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Hernando Kleimans

Rusia, el imperio contraataca

Una breve historia

Hace apenas algo más de 180 años, el 14 de diciembre de 1825, un grupo de jóvenes oficiales de la corte zarista se amotinaron contra el flamante zar Nikolái I, quien ese día debía asumir su imperio, con todo el boato y la pompa propia de la capital San Peterburgo, la “Venecia del Norte”.

Los jóvenes, alentados por el afiebrado romanticismo europeo de Lord Byron y los versos del poeta de moda entre el progresismo ruso Alexandr Pushkin, pensaban que toda Rusia se levantaría contra el régimen autocrático y por la instauración de una democracia liberal.

Fracasaron. Fueron muertos, deportados, sepultados en vida en la gélida Siberia Oriental. Sus nombres fueron borrados de la historia.

Lo peor es que el pueblo ruso prácticamente no registró el episodio.

No tenía la culpa. Analfabeto, esclavo, sumido en la miseria más absoluta y en la dependencia total del feudal a quien ni siquiera conocía. Aplastado hasta la ignominia luego de las grandes guerras campesinas de Stenka Razin y Emelián Pugachov en el siglo XVIII, sofocadas a sangre y fuego por los mejores jefes militares que tenía en esa época el zarismo. Recién en 1866 el zar reformista Alexandr II abolió la esclavitud. Duró apenas 900 años.

Un milenio de autocracia absoluta. Un milenio puliendo la idiosincrasia de un pueblo de generación en generación. Un milenio sin atreverse a mover un dedo sin la indicación del “nachalnik” (se traduce como jefe pero etimológicamente significa primero, principal, inicial).

Luego, uno de los herederos directos de los “decembristas”, el poeta y filósofo Fiodor Tiútchev, afirmaba “A Rusia no se la puede entender con la cabeza. En Rusia sólo se puede creer”…

Eso pintó cabalmente el estado de extrañamiento de la intelectualidad rusa con respecto a su pueblo. A finales del siglo XIX el conde León Tolstoy partió de su hermosísima finca en Iásnaia Poliana (claro prado), no demasiado lejos de Moscú, en un viaje que se conoció como “ida al pueblo”. Pensaba que con su prestigio ganaría la batalla y las masas miserables alcanzarían el estado de gracia y se convertirían a la socialdemocracia.

La incomprensión de Rusia por sus propias clases ilustradas fue calificada como “la tragedia de la intelectualidad rusa” por el pragmático más clarividente que tuvo el imperio: Vladímir Ilich Uliánov (Lenin).

Prácticamente en 15 años fundó un movimiento revolucionario y tomó el poder. El 7 de noviembre de 1917 (25 de octubre en el viejo calendario ortodoxo) el partido bolchevique asumió el poder supremo de Rusia. En esos momentos, el partido tenía… 80.000 miembros.

Después, pasó lo que pasó. Stalin. Brutal destrucción de los intentos leninistas por volver a un “capitalismo popular”. Cien millones de muertos en el siglo pasado. Dos guerras, la civil y la segunda mundial, que devastaron el país.

Lucha palaciega por el poder luego de la muerte del “líder de todos los pueblos”, tirado en el piso de su habitación durante toda una noche ante el miedo de sus sirvientes de entrar a la pieza donde agonizaba. Nikita Jruschov y su primera “perestroika”, mediatizada por su propia participación en la bestial represión stalinista y cuidadosamente despiezada por su sucesor, el burócrata Leonid Brézhniev, aupado en el poder por el último y más tradicional golpe palaciego soviético.

El fugaz paso del espía-poeta Yuri Andrópov, una breve y cruel reposición de los métodos autocráticos “iluminados” en beneficio del pueblo. Gorbachov y su ingenua creencia en los valores democráticos liberales para una Rusia que nunca supo lo que era un partido político, una elección libre o una división efectiva de poderes.

Tras la enfermiza gestión de Borís Nikoláievich Ieltsin –acaba de cumplir 75 años con una fastuosa fiesta en el Kremlin a la que asistieron Helmut Köhl, Bill Clinton y otros ex mandatarios pero a la que no fue invitado Mijaíl Gorbachov- que casi terminó con la disolución del país en diversas regiones autónomas y con la economía colapsada por una bestial crisis, en tanto que su entorno se enriquecía a más no poder, Vladímir Putin restauró el concepto imperial de Rusia.

Reemplazó la bandera roja por el antiguo estandarte ruso con el águila bicéfala como escudo, pero dejó las estrellas rubí coronando el Kremlin.

Repuso la guardia de granaderos, creada tras la victoria sobre Napoleón en 1812, como regimiento del Palacio San Jorge (residencia oficial del presidente ruso en el Kremlin), pero los oficiales de las fuerzas armadas siguen llamándose “camaradas”.

Utilizó sus 15 años de educación en el KGB para reconstruir el aparato estatal con la rigidez zarista y lo volcó en una nueva tabla de rangos.

En la reciente celebración del 85 aniversario del ex Comité de Seguridad Estatal (KGB) y actual Servicio Federal de Inteligencia (SFI), Putin mostró su orgullo porque “parte de mi vida estuvo vinculada con este servicio… La vida nos plantea nuevas tareas y los servicios deben reaccionar ante estos desafíos adecuadamente y con rapidez… Su información me sirve de base para adoptar las decisiones políticas más importantes…”

Este es el Putin verdadero, el que se alía con la Iglesia Ortodoxa Rusa para amalgamar una nueva conciencia nacionalista similar a la que existía en épocas del “padrecito zar”, y el que califica la destrucción de la Unión Soviética como “el error más terrible de nuestra historia”.

Durante el milenio zarista, Rusia hizo valer su condición de gran potencia euroasiática. Las cabezas del águila bicéfala apuntan hacia Europa una, y hacia Asia la otra. Ella fortalecía o deshacía alianzas y con ello cambiaba el mapa europeo. Manejó con total independencia sus campañas colonizadoras hacia Oriente.

Los cañonazos del joven general Dmitrii Skóbelev en el Asia Central, despedazando a los heroicos y desvalidos defensores nativos, eran celebrados en Peterburgo o en París con fervor democrático. En algo más de cien años, Rusia se convirtió en un imperio que ocupaba la sexta parte del planeta. Mientras Francia o Inglaterra se disputaban África, Rusia anexaba tranquilamente los grandes espacios siberianos, los desiertos asiáticos y las feraces campiñas del lejano oriente en la costa pacífica, encima de Japón.

La Unión Soviética, en la concepción stalinista, no fue más allá de eso. Conservó las fronteras y aplastó a sangre y fuego cualquier conato de rebeldía aborigen, silenciando cuidadosamente sus exteriorizaciones. Cuando los tártaros de Crimen intentaron lograr alguna autonomía, Stalin ordenó embarcarlos en vagones de carga y los deportó a Siberia. A todo un pueblo…

Fin del problema.

Lo mismo ocurrió con los ingushetios, los chechenios y los judíos, confinados estos a una alejadísima autonomía en cercanías de China, que hoy aún se mantiene con su capital Birobidján como la más antigua formación judía estatal. Los alemanes del Volga, industriosos colonos traídos por Catalina la Grande a orillas del gran río ruso, simplemente desaparecieron en los gulags más allá de Siberia.

El actual ministro de Desarrollo Económico y Comercio, German Gref, es un joven jurista de 42 flamantes años, cuyos padres –de ascendencia alemana- fueron deportados en 1941 a la entonces inhóspita estepa de Kazajstán.

Hoy, la democracia en Rusia tiene apenas 20 años. Temblorosa, vacilante, a veces sin orientación alguna, va buscando un camino que conjugue la milenaria historia del país con sus actuales necesidades. Por de pronto, Putin ha logrado un aplastante consenso para su gestión, que dista mucho de ser democrática al estilo que los “occidentales” entienden por democracia. Pero más del 65% de la población lo aprueba.

Su respaldo por ahora irrestricto es la creciente clase media rusa, que en pocos años ha pasado de ser un sector inexistente, sojuzgado por la burocracia y sin ningún peso político o económico, a ser un factor equilibrante y decisivo en el mercado. Y, por arrastre, un excelente portal para introducir los elementos de civilidad y confort de los que los rusos carecieron siempre. Ella fue la que permitió el reemplazo de las estanterías vacías de los negocios estatales hacia finales del régimen soviético por la saturación de productos ampliamente publicitados en todas las ciudades rusas. Ella misma fue herramienta activa de esa penetración.

