Volver a Ediciones 2001 Home

Aníbal D´Angelo Rodriguez

EL PADRE CASTELLANI Y LA POLÍTICA

1. En este enunciado, "Castellani y la política", caben, como advertirá cualquiera que conozca al Padre Castellani, varios temas. El primero podría ser "El P. Castellani político" (que era el título que yo había puesto originalmente a esta disertación). Habría que referirse, entonces, a toda actuación política concreta del Padre. En verdad, no hubo más que una: su candidatura como diputado nacional en la elección del 24 de Febrero de 1946, en la lista de la Alianza Libertadora Nacionalista. Se trata, es claro, de una cuestión muy pequeña que podría resumirse en un par de páginas en las que se relatara este fugacísimo paso del P. Castellani por la acción política. No me propongo detenerme en él.

2. El segundo tema podría referirse a la contribución de Castellani a la Teoría política. Desarrollarlo exigiría una cuidadosa exégesis de sus escritos a través de toda su vida, ya que es sabido que la política fue uno de los tres ejes principales de su obra, siendo los otros dos la Religión y la literatura. Este es un trabajo que algún día - Dios mediante- hará alguien, pero ese alguien no seré yo, carente por completo de las condiciones materiales mínimas para hacerlo con la profundidad y la seriedad que la cuestión reclama.

3. El tercer tema es el que me propongo desarrollar, es el de la vinculación del P. Castellani con el nacionalismo y su papel en ese movimiento. Muchas razones me mueven a tocar este tema: mi interés por la política, mi vinculación desde los 13 años con el nacionalismo, mi especialización (por llamarla de algún modo) en la historia del siglo XX. Pero hay una razón principal, por lo menos en el terreno emocional, que me mueve a hacerlo: y es responder a las imputaciones contra el P. Castellani vertidas en el libro "El nacionalismo argentino" cuyo autor es Enrique Zuleta Alvarez y que editó La Bastilla en 1945.

4. Tales acusaciones, en las que se hizo eco Don Julio Irazusta en un reportaje en la Revista Crisis de Mayo de 1976, son particularmente graves por venir de personas que se autodefinen como nacionalistas. La versión de Don Julio es, claro, mucho más genérica y elevada. La otra, en cambio, roza la calumnia y la mala fe. Exige una respuesta de alguien que tenga el respeto y la admiración por el P. Castellani que tenemos todos los que estamos aquí presentes. Respeto y admiración no es una "beatería" que hubiera molestado al Padre más que a ninguno. En las notas a un libro construido con los Directoriales y el Periscopio de Jauja (libro por ahora inédito) yo me he permitido disentir con varias opiniones del Padre, a cuya memoria le haríamos flaco favor si nos limitáramos a glosarlo sin sentido crítico. No se trata, entonces, de una defensa de Castellani porque es Castellani sino de algo mucho más profundo e importante, porque la cuestión implica toda la historia del nacionalismo argentino.

5. Comenzaré, entonces, por resumir la sustancia de las alegaciones de Zuleta en su obra. Según él, habría en el nacionalismo dos grandes tendencias: una "doctrinaria" (ese es el término que utiliza) y la otra que podía calificarse de "realista" (aunque Zuleta no utilice la expresión) y que estaría básicamente constituida por lo que se ha denominado (dentro del nacionalismo) el "irazustismo", corriente inspirada por los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta que dio origen, en 1941, a un Partido llamado Libertador.

6. El nacionalismo "doctrinario" (la inmensa mayoría del movimiento) se habría caracterizado por perderse en vagas e inútiles abstracciones, en vez de dedicarse a la defensa concreta de los intereses nacionales, en especial los intereses económicos. Se reconoce en el conjunto del movimiento el mérito de la denuncia del régimen antinacional edificado por el liberalismo, pero luego el nacionalismo se habría extraviado, por obra de muchos de sus representantes intelectuales, en unas disquisiciones morales y doctrinarias que son la razón de su frustración.

