Alberto AssefMODELO: ¿ORIGINAL O COPIA? |
“Es alarmante el desdén ambiente
Recurrentemente, hasta el hartazgo, se machaca sobre tal o cual modelo que debería inspirarnos para que hallemos el derrotero como nación. Hace unos días un derrotado, pero honrado dirigente hasta llegó al extremo de proponer el modelo uruguayo, además del consabido chileno. ¿Cómo es posible, con dos siglos de vida independiente, que andemos a la caza de un modelo? Uruguay es querido y querible, pero ello no autoriza para que nos empequeñezcamos hasta el punto de adoptarlo como molde. Con él tenemos otra liga ineluctable, la de convivir eternamente. El orden natural, por así decirlo, es que la Argentina sea el modelo de los otros. ¡Cuán bajo hemos caído! Debemos entenderlo y aprehenderlo de una vez y para siempre: nuestro lugar está aquí, no nos “salvaremos” desde afuera y las directrices de nuestra recuperación nacional se hallan entre nosotros, acá mismo. Todos los pueblos exitosos –de ayer y de hoy- encontraron su camino siendo ellos mismos, apostando fuertemente a sus singularidades, siendo entusiastamente diferentes. Ninguno se asoció al éxito copiando. El peor original es mejor que la copia más lograda. Algún día se comprenderá en la Argentina que los turistas norteamericanos no recorren diez mil kilómetros para ir a comer a “Montana Ranch”, sino al “Gaucho Zenón”, por ponerle un nombre vernáculo que nos represente. No tendríamos que prohibir el uso de léxico o terminología foránea para denominar los comercios. Designarlos con nombres nativos tendría que ser espontánea y dictada por nuestra identidad y hasta conveniencia. Desamparando nuestro idioma, agudizaremos nuestra miseria y desidentificándonos jamás hallaremos el rumbo ni ningún modelo habrá de servirnos. EL PRESTIGIO Y EL PODEREl poder de una nación ejerce un notable magnetismo, inclusive para atraer corrientes de capitales y retener a los propios. El poder, para poseerlo, debe reunir varios factores: identidad y cohesión cultural, recursos humanos preparados, recursos naturales, territorio, sistema institucional e imperio de la ley. Este haz de condiciones se resume en un vocablo casi mágico: prestigio. La fama de Alemania, o de Japón, le abre anchuroso crédito a sus nacionales, dondequiera que se hallen. Decir japonés o alemán abre puertas y horizontes. Eso es prestigio. Eso es poder nacional. Alemania y Japón sufrieron recientemente una década de crisis económica por complejos motivos, ajenos al tema de esta nota. Sin embargo, de esos padecimientos, nadie oyó decir a sus dirigentes –oficialistas u opositores- que “debemos copiar el modelo polaco (todo un éxito relativo en estos días europeos) o chino” (notoriamente, el impacto económico global más impresionante). Cuando Angela Merkel era opositora, nunca habló ni propuso modelos foráneos. Los japoneses, tampoco. Se cosen la boca, literalmente, antes de formular esas apelaciones. Con una dirigencia político-social tan autoinferiorizada –además de tan chapucera y tan escasamente honesta- como la nuestra, es esencialmente inasequible que despertemos, no ya amor (que es tan difícil en las relaciones internacionales), sino atracción e interés en los otros. LO PRIMERO ES CONFIAR EN NOSOTROSLa musa está adentro. Es una fuerza, un fuego interior que nos motiva, que nos hace confiar en nosotros mismos. Nadie de afuera podrá –ni querrá- insuflárnoslo. Lo tenemos o no. No hay vueltas ni rodeos. ¿Acaso se alude a la evolución de Pepe Mujica, el ex extremista tupamaro, hoy devenido en lobbista de los intereses crematísticos –por cierto legítimos- de los uruguayos, subyugados por las perspectivas de cuantiosas inversiones. No deberíamos necesitar cruzar el río histórico para descubrir que en 2006 el infantilismo revolucionario, propio de los setenta, es intrasladable, 35 años después, a la Casa Rosada ni a ningún palacio de gobierno del planeta. Sólo mentes desopilantemente inmaduras pueden anidar revanchismo en lugar de defender y promover los genuinos intereses de la nación, urgida de menos ideología y efectismo y de más soluciones y efectividad. Menos visión simplista, más miras largas. Mientras nos intoxican con la revisión del pasado, los argentinos somos desmotivados espectadores, a lo sumo esperando