Maximiliano Lobosco

 

 

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La Rata I

Aquella noche el intenso calor ya no me permitía dormir más, por eso me levanté de la cama y me dirigí hacia la cocina en busca de un vaso de agua, pero ahí se encontraba ella. Estaba sentada en un rincón junto a la mugre arrinconada. Parecía llevar muchos minutos con la mirada clavada en alguna parte de esa humedecida y descascarada pared. Apenas escuchó mis pasos giró lentamente su rostro y me dijo: «Sabés?, lo estuve pensando mucho y decidí que no tengo porqué seguir escondiéndome de todos ustedes, si sos vos el que me tiene miedo, entonces escondete vos». -dijo la rata sobervia, como si esas fuesen las palabras más importantes y mejor pensadas de toda su vida.
Yo, aún medio sorprendido y más mareado por su asqueroso olor, no entendía absolutamente nada. Sólo la miré fijamente a su cara unos segundos, pero eso sólo bastó para que estallara de golpe, y con un tono de voz más elevado agregó lo siguiente: «Pero qué no entendés de lo que te dije que te me quedás mirando con esa cara de gilazo?, te es tan difícil entender que la postura de todos ustedes hacia nosotras es contradictoria?.»- Lo último ya me había cansado realmente, entonces tomé fuerzas y por primera vez me animé a contestarle: «No, no es una contradicción, es por eso que te tengo miedo, porque vivís escondida y rara vez te veo, ¿entendés?. Debés saber que tu carácter oculto es lo que me atemoriza cuando te veo, y no tanto tu morfología.»- Ante la cara estupefacta de ella decidí sintetizar todo diciendo que «la extrañeza ante lo desconcido es lo que nos provoca el miedo». Luego de un sorbo me tomé ese vaso de agua y lo poco que quedó en el fondo se lo sacudí con ganas en el medio de su rostro. La rata se paró sobre sus dos patas, me miró de arriba a abajo y sin decir una sola palabra abrió la puerta de la calle y se metió en otra casa.
Por mi parte solo puedo decir que la gente no habla con las ratas, o mejor dicho que las ratas no hablan. Pero esta hablaba y mucho.
La muy asquerosa prometió volver en busca de venganza, mientras hacía su última caquita debajo de la mesada de la cocina.
Correo de Poesía publicará con cada número un nuevo episodio de «La Rata».

La Rata II

La rata volvió. Sus nervios la habían dejado casi loca, estaba demasiado salvaje y toda su cara parecía como electrocutada.
Esperaba agazapada contra un rincón, había pasado mucho tiempo desde aquella noche y no quería echarlo todo a perder solo por un impulso. «Esta vez no voy a fallar», pensaba, mientras de a poco se empezaba a agitar. Su lomo subía y bajaba en esa oscuridad, que ella había elegido y en ese rincón húmedo que la llenaba más de olor como siempre lo había preferido.
Estaba asquerosa, nauceabunda y con gases. Se desgraciaba cada vez más seguido, tanto que esa cocina parecía esconder al menos tres cadáveres.
«No vengo en busca de ningún tipo de acuerdo ni de reparo, no hay razón que valga, el despecho me trajo hasta aquí y solo por el me iré. Esta vez no me quedaré callada e inmóvil...» Se sentía mejor al pensar así ya que se la veía un poco atemorizada.
Pasaban las horas y ella todavía ahí, sin saber muy bien en que lugar se encontraba exactamente. Permaneció con la mirada clavada hacia adelante, sin ver nada pero atenta a cualquier movimiento. Aún sin tener noción de la hora, tenía noción de los tiempos a través de las luces que le servían de alguna ayuda. Pero en esa casa no existía nada que la guiase, ni ruido, ni olores. Solo le quedaba esperar.
En algunos momentos de la vigilia se sentía más asustada que en otros. Hasta parecía ser ella la víctima. Pero las cartas ya estaban echadas, quien atacase primero seguro ganaría.
De pronto comenzaron a aclararse algunas partes de las paredes.
Estaba amaneciendo, sus pulsaciones desaseleraron un poco, se quedó más tranquila pero al darse cuenta de que su escondite no era de lo mejor, se volvió inquieta y fastidiosa, se golpeó todas las costillas tratando de salir de entre el refrigerador y una mesada; sus gritos lastimeros causaban temor y compasión. Luego ya había amanecido por completo, entonces sin pensarlo dos veces retrocedió hasta la pared, casi queda pegada al motor de la heladera. «Aquí no me descubrirá, aunque tampoco podré salir a atacarlo de sorpresa». Lo que menos se imaginó era que se había quedado atrapada, ya que el fondo era muy angosto y su cuerpo golpeado, de a poco iba perdiendo fuerzas para salir de ahí.
Eran las seis de la tarde y todavía nadie había entrado en la cocina.
La rata ya se empezaba a desvanecer lentamente. No tenía modo de salir de aquel rincón y ya se estaba empezando a dar cuenta de eso.
El hambre la apremiaba y en uno de sus costados pudo divisar entre la tierra cumulada algunas pastillas bastante tentadoras. Pero todavía su voluntad era mayor y prefería morir asesinada a palazos que correr ese riesgo. Estaba cada vez más desnutrida, más nauseabunda. De un minuto a otro seguramente moriría.

