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Ferdinand de Saussure

El lenguaje se basa en oposiciones


Cuando se comparan los signos entre sí -términos positivos-, ya no se puede hablar de diferencia; la expresión sería impropia, puesto que no se aplica bien más que a la comparación de dos imágenes acústicas, por ejemplo padre y madre, o a la de dos ideas, por ejemplo la idea «padre» y la idea «madre»; dos signos que comportan cada uno un significado y un significante no son diferentes, sólo son distintos. Entre ellos no hay más que oposición. Todo el mecanismo del lenguaje, de que hablaremos luego, se basa en oposiciones de este género y en las diferencias fónicas y conceptuales que implican.

Lo que es verdad respecto al valor lo es también respecto a la unidad. Es un fragmento de la cadena hablada correspondiente a cierto concepto; uno y otro son de naturaleza puramente diferencial. Aplicado a la unidad, el principio de diferenciación se puede formular así: los caracteres de la unidad se confunden con la unidad misma. En la lengua, como en todo sistema semiológico, lo que distingue a un signo es todo lo que lo constituye. La diferencia es lo que hace la característica, como hace el valor y la unidad.

Otra consecuencia, bien paradójica, de este mismo principio: lo que comúnmente se llama «un hecho de gramática» responde en último análisis a la definición de la unidad, porque expresa siempre una oposición de términos; sólo que esta oposición resulta particularmente significativa, por ejemplo la formación del plural alemán del tipo Nacht: Nächte. Cada uno de los términos enfrentados en el hecho gramatical (el singular sin metafonía y sin e final, opuesto al plural con metafonía y con -e) está constituido por todo un juego de oposiciones en el seno del sistema; tomados aisladamente, ni Nacht ni Nächte son nada: luego todo es oposición. Dicho de otro modo, se puede expresar la relación Nacht: Nächte con una fórmula algebraica a/b, donde a y b no son términos simples, sino que resulta cada uno de un conjunto de conexiones. La lengua, por decirlo así, es un álgebra que no tuviera más que términos complejos. Entre las oposiciones que abarca hay unas más significativas que otras; pero unidad y «hecho de gramática» no son más que nombres diferentes para designar aspectos diversos de un mismo hecho general: el juego de oposiciones lingüísticas. [...]

Unidad y hecho de gramática no se confundirían si los signos lingüísticos estuvieran constituidos por algo más que por diferencias. Pero siendo la lengua como es, de cualquier lado que se la mire no se encontrará cosa más simple: en todas partes y siempre este mismo equilibrio complejo de términos que se condicionan recíprocamente.

Curso de lingüística general, Losada, Buenos Aires 1973, 12ª ed., p. 204-206.

 

Carácter arbitrario del signo


Lo arbitrario mismo del signo pone a la lengua al abrigo de toda tentativa que pueda modificarla. La masa, aunque fuera más consciente de lo que es, no podría discutirla. Pues para que una cosa entre en cuestión es necesario que se base en una norma razonable. Se puede, por ejemplo, debatir si la forma monogámica del matrimonio es más razonable que la poligámica y hacer valer las razones para una u otra. Se podría también discutir un sistema de símbolos, porque el símbolo guarda una relación racional con la cosa significada; pero en cuanto a la lengua, sistema de signos arbitrarios, esa base falta, y con ella desaparece todo terreno sólido de discusión; no hay motivo alguno para preferir soeur a sister o a hermana, Ochs, a boeuf o a buey, etc.

Curso de lingüística general, Losada, Buenos Aires 1973, 12ª ed., p. 137-138.

 

La lengua es un sistema


[...] Pero de entre todas las comparaciones que se podrían imaginar, la más demostrativa es la que se hace entre el juego de la lengua y una partida de ajedrez. En ambos juegos estamos en presencia de un sistema de valores y asistimos a sus modificaciones. Una partida de ajedrez es como una realización artificial de lo que la lengua nos presenta en forma natural.
Veámoslo más de cerca.
En primer lugar, un estado del juego corresponde enteramente a un estado de la lengua. El valor respectivo de las piezas depende de su posición en el tablero, del mismo modo que en la lengua cada término tiene un valor por su oposición con todos los otros términos.
En segundo lugar, el sistema nunca es más que momentáneo: varía de posición a posición. Verdad que los valores dependen también, y sobre todo, de una convención inmutable, la regla de juego, que existe antes de iniciarse la partida y persiste tras cada jugada. Esta regla admitida una vez para siempre existe también en la lengua: son los principios constantes de la semiología.


Curso de lingüística general, Losada, Buenos Aires 1973, 12ª ed., p. 158-159.

Lengua y habla

El estudio del lenguaje comporta, pues, dos partes: la una, esencial, tiene por objeto la lengua, que es social en su esencia e independiente del individuo; este estudio es únicamente psíquico; la otra, secundaria, tiene por objeto la parte individual del lenguaje, es decir, el habla, incluida la fonación, y es psicofísica.

Sin duda, ambos objetos están estrechamente ligados y se suponen recíprocamente: la lengua es necesaria para que el habla sea inteligible y produzca todos sus efectos; pero el habla es necesaria para que la lengua se establezca; históricamente, el hecho de habla precede siempre. ¿Cómo se le ocurriría a nadie asociar una idea con una imagen verbal, si no se empezara por sorprender tal asociación en un acto de habla? Por otra parte, oyendo a los otros es como cada uno aprende su lengua materna, que no llega a depositarse en nuestro cerebro más que al cabo de innumerables experiencias. Por último, el habla es la que hace evolucionar a la lengua: las impresiones recibidas oyendo a los demás son las que modifican nuestros hábitos lingüísticos. Hay, pues, interdependencia de lengua y habla: aquélla es a la vez el instrumento y el producto de ésta. Pero eso no les impide ser dos cosas absolutamente distintas.

La lengua existe en la colectividad en la forma de una suma de acuñaciones depositadas en cada cerebro, más o menos como un diccionario cuyos ejemplares, idénticos, fueran repartidos entre los individuos. Es, pues, algo que está en cada uno de ellos, aunque común a todos y situado fuera de la voluntad de los depositarios. Este modo de existencia de la lengua puede quedar representado por la fórmula:

1 + 1 +1 +1 ... = I (modelo colectivo).

¿De qué modo está presente el habla en esta misma colectividad? El habla es la suma de todo lo que las gentes dicen, y comprende: a) combinaciones individuales, dependientes de la voluntad de los hablantes; b) actos de fonación igualmente voluntarios, necesarios para ejecutar tales combinaciones. No hay, pues, nada colectivo en el habla; sus manifestaciones son individuales y momentáneas. En ella no hay nada más que la suma de los casos particulares, según la fórmula:

(1 + 1´ + 1´´ + 1´´´ ...).

Por todas estas razones sería quimérico reunir en un mismo punto de vista la lengua y el habla. El conjunto global del lenguaje es incognoscible porque no es homogéneo, mientras que la distinción y la subordinación propuestas lo aclaran todo.

Curso de lingüística general, Losada, Buenos Aires 1973, 12ª ed., p. 64-65.


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