Un ejemplo reciente pero por demás elocuente: en Rusia funcionan ahora 135 restaurantes McDonald’s en 37 ciudades. Más de medio millón de rusos son atendidos diariamente en ellos. Sin embargo, como se dijo, el presidente de McDonald’s Rusia es el vicegobernador de Moscú Vladímir Malyshkov y todas sus acciones son estrictamente controladas por el socio mayoritario, que es el estado ruso.

Igor Iúrguens, vicepresidente de la Unión Rusa de Industriales y Empresarios (URIE) y viejo zorro de las luchas internas moscovitas, observó, con respecto a los recientes e inesperados cambios realizados por Putin en el gobierno ruso: “En esta ecuación hay muchas incógnitas. Es posible que sea parte de la operación ‘heredero’ (Putin termina su mandato en 2008 y no tiene segunda reelección, HK). Pero, fundamentalmente, se trata del fortalecimiento del papel del Estado en la economía y la consolidación de la vinculación entre la administración presidencial y el gobierno”.

Hasta la asunción de Putin, el poder se dividía entre el Gobierno en sí, encabezado por el primer ministro, y la Administración Presidencial, una especie de Secretaría General que pugnaba por imponer la voluntad presidencial por sobre la de los integrantes del Gobierno, en su mayoría representantes de los “oligarcas”, como se denomina a los nuevos y poderosos ricos rusos.

Putin terminó con esa confrontación y ahora el gobierno del primer ministro Mijaíl Fradkov es apenas un administrador de las decisiones presidenciales. Fradkov preside reuniones de gabinete donde se reciben las ordenanzas de Putin. Este esquema se copia fielmente en la relación “centro federal-regiones”, donde los gobernadores son elegidos por Putin y el presidente tiene representantes directos con super-poderes.

Esta ha sido la manera en que el Kremlin se ha lanzado a la lucha contra el poder de la burocracia que, durante el régimen soviético, adquirió las características de una verdadera clase social, con su estructura y sus intereses perfectamente determinados.

El enfrentamiento es tan grave que, según datos del Instituto de Sociología de la Academia de Ciencias de Rusia, al día de hoy en el país existen casi tres millones de funcionarios, 14 veces más (¡) de lo que existió en toda la Unión Soviética. Sin una rígida dirección del centro, estos “chinóvniki” (“chin” = función de rango) volverían a apoderarse, prácticamente, del poder estatal.

La estabilidad política y económica de Rusia le permite avanzar en este riguroso diseño del Estado, donde la concepción tradicional de democracia es “adaptada” a la realidad nacional para así permitirle al país, como afirma uno de los politólogos consultante del Kremlin, “sentirse de nuevo superpotencia”.

En este contexto se inscribe la reciente ley que limita al máximo la acción de las ONG en Rusia y prohíbe, de hecho, los aportes que podían recibir de donantes extranjeros. El comentario oficial es que muchas de esas organizaciones eran financiadas desde el exterior para desarrollar un trabajo de sabotaje de dichos conceptos básicos de “superpotencia”.

Las más de 400.000 (¡!) ONG que existen en Rusia deberán registrarse nuevamente en el curso de este año, es decir antes de las elecciones a la Duma de Estado (Cámara de Diputados), previstas para el año que viene. El registro debe especificar taxativamente el origen y el destino de los fondos recibidos.

El Kremlin ha aplicado esa misma concepción de “democracia dirigida” a su gestión económica. Sin caer en los excesos de una renacionalización o reestatización de lo privatizado, acentuó esencialmente la presencia del Estado en las grandes empresas y retuvo para sí el monopolio de servicios y ramas claves de la economía.

En 2005, el Estado fue el jugador más activo en el mercado de fusiones y absorciones en Rusia. Regresó para sí casi un cuarto del petróleo que se extrae en el país. Cada tercera fusión o absorción fue ejecutada por una compañía estatal o una firma que actuó en interés del Estado. Los expertos vinculan esta activa intervención con la catarata de petrodólares que inundó el país en los últimos tiempos, así como con ciertos intereses políticos en las ramas más beneficiosas.

En 2006, este proceso de compras “estatales” será aún mayor, en especial en el sector bancario en el que, todavía, no se admiten bancos extranjeros.

“Todos conocen perfectamente –afirmó Putin- como transcurrió entre nosotros la privatización a principios de los 90 y cómo ciertos participantes del mercado entonces recibieron propiedades multimillonarias estatales. Hoy el Estado, utilizando mecanismos de mercado absolutamente legales, asegura sus intereses”.

La recaudación impositiva alcanza niveles notables de eficiencia, en virtud de las estrictas y casi crueles normas sancionadas por el gobierno. Los ingresos del presupuesto federal 2005 casi alcanzaron al 28% del PIB, que creció en un 6,4% con respecto a 2004. Esto significa que, sobre un total de US$ 500.000 millones, la recaudación fue de casi US$ 150.000 millones.

Esto le permite al gobierno del presidente Putin emprender grandes planes sociales. Para este año 2006, algo más de 45.000 millones de dólares se dedican a acelerar el desarrollo de la agricultura, la educación, la sanidad y el mercado de la vivienda. Para el período 2006-2008 se planifica gastar en programas sociales más de US$ 100.000 millones.

Moscú soluciona también anticipadamente, con estos fondos, su deuda externa. Y eso coloca a Rusia en posiciones muy ventajosas para las inversiones, lo que es ampliamente reconocido por las agencias internacionales calificadoras de riesgo país. Entre enero y septiembre del año pasado, la deuda estatal ante los países acreedores se redujo en más del 22%. En total, la deuda alcanza los US$ 81.400 millones.

El proceso es controlable por el Estado pese a las enormes cifras que se manejan dado que todavía la economía sigue, en un gran porcentaje, en poder del mismo. Como vimos, en efecto, se registra un proceso de re-estatización de los principales activos que fueron privatizados en la década de los '90.

El ejemplo más notable de ello está en el sector energético. La poderosa RAO EES estatal domina hegemónicamente toda la generación y distribución de electricidad. Aunque se iniciaron los procesos de privatización de algunas plantas generadoras, de todas formas el Estado mantiene el control absoluto.

En energía atómica, Rusia posee 10 centrales nucleares, que con sus casi 150.000 millones de kw/h generados al año tienen el 16% de la oferta eléctrica total del país. Encabezada ahora por el joven ingeniero Serguéi Kirienko, ex primer ministro ruso durante el default y una de las figuras con mayor futuro por su dinamismo y capacidad de trabajo, su objetivo es convertir al sector en exportador de energía barata, de tecnología y de equipos. Ya están trabajando intensamente en Asia, Europa Oriental y África. La construcción atómica en Irán es el ejemplo más elocuente.

Pero sin duda donde mayor expansión mundial despliega Rusia es en la colocación de hidrocarburos. Este año, la extracción de petróleo llegó a los 470 millones de toneladas.

La mitad de eso se extrae en la Circunscripción Autónoma de Janty-Mansiisk, al norte de Siberia y en cercanías del Océano Glacial Ártico. Regiones vecinas como Tiumén o Iamalo-nenetsk son las que le siguen.

El Mar Caspio, compartido con Kazajstán, Azerbaidzhan, Irán y Turkmenistán, vuelve a ser una reserva promisoria aunque ciertamente menor a las siberianas. Algo más se extrae en el sur de los Urales, por ejemplo en Orenburgo.

Según una reciente reunión “cumbre” del sector, celebrada en la capital de Janty-Mansiisk, del mismo nombre que la Circunscripción, las refinerías están trabajando al límite y necesitarán una rápida inyección de inversiones para hacer frente a la creciente extracción y demanda.

En esa “cumbre” se mencionó que las refinerías rusas alcanzan el 72% de refinación del producto, en tanto que las europeas llegan al 85-90%.

Muchas de esas refinerías rusas exigen una modernización. De las 28 refinerías que operan en el país, diez trabajan desde antes de la segunda guerra, 9 fueron construidas entre 1950 y 1960, y 4 entre 1960 y 1980.

De toda la producción, cerca de 300 millones de toneladas de crudo se exportan. Para este año, se prevé un ingreso por ese rubro de US$ 133.000 millones.

En cuanto al gas, la extracción llegó a los 500.000 millones de metros cúbicos. De ellos, unos 200.000 millones se exportaron.

