Las disputas en relación con los recursos naturales y por la
preservación de los ecosistemas, el petróleo, el gas, el agua, los minerales,
el suelo y la biodiversidad, se han transformado en una razón ineludible
y prioritaria para el ejercicio de la política, aunque todavía muchos políticos
aún no puedan o no quieran verlo. Así como durante muchísimo tiempo, cuando
todavía se creía que los recursos eran inextinguibles, las preocupaciones
giraban en torno a lo social, hoy sería necio y hasta malicioso pretender
separar lo social de lo ecológico. Más aún todavía, cuanto más se acumulan
evidencias de la crisis planetaria producida por el Capitalismo Global y en
especial del calentamiento planetario y el decrecimiento de los casquetes
polares, lo ecológico deviene más y más preocupante y se hace evidente
que planear lo social sin la certeza de poder mantener la vida sobre el
planeta, se torna sencillamente en un disparate demencial.
No obstante, son muchos y en especial desde la izquierda, quienes continúan
ignorantes y despreciativos de una dimensión de lo humano cada vez más
apremiante, la del mero sobrevivir como especie sobre el Planeta. Recuerdo
ahora una anécdota que me contó un compañero chileno, exiliado en Suecia al
igual que yo durante los años ochenta. Como tantos otros latinoamericanos, ya sea
por solidaridad internacional cuanto por falta de buenos empleos en Suecia, se
había anotado en las organizaciones del voluntariado sueco al
África negra y le tocó cumplir tareas durante algunos años en la Isla de
Madagascar. Como técnico asignado al asesoramiento de un Ministro, debió
participar en discusiones sobre el desarrollo y en especial debatir con los
ingenieros rusos sobre la instalación de fábricas provenientes de la URSS.
Desde ya que esas fábricas eran obsoletas, aún para aquellas lejanas épocas de
fines de los setenta y principios de los ochenta, y que en realidad se
trataba de unidades fabriles descartadas por no cumplir
con ninguno de los estándares mínimos de seguridad, de aprovechamiento
energético y de no contaminación ambiental. Pero, y a pesar de que
generalmente estas fábricas implicaban impactos letales para los trabajadores y
para las poblaciones vecinas, los técnicos rusos defendían obcecadamente su
instalación en homenaje a una idea del progreso y del crecimiento que, desde su
óptica marxista se consideraba indubitable y solían menoscabar los riesgos como
males accesorios e inevitables. En una oportunidad, me contó mi amigo chileno,
que las discusiones con los rusos se hicieron durísimas, porque las fábricas
que llegaban eran realmente calamitosas y de verdadero y grave riesgo
ambiental. Se discutió durante semanas sin que los ingenieros rusos ni
los equipos locales, cedieran en sus respectivas posiciones, hasta que un día
el jefe de la misión soviética cortó el debate con una frase brutal digna del
Senador Fernández Huidobro del Uruguay, “he leído toda la obra de Marx”
les dijo “y en ninguno de sus libros se afirma que el mundo habrá de
ser eterno...”
Marx como Engels fueron hijos de la modernidad. El mundo cultural en
que vivieron daba por sentada la idea del progreso ilimitado, y el
Capitalismo en aquel siglo XIX no era sino apenas una pequeña mancha de tinta
que sobre la geografía incierta del globo terráqueo se expandía sobre el
enorme espacio de las colonias y de las tierras vírgenes a conquistar. Por ello
es que Marx prioriza tres criterios básicos sobre los que asienta su reflexión
y ellos son: el Capital, el trabajo y la renta de la tierra. Desde una mirada
eurocéntrica y arraigada a las culturas centro europeas, su pensamiento era
coherente con la propia historia y se esforzaba por darle un sentido a las
luchas obreras de la época. En Europa ese pensamiento ha ido evolucionando a
tono con las nuevas circunstancias del fin de la modernidad y en un continente
que vive en el rojo ambiental y asediado por desastres como Chernobyl y la
lluvia ácida. Los partidos comunistas europeos comienzan a replantearse algunos
de los presupuestos básicos del marxismo a partir del Mayo francés y de la
invasión soviética a Praga, de manera tal que ya en los setenta se instalan
profundos debates que posibilitan tomar conciencia del agotamiento cultural
de la modernidad así como de la necesidad de revisar las relaciones con
la Naturaleza. De hecho, en los años ochenta la mayor parte de los partidos
comunistas europeos se han hecho explícitamente verdirojos. James O Connor, uno
de los coordinadores de la Revista Ecología Política en Barcelona, en el año
1990 nos dice: “El punto de partida de la política verdiroja es que hay
una crisis ecológica y económica global; que la crisis ecológica no puede
resolverse sin una transformación radical de las relaciones de producción
capitalista; y que la crisis económica no puede resolverse sin una
transformación radical de las fuerzas de producción capitalista. Esto quiere
decir que las soluciones a la crisis ecológica implican soluciones a la crisis
económica y viceversa”.