7. Qué cosa serían tales vaguedades capaces de hacer fracasar al nacionalismo se verán ahora al analizar la parte (grande, según Zuleta) que le cabe a Castellani en esa deformación. Entre las páginas 721 y 738 del mencionado libro se estudia la figura del P. Castellani. No ahorran, al comienzo, los elogios. Se lo describe como "autor de libros filosóficos y teológicos de gran profundidad y acierto doctrinario", se le atribuyen una "originalidad y un talento que le han ganado prestigio sólido", añadiéndose que "hoy (1975) se le puede considerar, sin exageración, como una de las grandes inteligencias que ha producido no ya el Nacionalismo, sino la Argentina contemporánea".

8. En qué se habría demostrado ese impar talento e inteligencia, se queda sin saberlo el lector de "El nacionalismo argentino" porque a continuación de tales elogios Zuleta pintará a Castellani como un ideólogo (aunque el prefiera el mote de "doctrinario") que no entendía nada de política pero hablaba de ella una y otra vez.

9. Dice Zuleta, citando a Castellani sin comillas, que el nacionalismo se vertebró en torno a seis descubrimientos principales: 1) El revisionismo histórico; 2) Los errores políticos y económicos de la oligarquía; 3) Los instrumentos de la entrega; 4) La acción disolvente sobre el proletariado; 5) La fealdad moral y estética del liberalismo; 6) La existencia del mecanismo económico en el cual se injerta el liberalismo. Esta sería, pues, el punto de partida del nacionalismo argentino según Castellani y a él, como es obvio, adhirió el Padre sin reticencias. Parecen, a primera vista, observaciones muy realistas sobre la historia y la realidad argentinas.

10. Sin embargo, según Zuleta, el P. Castellani se embarcó en una prédica que hizo del nacionalismo una doctrina "moral y filosófica" y que, en consecuencia, lo perjudicó en sus posibilidades de constituirse como un gran partido o Movimiento nacional. Para probarlo, se hilan reiteradas citas de Castellani sacadas de su contexto, como advierte de inmediato cualquier lector asiduo del padre. (Como el que suscribe).-

 11. Hay tres líneas de argumentación que Zuleta sigue sin mucho rigor ni orden. La primera se refiere a la necesidad de una Doctrina para orientar la acción política. Siguiendo a todos los clásicos, Castellani advierte que hay diversos niveles de lo político: el de la filosofía política (que vincula el pensamiento político a una cosmovisión); el del arte política, que es acción y, en el medio, la doctrina, que es un plano en el que la filosofía se acerca a la acción y la dota de instrumentos intelectuales para actuar.

Qué cosa entiende Castellani por doctrina en el caso concreto del nacionalismo argentino (o, al menos, su punto de partida), lo hemos visto en el párrafo arriba transcripto.

12. De allí deduce Zuleta su segunda línea de argumentación, que consiste en sostener que Castellani veía al nacionalismo como una empresa moral y religiosa, por lo cual centraba su atención en la crítica al liberalismo y al comunismo. Según esa visión, Castellani "criticaba la importancia que se concedía al tema de la recuperación económica, o sea al rescate de la influencia de los intereses extranjeros de todo el sistema de la vida económica argentina" (Sic, página 727) Volvamos a una pequeña contradicción en la misma descripción que Zuleta hace del pensamiento del Padre. En la página 723 describe al nacionalismo (ver punto 9 ut supra) con una síntesis en la cual tres de seis elementos se refieren a la cuestión económica.

 Cuatro páginas más adelante el P. Castellani aparece criticando "la importancia que se concede" al mismo tema. Hay algo que no cuadra.

13. Y luego se multiplican las citas en las cuales el Padre dice algo tan claro como el sol y tan indiscutible como la luz que nos alumbra. A saber que la mera recuperación económica no basta si no "corre pareja" con la recuperación cultural. Si no, no será "efectiva ni duradera". Y luego precisa aún más su idea: "la recuperación económica es imposible a no ser como parte de una gran restauración". ¿Habrá alguien de buena fe que pueda discutir este hecho evidente? ¿Puede alguien imaginarse una comunidad que hace el esfuerzo de romper las barreras de su sujeción económica si no esta previamente motivada para hacerlo? Y en el caso concreto de la Argentina ¿cómo podría sostenerse la lucha por la independencia económica sin la previa restauración de la dimensión nacional, que es una cuestión cultural?

