Uno de los
personajes ligados al escándalo de la bancarrota fraudulenta en Italia, a
principios de los años '80, del Banco Ambrosiano, el arzobispo estadounidense
Paul Casimir Marcinkus, falleció el lunes 20 de febrero de 2006 en su casa de
Sun City (Arizona, USA), y esto pasó relativamente desapercibido. Bien vale la
pena recordar parte de la biografía de Marcinkus, protagonista del conflictivo
período que fue desde la muerte de Pablo VI, la extraña muerte de Juan Pablo I
y el desembarco de Juan Pablo II y su decisión de financiar a las diócesis
católicas en Europa del Este para ayudar a USA a ganar la Guerra Fría.
Paul C. Marcinkus
Paul
Casimir Marcinkus (1922-2006) nació el 15 de enero de 1922 en Cicerón,
Illinois, y se ordenó sacerdote en 1947. Recibió el Doctorado en Derecho
Canónico en la Universidad Gregoriana, Roma y fue puesto en la sección inglesa
de la oficina del Ministro de Asuntos Exteriores del Vaticano, Roma.
Después de los viajes de deber a Canadá y Bolivia, en 1959 fue designado en el
departamento del Ministro de Asuntos Exteriores, Roma.
En 1964 fue el guardaespaldas del Papa Pablo VI, adquiriendo el apodo, 'el
Gorila'. Después de acompañar al Papa por varios viajes se había convertido
también en su traductor personal y consejero de seguridad. Marcinkus se hizo
amigo personal del secretario del Papa, el padre Pasquale Macchi.
Luego, fue nombrado obispo por el Papa Pablo VI .
En 1969, cuando se jubiló el cardenal Dijorio, el papa Pablo VI le puso al
frente del Istituto per le Opere di Religione (IOR), es decir, la entidad
financiera del Vaticano.
En 1980 inició operaciones con el Banco Ambrosiano, entidad que luego se
demostró relacionada con actividades mafiosas y criminales y la logia masónica
P-2.
El 29 de septiembre, a las 6:45 de la mañana, Marcinkus dijo en el patio
cercano al Banco del Vaticano que había encontrado muerto al papa Jean Pablo I.
La residencia de Marcinkus no era dentro de Vaticano. Su presencia en el
Vaticano a aquella hora nunca ha sido explicada.
El 28 de septiembre de 1981, el Papa Juan Pablo II promovió a Marcinkus a
arzobispo y pro presidente de la Comisión Pontifical del Estado de la Ciudad de
Vaticano (un cargo de gobernador virtual). Él conservó su puesto como el jefe
del Banco del Vaticano.
El banco quebró fraudulentamente en 1981 y Marcinkus fue acusado de diversos
delitos por la policía italiana, a pesar de lo cual gozó de la confianza del
papa Juan Pablo II, como disfrutara antes de la de Pablo VI.
Las famosas cartas de garantía expedidas por el Banco del Vaticano a distintas
sucursales de bancos en el mundo, para operaciones de crédito mal respaldadas,
terminaron por responsabilizarlo parcialmente de la deuda de US$ 1.300 millones
adquirida por el Ambrosiano después de la quiebra en 1982.
A pesar de que el Vaticano siempre ha negado cualquier responsabilidad en el
caso, 2 años más tarde, en 1984, después de complicadisimas negociaciones, la
Iglesia Católica pagó US$ 250 millones al Tesoro italiano por los "errores
de ingenuidad" cometidos por la gestión de Marcinkus en el IOR.
Con eso la Santa Sede pudo negociar con las autoridades de Roma que Marcinkus
no fuera procesado. Recurriendo al texto del Concordato que reglamenta las
relaciones con el Estado italiano, la Santa Sede recordó que Marcinkus era un
servidor y ciudadano con pasaporte del Estado Vaticano y, por tanto, gozaba de
inmunidades que no podían ser irrespetadas. Delante de esos argumentos, la Corte
Constitucional fue obligada a revocar los mandatos de prisión de la justiciade
Milan.
En junio de 1985 fue absuelto de todos los cargos, pero en 1989 se le separó de
la dirección del IOR.
Considerado uno de los prelados mas controvertidos de la Iglesia Católica
Romana, Marcinkus terminó su carrera insistiendo en que no cometió
irregularidades algunas cuando estaba al frente del Instituto de Obras para la
Religión, es decir, el Banco del Vaticano.
"Seré recordado como el villano del escándalo Calvi. Seré siempre así.
No hay manera de que eso se borre", dijo a la prensa.
