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Sergio Cerón

“!Se agota el petrÓleo del Mar del Norte; vayamos al AtlÁntico Sur!”

EUROPA RUMBO AL SUDOESTE

El Hemisferio Sur está condenado a abastecer a los países ricos de los bienes naturales, desde alimentos a energía, agua potable y aire puro, que la locura consumista  de las potencias industriales agotaron en su suelo.  Estadounidenses y europeos, con  iguales objetivos y, a veces, distintas tácticas, insisten en el modelo de explotación colonial que nació con el imperialismo de los siglos XVI y XVII. No agotemos nuestras energías en apelar a argumentos jurídicos y apelaciones sentimentales a nuestros antepasados que llegaron del Viejo Continente. La decisión de la Unión Europea de reconocer a las islas del Atlántico Sur, usurpadas por Gran Bretaña, como parte de esa comunidad, tiene por principal razón saquear nuestras riquezas y frustrar nuestro futuro. La Guerra de Malvinas fue, como la Guerra del Chaco, un conflicto provocado por los ingleses, con el apoyo y la simpatía de los europeos, socios en la explotación de los yacimientos del Mar del Norte, próximos a su agotamiento. Viejas estimaciones de los servicios geológicos del Hemisferio Norte, de hace un cuarto de siglo, estimaban el potencial de la plataforma continental submarina argentina en no menos de 200 mil millones de barriles de petróleo y gas equivalente en calorías. A 50 dólares el barril, bordeamos una cifra de 10 billones (castellanos) de dólares. O, para aclarar, diez millones de millones. ¿Hace falta agregar algo más?


Los argentinos hemos sido educados en la tradición romano-hispánica del respeto por el Derecho.  Es así que en nuestros conflictos internacionales, de orden limítrofe o de intereses, siempre se han gestado dentro de nuestras fronteras numerosas controversias sobre la fundamentación jurídica de nuestra posición ante otros países.  Hemos llegado hasta el borde del agotamiento nervioso en la discusión acerca de si tal o cual escuela del Derecho avalaba ante la opinión mundial nuestros derechos. En nuestra ingenuidad histórica – o por la complicidad de nuestras clases dirigentes colonializadas – hemos apelado al arbitraje para dirimir conflictos de límites con Chile, el Brasil, Bolivia o Paraguay. Curiosamente, los árbitros siempre fueron personajes de las grandes potencias con intereses propios en la región sudamericana que, indefectiblemente, fallaban de acuerdo s sus propios intereses y, por lo general,  contra la Argentina.

Por eso, no puedo menos que dejar escapar una sonrisa escéptica, cuando algunos analistas, muchos de ellos de indudable buena fe, se esfuerzan por demostrar en qué medida las normas del Derecho Internacional resultan favorables para la Argentina y proponen apelar a los tribunales internacionales. Se muestran plenamente convencidos de que la justicia se mueve por las reglas del arte jurídico y desconocen, que en el plano fáctico, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, la realidad  sacude un mazazo a nuestra ingenuidad y nos grita al oído que, al menos en este momento histórico, el que inclina la balanza es el poder.

Nos acabamos de enterar que la Unión Europea reconoce como parte de su comunidad, a través de la presencia de Gran Bretaña, al territorio de las Malvinas y demás islas del Atlántico Sur, como las Georgias o las Sándwich.

No faltan, claro está, quienes se sienten proclives a convocar a un  cónclave de sabios hombres que han pasado gran parte de su existencia hurgando los más famosos tratados del Derecho Internacional, para que nos mostremos ante el mundo como los propietarios morales de dichos archipiélagos.

Ocurre que el mundo, a través de la historia, y mucho más en la era de la globalización, no se desvela por las argumentaciones éticas o legales; se preocupa mucho más por apreciar quiénes tienen el control de las palancas financieras o de los misiles teledirigidos guiados por los satélites que circunvalan el globo en posiciones geoestacionarias para espiar nuestra intimidad o las comunicaciones de sus enemigos y, llegado el caso extremos, para dirigir hacia los blancos prefijados sus mortales vectores supersónicos.

