Santo (1225-1274), filósofo y teólogo
italiano, en ocasiones llamado Doctor Angélico y El Príncipe
de los Escolásticos, cuyas obras le han convertido en la figura
más importante de la filosofía escolástica y uno
de los teólogos más sobresalientes del catolicismo.Nació
en una familia noble en Roccasecca (cerca de Aquino, en Italia) y estudió
en el monasterio benedictino de Montecassino y en la Universidad de Nápoles.
Ingresó en la orden de los dominicos todavía sin graduarse
en 1243, el año de la muerte de su padre. Su madre, que se oponía
a la entrada de Tomás en una orden mendicante, le confinó
en el castillo familiar durante más de un año en un vano
intento de hacerle abandonar el camino que había elegido. Le liberó
en 1245, y entonces Tomás viajó a París para completar
su formación. Estudió con el filósofo escolástico
alemán Alberto Magno, siguiéndole a Colonia en 1248. Como
Tomás era de poderosa constitución física y taciturno,
sus compañeros novicios le llamaban Buey Mudo, pero Alberto Magno
había predicho que “este buey un día llenará
el mundo con sus bramidos”.
Tomás de Aquino fue ordenado sacerdote en 1250, y empezó
a impartir clases en la Universidad de París en 1252. Sus primeros
escritos, en particular sumarios y explicaciones de sus clases, aparecieron
dos años más tarde. Su primera obra importante fue Scriptum
super quatuor libris Sententiarum Magistri Petri Lombardi (escrita aproximadamente
entre 1254 y 1259), que consiste en comentarios sobre una obra influyente
relacionada con los sacramentos de la Iglesia, Sententiarum libri quatuor
(Cuatro libros de sentencias) del teólogo italiano Pedro Lombardo.
En 1256 a Tomás de Aquino se le concedió un doctorado en
Teología y fue nombrado profesor de Filosofía en la Universidad
de París. El papa Alejandro IV le llamó a Roma en 1259,
donde sirvió como consejero y profesor en la curia papal. Regresó
a París en 1268, y enseguida llegó a implicarse en una controversia
con el filósofo francés Siger de Brabante y otros seguidores
del filósofo islámico Averroes.
Para comprender la crucial importancia de esta polémica en la evolución
del pensamiento de Occidente, es necesario considerar el contexto en que
se produjo. Antes de Tomás de Aquino, el pensamiento occidental
había estado dominado por la filosofía de san Agustín,
el gran Padre y Doctor de la Iglesia occidental durante los siglos IV
y V, quien consideraba que en la búsqueda de la verdad se debía
confiar en la experiencia de los sentidos. A principios del siglo XIII
las principales obras de Aristóteles estuvieron disponibles en
una traducción latina de la Escuela de traductores de Toledo, acompañadas
por los comentarios de Averroes y otros eruditos islámicos. El
vigor, la claridad y la autoridad de las enseñanzas de Aristóteles
devolvieron la confianza en el conocimiento empírico, lo que originó
la formación de una escuela de filósofos conocidos como
averroístas. Bajo el liderazgo de Siger de Brabante, los averroístas
afirmaban que la filosofía era independiente de la revelación.
Esta postura amenazaba la integridad y supremacía de la doctrina
católica apostólica romana y llenó de preocupación
a los pensadores ortodoxos. Ignorar a Aristóteles —en la
interpretación que de sus enseñanzas hacían los averroístas—
era imposible, y condenar sus enseñanzas era inútil. Tenía
que ser tenido en cuenta. San Alberto Magno y otros eruditos habían
intentado hacer frente a los averroístas, pero con poco éxito.
Santo Tomás triunfó con brillantez.
Reconciliando el énfasis agustino sobre el principio espiritual
humano con la afirmación averroísta de la autonomía
del conocimiento derivado de los sentidos, Tomás de Aquino insistía
en que las verdades de la fe y las propias de la experiencia sensible,
así como las presentaba Aristóteles, son compatibles y complementarias.
