"LA ENTREVISTA PERIODÍSTICA-Intimidades de la conversación pública"
por Jorge Halperín
Capítulo 1: El vínculo periodista-entrevistado
La entrevista es la más pública de las conversaciones privadas.
Funciona con las reglas del diálogo privado (proximidad, intercambio,
exposición discursiva con interrupciones, un tono marcado por la espontaneidad,
presencia de lo personal y atmósfera de intimidad), pero está construida para el
ámbito de lo público. El sujeto entrevistado sabe que se expone a la opinión
de la gente. Por otra parte, no es un diálogo abierto con dos sujtos. Es una
conversación radial, o sea centrada en uno de los interlocutores, y en la que
uno tiene el derecho de preguntar y otro el de ser escuchado.
Es
indispensable comprender qué clase de vínculo es éste para examinar los
problemas prácticos del trabajo, nuestras atribuciones y también la clase de
responsabilidad ética que asumimos. La relación entre el periodista y su
personaje no es entre pares; es asimétrica. Nuestro sujeto está en el centro
de la escena-lo hemos elegido por ser un personaje público o porque es un hombre
clave en el tema que exploramos- y nosotros a un costado, facilitando su
contacto con los lectores y oyentes. Por otro lado, su voz es naturalmente
más importante que la nuestra. No importa lo mismo para los lectores saber
lo que piensa nuestro personaje que las ideas que podamos esbozar nosotros
durante el diálogo. En todo caso, nuestras ideas deben ser inteligentes como
disparadoras del entrevistado y como herramientas para poner a prueba su
discurso. Por otro lado, nuestra subjetividad vale en tanto pueda
aportarle al lector una mejor aproximación, un acercamiento sin interferencias
al sujeto y sus ideas.
Mirado desde otro ángulo, también existe una asimetría
en sentido inverso: por un momento, ese personaje público está a nuestra
disposición para ser guiado, interrumpido (con prudencia y sentido de la
oportunidad), criticado y derivado hacia distintos temas. Tenemos casi siempre
libertad para penetrar en su vida o, cuanto menos, en la intimidad de su obra.
Estamos autorizados a cuestionarlo públicamente en su presencia, a poner en duda
sus declaraciones, a explorar sus dudas y contradicciones como si alguien nos
hubiera investido de una autoridad representativa.
No somos amigos ni
actuamos simplemente como dos personas que sostienen un encuentro. Está
sucediendo algo infinitamente más complejo: la entrevista periodística es un
intercambio entre dos físicas y unas cuantas instituciones que condicionan
subjetivamente la conversación. El entrevistado habla para el periodista,
pero también está pensando en su ambiente, en sus colegas, en el modo como
juzgarán sus declaraciones la gente que influye en su actividad y en su vida, y
el público en general.
En el otro extremo, el periodista trabaja para un
medio concreto cuyas reglas debe tener en cuenta, estructura su diálogo pensando
en los lectores y no es indiferente al juicio de sus pares. Nada más alejado,
entonces, de los encuentros espontáneos. Lo que obliga a desplegar una
estrategia cuidadosa que, atendiendo a la multitud de presiones que operan en el
diálogo periodístico, no termine por frustrar la posibilidad de una rica
conversación.
El periodista debe trabajar duro para atenuar esas
tensiones, disminuir la comprensible paranoia de sus entrevistados y convertirse
para ellos en una persona confiable. Manipula sutilmente la situación cuidando
no someter al entrevistado y alterar su comportamiento (en ese caso,
transmitiría una imagen falsa), y se previene de las manipulaciones del sujeto.
Es inevitable que el entrevistado despliegue un juego dee seducción -aun cuando
se presente como el sujeto más hostil- tratando de disminuir la inquietud o
directamente la sensación de peligro que le plantea el periodista, y conseguir
que éste se lleve la mejor impresión. Por eso también es inevitable que desee
transmitir una imagen de coherencia en todos sus actos e ideas y que, en
consecuencia, nosotros debamos explorar muchas veces en sus contradicciones, en
sus dudas, en las fisuras de su discurso para sacar al verdadero sujeto a la
superficie. Claro que sin creernos pedantemente psicoanalistas.