En 1984 afirmé (ver “Malvinas:¿gesta heroica o derrota vergonzosa?”, Ed. Sudamericana) que la crisis del petróleo de 1973 (OPEP) y el consiguiente aumento del precio del barril, había actualizado bruscamente el valor de los potenciales yacimientos submarinos de nuestra plataforma continental y que los ojos de los magnates petroleros comenzaron a escudriñar las aguas gélidas y tormentosas del Atlántico Sudoccidental en el que, con epicentro en las Malvinas e irradiación hacia las Georgias y Sándwich, los servicios geológicos detectaron una formidable potencialidad hidrocarburífera.

Desde entonces los centros energéticos internacionales y los medios de difusión, particularmente los argentinos, han tendido un manto de silencio absoluto sobre el tema.  En la Argentina, Adolfo Silenzi de Stagni, un estudioso y patriótico defensor de las riquezas nacionales, junto a unos pocos, entre los cuales me enrolé, fue el adalid de la tesis de que el conflicto austral tenía como propósito esencial reinstalar en la zona las pretensiones hegemónicas de Gran Bretaña, deterioradas por el avance diplomático de la Argentina en las Naciones Unidas, cuyo antecedente más importante fue la inclusión por el Reino Unido de las islas Malvinas y sus dependencias, en la lista de territorios llamados a descolonizar.

Todo tendía a estimar que era posible llegar a una negociación que consultara la soberanía argentina a cambio de aceptar una pragmática consideración de hipotéticos intereses ingleses en la zona.  La crisis de la OPEP y la revalorización de las reservas de petróleo y gas en el mundo, modificaron abruptamente el curso de los acontecimientos.  En ese momento hizo su aparición protagónica Margaret Thatcher, convertida en vocero de los intereses más reaccionarios de Gran Bretaña, en particular los vinculados a la industria del petróleo.

Al cabo de más de 20 años, me parece que aún tiene actualidad, al menos para proponer un tema para el conocimiento, la investigación, el análisis y la polémica –ya que el tiempo no ha pasado en vano y habrá mucho que descartar y otro tanto que ratificar de lo escrito entonces- el intento de quebrar la lápida silenciosa que agobia a quienes reproponemos instalarlo en la necesaria proyección de una estrategia nacional argentina.  Más aún, si nos planteamos la evaluación de la enorme riqueza potencial de la energía eólica, a partir de nuestro régimen de vientos en la meseta patagónica y las zonas costeras del sur argentino. Y de la adopción del hidrógeno, para lo cual es esencial el uso de energía barata y renovable, como la eólica, como energía del futuro inmediato.  Otro tentador bocado para los intereses imperiales.

Por ahora limitémonos al capítulo IV de “Malvinas; ¿gesta heroica o derrota vergonzosa?

 

OLOR A PETROLEO EN EL ATLÁNTICO SUR

 “A esta hora de los acontecimientos, ya hay plataformas, barcazas y elementos de infraestructura en desuso en el Mar del Norte.  Cuando en septiembre pasado el ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, visitó Londres y recorrió el yacimiento de Brendt,  al este de Escocia, escuchó el interés de las empresas por utilizar el stock sobrante en otras áreas petroleras del mundo. Martínez de Hoz sugirió en aquel viaje que un principio de acuerdo con Gran Bretaña por todos los problemas diplomáticos pendientes podría ser una incentivación de los negocios entre los dos países” (Muchnik, Daniel, “El petróleo en las islas Malvinas”, Clarín, 4/12/1977)

 El tema de las eventual riqueza en hidrocarburos de la plataforma continental submarina argentina y, en particular, del banco que los ingleses denominan “Burwood” y los argentinos “Ceferino Namuncurá”,  comenzó a introducirse abiertamente en el conflicto de las islas Malvinas a fines de 1977, a pesar de que una y otra parte parecieran empeñadas en restarle dimensión real.