¿Qué ocurre mientras tanto con la izquierda en América Latina? Como todo
proceso de transplante la izquierda marxista parece haber sufrido en nuestros
países y con meritorias excepciones tal como la de Mariátegui, un fenómeno de
cristalización, un síndrome de folklorización, que la ha detenido en el tiempo
y que la condena a una visión del mundo anacrónica o congelada. Recordemos que
ya en la película Tiempos Modernos, en el transcurso del año 1935, Chaplin
esboza una crítica a la concepción del instrumento técnico como bueno en sí
mismo, crítica que de hecho cuestiona el determinismo tecnológico y a la
asociación hasta entonces indiscutida entre tecnología, progreso y vida mejor.
Sin embargo, hoy pueden escucharse discursos de la izquierda que sorprenden por
la capacidad de mantener incólumes las viejas lealtades del marxismo a las
ideas del siglo diecinueve.
Antes de ayer en el Hotel Bauen recuperado, en un concurrido acto contra las
papeleras, dos uruguayos residentes en la Argentina, intentaron abiertamente
descalificar las palabras y los argumentos de nuestro amigo Ricardo Carrere del
Grupo Guayubira, quien le explicaba a un público numeroso y atento, el
sentido de la instalación de estas empresas sobre el Río Uruguay, y más allá de
las críticas comunes respecto a la contaminación de las aguas y del aire, se
explayaba en forma didáctica sobre las relaciones de dependencia global que
habrá de imponernos el modelo de los monocultivos de eucaliptos y de pinos. Los
dos uruguayos parecían realmente enardecidos e indignados por la exposición de
Carrere casi como si estuviera cometiendo una traición a su patria, y debieron
al fin ser retirados del salón a pedido del público que pretendía continuar
escuchando al expositor.
Me acerqué a los dos protestotes, cuando se marchaban expulsados del Bauen y
con el ánimo de saber cuánto tenían de auténticos y cuanto de provocadores. En
otra época podríamos habernos contentado diciendo que estaban enviados por las
empresas... Aparentemente, no era el caso. Ambos, un matrimonio de edad
mediana, se me manifestaron marxistas, según me dijeron, estuvieron alguna vez
secuestrados en Orletti, el chupadero del barrio de Floresta por donde pasaban
los uruguayos detenidos en la Argentina, y según ellos el tener compañeros
desaparecidos y ser militantes de izquierda los avalaba, les daba autoridad
moral y tanta santa indignación como para afirmar que todo lo que se decía era
una patraña, que en realidad no se quería dejar desarrollar económicamente al
Uruguay y que se lo ahogaba con excusas ecológicas cuando habiendo un gobierno
de izquierda las empresas ofrecían generar empleos, que la gente quiere comer y
no ecología… etc., etc. Los escuché y me impresionaron sus convicciones de
supuesta izquierda y a la vez su absoluto desprecio por el medio ambiente y por
los modelos de la dependencia, y eso fue peor que saberlos pagados por las
empresas… Penoso, penosa nuestra pobre izquierda colonial definitivamente
impedida de comprender el mundo globalizado. Hoy, con estrecha visión
provinciana, pretenden consumar las tareas inconclusas de la burguesía en el
siglo pasado. Otra vez James O Connor en el numero dos de Ecología Política nos
dice: “En mi opinión el socialismo marxista se define a sí mismo como un
movimiento que puede completar la tarea histórica de hacer realidad las
promesas del capitalismo”.
Parece una locura propia del escenario neocolonial pero no lo es. La mayor
parte de la izquierda continua predicando el productivismo, el crecimiento,
rindiendo culto a la gran escala y al urbanismo desmesurado que nos agobia. El
grueso de la izquierda ignora o desprecia la ruralidad y se desinteresa del
valor político de los alimentos. No pueden abandonar las categorías del empleo
y del salario e insisten en proponer trabajo asalariado cuando es evidente que
esa etapa ha concluido en el mundo. Lamentablemente, debemos reconocer con
lucidez y con anticipación estas realidades. Las próximas luchas serán contra
el Capitalismo Globalizado, contra las transnacionales y para evitar el fin de
la vida sobre la tierra. Pero lo sorprendente es que en esa pelea contra el
antropocentrismo absoluto y excluyente, en esa pelea por la vida y para que la
tierra vuelva a ser el hogar del hombre y para que vuelva a producir comida
para los hambrientos y desnutridos, y no materias primas, combustibles o
cosméticos, como ahora los progresistas lo pretenden, en esa pelea deberemos enfrentar
a nuestras recalcitrantes izquierdas post modernas y neocolonizadas.
