Kirchner y
Busti son dos mariscales que desconocen la manera de simular la innecesaria
derrota.
Una lástima
después de todo que Benedicto tenga menos iniciativa política que Juan Pablo y
se dedique a componer insustanciales encíclicas de amor.
Una lástima que Benedicto no se decida a circular con el papamóvil por diversas
calles de Gualeguaychú.
Mientras a veinte kilómetros de la plaza principal reprimen ineludiblemente los
gendarmes a los patrióticamente entusiastas sin conducción.
Los insignes voluntariosos que fueron entregados a cinco kilómetros del puente.
Justamente donde se celebraba con énfasis la ceremonia del corte que formaba
parte del carnaval.
Benedicto entonces tendría que llegar como llegó Juan Pablo antes de la
humillante capitulación.
Por ejemplo antes que Busti se quede en el 2006 inalterablemente tan solo como
Galtieri en 1982.
Aunque con la sensación unánime de una derrota infantilmente innecesaria.
Por una causa obstructiva infinitamente menos justa que Malvinas.
Pero igualmente bastardeada con inquietantes dosis de politiquería de
consorcio.
Sin embargo Busti no se quedará inofensivamente solo con el sabor noctámbulo
del estrepitoso fracaso por tanto conmovedor festival reivindicatorio destinado
a vivirse como una justa causa nacional.
Como si fueran Las Malvinas del Entre Ríos al que supo cantarle Mastronardi
ante el estupor de Juan Ele Ortíz.
Una lástima además significa conceder gratuitamente la imagen miserable del
país obturador.
La cosmovisión del estado envidioso que desprecia abiertamente el desarrollo
ilusorio del vecino.
Un horror significa entonces ofrecer la fotografía suplicante del país
mezquinamente a la deriva.
Con representantes desairados que golpean como vendedores ambulantes a las
puertas de la cancillería uruguaya.
Mientras el activo embajador Patiño dicta órdenes por celular con gesto
frenético de ejecutivo sin tiempo.
A los efectos de exhibir la contundente imponencia de su pericia.
Aunque sin siquiera sospechar que aquel esplendor sublime del grotesco iba a
convertirse en portada penosamente ilustrativa de Clarín.
Para malvinizarse al fin y al cabo con más ganas contra los imperialistas
uruguayos hubiera sido preferible que en La Banda Oriental gobernara aquel
presidente Battle que nos tildaba francamente de ladrones.
Desde el primero hasta el último.
Y que los distraídos irresponsables que capturaron la infatuada veleidad
progresista de la Argentina no se hubieran lanzado con énfasis a la siesta
gestionaria.
A la pasión por el lexotanil que hubiera superado en intensidad hasta aquella
invocada siesta legendaria de De la Rúa.
Suponían los distraídos susodichos que después de todo con Tabaré iba a ser más
fácil que con el Battle oportunamente atormentado por los reclamos humanitarios
mientras los finlandeses surcaban con excavadoras en el esternón de Fray
Bentos.
Suponían los incautos que el zurdito Tabaré era un improvisado similar que iba
a demoler los muros con las topadoras ideológicas.
Porque se le proporcionaba desde un sistemático aliento electoral y se le
cedían palmaditas con adjetivos desmesuradamente paternales.
La cuestión que la fotografía digital de los profesionales que concibe
moralmente el Uruguay mantiene patéticas distancias con aquellas instantáneas
de obturación turística que se obtienen con las cámaras desechables en la
Argentina que se berretifica.
Puede percibirse un sorpresivo Uruguay institucionalmente galvanizado detrás
del presidente.
Gracias a la berretificación de la Argentina el Uruguay de pronto se unifica
hasta fortalecerse.
Y el paisito que aquí suele confundirse con la integridad de un balneario se
dispone a brindarle al vecino grandulón una lección de continuidad histórica
del Estado.
Mientras Tabaré muestra para la fotografía el perfil locuaz de Sanguinetti y la
sonrisa adentro de la bolsa de Larrañaga el presidente Kirchner establece
ciertas guiñadas como instrucciones para que sus espadas gubernamentales
masacren al colega Busti.
Por lo tanto el meritorio Felipe Solá lo fulmina con obediencia a Busti como si
fuera cualquier Rovira.
Espadachines sin reelección que reclaman en voz alta lo que por cuestiones
numerológicas de imagen Kirchner aún no se atreve a decir aunque aspire a
zafar.
En definitiva Kirchner actúa con Busti casi como aquel amigo americano que supo
tratarlo a Galtieri de "general majestuoso".
Para después dejarlo a Galtieri apenas con las bendiciones utilitarias del Papá
que sonaban como extremaunciones de la historia que prefiere evocarse sin
cuestión irritantemente elemental de los cadáveres.