14. La tercera línea de argumentación de Zuleta se refiere a los actos concretos de desaliento de toda empresa política que imputa a Castellani.

 Dice literalmente que su posición "es la de oponerse toda acción específicamente política del Nacionalismo" (Sic, página 731) y define la posición del Padre como de "irrealidad desesperada" (Pág. 735). Así Castellani habría aconsejado no votar y habría advertido contra el error de suponer que la política se agota en la lucha por el poder. Hay por lo pronto que observar que las citas en las que apoya estos reproches son de 1961.

15. Hay una cuarta y última cuestión sin importancia alguna pero que Zuleta ventila una y otra vez y es una supuesta adhesión del Padre a Manuel Fresco, político regiminoso que fue gobernador de Buenos Aires y que pasó por un cuarto de hora de parafacismo. En esta vulgaridad cae también Don Julio Irazusta en el reportaje arriba citado. Y Zuleta machaca en ese episodio, atribuyéndole a Castellani "poner en el mismo bando a Ernesto Palacio, los Irazusta, Scalabrini Ortiz y Manuel Fresco". Esto ya es pura y simple mala fe. Que el Padre tenía muy poco ojo para la política menuda y sus concomitancias, es un hecho evidente que él nunca negó y que - por el contrario.- repitió mil veces. De modo que no cabe hacer hincapié en ese fugacisímo entusiasmo, que no dejó huella profunda alguna en sus escritos, que es lo que vale. Si el "entusiasmo" de Castellani por Fresco lo hubiera llevado a hacer el elogio del "fraude patriótico" del que Fresco fue paladín, la cosa tendría interés. No siendo este el caso, sino todo lo contrario, traerlo varias veces a colación lo único que demuestra es una lamentable indigencia de argumentos.

16. Descripta así brevemente la exposición que Zuleta hace del pensamiento del Padre Castellani nada menos que en lo que quiere pasar por una historia del nacionalismo argentino, hay que asumir ahora la defensa del Padre.

Como hemos dicho antes, no solo "por una sagrada memoria"(como dijo José Antonio al reivindicar la memoria de su padre) sino también para restablecer la verdad histórica.

17. En primer lugar ¿fue el Padre Castellani nacionalista? El lo negó varias veces, sobre todo al final de su vida. Pero es comprensible que dijera tales cosas, un poco porque estaba cansado hasta los huesos de su país y de sus gentes, aún las mejores. Y otro mucho porque él hablaba en paradojas que entendía el que quería entender, el que se acercaba a sus escritos de buena fe.

18. Porque lo que, en cambio, nadie podía negar es que el nacionalismo fue castellanista (como he escrito en otra parte), es decir que la influencia del Padre recorre todo el nacionalismo argentino, de arriba a abajo. Que no hubo grupo nacionalista que no se remitiera a sus ideas para fundarse y que no hubo publicación nacionalista, por minúscula que fuera, que no pidiera al P. Castellani una colaboración que él jamás negaba, con la generosidad de los grandes.

19. De modo que es indudable la influencia del P. Castellani en la doctrina del nacionalismo. Pero ¿existió o existe tal cosa? ¿Hay o hubo una "doctrina nacionalista"? El P. Castellani lo negó a veces (Por ejemplo en Cabildo de Mayo de 1944). Hoy podemos completarlo no porque sepamos más que él sino porque vivimos veinte años después de su muerte, cuando las circunstancias del mundo nos han puesto en claro muchas cosas. El equívoco con respecto a la doctrina nacionalista proviene de una comparación con el liberalismo y el marxismo. En ellas hay, en rigor, una filosofía-teología (que es el progresismo) de la cual derivan las dos doctrinas poniendo el énfasis en uno de los tres principios de la vida pública que se derivan de aquella filosofía, a saber: el liberalismo, en la libertad y el socialismo en general (y el socialismo a fortiori) en la igualdad. Lo que confunde es que ambas doctrinas son obras de ideólogos modernos (yo he llamado "hombre de palabra" a ese tipo humano) y llenas, por tanto, de palabrería hueca pero altisonante. A esta altura de la crisis de ambas doctrinas debería ser fácil advertir cuanto hay de hojarasca intelectual en ambas.