Preparémonos porque no será fácil y porque pagaremos terribles tributos
emocionales al tener que denunciar a muchos que fueron nuestros compañeros de
militancia y hasta de cautiverio. Y me temo que muchos héroes de ayer habrán de
derrumbarse tal como ya está aconteciendo en muchos lugares del continente…
Pero además tengo otras reflexiones o interrogantes acerca de este presente y
de este probable porvenir que nos aguarda. Me pregunto, ¿esta izquierda
devenida desarrollista, que comulga con las tecnologías de punta y con la idea
de progreso indefinido, esta izquierda que nos propone chimeneas en lugar de
Soberanía Alimentaria, ¿es capaz de consumar sus propuestas o solamente vive en
el territorio del discurso? Todo un tema, ¿verdad? Cuando nos dicen que están
reposicionando al Estado, lo están reconstruyendo o acaso están solamente
haciendo enunciados de intenciones? Cuando reasumen el manejo de los
recursos o de los servicios, los reasumen de verdad o solamente organizan entes
burocráticos que negocian con las transnacionales y redistribuyen las cuotas
leoninas del saqueo? Cuando reordenan la economía, en verdad hacen algo más que
legitimar a las grandes corporaciones adueñadas de la producción y del mercado,
y negociar con ellas en los márgenes mínimos posibles de una economía
secuestrada por los oligopolios y las cadenas agroalimentarias?
En un libro que se llama “Argentina rumbo al colapso energético” y que
puede bajarse de Internet en la página correspondiente a la Universidad del
Salvador, Ricardo Andrés de Dicco, nos anticipa que como resultado de la actual
política de explotación irracional de los recursos, nuestras reservas tanto de
gas como de petróleo, estarían agotadas en menos de una década. Lo que viene
según él, inexorablemente en la Argentina, seria una gravísima situación de
colapso energético a la vez que una importante dependencia nuestra en esa
materia de Bolivia y de Venezuela, con la consecuencia de graves distorsiones
en la competitividad del aparato productivo nacional. Según los diagnósticos de
de Dicco, hacia el 2020 el suministro eléctrico del país deberá cubrirse en un
62% por centrales nucleares, 36% por centrales hidráulicas y 2% restante por
granjas eólicas y ello implicaría la construcción antes de esa fecha de once
nuevas centrales nucleares, dos represas hidroeléctricas internacionales, la de
Garaví y la de Corpus Christi, además del desarrollo de granjas eólicas y
plantas de producción de biocombustibles para uso local y de la
agricultura.
Bueno, en principio este plan pareciera una absoluta fantasía y no pretendo
discutir en este editorial, las bondades o riesgos de ciertas tecnologías que,
seguramente de intentar ser implementadas suscitarían movimientos masivos de
protesta ciudadana que, en este caso el autor ni se plantea, sino que me
refiero a la sola dimensión de las obras que se nos proponen para evitar la
crisis muy cercana, como consecuencia de un consumo creciente de energía y de
la declinación creciente también, de nuestras propias fuentes de
aprovisionamiento. Es que alguien cree que podríamos tener un gobierno capaz de
cumplir con la décima parte de esas metas? Podemos creer que esta clase
política puede generar los estadistas necesarios como para implementar
semejantes políticas de desarrollo?
Cada mañana pasamos frente al túnel inconcluso que bajo las vías del Sarmiento
intentó llevar a cabo el Municipio de Ituzaingó y el Gobierno de la Provincia
de Buenos Aires y que estaba proyectado para ser inaugurado antes de las
elecciones del año pasado. Y cada mañana pienso en la asombrosa estulticia, en
la corrupción y en la ineptitud de nuestros funcionarios. Para esa obra menor
que al igual que tantas otras que se llevan adelante, bien podría haberse hecho
con recursos propios del Municipio, se necesitaron en cambio fondos del BID
que, por supuesto, fueron a aumentar nuestra deuda externa; pero no solo eso,
sino que por razones diversas no se conformó a los vecinos a los que debía indemnizarse
para permitir la boca de salida del túnel, y entonces la obra se
suspendió hasta que fue posible hacer otro diseño.… y en eso está todavía
después de varios meses el proyecto de túnel, y es posible que algún día se
inaugure, si no surgen nuevos problemas, en un municipio con un Intendente
setentista, alguna vez procesado y más tarde maravillosamente desprocesado, un
municipio siempre al borde de la crisis institucional.
Y no creo que estas situaciones sean solo un problema de nuestro país, sino que
probablemente expresen problemas propios de la etapa y de los procesos y
configuraciones de la izquierda y del populismo, de sus dirigencias y de la
extracción de clase de esa dirigencia. Por lo que vimos en Venezuela, nuestro
diagnóstico podría asimismo extenderse a ese país hermano a cuyo actual proceso
vemos con enorme simpatía, pero donde según parece, los grandes planes suelen
empantanarse entre visiones macro del desarrollo que no contemplan la
preservación del medio ambiente, la corrupción y la incompetencia en la gestión
propia de nuestros funcionarios. Tal vez Bolivia pueda ahora con el nuevo
Gobierno, mostrar otro rumbo. Estamos expectantes al respecto, y confiamos en
la base de sustentación profundamente americana del gobierno andino, para que se
impulsen otro tipo de políticas, políticas que sean rectoras para el
Continente. En la Argentina, nos continúa sorprendiendo esa isla de la
reconstrucción del Estado que son los astilleros obreros de Ensenada, y en
especial impresiona la figura del ingeniero Angel Cadelli, héroe mítico de la
preservación obstinada de una memoria del trabajo nacional, que la dictadura
militar y el menemismo no pudieron derrotar.
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