Juan Pablo II se decidió a aceptar la dimisión de su amigo personal del cargo
honorario de vicegobernador del Vaticano, función que ejerció después del
escandalo.
Marcinkus regresó de Roma sin la ambicionada manta púrpura de cardenal, pero
con el discreto reconocimiento del Papa que hizo lo maximo posible para
defenderlo, aun cuando fue informado, a través de sus obispos en todos los
rincones, de que las donaciones de los fieles para el tradicional óbolo de San
Pedro -dinero recogido para ayudar en las obras de caridad y a los compromisos
del Pontífice- estaban disminuyendo por la mala fama de la gestión de
Marcinkus.
La mafia
Es difícil abordar la biografía de Marcinkus sin vincularlo a Licio Gelli, a
Roberto Calvi y a Michele Sindona.
Calvi y Sindona fueron acusados de fraude y murieron en circunstancias
misteriosas.
Calvi bajo el puente de los 'Hermanos Negros' en Londres, y Sindona envenenado
dentro de su celda de máxima seguridad en Italia, después de haber bebido un
sorbo de café con un extraño sabor de almendras amargas. Era cicuta.
En 1974, la 'bicicleta' financiera de Sindona comenzó a deshacerse por fracasos
bancarios en Europa y USA (Banco Nacional Franklin, de Nueva York), y pérdidas
masivas para el Banco del Vaticano. Él escapó a Ginebra (donde se hizo
ciudadano suizo).
Para compreneder el entorno de Marcinkus quizás convenga repasar el Capítulo 20 del libro 'La Santa
Alianza' de Eric Frattini (Editorial Planeta) que se transcribe a continuación:
Los años ochenta fueron extenuantes para la Santa Alianza por las operaciones
en marcha en el extranjero. El mayor número de sus efectivos estaban destinados
en Polonia y un grupo más reducido en Centroamérica. Es por estas fechas cuando
monseñor Luigi Poggi pidió al Sumo Pontífice ser relevado de «tan alta
responsabilidad», pero Juan Pablo II no estaba dispuesto a perder a su jefe de
espías en un momento tan crucial. La petición de Poggi fue rechazada hasta en
ocho ocasiones por el Papa.
En Polonia las cosas iban de mal en peor, casi hacia el desastre. El 4 de
noviembre de 1981, Jaruzelski propuso a Walesa y al cardenal primado de
Polonia, Josef Glemp, la creación de un llamado «Frente de Acuerdo Nacional»
para negociar el fin del caos que reinaba en el país. Walesa se negó debido a
que lo único que pretendía Jaruzelski era ahogar a Solidaridad entre un gran
grupo de sindicatos oficiales.
La Santa Alianza informó entonces al papa Juan Pablo II, aún convaleciente, al
cardenal Casaroli y a monseñor Poggi sobre una carta de protesta que había
escrito Brezhnev a Jaruzelski. El texto de la carta había sido filtrado por el
agente del espionaje pontificio y ayudante de Jaruzelski, el coronel Ryszard
Kuklinski, a quien el espionaje del Vaticano conocía con el nombre clave de
Gull. La carta del líder soviético al general Jaruzelski terminaba diciendo:
«le advierto del consiguiente desmantelamiento del socialismo si se da a
Solidaridad y a la Iglesia papeles importantes en el ejercicio del poder». Sin
duda era, más que un análisis, una premonición 1.
En la mañana del 30 de noviembre, el embajador especial de Ronald Reagan,
Vernon Walters, se reunió con el Sumo Pontífice. En el encuentro el diplomático
estadounidense mostró al Papa una serie de fotografías tomadas desde satélites
espía. En las imágenes en blanco y negro podían observarse las torretas de los
astilleros y muelles de Gdansk y a menos de cuarenta kilómetros varias columnas
de vehículos; realmente eran tanques de fabricación soviética que se acercaban
a las instalaciones. El Papa sabía mejor que Walters lo que aquello
significaba.
El agente Gull había informado al contacto de la Santa Alianza que el general
Jaruzelski y el Estado Mayor polaco preparaban la operación militar para
decretar la ley marcial; el problema era que no se sabía ni el cuándo ni el
cómo. Después de aquella comunicación, el contacto con Gull se cortó. Por la
mañana, Kuklinski asistió a una reunión en el despacho del jefe adjunto del
ejército polaco, encargado de planear la aplicación de la ley marcial. En el
gran salón plagado de mapas y fotografías, el general dijo a Kuklinski que no
sabía cómo, pero que el Vaticano y los estadounidenses conocían los planes 2.