20. En un libro reciente ("La sangre derramada" Editorial Ariel. Buenos Aires, 1998) su auto José Pablo Feinmann dice "tengo para mí que un movimiento político social que tiene como base un libro como Das Kapital no puede participar del mismo estamento histórico-ontológico que otro basado en Mein Kampf. Y a continuación explica el fracaso soviético por nociones que derivan del pensamiento marxista. Lo que debe leerse: "Nosotros también nos equivocamos y fracasamos como los nazis. Pero nos equivocamos con palabritas mucho mejor enlazadas que las de Uds. ¿Eh? Qué consuelo deriva de ese hecho el señor Feinmann, es algo que uno no alcanza a advertir, pero que en todo caso desnuda el carácter de la ideología marxista.

21. Porque más allá de las pretensiones de los ideólogos, una doctrina política es una percepción muy simple y elemental de la realidad que se funda (lo sepan o no sus actores) en una filosofía que proporciona la concepción del mundo y luego se concreta destacando y luego se concreta destacando unos aspectos sobre otros y "armando" un plexo de soluciones deducidas de aquellos aspectos que se consideran decisivos. Así, el liberalismo es la derivación de una historia concebida como la hazaña de la humanidad en la búsqueda del progreso. De allí se deduce que la libertad es necesaria para que tal fin (o sea, el progreso) se realice. Los socialismos (y el marxismo no es más que uno de ellos) comulgan rigurosamente con esa visión del mundo en todos sus detalles pero agregan a la igualdad como condición del progreso y de la libertad, mientras que en el liberalismo la igualdad es una consecuencia de ellos.

22. Esta es la doctrina, despojada de todas las construcciones laterales que les agregaron los ideólogos para embellecerlas o para resolver las contradicciones que sus mismas ideas presentaban. Ambas tienen el mismo punto de partida y coinciden en muchas cosas, sin que eso quiera decir que son lo mismo sino que tienen un origen común.

23. Hay una forma de ver este problema que hoy deseo exponer: la gran novedad de la modernidad (como se ve con claridad a fines del siglo XX) es el crecimiento de poderes extra-políticos: por un lado los poderes económicos, por el otro los poderes culturales derivados del crecimiento exponencial del sistema educativo y de la aparición de los medios masivos de difusión. Frente a ello se desarrolla primero dos respuestas: el liberalismo no ve en la cuestión inconveniente alguno porque supone que el individuo es el que se libera cuando disminuye la acción del Estado. Todo su esquema mental está anclado en el siglo XVIII cuando sólo había dos actores en la vida pública: la sociedad formada por individuos (en su visión) y el Estado que podía coartar la libertad de esos individuos. En consecuencia, reduce el papel del Estado y permite el avance cada vez más arrollador de los poderes extra-estatales. El socialismo marxista cree resolver la cuestión de un solo tajo: suprime todo poder que no esté en el Estado y concentra en sus titulares todos los poderes: políticos, económicos y culturales. Pero con ello mata toda espontaneidad en la sociedad y destruye la propiedad privada que es uno de los motores de la vida social.