qué surge de la genialidad del ocupante principal del escenario. Así no se gestan las magnas empresas. Estas requieren el colectivo protagonismo de millones de seres que se enlazan en un solo haz nacional y en un proyecto común. Todo comienza en un punto central, en una actitud básica: confiar en la Argentina. Esta confianza no se enseña en un curso intensivo ni sus maestros son gurúes que desembarcan en nuestras playas aureolados con buena prensa. Se argamasa laboriosa y arduamente. Es una obra que exige muchas dosis de paciencia, tiempo y también astucia. Por caso, ir reduciendo las impactantes noticias sobre asesinatos y atracos, sustituyéndolas por muestras de esa Argentina profunda que trabaja, produce, tiene mérito, hace cosas y hasta cumple las leyes, aunque no se crea... No se trata de ocultar bajo la alfombra al crimen de las calles, sino de reducirlo en la imagen colectiva. La noticia sensacionalista y reiterativa sobre “el asalto nuestro de cada día” (o medio día, porque el promedio ya llega a dos) nutre, propulsa y alimenta a los asaltos de las próximas jornadas y monopoliza la comunicación social, dando la espuria idea de que la Argentina es eso, sólo eso, un país que se autosaquea, primero por los de “guante blanco” y ahora por la oleada de los que salen a hacerlo arma en mano. EL DENOMINADOR COMUN DE TODOS LOS MODELOSLo llamativo, adicionalmente, es que cuando invocan a los modelos de allende nuestras fronteras se hace hincapié en la apertura del mercado, en la madurez de los partidos políticos, en la moderación y ausencia de retórica de los dirigentes en enfatizar que la ciencia y el conocimiento están antes que la industria, que sería anacrónica, y en otros de carácter similar. Empero, de lo que no hablan nuestros dirigentes es del denominador común de todos los modelos, desde el chino o polaco hasta el chileno: el profundo, raigal, incondicional, entrañable –no quiero seguir calificándolo, porque sería interminable- sentimiento nacional que se halla en el fondo y en el transfondo de las estrategias que se ejecutan. Concertan y adoptan políticas de Estado porque antes que nada son naciones, sienten que pertenecen, no conciben otro destino que el común y nacional. Están ligados indisolublemente, por eso anteponen los intereses de sus naciones a cualquier otro. Y cuando piden más apertura comercial, por ejemplo, no lo hacen fundados en la ideología liberal, sino en el interés nacional concreto, pues saben que así se obtienen inversiones, se ganan divisas y se crean empleos. Y cuando defienden a papeleras presumiblemente contaminantes, no lo hacen por ideología capitalista, sino por el interés de conmover a zonas del territorio tradicionalmente aletargadas. La identidad consigo mismo es la ventaja comparativa de los pueblos seguros de sí. Además, no debemos obrar según creamos que le va a gustar a los poderes predominantes, sino conforme con nuestras conveniencias y dentro, por cierto, de los cánones con los que se rige este mundo. Por caso, nosotros deberíamos construir el ducto energético sudamericano -así como Europa tiene el que enlaza a Russia con Italia- no porque en Caracas esté gobernando “un amigo”, sino porque esa unión de recursos energéticos nos potencia a todos, gobierne quien gobierne, sea del partido que sea. Dicho esto sin abrir juicio sobre el costo-beneficio de esa inversión, asunto que ultrapasa a esta nota. En este mundo pleno de acechanzas, hay dos notas sobresalientes: como nunca se necesita poseer identidad nacional y alta capacidad para crear nueva y mejor riqueza. Antaño fue el motor de vapor, hogaño es la inteligencia artificial. Siempre crear y crecer, pero partiendo de dos amores inmutables e inspiradores: amor a la nación a la que pertenecemos y queremos engrandecer (porque así nos agrandamos cada uno de nosotros) y amor al conocimiento, buscando el futuro. Además, hay que asimilar definitivamente que la política internacional es poder e intereses, no ideologías o modelos para importar. Un país tan grande como el nuestro tiene en sus pliegues, inclusive los
que no están a la vista, centenas de iniciativas, propuestas, impulsos,
energías. Busquémoslos, que están. Adentrémonos, pues lo que anhelamos no está
lejos. |
Fuente: Correo electrónico |