En realidad, había sido el propio Kuklinski quien había pasado la información.
Durante la reunión mantuvo la calma, pero comprendió que estaba bajo sospecha
cuando descubrió que a la salida del cuartel general del Estado Mayor polaco
era seguido por agentes de los servicios secretos. Gull estaba en el punto de
mira y no cabía ya la menor duda de que había que ayudarle a escapar.
Según parece, alguien, desde dentro del Vaticano, había informado al KGB, y
estos a sus homólogos polacos, de que un agente de la Santa Alianza,
posiblemente un militar cercano a la cúpula de poder, estaba pasando
información a los servicios secretos estadounidenses y vaticanos.
El coronel Ryszard Kuklinski, nombre clave Gull, corrió a su casa en busca de
toda su familia. A los pocos días pudo contactar con su enlace del Vaticano e
informarle de que necesitaba escapar con todos los suyos y que para ello
necesitaba un pasillo seguro. Monseñor Luigi Poggi puso en movimiento a toda la
maquinaria del espionaje papal para crear una vía segura de escape para el ex
espía.
Gracias a los contactos con la Curia canadiense y debido a que Kuklinski pasaba
cada mañana frente al edificio diplomático de aquel país en Varsovia, la Santa
Alianza preparó el plan de evasión. El día previsto para ello fue el viernes
siguiente, día festivo en toda Polonia.
Por la mañana, y estrechamente vigilado, Kuklinski y su familia subieron al
coche vestidos de forma informal y con cestas para un almuerzo campestre. En
realidad, en su interior llevaban todos los documentos de la familia. Mientras
se acercaba a la avenida en donde estaba situada la puerta principal de la
embajada canadiense, el vehículo aceleró. Giró bruscamente a la izquierda,
mientras un camión cargado de tubos metálicos y conducido por el agente
Kazimierz Przydatek interfirió la marcha de dos vehículos negros que seguían de
cerca a Kuklinski. Cuando el coche del ex agente entró a toda velocidad en el
patio de la legación diplomática, los grandes portones se cerraron tras él. El
coronel Ryszard Kuklinski, Gull, el mejor espía de la Santa Alianza en Polonia,
dejaba su vida atrás. El largo brazo de Luigi Poggi en colaboración con la CIA
habían conseguido poner a salvo a él y a toda su familia 3. El 12 de diciembre
el general Wojciech Jaruzelski implantaba la ley marcial en todo el país.
Mientras los pasillos del Vaticano se veían sacudidos por las noticias
alarmantes que llegaban desde el país natal del Sumo Pontífice, en las
profundidades del IOR Paul Marcinkus preparaba una de las operaciones más
beneficiosas en las que se vería implicado hasta entonces el Banco Vaticano. La
famosa compañía Bellatrix sería el instrumento.
Para ello, Marcinkus destacó a tres agentes de la Santa Alianza capitaneados
por el agente padre Kazimierz Przydatek, que había regresado de Varsovia tras
poner a salvo a Kuklinski y su familia, para dirigir la llamada «Operación Pez
Volador» a finales de 1981.
Desde el 24 de marzo de 1976, cuando una Junta formada por altos cargos del
ejército encabezados por el general Jorge Rafael Videla decidieron hacerse con
el poder en Argentina tras derrocar a la presidenta Isabel Martínez de Perón,
las relaciones entre Buenos Aires y la Santa Sede se estrecharon. Incluso
muchos de los comandantes que formaban parte del «triunvirato», como el
almirante Emilio Eduardo Massera, tenían importantes conexiones con la logia P2
de Licio Gelli.
Gracias a este último, y con la cobertura de agentes liberados de la Santa
Alianza, Roberto Calvi canalizaría a través de la compañía Bellatrix, propiedad
del Vaticano, millones de dólares procedentes de la Junta Militar argentina
para la adquisición de misiles Exocet de fabricación francesa. El nombre de
esta operación secreta, «Pez Volador», procedía del nombre dado a este tipo de
pez, el Exocoetus, que se desliza rozando la superficie de las olas al igual
que el Exocet 4. Mientras los militares argentinos intentaban a través de Calvi
y los servicios secretos del Vaticano hacerse con el mayor número posible de
misiles, la primera ministra Thatcher y el MI6, el espionaje británico,
intentaban por todos los medios evitarlo. «Los argentinos solo tenían una cantidad
limitada de los devastadores misiles Exocet. Hicieron esfuerzos desesperados
por aumentar su arsenal... Por nuestra parte, nosotros estábamos igualmente
desesperados por impedir que lo lograran», afirmaría años después la propia
Margaret Thatcher en sus memorias, The Downing Street Years 5.