La Rata III

De pronto se abrió la puerta de entrada. La cocina que quedaba a la izquierda de esta, parecía ocultar algo raro, por lo menos así lo sintió esta persona que llegaba a su casa luego de estar dos días ausente por un viaje al exterior. Apoyó su valija contra alguna pared y se sentó de inmediato en un sofá del living, pero sin quitar la mirada de esa puerta que ya lo estaba empezando a inquietar.
Después supuso que su hijo habría llegado el día enterior, y entonces más aliviado se paró con la intención de abrir inmediatamente esa puerta, intuyendo que él podría estar ahí. Presurosamente se acercó y tomó firmemente el picaporte, de pronto sintió un olor, como los que suelen tener los perros muertos después de estar tres días pegados contra una vereda, esto lo impulsó hacia atrás de inmediato ya que le dió demasiada repugnancia.
Dudó un instante antes de intentar arremeter de nuevo, cuando de pronto sintió un golpe fuerte que provenía del dormitorio. Hacia allá acudió corriendo, empujó la puerta y se encontró con su hijo que estaba con medio cuerpo sobre el piso y medio sobre la cama. Con los brazos extendidos sobre la alfombra y con la cara en carne viva repleta de pequeñas mordeduras por donde no dejaba de brotar la sangre. Le faltaban pedazos del cuero cabelludo y todo su cráneo parecía haber sido atacado por pequeñas garras.
Su padre, en una impronta desesperada y a los gritos, lo tomó en sus brazos y lo recostó sobre la cama, (de donde aparentemente por su posición recién había caido). Lo abofeteó para poder despertarlo, pero nada, entonces le tomó el pulso mientras que con la otra mano le abría los ojos.
Luego sintió que aún circulaba sangre por sus venas, entonces apoyó suavemente su cabeza contra la almohada y se dirigió hacia el teléfono, ubicado en el living para llamar al servicio médico.
Pero ahí, en ese living y sobre su butaca se encontraba ella; cruzada de patas, paciente y con un escarbadiente entre sus paletas ensangrentadas.
Al verla se quedó paralizado. Ella sólo seguía sacándose restos de carne de entre sus dientes ante el temor de este hombre que no tuvo tiempo de decir ni una palabra ya que enseguida escuchó algunos balbuceos que provenían de su hijo, así que enloquecido corrió hacia él y lo tomó de los hombros casi samarréandolo para que hablara, cuando se dió cuenta de que este esfuerzo le provocaba que perdiera más sangre desde su boca decidió abrírsela en busca de una herida, entonces notó que su lengua había sido comida casi por completa. Después de haber visto esto, el padre cayó desmayado junto a su hijo, mientras que este seguía balbuceando cada vez más fuerte por la desesperación y la impotencia.