A propósito,
es útil esquematizar un poco y comparar la entrevista periodística con el
diálogo entre el psicoanalista y su paciente, y entre el confesor y su fiel para
advertir la confrontación de intereses que tiene lugar en cada uno.
Claro que el periodista aporta al entrevistado un bien ue el
psicoanalista y el cura no están en condiciones de proveer a sus interlocutores
(ni éstos se lo piden): aumentar o sencillamente consolidad su presencia
pública. Por eso los personajes se dejan interrogar públicamente. Pero si el
periodista se convierte de esta manera en el empalme entre lo público y lo
privado, debe prevenir todos los cortocircuitos imaginables. En cierto modo, su
tarea consiste en anestesiar parte de la conciencia de sus entrevistados
-como veremos más adelante, este conceptoo es opinable, pero es nuestro juicio-
para que pierdan la ansiedad y la angustia que pueden acompañar al
acontecimiento dramático que tiene lugar allí: están formulando declaraciones
que serán leídas o escuchadas por miles de personas. Ahora bien, el
periodista sabe que debe suministrar un suave tranquilizante, no un poderoso
somnífero. Es necesario que el entrevistado consiga relajarse y dialogar sin
presiones, no que olvide su responsabilidad por lo que dice. De lo contrario,
podríamos estar traicionando sus confesiones privadas. Él debe saber
perfectamente que está hablando para un medio de circulación pública. Lo que
queremos decir es que no dirá nada trascendente en estado de paranoia.
En
este sentido, podemos exagerar un poco y decir ue el periodista es una suerte de
hipnotizador que debe aplicar suaves dosis de su medicina para que el diálogo se
encarrile de manera productiva.
De modo que si hay un campo donde el
entrevistador no puede dejar de desarrollar una maestría es el de los vínculos.
Si no es capaz de lograr un buen rapport con sus personajes, es mejor
ue se dedique a otra especialidad periodística; y aun así probablemente tendrá
dificultades en este oficio.
Capítulo 2: Un abordaje práctico
Esquemáticamente, podríamos distinguir los tipos de entrevistas en sus grandes variantes, según lo que busca el periodista y según el grado de presencia del entrevistado, desde la forma más personalizada hasta el anonimato:
Entrevistas:
¿Por qué ensayar esta forma de clasificación si muchas veces las diferencias entre una otra variante no son estrictas? -frecuentemente se cruza lo testimonial con el personaje, lo informativo con la declaración-. ¿Cómo podríamos plantear las diferencias entre una y otra forma? En primer lugar, porque los diferentes tipos de entrevistas plantean problemas diversos y estrategias de trabajo específicas. La primer diferencia puede plantearse por el elemento predominante en cada variante. Por ejemplo, en las encuestas, en las que los consultados no interesan casi por sus referencias particulares sino en tanto forman yb sector de opinión y una cantidad significante en algo, se da la forma más impersonal de todas. Las preguntas son absolutamente pre-hechas, no tienen que adecuarse al entrevistado y en muy pocos casos se emplea la repregunta. Lo que se requiere en esta variante es un diseño inteligente del cuestionario para que las respuestas, que tienen la limitación de apuntar a la cantidad y no poder profundizar en cada consultado, den una información precisa, y para que al reunirlas en conjunto nos aporten tendencias significativas e inequívocas. como se sabe, las preguntas de las encuestas buscan más información concreta ("Asisto de mañana"; "Leo un libro por mes") y voluntad ("me gusta", "No me gusta"; "Estoy de acuerdo"; "Estoy en desacuerdo"), en lugar de análisis, que es imposible de realizar en dos minutos asignados a cada entrevistado.
Capítulo 4: