"Un joven
soldado, boca abierta, cabeza desnuda,
- y la nuca bañándose en el fresco berro
azul - duerme;
está estirado en la hierba, bajo la nube,
pálido en su lecho verde donde
la luz llueve.
Los perfumes no hacen estremecer su nariz: duerme al sol,
la mano en el
pecho tranquilo.
Hay dos agujeros rojos al lado derecho"
(El durmiente
del Valle - Arthur Rimbaud)
Es uno de los días de mi historia en que no debo esforzarme para
recordar: 2 de abril de 1982. Me
levanté rezongando la rutina escolar. Hacía frío y amanecía despacio. En la
mesa de la cocina estaban mamá y papá esperando para el desayuno. Y cuando papá
estaba para el desayuno, pasaba algo. Y fue mi viejo el que me dio la noticia: "Acaban
de recuperar las Malvinas".
Desde mis 16 años, pensé que eso era una buena noticia, pero papá
intentaba hacerme entrar en razones: "Estamos en guerra", dijo
con una preocupación que le quebraba la garganta. Pero es lejos, contesté
queriendo hacerme el gracioso.
Pero la gracia se me acabó cuando el viejo, más serio aún, tiró la bomba
sobre la mesa: "Esto termina mal, y si los ingleses pisan el continente, me voy
de voluntario". Más, a pesar de la severidad y del gesto adusto de
mi viejo, y a pesar de que esa mañana, Humberto Vico nos reunió a todos en el
patio de la Escuela de Comercio para darnos la noticia y hacer un poco de
historia, yo nunca tomé conciencia de la guerra, sino hasta mucho después.
La guerra era lejos, y yo tenía mis urgencias: las de la adolescencia.
Yo jamás imaginé que los ingleses se iban a molestar en venir a recuperar un
territorio tan lejano y, mucho menos, que podían desembarcar en el continente.
Así que seguía las noticias con
idéntico entusiasmo como seguía el mundial de fútbol de España.
Fue mucho después que tomé conciencia. Seiscientos muertos después.
No es mi intención juzgar. Ni mucho menos escribir la trama secreta
sobre la verdadera historia de semejante imbecilidad del General Galtieri, el
Brigadier General Basilio Lami Dozo y el Almirante Anaya.
Además, nunca pude desentrañar la trama política de tamaña locura. Y en
lo estrictamente militar, el Informe del General Benjamín Rattenbach me resultó
lo suficientemente claro, como para que yo agregue algún comentario de oído
sobre temas complejos, como el arte militar de la guerra.
Tampoco es mi intención, si quiera, juzgar el dolor ajeno, al que
respeto como propio cuando es dolor sincero y no intenta sacar ventajas. No
tengo la estatura moral como para juzgar la conducta de ninguno de los que
sufrieron esa guerra con carne propia.
Tampoco seré tan necio como para conjeturar las actitudes de ninguno de
los que estuvieron en pleno invierno metidos en una trinchera con los pies congelados
y bajo una lluvia de balas y bombas. Pero sí tengo el derecho, y las ganas, de
señalar a quienes lucran mintiendo y degradando el honor de nuestros héroes
CAÍNES Y ABELES
El jueves se estrenó "Iluminados por el fuego", una película sobre la guerra
de Malvinas, basada en la novela del periodista y ex combatiente Edgardo
Esteban, y que escribiera a medias, y varias veces, con su amigo Romero Berri.
La película es toda una oda de críticas veladas y reveladas, a todos los
mandos militares involucrados en la guerra. Ahí está sin duda la mano de sus
productores, el ex montonero Miguel Bonasso (quien adaptó el guión) y su señora
esposa, Ana de Skalon, la mandamás de Canal 7...
Las provincias de Santa Cruz y San Luis aparecen también en los
créditos. "Iluminados por el
fuego" es un rosario de las miserias humanas de los chicos y los
grandes de la guerra. Y no digo con esto que no crea que haya habido soldados
que, ante la lluvia de balas, se hayan cagado y meado encima, como muestra la
película. Ni que hayan matado ovejas para comer. O que algunos soldados hayan
estado en zapatillas mientras secaban las botas al sol. O que los jefes hayan
llegado al extremo de la violencia para imponer el orden en la tropa. No lo
creo ni lo dejo de creer.
