión electrónica. No obstante, su desarrollo en Estados Unidos se vio frenado por los enormes beneficios que proporcionaba la radio en un mercado que no había llegado ni mucho menos a su punto de saturación, y la RCA no estaba interesada en potenciar todavía la televisión.

1930-1940: los primeros programas

El retraimiento de la industria electrónica norteamericana propició que en la década de los treinta la televisión avanzara más rápidamente en Europa, como consecuencia, entre otros factores, de la creciente tensión entre Alemania y el Reino Unido que se extendió a las nuevas tecnologías, y a la rivalidad comercial entre dos sistemas de emisión en el caso inglés. En 1929, los estudios Baird ya ofrecían a la BBC, la corporación de radio pública que había extendido sus actividades a la televisión, una programación regular en imágenes de 30 líneas de definición que pronto pasaron a 240, pero en 1934 la compañia EMI-Marconi llego a las 405. Una comisión parlamentaria decidió ensayar simultáneamente ambos sistemas en la BBC hasta decidirse por uno de los dos. Las emisiones regulares comenzaron el 2 de noviembre de 1936 en los estudios de Alexandra Palace, cuando ya había 400 aparatos en funcionamiento, y en febrero de 1937 el gobierno optó por el sistema EMI-Marconi.

En Alemania, la televisión constituía para Goebbels un potencial elemento de propaganda del regimen nazi que podría añadirse a la radio. El 22 de marzo de 1935 se pusieron en marcha los programas del Deustcher Reichs Rundfunk aunque el acontecimiento que más contribuyó a su divulgación fueron los Juegos Olímpicos de Berlín (1936), que se retrasmitieron en directo y fueron seguidos por 150.000 espectadores a través de veiniocho televisores gigantes situados en distintos puntos de la ciudad.

En Estados Unidos, la RCA decidió finalmente crear una cadena de televisión a través de su filial NBC, que ya poseía una red de emisoras de radio. Las emisiones se inauguraron el 30 de abril de 1939 con motivo de la Feria Mundial de Nueva York con una alocución del presidente Frank D. Roosevelt y fueron seguidas por los dos centenares de aparatos que funcionaban en la ciudad.

1940-1950: caída y expansión
La década de los cuarenta empezó, en realidad, el 1 de septiembre de 1939 con el estallido de la segunda guerra mundial. La BBC cesó inmediatamente sus emisiones, la televisión alemana continuó durante algún tiempo con carácter experimental. En Estados Unidos se estimaba en 5.000 el número de televisores en funcionamiento en 1941, cuando la FCC (Comisión Federal de Comunicaciones) decidió otorgar quince licencias de explotación a emisoras comerciales de televisión, pero en febrero de 1942, con la entrada de Estados Unidos en el conflicto bélico, todos los esfuerzos de la industria electrónica se canalizaron hacia el material de guerra y se prohibió la fabricación de aparatos.
El paréntesis trágico de la segunda guerra mundial precedió, sobre todo en el caso norteamericano, a una imparable expansión como consecuencia de su nuevo liderazgo mundial en el orden político y económico y de los intereses de las grandes redes radiofónicas (NBC, CBS...) para extenderse a nuevos sectores de la industria audiovisual. En 1948 se contabilizaban 157.000 receptores y, en 1959, ya se llegó a cuatro millones y a unos ingresos publicitarios de casi 10 millones de dólares anuales, y se habían puesto en marcha 97 emisoras en 36 ciudades.
En Europa la recuperación fue mucho más lenta como consecuencia de la pavorosa crisis originada por la guerra. En junio de 1946, la BBC reemprendió sus emisiones y en el mismo punto donde las había dejado (un dibujo animado del ratón Mickey) pero en 1949 sólo funcionaban 240.000 receptores, aunque esas cifras eran muy superiores a las de Francia, que volvió a emitir en 1947 pero sólo disponía de 3.759 aparatos en 1950 (1). En el resto de Europa, incluida la dividida Alemania, la televisión sólo funcionaba con carácter experimental.

