Fedor Dostoiewsky

 

 

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El adolescente (fragmento)

IV
Así pues, entre aquella servidumbre que era legión, además de Makar Ivanov se hallaba una muchacha que tenía ya los díeciocho años cuando Makar Dolgoruki, a los cincuenta, manifestó de repente la intención de casarse con ella. En el régimen de servidumbre, los casamientos entre siervos domésticos se realizaban, como se sábe, con autorización de los señores, a veces incluso por orden de los mismos. En la propiedad habitaba entonces una tía; a decir verdad, no era tía mía, sino la señora del castillo; solamente que, no sé por qué, todo el mundo la llamaba tía, tía en general, y lo mismo ocurría entre los Versilov, con los cuales, por lo demás, puede que estuviera emparentada. Era Tatiana Pavlovna Prutkova. Poseía aún en aquella época, en la misma provincia y en el mismo distrito, treinta y cinco «almas» de su propiedad exclusiva. Adrninistraba, o vigilaba más bien, a título de vecina, la hacienda de Versilov (quinientas almas), y aquella vigilancia, por lo que he oído decir, era tan eficaz como la de no importa qué intendente especialmente instruido. Por lo demás sus conocimientos no me interesan en absoluto; quiero agregar solamente, rechazando todo pensamiento de alabanza y de adulación, que esta Tatiana Pav1ovna es una criatura noble y hasta original.
Fue, pues, ella quien, lejos de contrariar las inclinaciones matrimoniales del sombrío Makar Dolgoruki (parece que era muy sombrío), las animó en el más alto grado. Sofía Andreievna (aquella sierva de dieciocho años, mi madre) era huérfana desde hacía varios años; su padre, que sentía por Makar Dolgoruki un respeto extraordinario y le estaba, no sé por qué, muy agradecido, siervo él también, al morir seis años antes, en su lecho de muerte, y se pretende incluso que un cuarto de hora antes de entregar el último suspiro, tanto que se podría haber visto en aquello, en caso de necesidad, un efecto del delirio si no hubiese sido ya incapaz como tal siervo, había llamado a Makar Dolgoruki y, delante de todo el personal y en presencia del sacerdote, le había expresado en voz alta y apremiante aquella última voluntad, señalándole a su hija:
-¡Edúcala y tómala por esposa!
Aquellas palabras fueron oídas por todo el mundo. En lo que concierne a Makar Ivanov, ignoro con qué sentimientos se casó seguidamente, si con gran placer o solamente para cumplir un deber. Lo más probable es que presentara el aire exterior de una perfecta indiferencia. Era un hombre que, ya entonces, sabía adoptar una pose. Sin estar versado en las Escrituras ni ser un letrado (se sabía de memoria todos los oficios y sobre todo algunas vidas de santos, pero principalmente de oídas), sin ser una especie de razonador de profesión, tenía sencillamente un carácter resuelto, a veces incluso aventurero; hablaba con aplomo, tenía juicios categóricos y, en una palabra, « vivía respetablemente», según su pasmosa expresión. He ahí la clase de hombre que era entonces. Naturalmente, disfrutaba del respeto universal, pero, se dice, se hacía insoportable a todo el mundo. Todo cambió cuando salió de la casa: no se habló ya de él más que como de un santo y un mártir. Todo esto lo sé de buena fuente.
Por lo que se refiere al carácter de mi madre, Tatiana Pavlovna la guardó a su vera hasta que cumplió los dieciocho años, a pesar del intendente, que quería ponerla como aprendiza en Moscú, y le dio alguna educación, es decir, le enseñó la costura, el corte, las buenas maneras a incluso le hizo aprender un poco a leer. En lo que se refiere a escribir, mi madre no llegó a hacerlo nunca pasablemente. A sus ojos, aquel matrimonio con Makar Ivanov era desde hacía mucho tiempo una cosa resuelta y todo lo que le sucedió entonces le pareció excelente y perfecto; se dejó conducir al altar con la fisonomía más tranquila que se pueda tener en caso semejante, tanto que la misma Tatiana Pavlovna la trató entonces de «pava». Por esta misma Tatiana Pavlovna me he enterado de lo que concíerne al carácter de mi madre en aquella época. Versilov llegó a sus tierras exactamente seis meses después de aquel matrimonio.