Pocos meses antes, en marzo, la revista The Petroleum Economist, mensuario editado en Londres, anunciaba que la Argentina alcanzaría el autoabastecimiento en 1980 y comenzaría a exportar petróleo en 1985.  Sostenía, además, que el Gobierno argentino se aprestaba a promover un intenso programa de explotación off-shore en la costa atlántica sur y arriesgaba el pronóstico de que las reservas de la cuenca submarina argentina – estimadas en una primera aproximación en hasta 50 mil millones de barriles – podrían ascender eventualmente a 80 mil millones. (“Favorables perspectivas petroleras”, La Opinión, 13/04/1977)

Y el 27 de Julio del mismo año el diario La Nación de Buenos Aires publicaba un comentario, firmado por Carlos García Mata y Peter Gruber, que provocó intenso interés en la Argentina.  En él se hace referencia a un estudio publicado en 1976, con la firma del geólogo Bernardo F. Grossling, titulado “Latin America´s Petroleum Prospects in Energy Crisis” en el que se afirmaba que el potencial petrolífero de la capa continental argentina es, por lo menos, cuatro veces más grande que la similar Atlántica de los Estados Unidos.  Lo que equivale a estimarlo en alrededor de 20 mil millones de barriles. En esas cifras, coincidentes con estimaciones del servicio Geológico de los Estados Unidos, no se incluye el talud donde termina la plataforma submarina en el que, se sabe, existen capas sedimentarias de mucho espesor.  Tampoco se incluyen – dicen los autores – los posibles yacimientos del banco “Burwood”, al este de la isla de los Estados, el que no obstante tener el mar una profundidad de menos de 200 metros, está separado de Tierra del Fuego y de las islas  Malvinas por una depresión más honda.

“Los ingleses han estado haciendo últimamente estudios sísmicos en esa aguas, pero no hay duda de que toda esta plataforma sumergida pertenece a la Argentina” (García Mata, Carlos; Gruber, Peter, “La revolución tecnológica en la búsqueda de petróleo, La Nación, 27/07/1977)

 Podemos apreciar que este comentario, basado en fuentes norteamericanas, no hacía estimaciones sobre el potencial eventual de los yacimientos cercanos a las islas Malvinas.  Los ingleses, sin embargo, habían efectivamente realizado estudios en la zona. A mediados de 1975, el Foreign Office avaló un seminario de expertos y universitarios donde se presentó un informe geológico de la plataforma continental argentina, en el que se dio por cierta la existencia de hidrocarburos en el área malvinense.  Cuando concluyó, no hubo conferencia de prensa ni comunicados, pero se siguió trabajando a puertas cerradas en la Cancillería inglesa.

 “En esos momentos repiquetearon las confesiones públicas del profesor Donald Griffiths, titular de la cátedra de geofísica de la Universidad de Birmingham:  “El banco “Burwood”, al sur del archipiélago y al este de la isla de los Estados, podría contener un yacimiento suboceánico por lo menos tan rico como los del Mar del Norte” . (Muchnik, Daniel, “El Petróleo en las islas Malvinas, Clarín, 04/12/1977)

Poco tiempo después, cuando el gobierno encomendó a Lord Shackleton investigar sobre el terreno las perspectivas económicas de las islas Malvinas y sus dependencias, la prensa londinense explicó que “los cateos realizados son lo suficientemente alentadores como para justificar su explotación comercial.  No soslayaron, sin embargo, la cuestión de la soberanía.  “Inglaterra –fue la síntesis de los editoriales – no ha establecido todavía una política en lo que respecta a las concesiones y sería necesaria una legislación apropiada; el gobierno argentino no puede ser un espectador pasivo”

En esos momentos, Gran Bretaña recogía los frutos de una intensa acción prospectiva y de explotación de las cuencas sedimentarias del Mar del Norte.  En 1977, al cabo de 15 años de tesonera labor, se determinó que las reservas cubrirían el 50 por ciento de la demanda de hidrocarburos de Gran Bretaña; Noruega e importantes regiones de Europa. El costo de la operación fue cuantioso. Demandó 2.600 millones de libras esterlinas.  Participaron 150 compañías internacionales  asociadas en 40 consorcios de explotación y 50 plataformas semisumergibles.  Se estimaba que para fines de la década de los años ´70, un solo yacimiento, el Brendt, entregaría al Reino Unido 3 millones de barriles diarios de petróleo.  Ya entonces se advertía que buena parte de la infraestructura de exploración estaba con capacidad ociosa.  Había llegado el momento de fijar los ojos en otros puntos del mapa para utilizar al máximo el capital disponible. La British Petroleum, que dialogaba con Martínez de Hoz en impecable inglés de Oxford, impulsaba la atención del Imperio hacia las desoladas tierras arrebatadas a las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1833.