24. La revolución de los nacionalismos del siglo XX, su doctrina esencial, como bien lo sospechó Castellani y hoy vemos con meridiana claridad, es la restauración de lo político. Eso es lo que se esconde bajo el lema circunstancial de Maurras "Politique d`abord". Se trata de colocar lo económico y lo cultural bajo la dirección del Estado. Dirección no quiere decir absorción. La sociedad y sus fuerzas siguen existiendo, pero la última palabra la tiene la autoridad política en procura del Bien Común. Para lo cual la condición sine qua non es la transformación de fondo de las estructuras políticas: la democracia liberal crea una clase dirigente que pasa fugazmente por el estado y que es por ello dependiente de los poderes económicos. El Estado liberal es, por definición, débil y carece de la fuerza necesaria para controlar esos poderes.

25. Si esto es cierto a escala nacional, se hace evidente cuando los poderes económicos y culturales rompen los moldes nacionales y construyen esa trama de intereses e ideas a la que se llama hoy globalización. Los izquierdistas de todo tipo (Blair, Schroeder y entre nosotros la caricaturesca Alianza de fin de siglo.) se sorprenden al ver el poco juego que tienen frente a esos poderes económicos. No se dan cuenta que ya es tarde para ellos y que su izquierdismo se resuelve en verbalismo puro y en práctica sumisión a los que verdaderamente mandan.

26. Esto lo vio intuitivamente el Nacionalismo y nos lo enseñó Castellani.

 Para la reconstrucción de una vida humana digna el único camino es reconstruir la autoridad política en el marco de los Estados nacionales.

¿No quieren hacerlo? Entonces hay que resignarse a dejar mandar a los que detentan el auténtico poder, el del dinero. Y dejar que ellos tiñan con su talante toda la sociedad, haciendo de la vida y de la muerte, de la enfermedad, del deporte y de la diversión, un negocio y solo eso.

27. En cuanto a la pretensión de que el nacionalismo se frustró en la Argentina porque Castellani y otros "doctrinarios" lo esterilizaron, es tan ridícula que no se si vale la pena analizarla. Zuleta, que acusa de doctrinarismo a Castellani, parece pensar en un espacio cerrado al vacío, en el que no penetran los grandes hechos y corrientes del siglo. Si Castellani estaba en contra de la acción política, tuvo una manera muy curiosa de demostrarlo: presentándose como candidato a diputado de un movimiento nacionalista. No se advierte cómo pudo hacerlo quien "se oponía a toda acción específicamente política del nacionalismo". Lo que sucede es que Castellani advirtió dos hechos que parecen habérsele escapado a este gran realista: el fin de la segunda guerra mundial y la irrupción del peronismo.

28. En 1945, suele decirse, se instala el "orden de Yalta". Yo he tratado cien veces (sin mucho éxito) de demostrar que ese orden no existió.. Por muchas razones, de las que basta la primera: los EEUU no son una nación como las otras que han tenido un primer plano en la política mundial. Son un imperio frustrado, "una Roma paralizada por sus prejuicios" y por la complejidad de su sociedad. Imaginar a los EEUU como protagonista de un orden que implicara un dominio político del mundo (aunque fuera compartido) es extrapolar situaciones muy diversas. Como se ve hoy en Yugoslavia, en la que emprende una guerra sin estrategia ni táctica definidas, una guerra en la que no hay otro objetivo a la vista que el uso del poder militar que el que no sabe que hacer. El verdadero orden instaurado al fin de la guerra no fue el de Yalta sino el de Nuremberg, un orden cultural en el que se advierte: todo está permitido, menos ser nazi. Y quién es nazi y quién no, lo diremos nosotros.

29. A partir de ese momento el nacionalismo -los nacionalismos- no digo que no pudieran hacer nada pero ciertamente enfrentaban dificultades casi insalvables. Tenían que enfrentar todos los poderes económicos, culturales y políticos coaligados para hacerle, por lo pronto, una guerra de silencios.

 En esas condiciones, es bien claro que hay un antes y un después de 1945.

 Una cosa es ser nacionalista y otra muy distinta ignorar las realidades de un mundo cada día más pequeño.

30. A esto debe sumarse la irrupción del peronismo. Hay que recordar aquí que el único movimiento político de importancia que tuvo el nacionalismo fue la Alianza de la Juventud (y luego, Libertadora) Nacionalista. No lo niega Zuleta, que reconoce que "la importancia de la Alianza fue muy grande" (pag. 296) para luego mentir, llanamente, al decir que "encalló, como la mayoría de estos grupos, en el punto muerto de las conspiraciones militares".

