Cómo

Comenzó todo

Comunidad San José y Santa Cecilia


Mucha gente que visita nuestra Comunidad comentan sobre la profundidad y la riqueza de nuestra adoración. Esto no ha sucedido por casualidad...  Tenemos, luego de tantos años, la certeza que es un regalo del Señor.


Para entender qué sucede cuando llegamos a la  adoramos a Dios, es útil que sepan algo acerca de la historia de una peculiar experiencia de nuestra comunidad parroquial, que lleva ya varios años. Todo comenzó en los primeros meses del año 1997 cuando recibimos del Señor una invitación muy precisa: "Deseo que toda la comunidad parroquial me adore..."


Empezamos, entonces, a adorar con una sensación muy fuerte:  tener un llamado de parte del Señor a una relación más profunda con Él. Antes que empezáramos a reunirnos regularmente, cada dos lunes primero y luego todos los lunes, el Espíritu Santo había estado trabajando en nuestros  corazones creando una tremenda hambre de Dios. Un día mientras orábamos, la palabra adoración apareció como un titular de periódico. Nunca antes habíamos pensado mucho sobre esa palabra.


Después que empezamos a reunirnos regularmente en pequeños grupos, nos dimos cuenta que en momentos durante la reunión - casi siempre cuando cantábamos - experimentábamos a Dios profundamente. Cantábamos muchas canciones, pero mayormente canciones acerca de la adoración o de testimonios de un cristiano a otro. Pero también cantábamos  canciones dirigidas a Jesús, con letras como: Jesús te amo... Cómo te adoro mi Señor...  Esa clase de canciones despertaban y a la vez alimentaban el hambre de Dios dentro nuestro y producían "intimidad" con el Señor.


Comenzamos a preguntarnos, entonces, por qué algunas canciones parecían despertar algo dentro de nosotros y otras no.  Nos dimos cuenta que muchas veces habíamos  cantado acerca de la adoración, pero con todo, nunca adorábamos verdaderamente - excepto cuando nos tropezábamos con canciones íntimas como: Te amo Señor, y deseo llenar tu trono de alabanzas, etc... Empezamos a ver la diferencia entre las canciones acerca de Jesús y las canciones a Jesús...


Adorar -comprendimos- es la acción de libremente entregarle amor a Dios.  De hecho, por ejemplo, en el Salmo 18,1 leemos, «¡Cuánto te amo, Señor, fuerza mía!» La adoración también es una expresión de asombro, sumisión y respeto hacia Dios (ver Salmos 95,1-2; 96,1-3).


Fuimos descubriendo que el deseo más profundo de nuestro corazón es de adorar a Dios; hemos sido diseñados por Dios con este propósito. Si no adoramos a Dios, adoraremos a algo o alguien más... (para nosotros adorar es como respirar...)


Cuando estábamos dando nuestros primeros pasos los lunes, en lo que llamamos "Encuentros de Alabanza y Adoración", muchos de nosotros también comenzamos a adorarlo a solas en casa. Durante estos momentos a solas, no necesariamente cantábamos, pero nos inclinábamos, arrodillábamos..., o alzábamos las manos orando espontáneamente en el Espíritu - a veces con oraciones habladas, a veces con oraciones no vocalizadas, y a veces en una lengua que el Espíritu nos regalaba. Nos dimos cuenta que a medida que nuestra vida de adoración individual se profundizaba, cuando nos reuníamos, había más hambre de Dios y más de su Gloria nos rodeaba...


Aprendimos así que lo que pasa cuando estamos solos con el Señor, determina que tan íntima y profunda será la adoración cuando nos reunimos. Por ese tiempo nos dimos cuenta que nuestra adoración bendecía a Dios, que era sólo para Dios y no un medio de preparación para otra cosa... Esto fue una revelación emocionante. Después de aprender sobre el lugar central de la adoración en nuestras reuniones, hubieron muchos instantes en que lo único que hacíamos era adorar a Dios por una o dos horas.


Quizás lo más importante de los descubrimientos de ese tiempo fue que estábamos llamados a adorarlo siempre.No sólo en los momentos a solas, o junto a los demás  hermanos de la Comunidad, sino continuamente, llevando por el poder del Espíritu una vida santa...


También el Señor nos indicó que estos encuentros de Alabanza y Adoración debían ser un espacio abierto a los hermanos de otras Iglesias , Denominaciones y comunidades Cristianas. Y esto con la aprobación y bendición de nuestro Obispo.