Sintomáticamente, el tema de las Malvinas, que había sido desdeñado durante casi siglo y medio, comenzó a tomar cabida en las columnas de la prensa inglesa.  Así, el Daily Telegraph publicaba una versión según la cual la agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos, habría realizado un profundo estudio sobre la posibilidad de que en el archipiélago, o en el mar que lo rodea, se encontraran reservas de petróleo.    De acuerdo a lo trascendido, la CIA estimaría que dichas reservas son tres veces más grandes que las del Mar del Norte.

Las lucubraciones trascendían el marco de los problemas energéticos y se internaban en el tema político.  Así, en el diario liberal The Guardian, Richard Gott, experto en asuntos hispanoamericanos, anunciaba que a su juicio sería adoptar un criterio realista presumir que antes de fin de siglo las Malvinas volverían a ser argentinas.  El articulista entendía que el modelo que se adoptara eventualmente en este caso podría servir para definir las relaciones de Londres con Gibraltar y Hong Kong, colonias que Gran Bretaña –según Gott – tendría que restituir.  El analista inglés Michael Frenchman, de The Times sostenía que el Foreign Office consideraba a las islas Malvinas como “un colgajo inútil de los viejos días del imperio y un fastidio para la burocracia de un gobierno moderno”.

Otro periodista británico, John Retie, de la revista Latin American Newsletter, con la misma capacidad de su colega para predecir el futuro, sostenía:  “Creo que el gobierno británico dio últimamente, tal vez, por primera vez, indicios claros de que quiere resolver el problema de una forma aceptable para la Argentina.  Llegado el momento y en condiciones adecuadas, el gobierno de Gran Bretaña aceptará la transferencia de la soberanía a la Argentina”. (“Algunas opiniones británicas”, Gaceta Marinera, 28/04/1977)

Es que era imposible analizar el problema sin tener en cuenta la novedosa variable que se introducía en él y modificaba radicalmente el ángulo de enfoque: Su Majestad el Petróleo

Quienes no desconocían las perspectivas energéticas de las costas atlánticas argentinas eran los funcionarios y técnicos de las compañías petroleras trasnacionales que operaban en la Argentina.

“Tenemos una gran expectativa en encontrar importantes yacimientos de petróleo en el mar austral y Shell hará un gran aporte energético a la Argentina”, declaró Lucio Mazzei, presidente de la empresa a la revista Mercado, en el número del 13 de diciembre de 1977.

Simultáneamente, en fuentes vinculadas con la compañía estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales se estimaba que la zona ganada en licitación por Shell en la Cuenca Marítima Austral, podría suministrar, cuando los yacimientos fueran debidamente desarrollados, un volumen equiparable al 80 por ciento de la producción total de la Argentina.

En  el mismo número de Mercado se revelaba la presencia en Buenos Aires del presidente del Offshore Centre, Walter Drysdale, ciudadano británico, acompañado por un selecto grupo de empresarios de la actividad.  El núcleo llegó a Buenos Aires a fines de noviembre de 1979 y estaba compuesto por representantes de las empresas inglesas Atlantic Drilling, Baring Brothers, British Petroleum, y CIB Offshore; la Deutscher Schachbau und Tiefbohrgessellschaft de la República Federal Alemana; la Helmer Staubo de Holanda, la Micoperi de Italia, la Eastman de Estados Unidos y la Union Industrielle et D´Entreprise de Francia.

En menos de una semana plantearon operaciones con empresas argentinas, privadas y estatales, en el dominio del petróleo (costa afuera y en territorio continental), del gas, de la energía eléctrica y de la nuclear, en el orden de los 3000 millones de dólares.  Sobre el destino de estos proyectos de inversiones influirían negativamernte más tarde, los avatares políticos internos de la Argentina y los de carácter internacional.

Entre las compañías argentinas interlocutoras de las mencionadas, Mercado hace referencia a Bridas, Astra, Techint, Auspetrol, Desaci, Agua y Energía. Gas del Estado, Cometarsa, Dálmine Siderca, Itralko, Siam y Asea.