1950-1960: las grandes audiencias
En la década de los cincuenta se produjo en todo el mundo occidental, y en el Japón, un espectacular desarrollo de la televisión. En Estados Unidos ese salto se dio en 1951, cuando un mismo programa pudo verse simultáneamente "de costa a costa". Este hecho trajo como consecuencia una homogeneización de las audiencias, puso en marcha sus sistemas de medición y la competencia entre las diversas cadenas de alcance nacional. Se convirtió en el motor de crecimiento de la industria audiovisual, incluida la cinematográfica, ya que los grandes estudios empezaron a producir series de ficcción para la televisión y el centro neurálgico se desplazó de Nueva York (donde siguieron sólo los informativos) a Hollywood. Lucille Ball se convirtió en la primera estrella del medio y su compañía produjo en 1959 Los intocables, uno de los hitos de la televisión por su realismo y violencia.
El impacto de la televisión operó asimismo en el campo de los avances tecnológicos: en 1956 la compañía Ampex lanzó al mercado el primer grabador de video (VTR). Se empezó a desarrollar también la televisión en color, todavía rudimentaria, y al acabar la década (con 34 millones de aparatos en funcionamiento) ya empezaban a instalarse segundos aparatos en muchos hogares. Los países latinoamericanos (Cuba, Brasil, Argentina...) crearon sus emisoras empleando material técnico y programas norteamericanos (2).
En Europa, la televisión se instaló prácticamente en todos los países entre 1950 y 1956 aproximadamente, entre ellos España, aunque su avance fue lento. Se optó mayoritariamente por un sistema de servicio público en régimen de monopolio y sin publicidad (o muy limitada) lo que explica ese crecimiento muy lento si se compara con Estados Unidos. Sólo el Reino Unido introdujo ya en 1954 la competencia entre el sector público (BBC) y el privado, con la red de emisoras comerciales ITV. Sin embargo, el hecho más relevante fue la creación de la red de Eurovisión, formada por países de la Europa occidental, que alcanzó gran resonancia a raíz de la retransmisión de la coronación de Isabel II en 1953, el mismo año en el que se ponía en marcha la poderosa cadena japonesa NHK.

1960-1970: la aldea universal
La década de los sesenta se caracterizó, de un lado, por los enormes avances tecnológicos, que permitían la emisión de un mismo programa para una audiencia universal gracias a los satélites y, del otro, por la consideración de la televisión como el medio de comunicación de masas destinado a cambiar los hábitos sociales y jugar un papel decisivo en la vida política, como ya se había puesto de relieve en los debates Kennedy-Nixon (1960). En julio de 1962, el satélite Telstar envió las primeras imágenes desde Estados Unidos a Francia y, a partir de ahí, se entró en lo que Marshall McLuhan definiría como "la aldea universal" y que dividió al mundo intelectual entre "apocalípticos" e "integrados", según Umberto Eco. Los primeros satélites sólo podían utilizarse durante unas horas al día pero muy pronto surgieron aparatos que permitirían la retransmisión de los Juegos Olímpicos de Tokio (1964) o la realización de hermosos programas como Out of this World (2 de mayo de 1965), en el que 300 millones de espectadores vieron en directo las mismas imágenes procedentes de nueve países (3). La década del progreso se cerró el 21 de julio de 1969 con la llegada del hombre a la Luna, contemplada por una audiencia estimada de 723 millones de espectadores de 47 países .
La televisión en color llegó a Europa a través de dos sistemas (PAL y SECAM, alemán y francés respectivamente) que se enfrentaron agriamente en la arena política y económica con resultados finalmente favorables al sistema PAL, que se implantó en toda la Europa occidental, excepto Francia, que lo introdujo, en cambio, en los países del Este, mucho menos desarrollados económicamente. El lenguaje audiovisual registró asimismo considerables innovaciones, entre ella el documental dramático, o "docudrama", que de la mano de Ken Loach y su memorable Cathy come home surgió en el contexto renovador de la BBC, que reflejaba a su vez el liderazgo artístico y cultural del Reino Unido. La televisión norteamericana siguió exportando sus series a un mercado cada vez mayor, y El fugitivo o Bonanza llegaron a emitirse en un centenar de países al mismo tiempo. La aldea universal se convirtió así en un gran negocio.

1970-1980: la revolución del cable
Los sistemas de emisión vía cable ya se habían desarrollado en Estados Unidos a lo largo de la década de los sesenta, pero sólo a fin de permitir la recepción correcta de los programas en cualquier lugar del país. Sin embargo, con la creación de las primeras cadenas destinadas exclusivamente a su emisión por cable, y en particular la HBO a partir de 1974, se entró en una nueva época que iba a transformar radicalmente el panorama de la televisión norteamericana y más tarde de todo el mundo. El cable, unido al satélite de difusión directa (DBS) que empezó a funcionar experimentalmente en Alaska en 1974, dio origen a las grandes redes de televisión de pago.
No obstante, los años setenta marcaron en Europa el apogeo del sistema de servicio público en régimen de monopolio. Los crecientes ingresos derivados del impuesto por tenencia de aparatos, renovados a raíz de la implantación del color, la lenta pero continuada introducción de la publicidad y el patrocinio de programas otorgaron una máxima autonomía financiera a los colosos del servicio público, que no se inquietaron ante la aparición de las televisiones libres, o locales, como consecuencia del mayo del 68, ya que se trataba de una competencia irrelevante, ni por una cierta privatización de la televisión francesa. La RAI, la BBC, las cadenas alemanas ADR y ZDF e incluso TVE pudieron invertir sus beneficios en el cine de autor (Fassbinder, Bertolucci...) o en la producción de series de alto nivel cultural y artístico como Leonardo da Vinci, Yo, Claudio y Berlín Alexanderplatz.
Tampoco las cadenas generalistas norteamericanas se preocuparon mucho por los canales de pago. La ABC multiplicó su audiencia gracias a una dosis moderada de sexo y violencia en Los hombres de Harrelson y Los ángeles de Charlie, aunque la gran novedad fue la telecomedia urbana, irónica y hasta corrosiva en su descripción de los hábitos sociales: The Mary Tyler Moore Show, All in the Family, Soap y M*A*S*H reflejaban ese cambio, fruto inevitable de la aparición de los movimientos feministas, el Black Power y la contestación juvenil en escuelas y universidades.