Un resultado de nuestro adorar y bendecir a Dios fue y es que somos bendecidos por Él. No adoramos a Dios para ser bendecidos, pero somos bendecidos a medida que le adoramos a Él.  El visita a su pueblo con manifestaciones del Espíritu Santo en respuesta a nuestra alabanza y adoración.


          Así, fue que comprendimos, que la adoración tiene dos aspectos: comunicación con Dios a través de  medios como cantar y orar, y comunicación de parte de Dios a través de la enseñanza y la predicación de la Palabra, profecía, exhortación, etc. Lo levantamos y lo exaltamos, y como resultado somos atraídos a Su presencia en donde Él nos habla.             


          El Señor inspiró al salmista David a formular unas preguntas de una trascendencia vital para su vida y por consiguiente para la nuestra. El Salmo 15,1 dice: "¿Quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo?"


Estas dos preguntas nos dirigen hacia el sitio de encuentro con Dios, el lugar de la  plenitud. Sin lugar a dudas es este un lugar al cual El no quiere ya que le visitemos esporádicamente sino como bien dice el salmista desea que hagamos del mismo una habitación o morada.


El Tabernáculo es la figura que revela la sombra del Cristo que habría de venir y las condiciones o el orden dado por Dios para llegar a la comunión total con El.  El Tabernáculo era un lugar de transformación y preparación para el sacerdote que se disponía a penetrar al lugar santísimo. Hace 2000 años el velo del lugar santísimo fue abierto y el sacerdocio santo fue conferido a todos aquellos que se pusieran bajo la cobertura de la cruz. (aquí hablamos del sacerdocio que es de todos los fieles y no sólo del que poseen los que llamamos "curas") Pero esto de ninguna manera nos exime de pasar por el altar del sacrificio, poniéndonos sobre el, (Ro. 12,1; Lv.1,9), limpiarnos en la fuente de bronce, hecha con los espejos de las mujeres, símbolo inequívoco del lavamiento ante el espejo de la Palabra de Dios, (Ex.38,8; 2 Co.3,18). Estábamos profundamente conmovidos al descubrir estas verdades que sentimos son necesarias para elevarnos a un mayor nivel de revelación y madurez espiritual.


Continuamos profundizando esta descripción revelada del Tabernáculo. Descubrimos que a la entrada nos encontrábamos con la mesa de los panes de la proposición, que nos invitaba a sentarnos a la mesa y comer cada día del Pan de Vida que es Jesucristo (Ex.25,30; Jn.6,35). Vimos que un poco mas allá se encuentra el candelero de oro, al cual el sacerdote debía reponer el aceite día a día y limpiar los restos de impureza sacando fuera de la tienda. Aquí se nos invitaba a gritos a estar llenos del aceite fresco del Espíritu Santo, pues solo así nuestras lámparas tendrían autonomía para alumbrar sin usar un fuego prestado (Nm.8,4; Mt.5,15).


Por ultimo, dentro del lugar santo se encontraba el altar de bronce, el lugar del quebrantamiento y la humillación, del arrepentimiento genuino que nos llevó -muchas veces- a una sincera adoración en espíritu y en verdad, (Ex.40,26-27; Jn.4,24).  Por último  -y esto es maravilloso- existe el lugar donde se acaban las palabras y donde el Señor se revela en toda su magnificencia: El lugar Santísimo, el sitio donde la shekinah, la presencia de Dios, su gloria revelada toma lugar y control de todo y de todos. La invitación nos fue planteada por nuestro Señor y el desafío era llegar en nuestra adoración hasta el final.


Llegar al lugar del avivamiento, el lugar donde el fuego de Dios arde y la pasión nos consume de amor hasta los huesos, es el sitio del éxtasis, (donde nuestra percepción natural se remite a la mínima expresión, y nuestro ser espiritual es totalmente receptivo a la obra del Espíritu Santo). (Ex.40,34-35; Mt.27,51; Hch.22,17).


Por medio del profeta Jeremías se nos formuló proféticamente la pregunta: "¿quién estuvo en el secreto de Yavé, y vio y oyó su palabra? ¿Quién estuvo atento a su palabra, y la oyó? (Jeremías 23,18) Deseábamos poder decir: NOSOTROS.


Para concluir, simplemente les participamos una invitación: "HABITAR EN SU TABERNACULO, MORAR EN SU MONTE SANTO" Y la invitación es llegar hasta el final, hasta el lugar santísimo, hasta la cumbre del monte. Y esto cada vez que a solas o como comunidad, entremos a  su presencia... Se impone para estar a la altura de este tiempo crucial de la historia de la Iglesia y de la humanidad a quien servimos...


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