Algunas verdades, como el misterio de la Encarnación, pueden ser
conocidas sólo a través de la revelación, y otras,
como la composición de las cosas materiales, sólo a través
de la experiencia; aun otras, como la existencia de Dios, son conocidas
a través de ambas por igual. Así, la fe guía al hombre
hacia su fin último, Dios; supera a la razón, pero no la
anula. Todo conocimiento, mantenía, tiene su origen en la sensación,
pero los datos de la experiencia sensible pueden hacerse inteligibles
sólo por la acción del intelecto, que eleva el pensamiento
hacia la aprehensión de tales realidades inmateriales como el alma
humana, los ángeles y Dios. Para lograr la comprensión de
las verdades más elevadas, aquellas con las que está relacionada
la religión, es necesaria la ayuda de la revelación. El
realismo moderado de santo Tomás situaba los universales (abstracciones)
en el ámbito de la mente, en oposición al realismo extremo,
que los proponía como existentes por sí mismos, con independencia
del pensamiento humano. No obstante, admitía una base para los
universales en las cosas existentes en oposición al nominalismo
y el conceptualismo. En su filosofía de la política, a pesar
de reconocer el valor positivo de la sociedad humana, se propone justificar
la perfecta racionalidad de la subordinación del Estado a la Iglesia.
Santo Tomás primero sugirió su opinión madurada en
De unitate intellectus contra averroistas (1270). Esta obra invirtió
la corriente de opinión hasta entonces favorable a sus oponentes,
quienes fueron censurados por la Iglesia.
Santo Tomás dejó París en 1272 y se fue a Nápoles,
donde organizó una nueva escuela dominica. En marzo de 1274, mientras
viajaba para asistir al II Concilio de Lyon, al que había sido
enviado por el papa Gregorio X, cayó enfermo. Falleció el
7 de marzo en el monasterio cisterciense de Fossanova.
Santo Tomás fue canonizado por el papa Juan XXII en 1323 y proclamado
Doctor de la Iglesia por el papa Pío V en 1567. Su fiesta se celebra
el 28 de enero.
Con más fortuna que ningún otro teólogo o filósofo,
santo Tomás organizó el conocimiento de su tiempo y lo puso
al servicio de su fe. En su esfuerzo para reconciliar fe con intelecto,
creó una síntesis filosófica de las obras y enseñanzas
de Aristóteles y otros sabios clásicos: de san Agustín
y otros Padres de la Iglesia, de Averroes, Avicena, y otros eruditos islámicos,
de pensadores judíos como Maimónides y Solomon ben Yehuda
ibn Gabirol, y de sus predecesores en la tradición escolástica.
Santo Tomás consiguió integrar en un sistema ordenado el
pensamiento de estos autores con las enseñanzas de la Biblia y
la doctrina católica.
El éxito de santo Tomás fue inmenso; su obra marca una de
las escasas grandes culminaciones en la historia de la filosofía.
Después de él, los filósofos occidentales sólo
podían elegir entre seguirle con humildad o separarse radicalmente
de su magisterio. En los siglos posteriores a su muerte, la tendencia
dominante y constante entre los pensadores católicos fue adoptar
la segunda alternativa. El interés en la filosofía tomista
empezó a restablecerse, sin embargo, hacia el final del siglo XIX.
En la encíclica Aeterni Patris (Del Padre eterno, 1879), el papa
León XIII recomendaba que la filosofía de santo Tomás
fuera la base de la enseñanza en todas las escuelas católicas.
El papa Pío XII, en la encíclica Humani generis (1950),
afirmaba que la filosofía tomista es la guía más
segura para la doctrina católica y desaprobaba toda desviación
de ella. El tomismo permanece como una escuela importante en el pensamiento
contemporáneo. Entre los pensadores, católicos y no católicos,
que han trabajado dentro del marco tomista, han estado los filósofos
franceses Jacques Maritain y Étienne Gilson.
Santo Tomás fue un autor prolífico en extremo,
con cerca de 800 obras atribuidas. Las dos más importantes son
Summa contra Gentiles (1261-1264), un estudio razonado con la intención
de persuadir a los intelectuales musulmanes de la verdad del cristianismo
y, sobre todo, Summa Theologiae (que comenzó a escribir en 1265
y dejó inconclusa).
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