La política de Putin

Rusia, pues, se ha convertido en el principal exportador mundial de hidrocarburos. En el gas el monopolio le pertenece íntegramente a la estatal “GazProm”, a la cabeza de la cual se encuentran los “hombres de Putin”: el ex titular de la Administración presidencial y actual primer viceprimer ministro Dmitrii Medvédiev (uno de los más seguros sucesores de Putin en la presidencia rusa en 2008) y su segundo en esa Administración, Igor Sechyn.

Luego de duras y cruentas batallas entre los ex detentadores soviéticos del crudo, han quedado conformadas empresas “verticales” que manejan todo el circuito del petróleo. Ellas son la estatal “Rosneft” (“es más grande que dos Shell juntas”, afirman sus directivos), la estatal-privada LUKoil” (con una participación del 20% de CONOCO, una de las “herederas” de la Standard Oil), “Surgutneftegaz” (dirigida directamente por el equipo peterburgués de Putin) y TNK-BP (una alianza entre la poderosísima petrolera de Tiumén y la inglesa BP que ahora apunta a Repsol-YPF). Hay algunas más, pero son “pequeñas” y no inciden en el resultado general.

Hasta hace un año, la principal petrolera privada rusa era “IUKOS” pero su dueño, Mijaíl Jodorkovski, un ex inspector del komsomol (la Unión de Juventudes Comunistas) intentó competir en política con Putin.

Bastó que salieran a la luz sus escandalosas evasiones fiscales y sus dolosos “arreglos” empresarios para que purgue ahora en un “campo-cárcel” siberiano una condena de ocho años por malversación y otros delitos. Claro que el resto de las empresas del sector pueden ser incriminadas de la misma forma. Pero ninguna de ellas osó levantarse contra la presidencia-autocrática.

Para terminar de cerrar el cuadro, agregaremos que la exportación de hidrocarburos en Rusia llega al 33% de todo el comercio exterior del país.

En la última reunión del Consejo de Seguridad de Rusia, el presidente Putin calificó como una “tarea ambiciosa” el lograr el liderazgo mundial en el sector energético. Lo que significa, en el lenguaje criptográfico del Kremlin, que esa es la tarea planteada ante Rusia. Su resolución depende de dos vectores: el ritmo de crecimiento de la producción y la exportación de recursos energéticos.

El diario alemán “Die Welt” define indubitablemente que Putin “pasa a la contraofensiva” contra aquellos sectores occidentales que se relacionan críticamente con Rusia. En calidad de arma de la contraofensiva, según “Die Welt”, Putin eligió la posibilidad de un abastecimiento garantizado de gas y petróleo a los países occidentales, lo que implica el surgimiento de un nuevo sistema de dependencia entre el occidente y el oriente de Europa, en el que Rusia jugará un papel absolutamente autónomo.

Otra rama clave de la economía rusa es la armamentista. Centenares de empresas unidas en lo que se ha dado en llamar el Complejo Militar Industrial (CMI) acumulaban, en la época soviética, hasta el 80% de los recursos de la economía nacional.

Hoy, después de la debacle ieltsinista cuando por ejemplo la principal empresa constructora de naves cósmicas, “Jrúnichev”, se dedicaba a fabricar bicicletas infantiles plegables, el sector se ha reorganizado y el Estado comienza a incrementar los encargos de nuevos armamentos y tecnologías.

El CMI aprovecha los increíbles adelantos logrados en las postrimerías del régimen soviético para presentar cazas interceptores de quinta generación, submarinos atómicos invisibles, misiles multifunción no detectables por sistema alguno, tanques como el T-90 de características inigualadas en el mundo. Según directivos del CMI, “nuestros productos están al menos entre 15 y 20 años adelantados a los del resto del mundo”.

Se prepara la licitación para la construcción de la segunda generación de trasbordadores espaciales, que en síntesis es un avión que despega y aterriza en aeropuertos convencionales y que tiene autonomía para vuelos planetarios. Uno de los modelos, el “Cliper” del poderosísimo holding “Energía”, ya ha sido presentado ante Putin.

La exportación de armamentos y tecnología vinculada está estrictamente monopolizada por la estatal “Rosoboronoexport”, con una ganancia anual cercana a los US$ 10.000 millones. La empresa ha logrado nuclear en rededor de la industria bélica, una importante cantidad de empresa de la industria pesada que estaban al borde de la quiebra y las reinstaló en el mercado con producción de alta tecnología que se exporta.

Agréguese a esto, entre otras cosas, millones de toneladas de cereal en el mercado mundial, la metalurgia del aluminio y del titanio, reservas en oro por casi US$ 190.000 millones, la mayor producción mundial de diamantes, una creciente oferta de software que colocó a la industria electrónica en el tercer escalón de la exportación rusa, detrás de los hidrocarburos y los armamentos. Este año, Rusia extraerá 168 toneladas de oro por más de US4 100 millones. Pero, para 2015, la extracción aumentará en un 50-60%, hasta llegar a 250 toneladas al año.

Sobre esta base, Rusia ha recuperado la astucia que la caracterizó en la historia de la diplomacia mundial. Como dice el analista del Fondo Carnegi Andrew Cachins, “La política rusa hoy no es ni pro ni anti-occidental, ni tampoco pro o anti-oriental, es prorrusa”.

Sus objetivos fueron replanteados poco después del default de agosto de 1998. Por entonces, el primer ministro era Evguenii Primakov, ex director del SFI, antiguo dirigente comunista, profundo conocedor de la diplomacia soviética y rusa, quizá el más grande arabista ruso y amigo de Saddam Husein, Hosni Mubarak, Mohammad Gadafi, Hafez al Sadam y Yassir Arafat y actual presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Rusia.

A Primakov le tocó rehacer el fenomenal ovillo de pasos en falso que era la política exterior rusa durante el ieltsinismo. De eso se habían aprovechado largamente los estrategas de la OTAN, que plantearon en ese entonces su política de expansión hacia Europa Oriental.

El antiguo corresponsal de “Pravda” en Medio Oriente comprendió que el movimiento europeo hacia el Este era irreversible. Entonces, planteó sus nuevas jugadas en el tablero del ajedrez mundial. Viró el centro de gravedad hacia China, la India, Irán y Japón (con el que todavía, a raíz del litigio por las Kuriles, no existe un acuerdo de paz desde la 2da. Guerra Mundial), consolidó la posición rusa en el Medio Oriente incluyendo a Israel, siendo partícipe activo en la confección de la famosa “hoja de ruta” que intenta regularizar el proceso de paz y consolidación de fronteras seguras en la región.

Con Europa Occidental, el inmediato antecesor de Vladímir Putin fue quien, en realidad, fijó los términos de una nueva relación en la que no existían ni los lazos “sentimentales” de Gorbachov con Köhl o Mitterrand, ni las banalidades alcohólicas de Ieltsin apenas soportadas por los líderes europeos. Con un intenso sentido pragmático, Primakov se apoyó en el default para determinar el monto de la deuda con el Club de París y dejó expedito el camino para hacer lo que Putin hizo en su primer gobierno: saldar la deuda.

Luego estableció el lenguaje de entendimiento con las capitales europeas: el portador energético. Rusia suministra casi el 40% de la energía que consume Europa. Las redes de ductos trazadas hacia la Unión Europea conforman una tela de araña que atrapa sin vueltas los designios políticos continentales de Bruselas. Basta con que “GazProm” se muestre dubitativo con la provisión de gas, para que Moscú se convierta en una romería a la que asisten diligentes todos los grandes europeos.

Las refinerías petroleras del Viejo Continente son abastecidas con Revco o Urals, las dos marcas del petróleo ruso de exportación ligeramente más baratas que el brent de Londres. Como consecuencia de ello, la mayoría de los bancos europeos es la “financista” de este abastecimiento. Es interesante observar en Moscú el comportamiento servicial de los banqueros suizos o austríacos ante sus clientes preferidos: los traders rusos del petróleo y sus subproductos. Quien haya caminado por la peatonal en Zurich no se asombrará ya en absoluto de las voces en ruso que resuenan en ella.

Cabe señalar que los bancos extranjeros no pueden funcionar en Rusia. La correspondiente ley determina que sólo pueden hacerlo si operan como sociedades locales. De modo que todos sus movimientos (pues de todas formas los bancos están en Moscú) son controlados por la implacable Policía Impositiva y por el Banco Central ruso. Sonados casos como los del Bank of New York, el Respublic o el Commertzbank, implicados en el lavado de dinero de los grandes negociados rusos, demostraron que el sistema funciona en serio.