1980-1990: la privatización en Europa
En los años ochenta se vivieron probablemente los cambios más importantes de la historia desde el punto de vista estructural y político. El avance imparable de las nuevas tecnologías (cable y satélite) acabó por derrumbar el mito de servicio público en régimen de monopolio que había caracterizado el desarrollo de la televisión en Europa: la crisis del servicio público, ya apuntada por la desintegración de la ORTF (4) francesa en 1974, se acentuó con la irrupción incontrolada de la televisión comercial en Italia, donde a partir de 1983, aproximadamente, se creó un duopolio público-privado entre la RAI y los tres canales privados de Silvio Berlusconi, que eliminó de su camino a editores poderosos como Mondadori o Rusconi. El cable permitió asimismo, a mediados de los ochenta, romper el monopolio en la Alemania Federal y abrió el camino a los nuevos colosos de la televisión comercial, como el grupo de emisoras RTL, radicado en Luxemburgo, o Leo Kirch, propietario de SAT 1 y Pro 7 y Beta Film.
Francia volvió a demostrar su visión de futuro en 1983 con la autorización de la primera cadena de pago Canal +, una fórmula que se extendería con gran éxito a otros países hasta situar a la industria audiovisual francesa en un lugar relevante. En Gran Bretaña , el gobierno conservador de Margaret Tatcher favoreció los intereses de la ITV, que en 1982 recibió autorización para una nueva cadena, Channel 4, sometida a una serie de condicionantes propios de un servicio público y que, no obstante, se ha convertido en los años noventa en una próspera empresa. Por otra parte, se autorizó en 1986 la creación de la cadena privada de difusión directa vía satélite BSB, que fue desbordada por el magnate de origen australiano Rupert Murdoch que, en 1989, puso en marcha con gran audacia el sistema Sky. Los dos, que registraban enormes pérdidas, se fusionarían en noviembre de 1990 formando el grupo BSky, del que Murdoch se hizo con el liderazgo. Otros países (como España en 1989) autorizaron los servicios comerciales de televisión de difusión hertziana o vía satélite con mayor o menor cautela (5).
A finales de la década, por tanto, el poder de la televisión en Europa había pasado de las grandes corporaciones públicas a una elite de empresarios con vastos intereses multimediáticos. El servicio público, que trató inutilmente en algunos casos de competir en su propio terreno contra la televisión comercial, entró en una profunda crisis que se extendió lógicamente a los países del Este a raíz de la caída del muro de Berlín y la posterior desintegración de la Unión Soviética, donde los grupos comerciales (sobre todo Canal +) asumieron un papel hegemónico.
En Estados Unidos, el avance de los sistemas de cable, que llegaron a alcanzar más del 40% del total de la audiencia, puso igualmente en crisis a las cadenas generalistas que habían vivido una edad de oro compitiendo entre sí. La aparición de una cuarta cadena en 1988, la Fox, liderada también por Murdoch, agravó esa crisis y la mayor parte de las cadenas cambiaron de propietario: el multimillonario Laurence Tisch, por ejemplo, se hizo con el control ejercido autocráticamente por William Paley en la CBS, y la NBC pasó de la RCA a la General Electric. El control de los contenidos dejó de estar en las manos de los profesionales del medio y fue asumido por los ejecutivos de grandes compañías que tenían intereses económicos muy diversificados y querían beneficios inmediatos. Esta erosión de las audiencias de las cadenas generalistas se acentuó a raíz de la incorporación de los canales temáticos como la CNN de Ted Turner o la MTV de Summer Redstone, que a sus setenta años supo intuir las posibilidades de una cadena musical juvenil.
La producción de ficción, en cambio, recibió un fuerte impulso gracias a la multiplicación de la oferta televisiva en Europa. Las grandes series norteamericanas encontraron nuevos mercados en expansión y dejaron de depender casi totalmente de las cadenas generalistas de su propio país. La competencia del cable, con una oferta más sofisticada y permisiva moralmente, concedió asimismo más posibilidades a la producción de series destinadas a los sectores más progresistas de la audiencia, que coincidían con los públicos jovenes, urbanos y de clase media alta, dotados de mayor poder adquisitivo. Así se explicaría la realización de Luz de luna o Canción triste de Hill Street, en las que sus productores ejecutivos gozaron de una notable autonomía creativa.