Nuevas manifestaciones de expertos contribuían en ese tiempo a confirmar las expectativas sobre las cuencas sedimentarias submarinas., entre las que sobresalía el banco “Ceferino Namuncurá” o “Burwood”.En la revista Estrategia de Buenos Aires, el geólogo argentino Antonio Sebastián Pocovi publicó un ensayo sobre la existencia de hidrocarburos en el Mar Argentino.  En él se afirma que el Servicio Geológico Nacional de los Estados Unidos estimaba los recursos potenciales supuestos de la plataforma continental submarina de la Argentina en 200 mil millones de barriles de petróleo sobre la isobata de 200 metros.  En aguas con  mayores profundidades, donde la moderna tecnología permite operar, podría contarse con un volumen similar de reserva. (Pocovi, Antonio Sebastián, “Hidrocarburos Bajo el Mar Argentino”, Revista Estrategia, Nº 49/50, noviembre-diciembre de 1979

 Bernard Grossling, el geólogo que mencionaron García Mata y Gruber, apareció tiempo después como asesor de la ENAP (Empresa Nacional de Petróleo de Chile) y, posteriormente, en el Banco Interamericano de Desarrollo, con similares funciones.  Conviene señalar que su paso por la ENAP marcó el recrudecimiento de la presión geopolítica y diplomática de Chile por las aguas situadas al Este de la desembocadura del Estrecho de Magallanes y del Canal de Beagle.  Este movimiento chileno coincidió en el tiempo con el endurecimiento de la posición británica en las negociaciones por la restitución de la soberanía de las Malvinas, con lo que el espacio nacional argentino se vio amenazado en la Cuenca Austral por un movimiento de pinzas ejercido desde el archipiélago malvinense y desde la zona en disputa con Chile, en el Beagle.  Podrá advertirse la enorme dosis de responsabilidad que recae sobre el gobierno del general Alejandro Lanusse por aceptar la mediación de la Corona británica en 1971 y sobre su sucesor, Jorge Rafael Videla, en 1977 y 1978, al no denunciar oportunamente el tratado que llevó al país a caer en una verdadera emboscada histórica.  El 13 de diciembre de 1977, Grossling fue entrevistado por la revista Mercado. Sostuvo que el territorio latinoamericano es muy favorable para la existencia de petróleo, con  un coeficiente 1,53 veces mayor que el de los Estados Unidos. Pero mientras en territorio estadounidense se perforaron 2,5 millones de pozos, en la América Latina el número superaba por poco los 100.000.  Además, agregó:

 
  • La mayor parte del petróleo en América Latina está aún en el subsuelo, sin descubrir.   La región cubre el 19 por ciento del área posible de descubrimiento de petróleo en el mundo, pero sólo produce el 9 por ciento del petróleo mundial.
  • La plataforma marítima continental de la Argentina podría contener hasta 200 mil millones de barriles de petróleo (33.500 millones de metros cúbicos, el actual consumo argentino por un milenio)
 

“Pocos países tienen tanto que ofrecer como la Argentina, por eso se disputan su amistad la Unión Soviética y los Estados Unidos”, escribió Bill Paul en un artículo publico en el Wall Street Journal el 3 de junio de 1981.  “Es posible –afirmó – que la Argentina llegue a ser un importante exportador de petróleo, aún más importante que algunos miembros de la OPEP”. 

El diario, tras informar que las compañías Exxon, Shell y Total (Compañía Francesa de Petróleo) estaban trabajando en el extremo sur del país, agregaba lo siguiente: 

  • “Geólogos internacionales, que han estudiado el país dicen que la Argentina podría exportar hasta 300.000 barriles por día dentro de los próximos años. Tales exportaciones significarían que la Argentina ocuparía el segundo lugar, detrás de Venezuela, entre los exportadores sudamericanos, y la colocaría por encima de algunos de los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (0PEP)”
  • En abril Exxon anunció que había descubierto petróleo en su sección frente a la costa y que el poco rendía 3100 barriles diarios; aunque el descubrimiento de Exxon no entiasmó a los peritos, el descubrimiento de Shell sí lo hizo. Shell no anunció el hallazgo que hizo en febrero, pero en una entrevista con el diario La Nación de Buenos Aires, un funcionario de Shell dijo que el pozo rendía 5360 barriles por día y que podría rendir 2000 barriles por día al entrar en producción regular.