Para ello, Thatcher ordenó al espionaje británico que hiciese todo lo posible
para detectar y evitar cualquier intento argentino por hacerse con misiles
Exocet o cualquier otro tipo de armamento. En 1981, Argentina había firmado con
el Gobierno francés un contrato de compra de catorce Super-Étendard y catorce
Exocet. Para el 2 de abril de 1982, Argentina solo había recibido cinco aviones
y cinco misiles.
Lo que la primera ministra de Gran Bretaña no sabía en aquel momento era que
quienes buscaban los misiles en el mercado negro no eran los argentinos, sino
toda una conspiración orquestada por la logia Propaganda 2, financiada por el
Vaticano y ejecutada por agentes liberados de la Santa Alianza.
Según se desprende de un informe del MI6, la Junta Militar argentina, sin
saberse cómo, consiguió hacerse hasta con seis misiles Exocet. El resultado de
la «Operación Pez Volador» vería sus frutos por parte argentina cuando el 4 de
mayo de 1982 despegaron de la base aeronaval de Río Grande dos Super-Étendard
armados con un Exocet cada uno. Luego descenderían para entrar en la zona
muerta del radar y evitar ser descubiertos por los británicos. Ambos pilotos
detectaron un blanco grande y tres medianos, «engancharon» sus Exocet al
objetivo más grande y cuando estuvieron a unos cincuenta kilómetros lanzaron
los misiles. El destructor HMS Sheffield había sido golpeado mortalmente 6.
Al final de la contienda, los misiles facilitados por los hombres del Vaticano
habían impactado en los destructores británicos HMS Sheffield y HMS Glamorgan,
y el portacontenedores SS Atlantic Conveyor, provocando cincuenta y cinco
muertos y más de un centenar de heridos.
Al final de la «Operación Pez Volador», la compañía financiera perteneciente a
la Santa Sede había conseguido canalizar más de setecientos millones de
dólares, de los que once millones acabarían en la caja «B» del Estado Vaticano.
Según una investigación posterior, este dinero sería destinado por el cardenal
Luigi Poggi, jefe de la Santa Alianza, en connivencia con monseñor Paul Casimir
Marcinkus, responsable del IOR, el cardenal Agostino Casaroli, al frente de la
diplomacia vaticana, y con la autorización del Sumo Pontífice, Juan Pablo II, a
financiar al sindicato polaco Solidaridad. Pero una oscura mano estaba decidida
a acabar con los cabos sueltos que aún quedaban pendientes del escándalo del
Banco Ambrosiano, y Roberto Calvi, a quien llamaban «el banquero de Dios»,
debía ser el primero en ser atado.
Desde el 31 de mayo de 1982, Calvi había estado quejándose a un grupo de
cardenales, entre los que se encontraba Pietro Palazzini, prefecto para la
Congregación para la Beatificación. Calvi les dijo en tono amenazante que si
caía el Banco Ambrosiano, caería con él el Banco Vaticano. Desde hacía años,
Roberto Calvi exigía a Marcinkus resolver de forma conjunta el problema de la
enorme deuda acumulada en las empresas transatlánticas del entramado formado
por el IOR y el Banco Ambrosiano. Pero una vez más el intento de reconciliación
falló. Calvi amenazó entonces a Luigi Mennini, director del IOR, con contar
todo lo que sabía sobre el Banco Vaticano a las autoridades monetarias de
Italia 7.
El lunes 7 de junio, Roberto Calvi expone ante el consejo de administración la
situación dramática que vive el banco y afirma que si el Banco Vaticano no
devuelve los créditos, tendrán que presentar el expediente de quiebra. Al día
siguiente, el banquero recibe una extraña visita, un tal Alvaro Giardili, quien
según la policía puede tener conexiones con la mafia y con la Santa Alianza
vaticana. Giardili revela a Roberto Calvi que su mujer y sus hijos están en
peligro de muerte. Al parecer, también Giardili tenía relación con un hombre
llamado Vincenzo Casillo, un matón de la mafia que había hecho algún que otro
trabajo para Marcinkus y para los servicios de espionaje del Vaticano. Casillo
sería identificado posteriormente por la Fiscalía del Estado de Roma como uno
de los ejecutores directos de Roberto Calvi. Posteriormente, Vincenzo Casillo
sería asesinado el 23 de enero de 1983 8.
