| El viraje en el rumbo espiritual
El triángulo espiritual vira lentamente hacia adelante y hacia
arriba. Una de las secciones inferiores, una de las más voluminosas,
escucha en la actualidad las primeras leyes del credo materialista, aunque
desde el punto de vista religioso, sus miembros reciben rótulos
diversos: judíos, católicos, protestantes. En realidad,
son ateos, ya que aceptan sin prejuicios a al,,-unos de los más
osados y a otros de los más medidos. El cielo está vacío.
Dios ha muerto. Desde el punto de vista político, son adeptos a
la democracia popular o son republicanos. El temor, la aversión
y la repugnancia que antes tuvieron por estas creencias políticas,
han sido volcados hoy en contra de la anarquía, de la que sólo
conocen el nombre pavoroso. Desde el punto de vista economice, son socialistas.
Empuñan la espada de la justicia para asestar el golpe mortal y
postrero a la hidra capitalista, porque los habitantes de esta sección
voluminosa del triángulo, jamás solucionaron cuestiones
en forma independiente; siempre han sido conducidos en el carro de la
Humanidad por hombres superiores y sacrificados, a quienes han observado
siempre desde una distancia inconmensurable. Es por ello que creen sencillo
promover y apoyar recetas que no se discuten y antídotos que nunca
fallan.
Las secciones superiores son neciamente ateas y basan su ateísmo
en juicios ajenos (un ejemplo es la frase de Virchow, inconcebible en
un científico: "He embalsamado muchos cadáveres y jamás
hallé un alma."). Por lo general, son secciones republicanas
políticamente, conocen diversas formas parlamentarias y leen los
artículos editoriales de los periódicos. Desde el punto
de vista
económico, son socialistas de distintos tipos, y sostienen sus
posturas con infinitas citas (desde Emma de Schweitzer hasta la Ley de
hierro de Lasalle y El Capital de Marx).
En estas secciones surgen nuevos temas que no existen más abajo:
la Ciencia y el Arte, entre los que figuran la Literatura y la Música.
Científicamente, son positivistas: sólo aceptan aquello
que puede ser medido y pesado. Todo lo otro es, para ellos, parte de la
misma locura que constituyeron ayer, según ellos, las teorías
hoy demostradas.
Desde el ángulo artístico, son naturalistas que admiten
y dan valor hasta cierto límite que otros han señalado y
que es, por ende, pasible de un gran respeto, personalidad, individualismo
y genio artístico.
No obstante, en estas secciones, detrás del orden aparente, la
firmeza y las convicciones infalibles, existe un temor oculto, una confusión,
dudas y una intranquilidad semejante a la de los pasajeros de un firme
y voluminoso transatlántico, cuando ven desvanecerse la tierra
firme en la distancia: en alta mar, nubes negras se unen y el viento amenazante
parece transformar el agua en montañas oscuras. Este temor se debe
a su formación intelectual. Saben que todo político, científico
o artista que hoy se celebra, no era antes más que un codicioso,
un charlatán o un embaucador, objeto de todos los insultos e indigno
de ser considerado.
Al paso que se asciende dentro del triángulo, este temor y esta
desconfianza se van conformando. En primer término, siempre hay
ojos que saben distinguir y mentes que relacionan. Estos hombres capacitados
se preguntan: si la verdad de anteayer fue reemplazada por la de ayer
y la de ayer por la de hoy, ¿no es factible entonces que la verdad
de hoy sea abolida por 1 a de mañana? Esto sólo lo aceptan
los más audaces.
En segundo término, hay ojos capaces de distinguir lo que la ciencia
de hoy todavía no ha desentrañado. Estos hombres se preguntan
si alcanzará a descifrar alguna vez la ciencia estos enigmas por
el camino que recorre hace tanto tiempo, y, si algún día
lo hiciera, si será fidedigna su solución.
En esta zona, también encontramos sabios profesionales que refieren
de qué manera recibieron las Academias en su momento teorías
que hoy son indiscutidas y plenamente aceptadas por ellas mismas, y por
críticos expertos que hoy escriben libros encomiosos y concienzudos
sobre aquello que ayer les parecía absurdo. Con estos libros derriban
barreras, allanadas ya por el Arte, y construyen otras que, según
ellos, serán inamovibles y vigentes por siempre. No comprenden
que con su labor erigen barreras detrás y no delante del Arte.