Sin embargo Busti se la hará a Kirchner bastante más difícil que el majestuoso
Galtieri a los americanos sin matices.
Busti mantiene atributos para mirar debajo de las aguas del río Uruguay a las
once de la noche.
Porque Busti sospecha que se lo quieren llevar puesto como una media para
atribuirle hasta las culpas del divertimento movilizador de los festivales de
piqueterismo moral.
Del corte entendido como mera intención de revolución permanente que se
desvanece para mostrar el rostro del berretismo más cruel.
Plantea entonces Busti la fantasiosa posibilidad de su renuncia
indeclinablemente insuficiente.
Una renuncia retóricamente efectiva para situarlo a Kirchner en el medio
tironeado de una situación post electoral que ya no puede manejar con los
números de Artemiópolis.
Entonces Busti le señala con impertinencia a Kirchner que cuando irrumpa la
verdad inexorable de la derrota ante el espejo de las Malvinas de Entre Ríos en
todo caso no se quedará solo.
Porque los emblemas de mariscales de la decepción de la ruta 136 serán para
compartirlos entre Kirchner y Busti.
Como si fueran Thompshon y Williams.
Tendrán que compartir la boca en el asfalto los Thompshon y Williams.
Como si fuera un pan recién horneado en un campamento estudiantil entre el
erotismo de los naranjales.
Galtieri uno entonces es Busti.
Pero el Galtieri principal es definitivamente Kirchner.
Aunque Kirchner atenúe el rigor del ambientalismo con la cara distraída del
perro al que le hacen salvajemente el amor.
Trátase de compartidos mariscales irresponsables de una derrota anunciada que
malvinizó aquel otrora incomparable carnaval de Gualeguaychú.
Un carnaval que supo trasladar hasta sus gratificantes peñas hacia la longitud
del corte.
Para algarabía de los discursos altivamente encendidos.
Ideales para anticipar los asados con la gloria del tetrabrick.
Un carnaval entero de sombría militancia que bastardea valores esenciales de
jóvenes de bien que suponen multiplicarse por una causa noble como su comarca.
Un carnaval anticipatorio de fantásticas decepciones que pasó socialmente a
oscilar alrededor del corte que se independizaba de la lucidez.
Del estado de asamblea permanente para gastronómico fervor de los
ambientalistas improvisados que se sienten de pronto conductores de una
multitud a la carta.
Líderes implacables que mojan conceptos dirigenciales de garrón y movilizan
masas revolucionarias especialmente adiestradas para cortar la 136.
De ser posible hasta la 14.
Para declarar la guerra la Uruguay y para bregar en pos de la Dictadura del
Proletariado más trucho.
Elevarse hacia el vacío del trotskismo universal como si el corte fuera el
Garraghan sin Lerer.
Para invadir después Fray Bentos e intentar un nuevo Sitio de Montevideo a medida
que prospera el furor ambientalista del anarquismo incentivado con cánticos y
saltos de barras bravas que aprovechan la desertificación absoluta de la
racionalidad.
Que se venga el principito gritaba aquel Galtieri mientras huía para adelante.
Igualmente Kirchner y Busti huyen escandalosamente hacia adelante.
Como Thompshon y Williams fascinados detrás del caramelo de madera de La Haya.
Después de todo La Haya se convierte en el recurso altisonante para aludir al
sitio honorable donde buscan aquello que carecen.
Aunque a esta altura de la excitación malvinera el espejismo de La Haya se
torna intrascendente para atenuar a la multitud incentivada para la lucha.
A merced de los piqueteros vocacionales que ahora pretenden el regreso tardío
del diálogo razonable que simule parcialmente la derrota.
"Te alejaste mucho de la playa" se decía el pescador de Hemingway en
El Viejo y el Mar.
Miraba espantado mientras tanto que los tiburones le comían la carga con el pez
espada y dificultaban el regreso de la barca.
Dos expertos de mares turbulentos como Kirchner y Busti debieran percibir que
con el cuento ambientalista alejaron demasiado a la gente de Gualeguaychú.
Thompshon y Williams ahora desconocen cómo hacerlos volver.
Porque los crédulos que creyeron en la viabilidad de sus luchas pronto tendrán
que percibir que se encuentran tan lejos de la playa de la razón como aquel
pescador de Hemingway.
Por lo tanto el drama tiene tan poca posibilidad de resolverse que no tendrán
otra alternativa que radicalizarse.
El caramelo argumental de La Haya ni siquiera sirve para bajar un cambio.
Menos aún para evitar la amargura por la derrota innecesaria que sobreviene
invariablemente.
Aunque a los socios para la desventura Busti y Kirchner se les desmorone
abruptamente el telón del fracaso.
Sobre el lomo inerte de la propia ineptitud.