Las quejas de Roberto Calvi se hacen cada vez más peligrosas no solo para el
IOR, sino también para las operaciones de la Santa Alianza en Polonia. «El
banquero de Dios» se queja abiertamente de que Paul Marcinkus, para evitar ser
investigado por orden pontificia o por los hombres del contraespionaje
vaticano, el Sodalitium Pianum, al mando de monseñor Luigi Poggi, ha cogido de
la caja sin permiso cien millones de dólares destinados al sindicato
Solidaridad de Lech Walesa 9.
El lunes 14 de junio, a las once de la mañana, monseñor Paul Casimir Marcinkus
presenta su dimisión como miembro del Consejo de Directores del Banco
Ambrosiano Overseas Limited (BAOL), con sede en Nassau. A través de este banco,
el IOR sacó fondos sin control por un valor cercano a mil millones de dólares,
que taparían el agujero del Banco Ambrosiano.
El martes 15 de junio, Roberto Calvi llega a Londres y se registra en el
Chelsea Cloisters, en la habitación 881. El Cloisters es un hotel decente para
un viajante de comercio, pero no para el presidente de uno de los bancos
católicos más importantes y poderosos de Europa. El miércoles 16 de junio,
Calvi desconfía de todo el mundo e incluso asegura a su esposa Clara, en
conversación telefónica, que teme a «los hombres negros [agentes de la Santa
Alianza] que rodean siempre a Paul Marcinkus. Ellos saben siempre cómo
localizarme».
El jueves 17 de junio de 1982, Calvi sigue haciendo llamadas desesperadas a su
familia para que viajen desde Suiza y se pongan a salvo en los Estados Unidos.
A las cinco de la tarde, Calvi es destituido de la dirección del Banco
Ambrosiano. Al enterarse, «el banquero de Dios» sabe que está acabado y que sus
horas de vida son escasas. Hacia las diez de la noche, según consta en los
documentos de la Fiscalía de Roma, dos hombres de habla italiana -pueden ser
agentes de la Santa Alianza o asesinos de la mafia- recogen a Roberto Calvi en
el hotel. Salen por la puerta trasera, fuera de la vista del recepcionista, y
se montan en una limusina negra. Roberto Calvi sería encontrado colgado por el
cuello bajo el puente londinense de Blackfriars (Frailes Negros) al día
siguiente.
El cadáver de Calvi fue sometido a tres autopsias. Las tres coinciden en
señalar que la hora de la muerte fue las dos de la madrugada del 19 de junio de
1982. El famoso forense Antonio Fornari asegura en su informe que, sin duda
alguna, Calvi fue asesinado. Si se hubiese suicidado, Calvi tendría que haber
bajado por una escalera húmeda con una fuerte pendiente, después tendría que
haber dado un salto de casi un metro para alcanzar la plataforma bajo el
puente, todo ello con el agua hasta más arriba de las rodillas debido a la
pleamar y encima con casi cinco kilos de piedras que tenía en los bolsillos de
su pantalón y su chaqueta. Es más: una vez sobre la plataforma, hubiera tenido
que trepar unos siete metros hasta llegar al extremo donde se habría ahorcado
10. No cabía la menor duda de que Roberto Calvi había sido asesinado, y lo que
nunca supo es lo que había sucedido en Milán horas antes de su asesinato.
Esa misma tarde del 18 de junio, dos hombres que se identificaron como
«enviados del Vaticano» llegaron hasta la sede del Banco Ambrosiano con el fin
de entregar una serie de documentos procedentes del IOR. Los recién llegados
subieron en el elegante ascensor hasta la cuarta planta del solemne edificio.
Al fondo de un pasillo estaba el que había sido el despacho del poderoso
Roberto Calvi, aún vivo en Londres. Los dos hombres llegaron hasta un pequeño
despacho que estaba conectado por una puerta con el de Calvi. Allí estaba
trabajando Graziella Corrocher, la fiel secretaria del «banquero de Dios» y una
de las que más secretos conocía de su hasta entonces todopoderoso jefe. Minutos
después saltaba por la ventana «suicidada» 11. La nota encontrada por la
policía responsabilizaba de todo lo ocurrido en el Banco Ambrosiano a su jefe,
Roberto Calvi. Ni una sola mención a su familia, a su vida o a sus amigos; tan
solo una oportuna acusación contra su jefe.