Y aun cuando lo comprendan, escribirán nuevos libros, que las pongan
solamente un poco más allá. Su quehacer no cambiará
mientras no comprendan que los principios exteriores del Arte rigen únicamente
para el pasado y no para el futuro. No existe ninguna especulación
teórica sobre estos principios que pueda regir la senda futura,
que puede ser situada en el orden de lo no material. Aquello que todavía
no es materia no puede cristalizarse materialmente. El espíritu
que conduce al orden futuro sólo puede manifestarse intuitivamente
(a través del talento del artista). La teoría es una lumbre
que ilumina los principios que han regido todo lo que nos precede (véase
el capítulo IV: Teoría).
Si continuamos ascendiendo, encontramos una confusión mayor todavía,
semejante a una gran ciudad, construida firmemente sobre leyes matemáticas
y arquitectónicas, que fuera sacudida de pronto por una fuerza
poderosa. Sus moradores habitan, de hecho, una ciudad espiritual, que
es invadida súbitamente por fuerzas que no habían pronosticado
sus arquitectos y matemáticos espirituales. Una zona de la construcción
se derrumba como un castillo de naipes. Una inconmensurable torre, que
se alarga hasta el cielo, edificada sobre bases espirituales, refinadas
y eternas, se ha convertido en ruinas. Sepulcros antiguos son abiertos
y salen de ellos espíritus olvidados. En el sol, erigido con tanto
empeño, aparecen manchas y oscurece. ¿Dónde hallar
reservas para enfrentarse con las tinieblas?
Hay también, en esta ciudad, habitantes sordos que, anonadados
por una sabiduría que les es ajena, no percibirán la caída;
son seres que, ciegos por esa ciencia de otros, aseguran que su sol cada
vez resplandece más y pronto verán desvanecerse las últimas
manchas. Pero, incluso ellos, oirán y verán.
Más arriba aún, el temor desaparece ya. Allí se está
gestando una valiente labor que hace temblar los pilares levantados por
los hombres. Allí hay sabios profesionales que estudian una y otra
vez la materia, que no se acobardan frente a ninguna cuestión,
y que, incluso, ponen en consideración la propia concepción
de la materia
sobre que hasta hoy descansaba todo y en la que se fundaba todo el universo.
La teoría de los electrones -teoría de la materia en movimiento-
que transformará en un todo la concepción de la materia,
posee hoy riesgosos representantes que exceden los límites de la
prudencia, y caen en la conquista de una nueva fortaleza para la ciencia,
como soldados que, olvidados de sí mismos, se sacrifican por el
resto en la toma de una valiosa fortaleza. Pero no existe fortaleza inexpugnable.
Por otro lado, son mayores los descubrimientos que antes la ciencia trataba
como charlatanería, o, tal vez, estamos más informados sobre
ellos. Aun los medios de información, que son en su mayoría
esbirros del éxito en la masa y que negocian con cualquier cosa,
se ven impelidos a atenuar o a hacer desaparecer el tono irónico
en sus informaciones sobre los milagros. Muchos científicos, incluso
materialistas puros, ponen su empeño en el análisis de fenómenos
extraordinarios, que ya no pueden permanecer ocultos'. Por último,
cada vez es mayor el número de personas que duda de los métodos
de la ciencia materialista aplicados ala no materia, la materia que nuestros
sentidos no perciben. Y de la misma manera que el Arte recurre a los primitivos,
ellos buscan auxilio en tiempos y métodos olvidados, que aún
permanecen vigentes en pueblos a los que solemos compadecer y despreciar
desde nuestro alto conocimiento.
Entre dichos pueblos se encuentran los hindúes que, de tanto en
tanto, exponen misteriosas realidades a los sabios de nuestra cultura.
Realidades que habitualmente son desatendidas o negadas, como moscas molestas,
con argumentos superficiales en exceso. La Sra. H. P. Blawatzky fue seguramente
la primera que logró relacionar a esos salvajes con nuestra cultura
luego de pasar tres largas temporadas en la India. De ella surge el importante
movimiento cultural que reúne a un gran número de personas
y que ha cristalizado esta unión espiritual en la Sociedad Teosófica,
formada por logias que intentan un acercamiento a los problemas espirituales
a través del conocimiento interior. Los métodos que utilizan,
a diferencia de los positivistas, provienen de métodos preexistentes,
medianamente precisados.