La Rata IV

En un lapso muy corto el padre volvió en sí. Todavía seguía un poco inconsciente y mareado por la reciente lipotimia. Por un momento creyó que había despertado de una horrible pesadilla. Entonces, más tranquilo, trató de levantarse pero solo logró empinar la mitad del cuerpo.
Nuevamente volvieron las palpitaciones, y los calores fríos se hacían notar desde una regadera de transpiración que empezaba en la frente y se estancaba en el abdomen.
Tenía la sensación de haber olvidado algo. Su estado nervioso era cada vez más crítico. Un golpe duro le esperaba y no quería saber de que se trataba. Pero se dio cuenta cuando bajó de la cama, en el momento que tropezó con la pierna rígida de su hijo que se extendía transversalmente por el dormitorio. Cayó de boca al suelo, pero como si tuviera un resorte se levantó enseguida y fue en busca de una cuchilla para acabar con la rata.
El hombre salió desesperado de su casa, descendió por es ascensor sin tener aparentemente algún rumbo fijo. Aún llevaba su arma en la mano, de esto se percató justo antes de salir de él. Entonces envainó su cuchilla en la parte trasera de su jean. Abandonó el ascensor y a la vez que lo cerraba se acordó que había dejado su puerta sin cerrar. Amago a subir de nuevo pero no lo hizo. Corrió por el hall de entrada del edificio hasta la puerta principal. Rápidamente buscó sus llaves en el bolsillo.
Los nervios volvieron a apremiarlo, sudaba mientras giraba esa llave en la cerradura. Abrió y salió corriendo hasta la esquina. Allí frenó y se serenó un poco para poder vigilar con esos ojos que giraban como un radar todos los espacios más cercanos. Pero pensó que ya era tarde. En su departamento lo esperaba lo peor: un hijo por sepultar y una rata por matar.
Ya empezaba a oscurecer y la vuelta a casa motivaba su angustia. Esa calle parecía infinita. De pronto decidió acelerar sus pasos al recordar nuevamente que había dejado abierta la puerta de su departamento.
Su depresión lo llevó como si fuera un fantasma hasta el ascensor. No pensaba en nada. Su conciencia estaba como obnubilada y perdida. Cabizbajo entró y automáticamente marcó el séptimo piso. Empezó a subir y ya en el segundo se empezó a sacudir para un lado y para otro. Se produjo un chispazo que fue la génesis de un corte de energía que de inmediato detuvo el ascensor. Quiso salir pero no pudo. Lugo cayó algo del techo que retumbó a su lado como una bolsa de papas. Esto empezó a erguirse lentamente a medida que iba tomando forma. En esa oscuridad dibujó una gran sonrisa e hizo chillar un poco sus dientes. Hundió su mirada en los ojos del hombre y le dijo: «Ahora podemos hablar o querés que piquemos algo antes?».

 

La Rata V

El ascensor se detuvo antes de lo esperado. Las rendijas estaban ensalzadas de sangre que tímidamente bajaban hasta el piso. De un minuto al otro el pasillo se convertiría en el «buchon» del crimen.
El encargado del edificio ya empezaba a hacer su recorrido habitual de las ocho de la noche por el edificio, recogiendo los residuos que los inquilinos dejaban en un pequeño cuarto. Siempre comenzaba su faena desde el último piso, por eso llamó al ascensor desde la planta baja. -¡Pero carajo!, que pasa que tarda tanto- decía mientras se empezaba a impacientar. Luego prendió un cigarrillo, guardó el encendedor y empezó a oler con fuerza para ambos lados. -¡Uh!, que olorcito madre mía, si no me apuro a sacar la basura nos morimos todos- pensaba, mientras comenzaba la caminata por las escaleras para ver lo que pasaba con el ascensor.
Durante el tiempo que le llevó subir desde la planta baja hasta el primer piso, mantuvo la mente ocupada pensando en si la inquilina del 5º C ya le había pagado las expensas del mes pasado. Del primer piso al segundo pensó si se había bañado; ya que ese olor ya había impregnado todo el edificio y no podía definir bien de donde provenía. Del segundo piso al tercero se prometió a sí mismo que se iba a bañar más seguido y que ya no iba a molestar más a los inquilinos.
Pero ni bien ingresó en el pasillo del tercer piso, sintió un ruido raro, también escuchó un forcejeo que provenía del ascensor que ahí mismo había quedado atascado. Pero de golpe se soltaron los cables que sostenían el ascensor y este no tardó mucho en estrellarse contra el sótano. El temor y el susto repentino provocaron un paro cardíaco en el encargado que murió instantáneamente. De poco y nada le había servido cambiar tanto al pobre hombre.
Unos pisos más abajo, en el sótano, la rata luchaba por no sucumbir calcinada.

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