En gran medida, el conflicto chechenio tiene un aplastante olor a petróleo y a tráfico de dineros sucios. En Londres y en Lichtenstein los secesionistas chechenios abrieron sus bancos, “gerenciados” por el expatriado “oligarca” Borís Berezovski, el hombre fuerte del régimen ieltsinista y, desde Londres, actual financista de todas las manifestaciones contrarias a Putin tanto en Rusia como en la ex URSS.

No es de extrañar si se puntualiza que Chechenia está sobre un lago de petróleo a flor de piel que hoy todavía no ha reanudado su explotación normal, aunque son muchos los que persisten en pequeños pozos individuales en sus parcelas para conformar, con lo extraído algo parecido a combustible que se vende en el mercado negro de Grozny.

Es explicable, de esta forma, el abierto apoyo de Londres o del Parlamento Europeo a los secesionistas. El objetivo es arrancarle a Rusia ese “pedazo” del Cáucaso para tener petróleo propio y un corredor seguro entre el petróleo azerbaidzhano del Caspio y el gas turkmeno que, por ahora, se queda en la ribera oriental de ese mar cargado de hidrocarburos y explotado, mucho antes de la revolución soviética, por Standard Oil, Rostchild y Nóbel.

Y es que el Kremlin acaba de jugar un espectacular enroque. Por un nuevo acuerdo con Estambul, el flamante “torrente azul”, un ducto petrolero que atraviesa todo el Mar Negro y entrega decenas de millones de metros cúbicos de crudo a Turquía, tendrá dos ramificaciones: una hacia el sur europeo bordeando el Mediterráneo y otra… hacia Israel.

La nueva geopolítica

Al día de hoy, Rusia suministra a Turquía el 60% del gas y el 20% del petróleo que consume. Esto significa algo así como un ominoso cerrojo a las pretensiones turcas de ingresar a la UE como un miembro de plena independencia en un espacio vital para Europa como lo son los estrechos del Bósforo y el retorno silente pero triunfal del imperio ruso al dominio de los pasos entre el Mar Negro y el Mediterráneo. A casi 160 años de la guerra de Crimea, que le significó a Rusia la pérdida de la hegemonía en esa cuenca, Moscú retoma el control ahora sobre el tráfico de petroleros y graneleros.

Resulta obvia la reflexión de que “nada cambia” cuando se analiza la situación en este tradicional nudo conflictivo mundial. Pero no resulta tan obvia la conclusión al analizar la política de los factores que intervienen en ella.

La posición de Ankara ahora deberá tener en cuenta esta nueva correlación de fuerzas en su trato con Moscú. Turquía ha extendido en forma impresionante su influencia en el Caspio y en Asia Central. De la mano de Azerbaidzhán en el Caspio y de Turkmenistán en Asia Central, ha concretado una penetración que va desde el cambio de la grafía cirílica en la escritura a caracteres turcos y el estampado de “su” media luna en los respectivos estandartes, hasta el desembarco masivo de su economía en esos países.

De la misma forma silenciosa ha querido establecer su dominio en el Mar Negro y jugar así un papel clave entre el sur europeo y Asia, elevando su apuesta al ingreso a la UE, contra la oposición de varios países del norte comunitario.

Para Rusia es preocupante los intensos lazos económicos que está estableciendo Turquía con la no reconocida Abjazia, una región de Georgia recostada sobre el Mar Negro y dominada por los separatistas.

Y por otro lado, la protección que brinda el gobierno de Recep Tayeb Erdogan a la repoblación de la Península de Crimea por los tártaros, deportados masivamente durante la segunda guerra por Stalin. De los dos millones de habitantes peninsulares, ya hay 250.000 tártaros de los que la mitad ni siquiera son ciudadanos ucranianos (Crimea fue “regalada” por Rusia a Ucrania durante el gobierno de Nikita Jruschov, a fines de la década del '50).

Turquía financia el “parlamento” de los tártaros de Crimea que funciona en su “capital” Bajchisarái, prepara los religiosos musulmanes y es fuerte participante en la industria de la construcción en la Península. Ankara se ha fijado como objetivo volver a las “tierras doradas” de la ribera sur peninsular.

El “punto de no retorno” para Crimea y todo el Mar Negro se producirá si el gobierno ucraniano de Iúshenko logra que la flota rusa basada en el puerto de Sebastópol, hito en la historia de Rusia, lo abandone para basarse en Novorossiisk, ubicado en la costa oriental del Mar Negro. Como la aspiración ucraniana es ingresar a la OTAN, luego de 2017 –cuando esto podría producirse- allí echarán anclas las naves de esa alianza y, más probablemente, las turcas.

Las sombras de Pedro el Grande y del almirante Ushakov se estremecerían en donde estén si esto ocurriera 300 años después de que ellos conquistaran para Rusia la salida a los cálidos mares del sur europeo.

Pero la posición de Moscú en tal sentido es sumamente fuerte. Está claro que la flota no abandonará su tradicional apostadero en Sebastópol. Pero además, gran parte de las inversiones militares están destinadas a fortalecer su composición con nuevas fragatas misilísticas de última generación.

Y aunque los sectores más nacionalistas ucranianos organicen acciones tendientes a desestabilizar la situación, como la reciente ocupación de algunos faros que pertenecen a la flota rusa en la región, el gobierno de Kíev tiene asuntos urgentes y primordiales que resolver con Rusia, como la provisión de gas y el libre paso de su gente y sus productos por las fronteras comunes y no puede ponerse a jugar esos juegos.

Por ello es que Moscú, elegantemente, le ha “propuesto” al presidente Iúshenko aliarse con su antiguo adversario y personero ruso en Ucrania, Víctor Ianukovich. El complemento de este paso es la versión insistente que circula en Moscú acerca de la formación de un estado confederado, con poder nuclear, entre Rusia, Belarús, Kazajstán y… Ucrania.

La nueva confederación, con amplias autonomías, sería presidida por… Putin a partir de 2008 y consolidaría las aspiraciones moscovitas de volver al grado de superpotencia cósmica y nuclear.

Agréguese a ello otra respuesta rusa a los intentos de Washington: Moscú suministrará a Belarús los nuevos sistemas misilísticos anti-misil 3RS S-300PS, con lo que se esterilizan las negociaciones de Estados Unidos con Polonia para instalar una base antimisilística en aquel país, fronterizo casualmente con Belarús.

Clarísima detente rusa a las intenciones norteamericanas de dislocar en Bulgaria tropas especiales para respuestas rápidas. O de acordar con Rumania la construcción de cuatro bases en su territorio. Una de ellas sería aeronaval y se levantaría en el puerto de Costanza, donde tendría su asiento el Grupo Operativo del Pentágono para Europa Oriental. Las otras bases estarían cercanas a la frontera con Moldavia, ex república soviética de gran dependencia con Rumania y enfrentada ahora con la secesionista y no reconocida República del Dniester, fiel aliada de Moscú.

La demarche ucraniana y la alianza con Belarus, junto con la confirmación “rusa” de la región de Kaliningrado en el Báltico (la ex Koenigsberg de la Prusia Oriental de la que Stalin se apoderó como botín de guerra) es un “regalo” que se ha hecho a sí mismo el habitante del fastuoso palacio San Jorge del Kremlin, para festejar su presidencia del “G-7” definitivamente convertido en “G-8”.

El temario preparado por Putin para la próxima reunión del grupo en Moscú se basa en la seguridad antiterrorista, la lucha contra pandemias como la “gripe aviar” y… la provisión energética. No queda espacio para los arrebatos solidarios con los secesionistas caucasianos.

En los finales de la era Ieltsin, el SFI ya había desplazado al Ministerio de Defensa en la resolución militar del conflicto y había comenzado el armado de una política que, finalmente, ha convertido a Chechenia en un tolerable dolor de cabeza para Moscú.

La energía

La gestión Putin acentuó esta conducta con la Unión Europea. Más aún, Putin utilizó a Gerhard Schroeder para acceder con sus planes de largo alcance al corazón de la UE. El canciller germano, cautivado por el manejo del alemán de su colega ruso y por pingües recompensas a sus respaldos políticos que, finalmente, tras su alejamiento del cargo, lo han convertido en CEO de la empresa constructora del fantástico gasoducto del norte europeo, por debajo del Mar Báltico y destinado a alimentar a toda Europa, fue el intenso introductor de Putin ante Chirac, Berlusconi y Tony Blair. Luego, a este “club” se sumó el español Rodríguez Zapatero.