Blawatzky formuló la teoría teosófica, base del movimiento,
en una suerte de catecismo en el que el discípulo puede encontrar
todas las respuestas del teósofo a sus preguntas concretar. Según
las palabras de Blawatzky, teosofía significa verdad eterna. El
nuevo mensajero de la verdad hallará a la Humanidad preparada para
oír su mensaje gracias a la Sociedad Teosófica: tendrá
una forma para expresar las nuevas verdades, y una organización
que estaba aguardando su llegada de alguna manera, para barrer de su camino
los escollos materiales y las dificultades. Blawatzky postula que en el
siglo =, la tierra será un paraíso comparada con lo que
es hoy. Termina su libro con estas palabras. La extensión de este
movimiento es una realidad, a pesar de que pueda causar escepticismo en
quien los observara propensión de los teósofos a proponer
teorías y su satisfacción precipitada por responder rápidamente
a la sempiterna y gran cuestión. En el ámbito espiritual
se ofrece como un agente poderoso, que brinda una promesa de salvación
a las almas desesperadas y perdidas en las nieblas de la noche. Surge
como una mano que indica la senda y brinda su ayuda.
Cuando la religión, la ciencia y la moral esta última en
virtud a la labor destructiva de Nietzsche -se ven sacudidas, y sus bases
exteriores vaticinan el derrumbe, el hombre desvía su atención
de lo exterior y se concentra en sí mismo.
Las primeras zonas y las más sensibles que detectan realmente el
viraje en el rumbo espiritual son la literatura, la música y el
arte, reflejando en sí la imagen oscura del presente y la premonición
de algo importante -distante y ajeno aun para la masa-, una enorme sombra
apenas se va delineando, y los vuelve sombríos. Por otra parte,
se distancian del contenido de la vida presente, vacío de espíritu,
para volcarse a los asuntos y ámbitos que autorizan los anhelos
y la búsqueda no material de los espíritus sedientos.
Un ejemplo de ello lo constituye, en el campo literato, Maeterlinck, quien
nos presenta un universo fantástico, incluso sobrenatural. Sus
personajes (la princesa Maleine, las siete princesas, las ciegas) no son
seres humanos que habitaron épocas pretéritas, como podría
señalarse sobre los héroes estilizados de Shakespeare, sino
espíritus que buscan entre las tinieblas, arriesgándose
a ser devorados por ellas, y sobre las cuales impera una energía
invisible y pavorosa.
Esa lobreguez, y la incerteza que provoca el desconocimiento y el temor
hacia ella, conforman el universo de sus héroes. Maeterlinck constituye
uno de los tempranos profetas, artistas y visionarios decadentes. Su literatura
representa la atmósfera espiritual enrarecida por una fuerza demoledora,
que hoy rige y conduce, y un temor desesperado por la pérdida de
rumbo y la falta de guía'.
Maeterlinck crea dicha atmósfera con instrumentos artísticos
puros. Los instrumentos materiales que utiliza -lóbregos castillos,
noches de luna, viento, ciénagas, lechuzas-sólo cumplen
un rol simbólico y sirven como una música interna6.
El instrumento primordial de Maeterlinck es la palabra. La palabra es
un eco interior que surge en parte, o tal vez totalmente, del objeto al
cual refiere. Cuando únicamente oímos el vocablo y no surge
el objeto mismo, acude a la mente la imagen abstracta del objeto desmaterializado,
y rápidamente produce un sismo en el corazón. Los árboles
verdes, rojos o amarillos, que existen en la campiña, son sólo
casos tangibles, formas materializadas de aquello que percibimos en nuestro
interior cuando oímos la palabra "árbol". La percepción
poética, el uso apropiado de cierto vocablo y su repetición
interior varias veces consecutivas, desarrollan un eco interno y pueden
estimular otros atributos desconocidos de la palabra. En suma, la repetición
insistente de una misma palabra -antes juego favorito de la juventud y
ahora olvidado-produce la pérdida de significado. Es posible, incluso,
olvidar todo el sentido abstracto del objeto referido y tropezar con el
sonido puro de la palabra. En forma inconsciente, este sonido puro también
puede ser oído al unísono con el objeto concreto o con el
objeto abstracto. Si ocurre este último caso, el sonido puro está
en primer lugar e influye sobre la mente en forma directa; provoca un
sismo sin objeto, que es más complejo, más trascendente,
que la vibración anímica causada por el tañido de
una campana, el sonido de una cuerda o de una madera que se derrumba.