En el mes de septiembre, Licio Gelli fue acusado de espionaje, conspiración
política, asociación criminal y fraude. En un primer momento se salvó de la
detención, pero el día 13 del mismo mes, el gran maestre de la logia P2, el
hombre al que todo el mundo llamaba il Burattinaio (el Titiritero), fue
detenido en Ginebra cuando intentaba retirar en una maleta 50 millones de
dólares de una cuenta de un banco.
Un mes más tarde, el 2 de octubre de 1982, Giuseppe Dellacha, uno de los altos
ejecutivos del banco, también se «suicidaría» saltando por la ventana desde la
sexta planta de su despacho en el mismo edificio del Banco Ambrosiano en Milán.
Al parecer, Dellacha era el «correo especial» de los asuntos entre Roberto
Calvi y monseñor Paul Marcinkus. El «delicado» trabajo de Dellacha era llevar
mensajes que no debían ser escritos en ningún lugar de la sede del banco al
Vaticano. Giuseppe Dellacha sabía demasiado y también debía morir.
Poco a poco, los cabos estaban siendo atados por una mano misteriosa. Clara
Calvi, la viuda del «banquero de Dios», diría entonces: «El Vaticano asesinó a
mi marido para ocultar la bancarrota del Banco Vaticano [IOR]». Desde la caída
de Michele Sindona, Roberto Calvi había asumido sus funciones lavando dinero de
la mafia; reciclando dinero de la P2; traficando con armas; desviando dinero de
altas personalidades, evadido al Fisco italiano, hacia paraísos fiscales; o
financiando regímenes dictatoriales en Nicaragua, Uruguay, Argentina y
Paraguay.
En octubre de 1982, Juan Pablo II nombró una comisión especial para investigar
el papel desempeñado por el Vaticano, el IOR y sus servicios secretos en el
fraude del Banco Ambrosiano. Las investigaciones del caso Calvi, la quiebra del
banco y las conexiones con el IOR continuaron coleando hasta 1989. Por ejemplo,
el 22 de marzo de 1986, Michele Sindona sería envenenado con cianuro mezclado
con el café en la prisión italiana de Voghera, en donde había sido recluido
tras ser extraditado por los Estados Unidos. El que fuera banquero de la mafia
moriría en su celda sin que nadie acudiese a socorrerle y tan solo dos días
después de que un jurado le condenase a cadena perpetua y declarase que si
nadie le ayudaba «decidiría contar todo lo que sabía sobre las relaciones de la
mafia y el Vaticano y el papel desempeñado por algunos departamentos papales
como el IOR o los servicios secretos». El 20 de febrero de 1987, el juez de
Instrucción de Milán Antonio Pizza ordenó la detención y encarcelamiento de
monseñor Paul Casimir Marcinkus, Luigi Mennini y Pellegrino de Strobel, los
tres más altos cargos del IOR. Hasta ese momento, Juan Pablo II los mantuvo en
sus respectivos cargos, tal vez porque sabían demasiado y era mejor no revolver
las enfangadas aguas financieras vaticanas. En torno a San Pedro y en todas las
salidas del Estado Vaticano esperaban agentes de la policía para ponerle las
esposas a toda la cúpula de la banca vaticana y al presidente del Gobierno del
Vaticano. Marcinkus no solo presidía el IOR, sino también el Consejo de
Gobierno del Vaticano.
El cardenalato estaba ya casi al alcance de la mano de monseñor Marcinkus
cuando estalló el escándalo, lo que obligó a Juan Pablo II a retenerlo dentro
del Vaticano para impedir que fuese detenido por las autoridades italianas y
posteriormente enviarlo de vuelta a los Estados Unidos. Hoy vive retirado en la
pequeña ciudad de Sun City, en Arizona, bajo la protección de su pasaporte
diplomático del Estado Vaticano, lo que le hace intocable ante las autoridades
estadounidenses.
Gracias a las presiones ejercidas por Juan Pablo II, un alto tribunal italiano
dejó sin efecto la orden de detención y a los banqueros del Vaticano se les
declaró inmunes en Italia, dada su calidad de «directivos de un banco
extranjero».
El Banco Vaticano tuvo que pagar por la responsabilidad contraída en la quiebra
del Ambrosiano más de 240 millones de dólares a los acreedores. En el juicio
por la quiebra del Banco Ambrosiano, que concluyó en 1998, las mayores condenas
recayeron en los jefes de la logia Propaganda 2. Licio Gelli fue condenado a
dieciocho años de cárcel, y Umberto Ortolani, a diecinueve.