Con aún mejores resultados, el Kremlin aplicó la misma política con respecto a su costado oriental. Siguió los consejos, en este plano, de Primakov, viejo zorro de la política internacional quien siempre buscó el contrabalanceo a la expansión de la OTAN en las alianzas con la India, China, Pakistán e Irán, y con la regulación de las relaciones con Japón las que, a causa del litigio de soberanía por las islas Kuriles, no tienen todavía su tratado de paz posterior a la 2da. Guerra Mundial.

Aunque en su último encuentro con el primer ministro japonés Junichiro Koizumi, Putin le propuso explotar conjuntamente las riquezas petrolíferas, ictíferas y mineras de las islas, a cambio de la firma del tratado de paz. Algo que conmovió a toda la comunidad política japonesa y motiva todavía serias discusiones sobre los siguientes pasos a dar.

Cabe señalar aquí, como un detalle “adicional”, que una de las líneas de ductos rusos hacia el Pacífico, desembocará específicamente en el Japón y que, en las vecinas islas de Sajalín, un consorcio formado por petroleras rusas, norteamericanas y japonesas, explota ya yacimientos offshore, destinados al Japón.

En este esquema se incorporaron las ex repúblicas soviéticas del Asia Central: Kazajstán, Uzbekistán, Tadzhikistán, Kirguizia y Turkmenistán. O bien porque, como Kazajstán y Turkmenistán, son proveedoras principales de hidrocarburos, o bien, como en el resto, son territorio de tránsito de los ductos. Como se ha dicho, en ellas dominan las mismas fuerzas feudales que dominaban durante el régimen soviético, lo que no ha sido advertido como corresponde por los políticos occidentales y en especial por Washington.

En su furibunda búsqueda de petróleo, intentaron dar el segundo paso luego de la ocupación militar de Irak colocando bases en esos territorios, musulmanes, asiáticos y ex soviéticos... Pero lo primero que defienden los feudales es, precisamente, su territorio. En la actualidad, la presencia norteamericana en la región ha vuelto a diluirse.

Para colmo, Washington tuvo la ocurrencia de denunciar la total carencia de democracia de estos regímenes, para los que aplastar violentamente una manifestación popular es apenas un hecho policial. Ha sido así siempre y no tiene por qué cambiar ahora.

Esto ha sido magistralmente aprovechado por Moscú. Se ha conformado la organización de Cooperación Económica Euroasiática, donde se han incluido todos esos estados centroasiáticos. Ligados por antiguos lazos de sangre, los autócratas centroasiáticos no han tenido inconveniente alguno en cerrar acuerdos con el Kremlin sobre provisiones energéticas, desarrollos militares, intercambios comerciales, etc. Y, antes que nada, clausurar el “espacio euroasiático” para cualquiera que no sea natural de la región.

El Ministerio de Defensa ruso tiene ya elaborados concretos planes de dislocación de efectivos y armamento de última generación en la región. No serán grandes contingentes. Esa ya no es la doctrina militar rusa. Ahora imponen su presencia con equipos sofisticados que requieren, naturalmente, la presencia de “consejeros” rusos para su manejo.

En cuanto a la India, China, Irán y Pakistán, Rusia desarrollo con ellos una enérgica política armamentista que ha hecho que Nueva Delhi compre portaaviones rusos, China reemplace toda su flota aérea de caza-bombarderos, Irán renueve su cohetería intermedia y Pakistán adquiera los famosos T-90, quizá los mejores tanques de la actualidad. Son negocios multimillonarios que apenas ceden ante los hidrocarburos en la escala del comercio internacional.

Hagamos una especial mención sobre Irán y su desarrollo nuclear. Por el momento, no existen pruebas del destino bélico de ese desarrollo. Pero, mientras Occidente se agota tratando de demostrarlo, Rusia hace negocios. Construye centrales atómicas y ya casi tiene acordada una sociedad mixta para el enriquecimiento del uranio que deberá utilizar Irán.

La audaz propuesta rusa de construir en su país centros internacionales de desarrollo atómico está encaminada, de aplicarse, a convertirse en un increíble negocio para el Kremlin, con volúmenes de ganancia que difícilmente puedan ser equiparados por los hidrocarburos.

No es casual que en la Agencia Federal de Energía Atómica (Rosatom), un gigante con casi mayor poder que los grandes monopolios energéticos rusos, haya sido nombrado como su nuevo dirigente Serguéi Kirienko, un joven tecnócrata de enorme poder de ejecución, que viene de poner orden en la difícil región del Volga Medio, un lugar saturado de industrias militares, refinerías, químicas, astilleros, fábricas de maquinaria pesada y empresas de aplicación nuclear y cósmica. Ahora la presencia rusa en el mercado energético atómico mundial será cada vez más avasallante.

Tienen con qué hacerlo: nuevos reactores sobre neutrones rápidos, sistemas de seguridad de última generación, centrales portátiles y, por supuesto, procesos cerrados que no serán transferidos ni publicitados pero cuyos servicios serán ofrecidos a aquellos países que, además de los 35 que hoy integran el Club Atómico, quieran acceder a esas fuentes energéticas de excelencia. Otro pequeño detalle: Rusia controlará la aplicación de esa tecnología a fines pacíficos lo que, en buen cristiano, significa que Rusia tendrá el poder de decidir hacia dónde irá la aplicación…

La fuerza de las armas

Hay una nueva etapa en la carrera armamentista del siglo XXI. Rusia la está aplicando: asocia a países como la India o China (o Brasil, o Venezuela…) en la construcción de nuevas armas de última generación. Esto implica, claro, un estadio cualitativamente superior de alianza militar y de estrategia política internacional. Y, por cierto, el fundamento lógico de la vigencia cada vez más acentuada del Grupo BRIC: Brasil, Rusia, India y China. Donde todos son iguales pero Rusia pone la tecnología…

En Bruselas, el general de ejército Iuri Baluevski, jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas rusas, calificó a estas acciones de interacción militar como “exactas, escogidas e imprescindibles. Ocurrió lo que tenía que ocurrir. Hoy nosotros necesitamos una buena dirección en la realización de los ambiciosos planes de equipamiento de las fuerzas armadas con nuevos modelos modernizados de armamento”.

El año 2006 será, dijo, para las fuerzas armadas rusas, un año de “voluminosa adquisición de nuevos modelos de técnica militar”.

Hasta hace muy poco, sólo el 20% de la técnica militar y el armamento de las fuerzas armadas rusas (sin contar algunas unidades de las fuerzas misilístico-nucleares) correspondía a los requerimientos actuales de la guerra moderna.

Pero en la actualidad ese cuadro se revierte a pasos acelerados. Este año, por ejemplo, se desplegará un nuevo regimiento de misiles estratégicos, equipado con sistema de base subterránea “Topol-M” (SS-27 en la nomenclatura OTAN).

Las proyecciones de las tropas misilísticas rusas impresionan. En breve recibirán los sistemas móviles “Topol-M” (SS-X-27), sin análogos en la actualidad. La flota de guerra rusa espera los nuevos submarinos del proyecto 955 “Borei”, cuyo primer ejemplar, el “Iuri Dolgoruki” será entregado este año y está equipado con misiles balísticos de lanzamiento submarino “Bulava-30” (SS-NX-30).

Además, la flota recibirá las primeras 5 fragatas del proyecto 22350, navíos universales capaces de resolver complejas tareas. El almirante Vladímir Masorín, comandante en jefe de la Flota, anunció también la construcción de dos portaaviones y la botadura del primer submarino de una nueva serie diesel-eléctrica, el proyecto 677 “Lada”, nave de ataque super-silenciosa. Hay otra serie que se construye y de la que no se han proporcionado detalles.

En la aviación, por su parte, se aguarda la entrega de los primeros caza-bombarderos SU-34 de quinta generación, capaces de alcanzar alturas cósmicas, se reanudó la fabricación de los bombarderos supersónicos pesados TU-22M3 y TU-160 y se aprobó la fabricación de los helicópteros de asalto Ka-50 (“Tiburón Negro”) y Ka-52 (“Alligator”).

Apuntemos aquí que el ministro de Defensa y otro flamante viceprimer ministro Serguéi Ivanov (también presidenciable para 2008) ha logrado algunos hechos resonantes y poco conocidos en la durísima reforma de la anquilosada estructura castrense rusa: rebajó el número de efectivos de las fuerzas armadas hasta su mínima magnitud, algo menos de un millón y medio de hombres.