En esta línea, se abren grandes expectativas para la literatura
del futuro. Maeterlinck utiliza, aunque larvalmente, este poder de la
palabra en Serres chaudes, por ejemplo. Bajo su influjo, una palabra aparentemente
neutra llega a adquirir resonancias tenebrosas. Una palabra sencilla y
común (cabello, por ejemplo) puede contribuir en la construcción
de una atmósfera de dolor y desesperanza, si es utilizada del modo
apropiado. Esto es lo que realiza Maeterlinck, mostrándonos de
qué manera una luna entre relámpagos, truenos y nubes, son
instrumentos materiales que en el escenario, más que en la naturaleza,
pueden significar lo mismo que el 'cuco' para los niños. Los instrumentos
realmente interiores no pierden su fuerza y su efecto . La palabra, que
posee dos significaciones posibles en primer lugar, la inmediata y en
segundo lugar, la interna- es la materia pura de la poesía y la
literatura, es una materia que sólo el arte sabe trabajar y con
la cual convoca a los espíritus sensitivos.
En el campo musical, R. Wagner realizó algo similar. Su famoso
leiv-motiv tiene por objeto dotar al héroe con un motivo determinado,
con un medio puramente musical, además del vestuario, el maquillaje
y la iluminación. El motivo conforma una atmósfera espiritual,
manifestada a través de la música, que anticipa al héroe,
que emite su espíritu". Los músicos modernos, como
Debussy, toman impresiones de la naturaleza y las transforman, por intermedio
de la música, en cuadros espirituales. Es por esta razón
que se lo ha relacionado con los pintores impresionistas, ya que igual
que ellos, capta los fenómenos de la naturaleza para hacerlos objeto
de sus creaciones de un modo muy personal. Esto demuestra que, en esta
época, las artes se instruyen unas a otras y sus fines son muchas
veces similares. No obstante, esto no nos ilustra acabadamente la relevancia
de Debussy. A pesar de su relación con los impresionistas, su orientación
al contenido interior es inmensa, tanto que en sus trabajos se advierte,
sin esfuerzo, el espíritu disonante de nuestra época, con
todos sus pesares y perturbaciones nerviosas. Por otro lado, Debussy,
en sus trabajos impresionistas, tampoco utiliza notas materiales, propias
de la música de repertorio; se limita a dar significación
interna a lo exterior.
La música rusa (Mussorgsky) está influida notablemente por
Debussy. No es extraño entonces que exista un parentesco entre
6 y los compositores jóvenes rusos, entre los que es preciso nombrar
en primer término a Skriabin. Las obras de estos músicos
tienen un tono interior similar y comparten un defecto que muchas veces
fastidia al oyente: los dos desisten sorpresivamente de las formas nuevas,
para dejarse atraer por la belleza relativamente canonizada. El oyente
puede ofenderse por ser lanzado como una pelota del campo de la belleza
exterior al campo de la belleza interior. A esta última accedemos
por una poderosa necesidad interna de abandonar la belleza convencional.
Naturalmente, parece desagradable a quien no está acostumbrado,
ya que, en general, el ser humano se vuelca hacia lo externo y no acepta
con facilidad que
posee una necesidad interior (¡especialmente en nuestro días!).
Arnold Schónberg, compositor vienés, es el único
que, en el presente, circula por ese rumbo de renuncia completa a la belleza
habitual y propugna todo medio que conduzca a la autoexpresión.
Sólo unos pocos fervorosos reconocen su tarea. Este "charlatán,
inexperto, con ansia de publicidad", declara en su Teoría
de la armonía: "...cualquier acorde, cualquier progresión
musical es posible. Pero, intuyo que también existen condiciones
precisas de las que depende si uso una disonancia u otra".
Schójnberg intuye con claridad que la completa libertad, único
medio en el que puede desarrollarse el Arte, nunca será absoluta.
A cada período, le corresponde una cuota determinada de libertad,
y ni el genio más eficaz podrá exceder sus límites.
Pero esta cuota debe alcanzarse y a ella se llega ¡a pesar de todas
las trabas que se impongan! Schójnberg también intenta consumir
esa cuota de libertad, y en su rumbo por saciar la necesidad interior,
ha encontrado principios certeros de una belleza nueva. Su música
nos empuja a una zona nueva, en que las experiencias musicales son puramente
anímicas y no acústicas. Es el nacimiento de la música
del futuro.
En la pintura, luego del período idealista, ha surgido la escuela
impresionista, que tuvo su postura más dogmática, con fines
auténticamente naturalistas, en la teoría del neoimpresionismo,
que incursiona ya en la abstracción: su teoría (como método
universal) no consiste en inmovilizar una porción azarosa de la
naturalezaen el lienzo, sino en representarla en toda su abundancia y
color.
