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Carlos J. Rodríguez Mansilla

¿Pueblo o pÚblico?

Nación y Estado

Una definición clásica, que se enseñaba en Instrucción Cívica cuando en la Argentina había Colegios Secundarios, dice que “el Estado es la Nación jurídicamente organizada”.

A su vez, aprendíamos que el componente humano de la Nación es el pueblo. Así, éramos “el pueblo de la Nación Argentina.” Y cuando cantábamos el Himno Nacional, repetíamos: “Al Gran Pueblo Argentino, Salud”.

De modo que todo estaba claro por aquellos tiempos: nosotros, éramos parte del Gran Pueblo Argentino, que había dado la libertad a medio continente con el sable de San Martín, y  todas las mañanas cantábamos “Aurora” , en honor a la Bandera de Belgrano, a la que llamábamos “águila guerrera, alta en el cielo, que me ha dado Dios”.

Eran lindos tiempos aquellos, en los que los Colegios funcionaban porque no se conocía el paro docente, y no había necesidad de comedores escolares ni gabinetes psicopedagógicos.

Íbamos al Colegio a aprender y a formarnos, y los maestros y profesores sabían, y nos enseñaban. Con firmeza, y una autoridad que respetábamos casi como a la autoridad paterna.

Claro está, teníamos en claro que nosotros, los alumnos, los maestros, el portero de la escuela, el cura que daba la misa, el vigilante de la esquina, el jefe de la estación de trenes, y el gerente de Casa Muñoz, éramos el pueblo.

Todo cambió

Después, todo cambió. Se descubrió que los males del país pasaban por una enseñanza “verticalista y autoritaria, con nocivos contenidos nacionalistas”. Y entonces, vino la “reforma educativa”, que “horizontalizó” la enseñanza y la “democratizó”. Y tanto se horizontalizó que los maestros quedaron todos por debajo de la línea de pobreza. Y tanto se democratizó, que los alumnos golpearon a sus maestros, asistidos por los gabinetes psicopedagógicos y comiendo en comedores escolares, porque sus padres se quedaron sin trabajo.

Horizontalizando y democratizando a diestra y siniestra, (pero poniendo el acento en la siniestra), desapareció la escuela primaria y también la secundaria. Como también desaparecieron las industrias, los talleres y las fábricas, se esfumaron las Escuelas Técnicas.

Ciertamente,  había que horizontalizar la familia, y nada mejor que eliminar la autoridad de los padres. Y democratizar el sexo, con sus notorias desigualdades, reemplazándolo por el “género”, que todo lo iguala.

Luego, le llegó la hora al Estado. Ya no era “la nación jurídicamente organizada”, sino un monstruo de siete cabezas que había que destruir. Y así, nos quedamos sin Estado.

Después, vino el turno de las Fuerzas Armadas. ¿Cómo permitir que en un país sin Estado, horizontal y democrático, subsista un enclave “verticalista y autoritario”?

También Dios y la Iglesia debían adecuarse a los cambios, y ser reemplazados por sectas, “predicadores mediáticos” y  gurúes sanadores.

Así estamos

Ya estamos sin Estado, sin escuelas que enseñen, sin alumnos que aprendan, sin maestros que dirijan. También estamos sin padres de familia con autoridad. Y ya logramos que las Fuerzas Armadas no tengan soldados ni recursos. Y que la Iglesia sea blanco de ataques y afrentas.

Lo logramos. También logramos millones de pobres y desocupados, y una legión de mendigos que deja pequeña a la “Corte de los Milagros”. Y logramos que los jóvenes, sin futuro y sin modelos, se droguen o se vayan del país.

También están, ¡como no!, los piquetes y piqueteros que supimos conseguir, y las uniones homosexuales.

¡Bravo! Parafraseando a Churchill, podría decirse que “Nunca tan pocos destruyeron tanto en tan poco tiempo”.

¿Porqué razón un puñado de bandidos pudo echar por tierra una Nación de la talla de Argentina? Porque dejamos de ser pueblo para pasar a ser simplemente “público”.

Ya no somos “el pueblo de la Nación”, sino un público que asiste masiva y pasivamente al espectáculo que se le presenta. Y los que controlan el show, son los que manejan al público. A eso hemos quedado reducidos.

Hemos perdido la conciencia de Nación, y por ello no reaccionamos con los sentimientos profundos de un pueblo, sino con los reflejos condicionados del público.

Tenemos, apenas, la superficialidad de aquel público que paga la entrada para ver un espectáculo frívolo que lo divierta en vacaciones. Que ríe y festeja cuando el cómico quiere, que aplaude cuando el libretista escribió un chascarrillo o una “frase de efecto”.

Cuesta abajo

Los antiguos romanos, maestros del Derecho, sintetizaron en una sigla la esencia de sus instituciones: SPQR, cuatro iniciales que traducidas significan: “El Senado y el Pueblo de Roma”. Esta sigla estaba en los estandartes de las legiones romanas, y en los lugares donde se impartía justicia y se dictaban las leyes.

La unión del Senado, antigua institución en la que residía el poder, plena de autoridad y heredera de las tradiciones, con el pueblo romano. Esa simbiosis, casi perfecta, entre pueblo y autoridad, entre gobernantes y gobernados, le dio a Roma grandeza y prosperidad.

En el Senado estaban los “padres de la Patria”, herederos de los fundadores de Roma, que legislaban y designaban autoridades, a las que luego controlaban. El honor de pertenecer al Senado era el más alto que podía recibir un ciudadano.

Habrá que admitir, luego de las confesiones de Pontaquarto y de la Banelco de Flamarique, que media un abismo entre las instituciones romanas y las de la Argentina actual.

Pero esa corrupción e ineptitud de la clase política del país, goza de impunidad desde hace 23 años. Esa decadencia de la clase gobernante, va acompañada de una decadencia moral de la ciudadanía, que ha renunciado a su voluntad cívica y que contempla lo que le ocurre al país con la misma mentalidad con la que presencia un partido de fútbol, aunque con menos pasión.

Vamos cuesta abajo, simplemente porque no estamos a la altura de nuestros deberes.

Contra natura

¿Este es el lugar que le corresponde a la Argentina? ¿Será que nos hundiremos irremediablemente en el abismo de nuestra decadencia hasta desaparecer como Nación de la faz de la Tierra? No lo creo así, porque eso sería ir “contra natura”.

Fuimos, y debemos volver a ser, el Gran Pueblo Argentino. Tenemos, y ese es nuestro gran patrimonio, una historia de grandeza en nuestro haber. A diferencia de otros países adocenados del mundo, que jamás conocieron la gloria y la grandeza.

Tarde o temprano, el péndulo de la decadencia se detendrá en un punto, y volverá con fuerza inusitada para arrastrar a la Argentina hasta las cumbres.

Volverá, trayendo al país el orden necesario, la firmeza que se requiere, el progreso que se nos adeuda y la prosperidad que aún nos merecemos.                                               

Fuente:
nuevarg@ciudad.com.ar
Revista NUEVA ARGENTINA- Fundada en 1987
Director: Dr. Carlos J. Rodríguez Mansilla
http://www.nueva-argentina.com

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