El ex oficial del KGB leningradense produjo una profunda reestructuración de todos los tipos y fuerzas y comenzó la modernización de las fuerzas misilístico-nucleares, base de la seguridad rusa. Pero además logró el pago regular de los sueldos militares, así como el aumento de las finanzas dedicadas a la preparación militar, en particular para las maniobras conjuntas con los estados aliados y amigos.

El mismo Ivanov, en un reciente artículo publicado por 'The Wall Street Journal', luego de reafirmar la observancia de los acuerdos internacionales de desarme, puntualizó que “Rusia no está dispuesta a renunciar al arma atómica, que continúa siendo factor clave de contención y el instrumento más importante de defensa de nuestros intereses nacionales y del logro de concretos objetivos políticos”.

Queda clara la dirección y la intención de la nueva estrategia internacional del Kremlin: fortalece sus alianzas con las grandes naciones orientales y estructura cristalizados esquemas de cooperación con Occidente, destinados esencialmente a mantener un cierto status-quo que, por ahora, le permite consolidar su retomado desarrollo de super-potencia.

Rusia acaba de participar, por primera vez en la historia de esa organización, en la reunión cumbre de la ASEAN, que reúne a las naciones del sudeste asiático. A los diez países que integran la ASEAN, Rusia les ofreció tecnologías y proyectos únicos, en particular, en el ámbito informático y de la construcción de aviones. También propuso utilizar las posibilidades de sus satélites de comunicación, de sus tecnologías de defensa de la información y de las que tienen relación con la prevención de catástrofes naturales y epidemias.

No es de extrañar que el Kremlin haya logrado insuflar nueva vida a la alicaída Organización de Seguridad de Shangái (ShOS), fundada por Rusia, China, Tadzhikistán y Kazajstán, a la que ahora se le han sumado la India, Irán, Pakistán, Uzbekistán y Kirguizia.

Sus objetivos –aunque más centrados en la lucha antiterrorista y contra el narcotráfico, que en la región son fenómenos imponentes y cotidianos- son muy similares a los que figuran en la Carta del Atlántico Norte. Por lo que, con una pequeña dosis de sentido común y visión a largo plazo, la ShOS puede equipararse con la OTAN y, por ende, servir de contrapeso a la ahora rallentada expansión de Bruselas hacia Europa Oriental.

Con inevitables chisporroteos motivados, más que nada, por determinados gobiernos de la misma Europa Oriental, la OTAN ha terminado conciliando con Rusia en un Consejo permanente Rusia-OTAN, donde se fijan políticas de cooperación militar que incluyen maniobras conjuntas. Mientras Polonia o los países bálticos (Estonia, Lituania y Letonia) se alarman porque recuerdan viejas alianzas de los grandes europeos que terminaban barriéndolos del mapa, se desarrolla intensos programas de intercambio científico y tecnológico, económico, social, cultural y de seguridad.

Una de las evidencias más importantes la brinda el sector aeroespacial. “Airbus” se asocia con fábricas rusas para la producción de los nuevos gigantes “A380”, colocando encargos multimillonarios en plantas metalúrgicas, de equipamiento electrónico o asegurando rutas futuras a través del enorme territorio ruso, en tanto que la Agencia Federal del Cosmos y la increíble fábrica productora de naves cósmicas “Jrúnichev” acordaron con la Agencia Europea el lanzamiento conjunto de naves con cohetes portadores rusos e incluso con estaciones orbitales rusas. El mencionado futuro trasbordador espacial, que reemplazará a los norteamericanos, será una producción conjunta ruso-europea.

La Agencia Cósmica Europea asignó 650 millones de euros para un programa de 3 años, conjunto con Rusia, destinado al desarrollo de la Estación Cósmica Internacional. Por otra parte, Europa renunció al empleo de cohetes portadores “extranjeros” (léase norteamericanos) a excepción de los rusos “Soyuz”.

De tal manera, respaldado en sus ingentes riquezas naturales, el Kremlin se ha convertido en permanente socio de la Unión Europea. Y con un socio no puede haber política hostil. Con un socio hay que compartir destinos y objetivos. Se tienden prudentes mantos sobre las fragilidades democráticas, se comienza a desistir de ayudas financieras a los ahora “terroristas” chechenios (que ahora sólo tienen a los sauditas de Al Qaeda como “sponsors”) y se apoyan calurosamente designaciones como la presidencia del “G ahora 8” por Rusia, que organiza para junio de este 2006 la sede peterburguesa de la cumbre.

Esta tendencia se consolidó hace casi un año, en mayo de 2005, durante la cumbre UE-Rusia en Moscú. Allí se fijaron las pautas de una asociación estratégica, basadas en la firma de cuatro “hojas de ruta” que definieron campos conjuntos de trabajo: libertad, seguridad y justicia; seguridad externa; ciencia, educación y cultura y, por fin, la economía.

El objetivo, precisamente, de esta “hoja de ruta” económica es la creación de un mercado abierto e integrado entre Rusia y la UE.

El “espacio común” abarcará un amplio espectro que incluye telecomunicaciones, transporte, energía, cosmos y ecología.

El Kremlin apunta, con estos documentos, a avanzar por el camino de una Europa unida sin líneas demarcatorias. Habida cuenta de que en 2007 el documento que vincula a Rusia con la UE deberá ser reformado, que en ese año se debe poner en práctica la Constitución Europea y que ingresarán nuevos miembros a la UE, el objetivo de Moscú aparece con meridiana claridad.

El presidente del Consejo Europeo Jean-Claude Juncker y el de la Comisión, José Manuel Barroso, se entusiasman con esta idea y definen su vínculo con Rusia como de “gran amor” y de “confianza sólida”. Este entusiasmo inspira decisiones como la liberación del ingreso de acero ruso a la UE o la liberación del régimen de visado para el tránsito de personas entre los países de la UE y Rusia.

En un plano más “doméstico” se desarrollan las relaciones con los principales fundadores de la UE: Alemania, Francia e Italia. La flamante primer ministro germana, Angela Merkel, viajó a Moscú directamente desde Washington y a un mes de haber asumido el cargo. Putin habla alemán y ella habla ruso.

El círculo de temas es tan intenso que apenas alcanzaron las 48 horas que permaneció la Merkel en Moscú para tratar las cuestiones energéticas, del transporte y de transferencias tecnológicas, entre otras. Pero lo cierto es que la conservadora Angela “no tuvo tiempo” para hablar con el presidente ruso sobre los derechos humanos o la situación en Chechenia.

Y, lo mismo que Chirac y el “cavalieri” Berlusconi, le prometió a Putin toda la ayuda necesaria para que su presidencia del “G8” sea exitosa. A cambio de ello, Rusia construye el gran ducto del Norte europeo, que llevará energía directa a Francia, y se apresta a hacer lo mismo por el sur, desde Turquía, para llegar a Italia.

Sin embargo Europa no está en condiciones de asumir y controlar las necesidades de crecimiento o de modernización en muchos sectores de la economía rusa.

Siemens se asocia con Sylovíe Mashini para poder acceder a la producción de grandes turbinas, pero el comité anti-monopólico ruso le impide hacerse con el paquete mayoritario. El gigante ruso sigue su camino independiente, aunque mantiene con los alemanes relaciones más que estrechas. En rigor de verdad, no está muy claro quién compra a quién.

Fiat trata por todos los medios de retomar el control sobre la principal planta automotriz rusa, AvtoVaz, construida por ella en la década del 60 del siglo 20, y perdida hace poco menos de dos meses por maquinaciones de General Motors.

Fracasada la fusión con los norteamericanos, el Estado cambió toda la dirección de la fábrica (es el principal accionista pese a un considerable número de “privados”) pero no vuelve a los italianos, quienes deben “conformarse” con la producción de sus modelos en una de las plantas automotrices del holding Severstal-avto, bastante más deteriorada que la anterior socia Avto-VAZ.

Todos conocen la vidriosa situación del grupo Fiat, luego de su frustrante “merger” con la misma GM. Poco podrá hacer en un mercado que todos los años admite casi 500.000 unidades importadas.

¿Qué puede aportar la “vieja” Europa en un sector tan neurálgico como el complejo agro-industrial?