V
Quiero indicar solamente que jamás he podido saber ni adivinar de manera satisfactoria cómo comenzaron las cosas entre él y mi madre. Estoy totalmente dispuesto a creer, como él mismo me lo aseguró el año pasado, con rubor en las mejillas, aunque me hiciera todo el relato con el aire más desenvuelto y más «espiritual», que no hubo allí ni la novela más mínima, y que todo pasó «como pasan esas cosas». Creo que es verdad, y el «como pasan esas cosas» es una expresión encantadora. A pesar de todo, siempre he tenido deseos de saber cómo pudo iniciarse aquello. Esas porquerías siempre me han inspirado horror y me lo siguen inspirando. No, desde luego no es porque haya curiosidad malsana por mi parte. Haré notar que hasta el año pasado no he conocido a mi madre, por así decirlo; desde la infancia he estado confiado a extraños, para mayor comodidad de Versilov (más tarde se tratará de eso), y por consiguiente soy incapaz de figurarme la fisonomía que ella pudiera tener entonces. Si no era hermosa, ¿qué había en ella que pudiese seducir a un hombre como Versilov? Esta cuestión es importante para mí, porque este hombre se dibuja aquí en un aspecto extremadamente curioso. He ahí por qué me planteo la pregunta, y no por perversión. Él mismo, este hombre sombrío y reservado, me decía, con esa dió, pues, alguna cosa rara, en detrimento de la señorita Sapojkova (a mi entender, para ventaja de ella)j Una o dos veces, el año pasado, en los momentos en que se podía hablar con él, cosa que no ocurría todos los días, le hice estas preguntas y noté que, a pesar de toda su cortesía y a veinte años de distancia, se hacía rogar largo rato antes de decidirse a hablar. Pero yo lograba mi propósito. Por lo menos, con aquella desenvoltura mundana que se permitía conmigo muchas veces, esbozó un día cosas muy extrañas: mi madre era una de esas personas sin defensa a las que no se puede querer, ¡desde luego que no!, pero que de repente, sin que se sepa por qué, suscitan un sentimiento de lástima, a causa de su dulzura. ¿A causa de qué en realidad? Nunca se sabe con seguridad. Pero la lástima perdura; a fuerza de lástima, se siente uno ligado... «En una palabra, pequeño, sucede incluso que no es posible ya zafarse.» Eso es to que él me dijo. Y si las cosas ocurrieron realmente de aquella manera, me veo obligado a ver en él algo muy distinto al cachorrillo estúpido de que él mismo habla, refiriéndose a cómo era en aquella época. Esto es todo lo que yo quería hacer constar.
Por lo demás, se puso en seguida a asegurarme que mi madre lo había querido por «humildad»; un poco más, y ya iba a inventar que «por obediencia servil». Mentía por dárselas de elegante, mentía contra su propia conciencia, contra toda norma de honor y de generosidad.
Todo esto, desde luego, lo he escrito, pudiera decirse, en alabanza de mi madre, y sin embargo, como ya lo he declarado, ignoro en absoluto to que ella fuese entonces. Es más, conozco muy bien la impermeabilidad del ambiente y de las nociones lastimosas entre las cual.es ella se ha enranciado desde su infancia y entre las cuales ha pasado a continuación toda su existencia. A pesar de todo, la desgracia terminó por consumarse. A propósito, una rectificación: me he perdido entre las nubes y he olvidado un hecho que, por el contrario, era preciso hacer resaltar: todo se inició entre ellos precisamente por la desgracia. (Espero que el lector no se pondrá a fingir ahora que no comprende todo aquello de lo que inmediatamente quiero hablar.) En una palabra, aquellos comienzos fueron señoriales, aunque la señorita Sapojkova hubiese sido dejada a un lado. Pero aquí intervengo yo y declaro anticipadamente que no me contradigo en lo más mínimo. ¿De qué, gran Dios, de qué podía en aquella época hablarle un hombre como Versilov a una persona como mi madre, ni siquiera en el caso de un amor irresistible? Les he oído decir a personas libertinas que muy frecuentemente el hombre, al abordar a la mujer, empieza sin pronunciar una palabra, lo que es evidentemente el colmo de la monstruosidad y del cinismo; Versilov, aunque