Esto, sencillamente no es verdad. Como no lo es que "cuando se decidió a ser un partido político y a presentarse a elecciones, ya lo hizo como peronista".

 Zuleta simplifica algo mucho más complejo. Parece haber querido que el nacionalismo entrara en política, pero ignorando las leyes de la política.

El 17 de Octubre de 1945 Alianza adhirió, en un comunicado, "a las multitudes que, cualquiera sean sus simpatías circunstanciales" sostengan los principios nacionales. Alianza no podía ignorar la relación real de fuerzas políticas y no advertir que las clientelas ideológicas del peronismo y del nacionalismo coincidan en una gran proporción. Pero en 1946 fue sola a la elección y eso le costó ser derrotada porque el día antes del comicio Perón advirtió contra "los que especulaban con su nombre", lo cual era falso en cuanto a Alianza pero igualmente afectó.

31. Es también una canallada afirmar que la oposición de Alianza en esa coyuntura (la elección de 1946) se debió "a un cambio de digitación desde la Casa Rosada" o sostener que Castellani "creyó en Perón en 1946". Habría que citar textos al respecto, cosa de la que se cuida muy bien Zuleta. Que Castellani haya mostrado un destello de buena voluntad hacia cualquiera o casi todos los gobernantes desde 1946 hasta su muerte, es verdad. Y es la actitud natural y constructiva de todo el que no sea un ideólogo y tenga resueltos los problemas antes de que se planteen. Pero abrir un crédito a todo gobernante nuevo es una cosa y "creer en él" otra muy distinta. No se puede acusar a Castellani de ideólogo por una parte (o de "doctrinario") y por otra parte de demasiado realista al no condenar a priori a nadie hasta no verlo actuar. Sobre todo desde su punto de vista de pensador y de periodista y no de político militante.

32. Hasta aquí la crítica de la crítica que Enrique Zuleta Alvarez hace de la influencia de Castellani en el movimiento nacionalista. Permítaseme terminar poniendo "en positivo" lo que aquí se ha expuesto "en negativo", es decir respondiendo a un ataque. El nacionalismo argentino comenzó a vertebrarse como una empresa de pensamiento en la segunda mitad de la década del 20 de este siglo. Reunió de inmediato a u grupo de pensadores de una profundidad y seriedad como no ha tenido ninguna otra expresión política argentina de este siglo. Dio primero la batalla del revisionismo comprendiendo, en todo acierto, que el punto de partida para la reconquista de la Nación debía ser una nueva visión del pasado nacional porque en él se encontraba la clave de nuestra actual situación.

33. Esa batalla le ganó de una vez para todas al nacionalismo. Desde entonces todos los que repiten la versión que fue oficial de nuestra historia tienen que contar, como punto de referencia, al revisionismo. Y lo hacen, en general, con muy poca calidad y profundidad como lo ha demostrado acabadamente Antonio Caponnetto en su reciente libro sobre los críticos del revisionismo. Otros (como buena parte de la llamada "izquierda nacional") repiten, apenas modificadas, las tesis revisionistas, sin hacer referencia a sus fuentes.

34. La segunda gran batalla del nacionalismo fue desnudar la esencial falsificación de nuestra constitución, haciendo ver que las instituciones que se trasplantan sufrirán persistentes cortocircuitos provocados por la discordancia entre el país real y el país oficial. De allí los cincuenta años de golpes militares, fruto natural de una constitución importada. Hoy parecería que por fin el sistema ha conseguido imponerse al país como consecuencia, dobre todo, del fracaso de los gobiernos militares en lo que debió ser su empresa esencial: crear una nueva institucionalidad.