Casi al unísono surgieron tres expresiones diametralmente distintas:
1) Rossetti, y su discípulo Burne-Jones, y los seguidores de éste,
2) Bócklin, con su seguidor Stuck y los sucesores de éste,
y 3) Segantini, cuyos seguidores constituyen una huella degradada.
Escogí a estas tres figuras por considerarlos auténticos
ejemplos de la investigación en el orden de lo no material. Rossetti
se ligó a los prerrafaelistas y trató de resucitar sus formas
abstractas. Bdcklin se inclinó hacia el ámbito de lo mitológico
y lo legendario, y recubrió sus figuras abstractas con exuberantes
formas corpóreas y concretas. Segantini, sin duda el más
concreto de los tres, se volcaba hacia formas de la naturaleza, en las
que trabajaba hasta los detalles más pequeños (cordilleras,
rocas, animales). Supo, sin embargo, crear formas abstractas, a pesar
de los aparentes moldes concretos; por lo que sería el más
inmaterial de estos pintores. Todos ellos buscaron lo interior en lo exterior.
Cézanne, experimentando los nuevos principios formales, se planteó
la cuestión de un modo diferente, de acuerdo con los instrumentos
puros de la pintura. Era capaz de transformar una taza de té en
un ser vivo, o de distinguir un ser vivo en ella.
Perfeccionó la nature morte, a un punto en que lo que exteriormente
estaba muerto volvió a la vida. Manejó a los objetos como
si fueran seres vivos, ya que tenía la virtud de descubrir en todos
ellos, la vida interior. Creó la expresión cromático
de los objetos, su posibilidad pictórica interna, que reunió
en una totalidad, cual una fórmula de resonancia abstracta, plenamente
armónica y, muchas veces, sólo matemática. Lo que
pinta ya no es un hombre, ni una manzana, ni un árbol, sino que
estos elementos sirven al artista para gestar un objeto de resonancia
interior pictórica que construya una imagen. De esta manera llama
también a sus trabajos uno de los pintores franceses más
relevantes, Henri Matisse, quien crea imágenes en las que intenta
representar lo divino". Para ello, le basta un objeto (persona o
cosa) como punto de partida y los instrumentos privativos del arte pictórico:
la forma y el color. Matisse, poseedor, como todo francés, de un
prodigioso sentido del color, y motivado por sus atributos personales,
le da al color preponderancia sobre los demás elementos. Igual
que a Debussy, le es dificultoso abstenerse de la belleza clásica:
el impresionismo también ha impactado en él. Así
como hallamos en sus trabajos cuadros de una gran efusión interior,
engendrados por estímulos internos, también hallamos otras
pinturas que sólo se corresponden con estímulos exteriores
(¡tan evocadoras de Manet!) que tienen vida externa casi exclusivamente.
En estos cuadros, la belleza característica de la pintura francesa
-delicada, exquisita y armoniosa- llega a una altura fría, más
distante que las nubes.
En esta belleza clásica, jamás ha caído otro importante
parisiense, el español Pablo Picasso. De acuerdo con las premisas
de la auto expresión, e impelido a veces salvajemente por ellas,
Picasso se desplaza de un ámbito exterior a otro y, sin problemas,
aunque exista un abismo entre ambos, lo atraviesa, para instalarse en
ese ámbito nuevo, para horror de sus seguidores, que creían
haberle echado mano y a los que ha vuelto a escapárseles. De esta
manera emerge el cubismo, última escuela francesa, sobre la que
disertaremos más adelante. La propuesta de Picasso reside en alcanzar
lo constructivo con proporciones numéricas. En sus últimas
obras (1911), logra la devastación de lo material, a través
de un camino lógico; no a través de la supresión,
sino porla parcelación en distintos fragmentos y su posterior distribución
sobre el lienzo. Lo que resulta intrigante es que en estos movimientos
parece querer salvar la apariencia de la materia. Picasso no se amedrenta
con nada; si el color se vuelve un problema en el acabado de una figura
pictórica, pinta en marrón y blanco solamente. Estos problemas
conforman en realidad su grandeza.
Son dos caminos importantes hacia un objetivo ambicioso, Matisse el del
color y Picasso el de la forma.
Extraído de: “Sobre lo espiritual en el arte” Vassily
Kandinsky. Ediciones Need, 1998.
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