lo hubiese querido, no habría podido, creo yo, empezar de otra manera con mi madre. ¿Podría empezar explicándole el argumento de Paulina Saxe? Sin contar con que la literatura rusa era la menor preocupación de ambos; según sus propias palabras (un día que se franqueó conmigo), se ociltaban en los rincones, se acechaban el uno al otro en las escaleras, rebotaban lejos, como globos, con las mejillas rojas, si alguien pasaba, y el «tirano» temblaba delante de la última de las lavanderas, a pesar de todos sus derechos feudales. Si las cosas empezaron a la manera señorial, continuaron del mismo modo, pero no completamente, y en el fondo no hay que buscar explicaciones. No servirían más que para espesar las tinieblas. Las proporciones que tomó el amor de la pareja son ya un enigma, puesto que la primera cualidad de individuos como Versilov es la de dejarlo todo plantado una vez conseguido su objetivo. Pero aquí ocurrió de otra forma. Pecar con una bonita sierva pazguata (y no es que mi madre fuera tonta), para un « cachorrillo» libertino (todos eran libertinos, todos, hasta el último, progresistas y retrógrados) es cosa no solamente posible, sino incluso inevitable, sobre todo si se piensa en su situación novelesca de viudo joven y a sus anchas. Pero quererla toda la vida, es demasiado. No garantizo que él la haya querido; pero que la ha arrastrado detrás de él toda su vida, es un hecho.
He hecho muchas preguntas, pero hay una, la más ímportante, que no me he atrevido a hacerle a mi madre de una manera formal, aunque me haya compenetrado mucho con ella el año pasado y, aunque hijo grosero a ingrato que juzga que se es culpable ante él, no me haya enfadado con ella en absoluto. En cuanto a la pregunta, hela aquí: ¿cómo pudo ella, casada no hacía más que seis meses y aplastada bajo todas las ideas sobre la santidad del matrimonio, aplastada como una mosca sin defensa, ella que respetaba a su Makar Ivanovitch como una especie de Dios, cómo pudo, en quince días escasos, caer en semejante pecado? No se trataba sin embargo de una mujer descarriada. A1 contrario, to diré ahora anticipadamente, sería difícil representarse un alma más pura, como lo ha sido durante toda su vida. La sola explicación es que obró sin darse cuenta de lo que hacía, sin tener conciencia de ello, no en el sentido en que los abogados de hoy en día lo dicen de sus asesinos o de sus ladrones , sino bajo una de esas impresiones fuertes que, en una víctima un poco simplota, la arrastran fatal y trágicamente. ¿Quién sabe? Tal vez ella le amó hasta la locura, amó el porte de sus trajes, la raya a la parisiense de sus cabel.los, su pronunciación francesa, sí, francesa, de la cual ella no comprendía ni jota, la romanza que él cantó al piano. Amó algo que ella no había visto ni oído jamás (él era un hombre muy guapo) y de golpe y porrazo lo amó de cuerpo entero, hasta el desfallecimiento, lo amó con sus trajes y sus romanzas. He oído decir que esto les sucedía a veces a siervas jóvenes en la época de la servidumbre, a incluso a las más honradas. Lo comprendo. Vergüenza para quien lo explique únicamente por la servidumbre y «la humildad». Así pues, aquel joven pudo tener bastante fuerza y seducción para atraer a una criatura hasta entonces tan pura, y sobre todo a una criatura tan perfectamente extraña a su naturaleza, procediendo de un mundo muy distinto y de una tierra muy diferente, pudo atraerla a un abismo tan manifiesto. Que aquello era un abismo, espero que lo comprendió mi madre en todo momento; solamente que mientras caminaba hacía él no pensaba en eso; estos seres «sin defensa» son siempre los mismos: saben que el abismo está ahí y corren hacia él.
Cometido el pecado, se arrepintieron inmediatamente. Él me ha contado con bastante ingeniosidad cómo sollozó sobre el hombro de Makar Ivanovitch, llamado expresamente para eso a su despacho, mientras que ella, durante aquel tiempo... Ella estaba acostada en algún sitio sin conocimiento, en su cuartito de sierva...

Extraído de: Librodot.com

 

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