Parecería también que la Nación se ha resignado al régimen artificial que le ha sido impuesto, quizás por un cambio gramsciano en su sentido común. Pero ¿es esto así o nos dejamos llevar por una apariencia coyuntural? ¿Está muerto el sentido nacional de los argentinos, que se han resignado al papel de factoría ni siquiera próspera del Nuevo Orden Mundial? Mi generación, la de los supervivientes del nacionalismo fundacional, se siente tentada a esta visión pesimista.

35. ¿Hay una empresa política posible en el futuro argentino? ¿O es hora ya de contemplar con ojos apocalípticos la realidad y prepararse a enfrentarla desde el nivel religioso? Este es el dilema que vio Castellani en la última parte de su vida y es con este equívoco que Zuleta a construído su crítica. Creo que no es injusto decir que hasta 1945 el P. Castellani no solo no desaconsejó la acción política sino que cedió fugazmente hasta a hacer una cosa para la que no estaba llamado.

36. A partir de 1945 -y cada año más- advirtió que los cauces políticos se obturaban y que la acción política, si era posible, no podía pasar de una "oposición de su majestad", es decir que llevaba irresistiblemente a comprometerse con el Régimen, aún apareciendo como cuestionadores de su esencia. Me parece que la trayectoria del neofacismo italiano y su reciente conversión en la derecha del espectro político regiminoso ilustra muy bien este riesgo. O si se quiere buscar otro ejemplo diferente, el modo en que los terribles opositores radical-izquierdistas terminan por aceptar la globalización, la convertibilidad y todos los detalles de la actual coyuntura del sistema. Me parece que todo esto expresa lo que he dicho más arriba. La política se trivializa porque el juego del poder pasa ya por otro lado.

37. ¿Será entonces cierto que hay que dar de nuevo la batalla de los ángeles, la de la inteligencia, la batalla cultural para recuperar el sentido común de los argentinos? ¿Será cierto que hoy por hoy la batalla política no tiene sentido, primero porque no es allí, insistimos, donde residen los verdaderos poderes y segundo porque de nada valdría conquistar una estructura vacía e intentar el gobierno de una Nación que ya no quiere ser gobernada?

38. Estas son los verdaderos problemas de la hora. Unos pueden argüir que siempre hay un resquicio para pelear por el poder político y que desde el Estado siempre se puede hacer algo. Otros que lo primero es hoy lo cultural y que es allí donde hay que ganar la batalla. Otros, en fin, que sólo queda rezar y prepararse uno mismo y su familia para el futuro y próximo Armagedón. No soy capaz de laudar en esta discusión que hoy conmueve a lo que fue el campo nacional. Y no lo soy porque, Dios me perdone, me parece que todos tienen un poco de razón. Y que lo que hay que hacer es... todo, cada cual según su saber, su convicción y sus posibilidades.

39. De lo que estoy absolutamente seguro es de que en cualquiera de esas alternativas el P. Castellani será un guía seguro hoy, como lo fue hace veinte o hace cincuenta años. Porque en lo religioso y en lo político el nos enseño a no encandilarnos con la coyuntura, a pensar siempre sub specie aeternitatis, lo que no quiere decir que por tanto excluyera ninguna forma de acción, como lo demostró con el ejemplo de su vida. Está bien claro, por ejemplo, que el Padre no podría prever la profundidad de la injusticia y el odio con que fue tratado con el pretexto de su candidatura a diputado.

Pero no podía ignorar que se estaba comprando un problema. Y sin embargo le dio para adelante sin medir las consecuencias, con la libertad de los hijos de Dios. Aunque después él haya minimizado el hecho pintándolo como "un chiste".

40. De modo que quiero terminar con un ruego dirigido hacia el Padre Castellani, de quien no dudo está hoy a los pies del trono de Dios. Así él nos valga como intermediario para obtener, en esta difícil coyuntura, la claridad necesaria para saber lo que hay que hacer y el valor indispensable para llevarlo a cabo. Para poder ser fieles a la fe en Cristo y al apasionado, doloroso amor a la Patria que él nos enseñó. Amen

Fuente:
Correo electrónico

Volver a Página de Inicio de Ediciones 2001