Ha habido algunos intentos italianos en el sur ruso, los franceses intentan colocar sus vacas limusin pero los Urales no parecen ser el lugar indicado para su crianza y reproducción, los españoles han montado un par de grandes empresas conjuntas como la de caldos “Gallina Blanca” o “Campomos”, de gran figuración en el mercado de fiambres pero sin ninguna incidencia en el procesamiento de carnes. Por el contrario, se suceden las vedas a las carnes europeas afectadas por la “vaca loca” o por otras enfermedades. En cereales, es la propia Rusia la que coloca en Europa parte de sus exportaciones de trigo.

Por lo demás, la Unión Europea está interesada en aumentar sus colocaciones directas de productos alimenticios. Soluciona así sus problemas de superproducción y utiliza una excelente infraestructura de transporte. Desde Rótterdam circulan diariamente ocho trenes cargueros expresos con Moscú. De ninguna manera está interesada en desarrollar producciones locales rusas.

Rusia necesita alimentar y mantener a sus poblaciones en las regiones más alejadas de Moscú aunque líderes en extracción de hidrocarburos o de piedras preciosa o de metales. Eso implica un especial régimen que inevitablemente debe tener en cuenta las condiciones climáticas. A esas regiones sólo pueden acceder los barcos en la temporada veraniega de navegación. Tanto por el Ártico como por ríos tan enormes como el Lena o el Obi. Luego, todo es vía aérea. Se necesita provisión de productos simples, altamente alimenticios y fáciles de trasladar. Europa no los tiene.

Gazprom

Con los Estados Unidos, la situación es similar. Ambas potencias están a la par en el desarrollo de grandes tecnologías y allí el intercambio es constante. Una vez más, el ejemplo más elocuente es el aeroespacial. La actual estación orbital internacional “Alfa” tiene un 80% de componente ruso y, de momento, las naves “Soyuz” siguen siendo más seguras que los peligrosos y obsoletos “trasbordadores” norteamericanos. La “Boeing” recorre un camino similar que “Airbus”.

Se asocia con empresas rusas para la construcción conjunta de su nuevo avión “787 Dreamliner” y pelea por la adjudicación del nuevo avión de cabotaje ruso para el modelo RJJ junto con la “Sujoy” rusa.

Sin embargo, los Estados Unidos no están demasiado interesados en desarrollar potencialidades económicas rusas, en detrimento de exportaciones directas.

Por lo tanto, la relación comercial es desvaída y pareciera estar más encaminada al aprovisionamiento energético norteamericano desde fuentes rusas.

Para ello se están organizando nuevos puertos en San Peterburgo y en el Mar del Norte, y se piensa en un complejo de ductos que desde Siberia Oriental llegará a la costa oeste estadounidense a través del Estrecho de Behring. Putin, inclusive, prometió a su colega G.W.Bush, llevar el suministro de crudo a unas 80 millones de toneladas anuales. Una cifra fantástica que requeriría un tremendo esfuerzo logístico. Algo que, al parecer, Rusia podría afrontar.

El “Internacional Herald Tribune” se refirió a esta nueva estrategia energética rusa e informó que en la actualidad “Gazprom” (el monopolio ruso de gas natural) analiza su despliegue en el mercado de USA para conquistar hacia 2010 más del 10% de la demanda de gas natural condensado. Por supuesto, se trata de una estrategia a largo plazo que cuenta con el total respaldo del Kremlin.

Existen condicionantes para todos estos proyectos, que van más allá de la economía y que son exhibidos permanentemente por el Kremlin como los obstáculos a vencer en las relaciones con los Estados Unidos. Algo básico: la concepción de recrear el imperio ruso no es aceptable por los líderes de la unipolaridad.

Partir de la premisa de que “no están solos en el mundo” es algo que no digieren los estrategas de Washington. Y el hecho es que Rusia hace caso omiso de los cólicos que genera en el Potomac el reencuentro conceptual con China o las relaciones absolutamente independientes con Irán o Irak.

Las relaciones entre ambas superpotencias nunca fueron simples. Han sido siempre reflejo de las diferencias de mentalidad y de conceptualidad filosófica. Para la señora Condoleeza Rice, pese a su profundo conocimiento del ruso, la inspección de los objetivos nucleares rusos es parte de la normal cooperación operativa, en tanto que para su colega ruso, el canciller Serguéi Lavrov (un “halcón” auténtico) es una amenaza a la soberanía nacional. La diplomacia bilateral se balancea sobre el filo del fracaso.

La agenda de los encuentros ruso-norteamericanos no difiere demasiado de la que existía en las cumbres de los 70, entre Brezhniev y Nixon.

El Kremlin se opone terminantemente a los “avances libertarios” de la Casa Blanca, que intenta impulsar en el espacio postsoviético las revoluciones “de terciopelo”, o “de claveles”, o “naranjas” las que, en definitiva, se plantean la instauración de gobiernos afines a sus específicos intereses en materia energética o geopolítica. El actual presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili, llegado al poder tras una de esas revoluciones ampliamente financiada por George Soros y otras entidades norteamericanas, es egresado de la Universidad de Columbia, defendió su doctorado en la Universidad George Washington y fue empleado en el bufete de abogados de Patterson, Belknap, Webb & Tyler.

El subsecretario de Estado para cuestiones políticas Nicholas Burns definió en una reunión de fin del año pasado, como una de las principales direcciones del curso de política internacional para 2006 entre USA y la UE, la ulterior promoción de la libertad en Rusia, Ucrania, el Cáucaso y los países de Asia Central. “Nosotros consideramos –dijo- que nuestra ulterior gran misión conjunta será la difusión de las libertades que nosotros gozamos”.

A su vez, Moscú suministra equipamiento bélico a regímenes anti-norteamericanos como Irán (energía atómica, misiles, tanques), Siria (misiles antiaéreos), o Venezuela (helicópteros de combate y fusiles automáticos Kaláshnikov).

Pero está claro que los efectos de ambas acciones son cualitativamente distintos. Las acciones de Washington en la retaguardia rusa, o en lo que el Kremlin da en llamar “nuestro bajo vientre”, están encaminadas a conmocionar el poder hegemónico ruso sobre el espacio postsoviético y, de paso a “trabajar” un poco el mismo régimen putiniano. En suma, impedir que la unipolaridad se derrumbe sin haber alcanzado sus objetivos de dominio mundial.

Por otra parte, como toda acción genera la reacción, las elites rusas, tanto económicas como políticas y militares, se han cohesionado en torno al sentimiento nacionalista. Con ruido y a regañadientes, pero aceptan casi sin chistar todas las imposiciones restrictivas del gobierno, que no son pocas.

Desde la negativa a reducir el IVA hasta el aumento del gravamen a la exportación de hidrocarburos, y desde la designación de los gobernadores por el Kremlin hasta la formación de una Cámara Social con amplios poderes deliberativos, compuesta por los “notables” de la sociedad rusa escogidos por… el Kremlin.

Como esto se acompaña por el enorme superávit fiscal, los componentes de esta nueva alianza social están satisfechos y no existen sectores demandantes. Con lo que una vez más, Occidente no comprende “el alma rusa”, como citábamos a Tiútchev al principio.

Estos efectos aglutinantes se extienden al propio espacio postsoviético, donde las jerarquías aborígenes están más que vinculadas con sus colegas rusos y se sienten agredidos por los intentos foráneos de marcarles el paso.

Así es que se ha consolidado la alianza con Moscú de gobiernos como el uzbeko, que lejos estaban de plantearse uniones estratégico-militares con Rusia. O se han producido efectos inversos en aquellos países donde triunfaron esas “revoluciones”. Como en Ucrania, donde su presidente Víktor Iúshenko, deja en la banquina a su aliada y sostén principal, la revoltosa Iulia Timoshenko, reemplazándola al frente del gobierno por Iuri Ejanúrov, un ucraniano oriental oriundo de Buriatia, una profunda región rusa. Iushenko debió “marchar a Canosa” para recibir de Moscú el gas que tanto necesita para este crudo invierno.

Este año pasado se caracterizó por las numerosas maniobras militares efectuadas entre las tropas rusas y sus aliados ex soviéticos. Mención especial merecen las realizadas en común con China. Esto es un fenómeno que no ocurría desde hace décadas.

Mercosur

El objetivo oficial fue, según voceros del EMG ruso, “ejercitarse en la liquidación de la exportación de revoluciones en el territorio, defender la soberanía y la integridad territorial en un país dado”. Clarísimo. Sería bueno que no se cometa el error de calificar esto como un intento moscovita de “sovietizar” y regresar a la URSS.