En 1988 se abrió el juicio por el asesinato de Roberto Calvi. En 1993 fueron
condenados por complicidad el obispo monseñor Pavel Hnilica, miembro relevante
de la Santa Alianza y persona de suma confianza del Papa, Flavio Carboni y
Giulio Lena, con lo que se dio por concluida la investigación y los cabos
sueltos del «Vaticano S.A.»; pero un nuevo caso de corrupción financiera va a
estallar en el corazón del Estado Vaticano.
Leopold Ledl era un ex carnicero que había estado implicado en varios negocios
fraudulentos del Vaticano y que había realizado extrañas operaciones para la
Santa Alianza. El ex agente de los servicios secretos pontificios había hecho
de intermediario entre el Vaticano y la mafia para una operación de títulos y
bonos falsificados. Al destaparse el asunto, Ledl fue no solo el organizador,
sino también la víctima.
El negocio, según parece, consistía en que Ledl consiguiese para alguien del
Vaticano títulos falsificados por valor de mil millones de dólares. La función
del ex espía papal consistía en hacer de intermediario entre el Vaticano y la
mafia estadounidense para conseguir no solo falsificar los títulos de Boeing,
Chrysler, General Motors o ITT, sino también colocarlos. La operación por parte
del Vaticano era dirigida en persona por monseñor Marcinkus y de vez en cuando
asistían a los encuentros con Ledl los cardenales Tisserant y Benelli 12.
Al final, monseñor Pavel Hnilica avisó a Marcinkus sobre el peligro que tendría
colocar en los mercados financieros tal cantidad de títulos falsos. Aquello
supondría enfrentarse al Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, y
Hnilica recordó a Marcinkus su nacionalidad estadounidense. «Si Reagan quiere,
puede pedir al Santo Padre su extradición», explicó el oscuro agente de la
Santa Alianza a Paul Marcinkus. El todavía responsable del IOR no estaba
dispuesto a arriesgarse a cometer un delito federal en su país natal, sabiendo
cómo las gastaban sus paisanos.
En mayo de 1992, Licio Gelli, detenido en su propia residencia, recibe la
notificación de la sentencia por su implicación en la quiebra del Banco
Ambrosiano. Seis años después de recurrir, el que fuera gran maestre de la
logia P2 recibe la ratificación de la sentencia por el Tribunal de Apelación,
que hace que la del Tribunal Superior de Casación sea por fin firme. El
miércoles 20 de mayo de 1998, Gelli huyó de su casa ante la vista de los
policías que lo vigilaban. Casi cuatro meses después, el jueves 10 de
septiembre, Licio Gelli es nuevamente detenido en la Costa Azul, según parece
por una filtración de los servicios secretos vaticanos a la DST, el
contraespionaje francés 13.
Durante el interrogatorio en 1990 del masón y miembro de la logia Propaganda 2
Umberto Ortolani, reveló que los servicios secretos del Vaticano habían actuado
durante unos meses para intentar rescatar unas fotografías comprometedoras del
mismísimo Juan Pablo II.
Un día de abril de 1981, Licio Gelli enseñó a un miembro del Partido Socialista
Italiano algunas fotografías que mostraban al papa Wojtyla completamente
desnudo en la piscina de Castelgandolfo. Gelli suponía que si se habían hecho
esas fotografías con teleobjetivo sería sencillo disparar al Sumo Pontífice con
un rifle con mira telescópica 14.
Poggi decidió poner manos a la obra a los agentes de la Santa Alianza con el
fin de «rescatar» los negativos desaparecidos. El jefe de la Santa Alianza
bautizó la misión como «Operación Imagen».
El responsable de los espías papales sabía que el mayor paquete de imágenes
estaba ya en poder de Rizzoli, a través de Licio Gelli y de este hacia Giulio
Andreotti. Las fotografías fueron entregadas en mano al Sumo Pontífice en
presencia de monseñor Poggi 15.
Seguidamente, el jefe del espionaje vaticano convocó a dos sacerdotes que
pertenecían al Sodalitium Pianum. Poggi, como siempre, fue claro, corto y
conciso en sus órdenes. Debían localizar los negativos perdidos por dos
motivos: el primero, para evitar su publicación y el posterior escándalo; y el
segundo, y de mayor importancia, para saber cómo los fotógrafos autores de las
imágenes pudieron disparar sus cámaras sin ser detectados por los servicios de
seguridad pontificios. No cabía la menor duda de que unos simples fotógrafos
habían conseguido burlar los anillos de seguridad en torno al Papa.