Lo que digo, es que me
rompe las pelotas que un ex combatiente se preste por plata o por vanidad o por
intereses ideológicos, al juego de los marranos para hacer una película que
degrada al ex combatiente de Malvinas, en lugar de resaltar lo heroico de cada
soldado. Y que engaña pretendiendo hacer pasar como algo real, una novela (en
la película se aclara con letras muy pequeñas que la historia es ficción).
Y conste que, a pesar de todo, respeto el miedo que paralizó a Edgardo
Esteban aquella noche del 11 de junio. Y lo comprendo, pues mi madre vivió dos
años en la Holanda de la post guerra, en el 55, y cuenta que mucha gente
gritaba de miedo al oír un piano, pues creía oír en él, aún, las sirenas que
anunciaban los bombardeos. La guerra trauma al hombre común.
Lo entiendo. Edgardo Esteban fue
a Malvinas con el Regimiento 4 de Artillería Aerotransportada de Córdoba, y
estuvo destinado en las cercanías de Puerto Argentino. Era el encargado de los
logaritmos para hacer blanco con la artillería, manejaba las tablas de Howell.
Comenzaron a recibir fuego inglés desde el 1º de mayo. Al principio fue
sólo hostigamiento naval, el fuego pesado comenzó en junio. Edgardo Esteban
estaba junto a sus compañeros Eduardo Vallejos y Roberto Pintos en la noche del
11 de junio, cuando comenzó el asalto definitivo de los ingleses a Puerto
Argentino.
Esa noche, Edgardo Esteban tuvo
un ataque de pánico que lo dejó en posición fetal, balbuceando oraciones y
ruegos a Dios y a su padre, muerto por la triple A. Un compañero contó en el
programa radial "Malvinas, la verdadera historia", que tuvo que
cachetearlo para que volviera en sí, pero de todos modos, el fuego enemigo era
tan angustiante y tremendo, que Edgardo Esteban no pudo tomar su posición en la
trinchera y tuvo que cubrirlo su amigo Eduardo Vallejos.
A los pocos minutos, una bomba inglesa cayó a dos metros de la trinchera
donde estaban Vallejos y Pintos. Recién al escuchar los gritos de su amigo pudo
Esteban salir del shock. Su amigo, quien había tomado su posición, estaba
muerto con un manojo de esquirlas en el pecho. Dos días más tarde, terminaba la
guerra.
Isidro Vallejos, padre del soldado Eduardo Vallejos, nunca le perdonó a
Edgardo Esteban la muerte de su hijo. Y la última vez que levantó su voz desde
su Córdoba natal, fue cuando Edgardo Esteban salió en las revistas llorando
frente a la tumba de su hijo en Puerto Argentino, declarando: "pagué una
deuda, ahora estoy en paz". Isidro reaccionó furioso: "Esteban
miente, me hace reír lo que dice... Eduardo tuvo que reemplazarlo esa noche en
la trinchera porque él era asistente del subteniente y se salvó de hacer
guardia... por eso mi hijo recibió las esquirlas y murió". ¡Ay, dolor!
Eduardo Vallejos alcanzó a escribir 4 cartas desde las islas: la primera
el 29 de abril y la última el 4 de junio. Y en ellas cuenta que estaban bien
vestidos y alimentados, aunque comían una vez al día. También decía que se
bañaban con "agua caliente". Edgardo Esteban cuenta todo lo
contrario. ¡El mismo pozo y dos historias encontradas!
Todo ocurrió, al decir de Borges, "en unas islas demasiado famosas, y cada
uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel. La nieve y la corrupción los
conocen. El hecho que refiero, pasó en un tiempo que no podemos entender".
"Iluminados por el fuego" es la
historia novelada de la guerra que vivió
Edgardo Esteban en Malvinas. Miguel Bonasso es en
esta historia, el marrano que saló las heridas para que brote de ellas el odio
y el rencor. Es que a los marranos
les molestan los héroes, porque obligan. Ellos prefieren a los cobardes, porque
vulgarizan.
Marranos y novelas aparte, mi admiración y respeto a todos los veteranos
de Malvinas. A todos. Cada uno, ha sido un pequeño gran héroe.
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