1990-2000: la televisión del futuro
En la última década del siglo XX se han sentado las bases de la televisión del milenio que viene, en la que se van a consolidar los cambios que se están produciendo ahora mismo a gran velocidad. La competencia entre el sector público y el privado se ha mantenido en Europa aunque con un creciente impacto de las cadenas comerciales gracias a los ingresos publicitarios, mientras que las públicas, a pesar de disponer también parcialmente de esta fuente de ingresos, dependen de un canon por tenencia de aparatos que resulta insuficiente para competir en términos de relativo equilibrio. La reconversión operada por algunas empresas públicas como la BBC o la RAI ha permitido en casos concretos mantener, al menos, la apariencia de este equilibrio.
La guerra del Golfo Pérsico significó, en 1991, un fuerte impacto para las cadenas generalistas norteamericanas, que se vieron obligadas a suprimir gastos: las series de alto presupuesto fueron canceladas en su mayoría y las pantallas se llenaron de telecomedias y, sobre todo, de concursos de video domésticos, reality shows e informativos sensacionalistas. Esta crisis derivó en una nueva guerra de fusiones con la hegemonía de grupos como Time-Warner, que absorbió la TBS de Ted Turner, incluida la CNN; o Walt Disney, que compró la ABC, asegurándose así la producción, distribución y exportación de sus productos. La llamada Trash TV (telebasura) se exportó a buena parte de los mercados internacionales, incluido el europeo, y reforzó una drástica separación entre la oferta de calidad y creatividad, de una parte, y la cantidad e imitación de formatos, de otra. Frente a la televisión para grandes masas de espectadores, surgió como contraste una televisión para minorías cultas a través de nuevas ofertas del servicio público como la cadena Arte, promovida por Francia y Alemania.
Las plataformas digitales por satélite (hasta 500 canales que permiten un zapping infinito) han modificado los hábitos de la audiencia y del negocio audiovisual en unas proporciones hasta ahora inimaginables, ya que permiten ofrecer una amplísima gama de productos, muy superior a la difusión analógica, y poner en marcha canales altamente especializados en sus contenidos. Su capacidad de expansión, sin embargo, va estrechamente ligada al desarrollo de los programas de pago (pay-per-view) que de alguna forma vienen a ocupar el lugar que paulatinamente está abandonando el canon por tenencia de aparatos. Los grandes espectáculos artísticos, los estrenos cinematográficos y, sobre todo, los acontecimientos deportivos sólo podrán verse mediante el pago puntual por cada uno de ellos, que se añadirá a las cuotas de suscripción a sus cadenas. La televisión digital y el extraordinario impacto comunicacional de Internet convertirán definitivamente el aparato receptor en un medio interactivo que nos pondrá en contacto con cualquier rincón de nuestro planeta, y quizá de otros, y modificará por completo los enunciados de la paleotelevisión que nació hace algo más de setenta años en una buhardilla del Soho. Su inventor, por cierto, murió en la miseria.


Notas
1. En Francia las emisiones experimentales regulares habían comenzado en 1935.
2. En la Argentina las emisiones se iniciaron el 17 de octubre de 1951, por Canal 7, con la transmisión de un acto político desde Plaza de Mayo.
3. La Argentina se adhirió al consorcio internacional INTELSAT e instaló una estación terrena en Balcarce. La primera transmisión vía satélite se efectuó el 25 de mayo de 1969. Desde el Vaticano el Papa Paulo VI saludó al país.
4. ORTF. Organismo de la Radio y Televisión Francesa. A su disolución, en 1974, se crearon siete organismos autónomos. Entre ellos, Televisión Francesa (Tf1) y Antena 2 (A2), cadenas televisivas de difusión nacional.
5. En la Argentina, mediante del decreto 1613 de 1986, se autorizó la recepción y distribución de señales vía satélite en todo el país, lo que amplió la oferta de canales a través de los servicios de cable.


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Este artículo fue publicado en el libro "Món Tv la cultura de la televisión" editado por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona en 1999.