 El Wall Street Journal añadía que “los geólogos calculan que la zona frente a la costa al este de Río Gallegos, podría contener hasta 6.000 millones de barriles de petróleo, o sea por lo menos tres veces más que el yacimiento Hibernia, en la costa oriental de Canadá.”

 A fines de 1980 y principios de 1981, el Gobierno de Su Majestad publicó avisos en la prensa inglesa advirtiendo a las compañías petroleras internacionales que desconocía el derecho de la Argentina a buscar petróleo en las aguas ubicadas  entre las islas Malvinas y el territorio continental.  En el Herald Tribune del mes de mayo de 1981  se reproduce mediante aquel arbitrio el debate planteado en el Parlamento británico el 15 de diciembre anterior, así como la respuesta del Gobierno.  El ministro de Relaciones Exteriores, Lord Carrington, precisó que el gobierno inglés protestó ante la Argentina por su decisión de licitar la explotación petrolera en zonas aún no delimitadas del Atlántico Sur y que seguiría haciéndolo “con el propósito de preservar los derechos legales ingleses”.

Desde Buenos Aires, un portavoz de la Chancillería replicó: “La Argentina va a seguir con sus planes de exploración y explotación de petróleo en aguas consideradas jurisdiccionales”

Podemos apreciar de qué manera el petróleo comenzaba a inficionar las relaciones entre la Argentina y Gran Bretaña.  Lo curioso, sin embargo, es que en fuentes oficiales de nuestro país siempre se intentó restar importancia al factor energético en la contienda diplomática por la recuperación de las islas.  Coincidentemente, desde Londres se operaba con el mismo sentido. Pocos eran los ingleses que manejaban el tema.

Entre ellos, sin embargo, figuraba el representante del lobby de la Falkland Island Company en Londres, comodoro del aire retirado Brian Frow. Personaje pintoresco – estereotipo de los militares retirados pintados en las películas inglesas con trazos gruesos –Frow era agresivo y mordaz en sus apreciaciones sobre los argentinos, hacia quienes, en definitiva, no disimulaba su desprecio.  El Parlamento debatía la crisis provocada en las Georgias, el 30 de mayo de 1982.  Frow, llevado por su locuacidad, descubrió en buena medida el juego desplegado por la Falkland Iskand Company, encarnizadamente opuesta a todo acuerdo con Buenos Aires, al declarar:

 “No hay dudas de que la acción argentina fue deliberada, para analizar el agua y ver hasta dónde estamos decididos a llegar. Hay petróleo en la plataforma marítima de la zona; los argentinos lo saben y huelen el dinero

No se equivocaba, seguramente, al sostener la existencia de hidrocarburos. La empresa de la que era portavoz estaba bien informada y no parecía dispuesta a renunciar a una pingüe participación en el negocio, para el cual se había preparado desde mediados de la década de los años ´60, cuando constituyó en Londres el lobby malvinense.  Donde Frow, en cambio, se equivoco de medio a medio fue al decir con aire de exquisita superioridad británica: “Los argentinos son conocidos por su tendencia llegar hasta el borde de la crisis y creo que si enviamos una fuerza suficientemente fuerte se marcharán”

Al transcribir este capítulo de mi libro la frase de Frow me recordó repentinamente un episodio de mi vida.  En mi acción periodística trabajé durante varios meses con un chileno regordete, de tez atezada, que merodeaba por los ministerios argentinos. Se jactaba de ser hijo de un almirante de su país; nunca supimos si era verdad o no, pero con el tiempo llegué a sospechar que su tarea en Buenos Aires iba más allá de nuestra profesión y que era un personaje menor de los servicios de información de su país.  Nuestra relativa amistad terminó abruptamente, allá por l963, cuando al tocar un tema relacionado con las disputas limítrofes entre nuestros países, me replicó: “A través de toda la historia ustedes han llegado al borde de la guerra, pero siempre recularon”.

Por supuesto allí terminó nuestra superficial relación humana, pero el episodio quedó grabado en mi memoria.  Al recordarlo, no puedo menos que advertir la semejanza con la mordaz frase del empleado de la compañía que regenteaba la factoría de las Falkland al servicio de Su Graciosa Majestad. 

 

Enviado por Sergio Cerón 31/05/2005

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