En cualquier caso, de lo que se trata es de preservar la reformulación del antiguo imperio.

Tras la procurada desestabilización de Kirguizia con los incidentes provocados en Andiján, podía haber sobrevenido el caos en el valle de Ferganá, en Tashkent o en Jorezma, en Uzbekistán, regiones con altísima densidad poblacional y centro mundial de los cultivos de cáñamo y opio, junto con la limítrofe Afganistán. El presidente Islám Karímov jamás permitiría eso y por ello recurre rápidamente al “gran hermano” ruso.

Lo mismo ocurre con el sur de Kazajstán, donde se concentra la mayor riqueza de hidrocarburos de esta enorme república centroasiática. O con Tadzhikistán, pobrísima en apariencia pero riquísima en minerales raros, en especial uranio y en posibilidades electroenergéticas.

Las parcialidades extremistas islamistas y las elites regionales insatisfechas por la presión de los poderes feudales nacionales están prácticamente preparadas para la acción y, por lo tanto, Moscú y sus aliados centroasiáticos no hesitan ni hesitarán en reprimir cuanto haga falta. Sea esto en Andiján, una perdida población kirguiza, como en el Cáucaso musulmán.

Es que si los “revoltosos” prosperaran en sus intentos, se crearía una poderosa cabecera de puente para presionar sobre las regiones musulmanas del norte de China. Al mismo tiempo, la crisis regional generada por la ocupación de Irak y por la confrontación con Irán se sumaría a esta caótica derivación de conflictos locales.

Una crisis regional que tiene un costado inesperado: el Mar Caspio. Con nuevos y potentes yacimientos recientemente descubiertos, los estados ribereños se disputan su división. Como los Estados Unidos intentan avanzar militarmente en la región por intermedio de Azerbaidzhán, su vecino Irán ha dispuesto dislocar en la costa del Caspio importantes unidades de su ejército de tierra respaldadas por aviación, naves y cohetes.

La confrontación bélica allí no le conviene a nadie, ni siquiera a los norteamericanos tan interesados en poner un pie sobre las riquísimas regiones petrolíferas del Asia. Sin hablar del poderoso torrente de refugiados que se derramaría primero sobre Rusia y luego sobre el resto de Europa.

De modo que, tras este análisis que a diario se efectúa en Moscú, es posible comprender la furia y la indignación de Rusia por los dobles patrones con que Washington opera en lo que, malamente, se ha dado en llamar la lucha contra el terrorismo internacional y que, en realidad, es la lucha por un nuevo reparto de esferas de influencia en la que actúan fuerzas tradicionales y no tanto, pero con los mismos directores de siempre.

Las nuevas concepciones geoestratégicas que circulan por Washington y más precisamente por el Pentágono de Donald Rumsfeld, dividen al mundo en dos clases de países: el “núcleo” (donde las telecomunicaciones están altamente desarrolladas, el capital y los medios de difusión se sienten seguros, los gobiernos son estables y la gente se suicida con mayor frecuencia que se convierte en víctima de crímenes) y el “abismo”, donde dominan los regímenes autoritarios, la miseria total y las enfermedades.

Este “agujero de ozono” de la globalización –parte de América Latina, casi toda África, los Balcanes, Medio Oriente, Asia Central y Sudoriental- podía no haber sido tomado en cuenta hasta el 11 de septiembre de 2001, pero ahora los Estados Unidos debe colocarlo bajo su control. Para esto, Norteamérica necesita entre otras cosas una infraestructura militar en las fronteras de esta zona y puntos de apoyo en su interior para poder incidir sobre los procesos que allí tienen lugar.

La vidriosidad en las relaciones Rusia-EE.UU. llegó al extremo de que en la cumbre de Bratislava, Putin enrostró a Bush secretos designios de debilitar y aislar a Rusia.

La táctica de rodear nuevamente a Rusia con bases y los intentos por penetrar en las regiones caucásicas, del Caspio y centroasiáticas tornan vulnerables e indefensas a regiones rusas como Ural del Sur y toda Siberia, de una importancia estratégica mundial. “Quien controla Eurasia controla el mundo”, resumen en Moscú.

Para el Pentágono y la OTAN, el corredor Cáucaso-Caspio-Asia Central es comparable con el canal de Suez en el siglo XIX. Aunque podríamos remontarnos a épocas mucho más remotas. En la Edad Media temprana, ese era el “camino de la seda” que recorrió Marco Polo y que luego utilizaron todos los traficantes.

El jefe del comando europeo norteamericano, general de infantería de marina James Jones, les advirtió a los senadores estadounidenses que “el Cáucaso cada vez tiene más interés para nosotros. Este corredor aéreo fue críticamente importante para el enlace de las tropas de la coalición en Afganistán con nuestras bases en Europa. El petróleo del Caspio que se transporta por el Cáucaso puede abastecer hasta el 25% del crecimiento de la extracción de petróleo en los próximos cinco años, lo que ayudará a diversificar las fuentes de ingreso de hidrocarburos a Europa”.

Como se ve, el mítico anti-terror global entró en conflicto no sólo con los intereses geopolíticos de Rusia en Eurasia, sino con los postulados básicos de la doctrina de seguridad nacional que impuso el gobierno de Putin. Glev Pavlovski, uno de los politólogos de mayor consenso en el Palacio San Jorge, acusó a los estrategas de esta teoría del anti-terror global, de atentar contra Rusia.

“Ellos consideran como un éxito suyo el incruento colapso de la Unión Soviética e intentan desarrollar este éxito. Su objetivo es la destrucción de Rusia y el rellenado de su enorme espacio con numerosas formaciones cuasi estatales”.

No es casual, por tanto, que los Estados Unidos sean uno de los poquísimos países que todavía no han acordado con Rusia el ingreso de esta última a la Organización Mundial de Comercio.

Por cierto, además de condicionar profunda y objetivamente el avance de las relaciones económicas entre Rusia y Estados Unidos, estos intentos de Washington generan un fortísimo movimiento de unidad nacional en todo el país.

Símbolos olvidados vuelven a figurar con gran fuerza, como el milenio de la ciudad de Kazán, centro del olvidado imperio tártaro y generadora de gran parte de la cultura rusa, además de corazón del islamismo en el país.

O el reemplazo de la festividad del 7 de noviembre, aniversario de la revolución soviética de 1917, por la conmemoración, el 4 de ese mismo mes, de la victoria sobre los invasores polacos en 1612 a manos de las milicias populares del príncipe Dmitri Pozharski y el campesino Kuzmá Minin, lo que permitió culminar la conformación del imperio.

Desde luego, esto también da ciertas orientaciones al comercio internacional de Rusia. Mientras el giro comercial aumenta impetuosamente con los países de la CEI y de los continentes asiático y latinoamericano, con los EE.UU. permanecen desde hace años en la frontera de los ocho mil millones de dólares. Algo incomparable con el crecimiento general de los datos de las relaciones económicas internacionales rusas.

Según datos aduaneros rusos, el saldo positivo del balance de comercio exterior ruso creció en 2005 hasta los US$ 142.800 millones en comparación con los US$ 106.100 millones del año anterior.

El giro comercial exterior de Rusia en 2005 fue de US$ 339.800 millones y, en comparación con 2004 aumentó en un 32,1%. De lo que más del 60% corresponde a la exportación de hidrocarburos.

Cifras que le permiten al Kremlin diagramar los agresivos planes de reestructuración social ya mencionados, derivando parte de las gigantescas ganancias generadas tanto por esas exportaciones de hidrocarburos, como las de metales, armas y otros rubros a programas nacionales de elevación del bienestar.

Quedan, pues, “flotando” los casi US$ 45.000 millones que, por especial instrucción del presidente Putin, se asignan este año al acelerado desarrollo de la agricultura, la educación, la sanidad y el mercado de la vivienda. ¿Quién o quiénes serán los socios privilegiados de Rusia en estos programas, dirigidos por el delfín Medvédev?

¿Tendremos nosotros, los argentinos, y en general el Mercosur, los instrumentos necesarios como para “meternos” en ese mercado como miembros plenos del mismo?

¿Será, efectivamente, Rusia uno de nuestros más importantes interlocutores económicos internacionales o simplemente es una ensoñación idealista, lo que Shakespeare tituló “Sueño de una noche de verano”?

Fuente
http://www.urgente24.info
12/02/2006 - 11:14

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