Los agentes comenzaron a trabajar en los laboratorios de Roma que se dedicaban
a revelar el material de los profesionales. A finales de esa misma semana, el
S.P. detectó a un hombre que intentaba vender unas imágenes bastante
comprometedoras sin decir de qué se trataba.
El hombre en cuestión era un ayudante de laboratorio de una firma famosa por
trabajar con fotógrafos de prensa del corazón, por lo que debían revelar el
material con bastante velocidad. El hombre vivía en un pequeño apartamento de
las afueras de Roma y un día cuando regresó del trabajo se encontró con todo
revuelto, los cajones tirados por el suelo, el colchón rajado y los sillones
totalmente destripados. Al parecer, alguien buscaba algo, y el hombre sabía qué
era.
Cuando se dirigió hacia el pequeño baño del apartamento descubrió que los
intrusos habían encontrado lo que buscaban. Una de las cañerías de plomo había
sido cortada y de su interior habían extraído un rollo de plástico en donde
estaban envueltos los negativos. Los hombres de Poggi habían hecho bien su
trabajo, y la «Operación Imagen» nunca existió. Posteriormente, monseñor Luigi
Poggi destruiría todo el material.
El Sodalitium Pianum descubriría que en la historia de las fotografías había
estado involucrado un agente de la Santa Alianza y sacerdote llamado Lorenzo
Zorza. Este agente había estado relacionado con el expediente de quiebra de la
Banca Ambrosiana y en una operación junto al ex agente del SISMI, el servicio
de inteligencia militar italiano, Francesco Pazienza. Zorza sería también
investigado por sus presuntas relaciones con asociaciones mafiosas involucradas
en el tráfico de drogas y obras de arte
Una vez más, y cuando las autoridades italianas pidieron al Vaticano la entrega
de Lorenzo Zorza, la Secretaría de Estado se negó, alegando que era un
funcionario de un país extranjero y que, por lo tanto, no estaba sujeto a las
leyes de la República de Italia. Meses después, el agente de la Santa Alianza
fue convenientemente enviado a una nunciatura en el continente africano, pero
las intrigas no acabarían ahí. Un nuevo complot sacudiría a una de las
organizaciones con mayor renombre y popularidad de la Santa Sede: la Guardia
Suiza.
El lunes 4 de mayo de 1998, justo poco después de las nueve de la noche, en el
apartamento de los edificios del cuartel de la Guardia Suiza ocupado por el
comandante en jefe del ejército pontificio, se descubren tres cadáveres
cubiertos de sangre. Los tres habían sido asesinados a tiros. Los cuerpos han sido
descubiertos por una monja cuya identidad es protegida por la Santa Alianza.
Los primeros en acudir al lugar son el portavoz del Vaticano, Joaquín
Navarro-Valls; el cardenal Giovanni Battista Re, sustituto de la Secretaría de
Estado, y monseñor Pedro López Quintana, asesor para Asuntos Generales de la
Secretaría de Estado.
Media hora después, el escenario del crimen es un auténtico trasiego de altos
miembros de la Curia, agentes de la Santa Alianza y el contraespionaje, el
Sodalitium Pianum, y miembros de la Guardia Suiza vestidos de civil 16.
Cuarenta y cinco minutos después llegan al lugar tres altos cargos de la
Vigilanza vaticana, el inspector general Camillo Cibin, el superintendente
mayor Raoul Bonarelli y un superintendente. Cuando Cibin echa un primer vistazo
descubre que alguien ha hecho desaparecer cuatro vasos, posiblemente agentes de
la Santa Alianza, que son, misteriosamente, los primeros en llegar al lugar del
crimen 17. Llega también un funcionario de la Gobernación, que realiza con una
cámara Polaroid fotografías a los cadáveres del comandante de la Guardia Suiza,
Alois Estermann, de su esposa, la venezolana Gladys Meza Romero, y del cabo de
la Guardia Suiza Cédric Tornay. Bonarelli llama la atención de Cibin sobre el
detalle de los cajones abiertos de la mesa de Estermann. No cabe duda de que
alguien ha registrado la mesa de trabajo del oficial y sus archivos.
A pocos metros, el cardenal Luigi Poggi 18, que hace tan solo dos meses ha
conseguido ser relevado de sus tareas al mando de los servicios secretos
pontificios, informa al papa Juan Pablo II de la tragedia ocurrida. En el
exterior de la Puerta de Santa Ana, y ante una unidad de la Guardia Suiza, los
curiosos y la prensa comienzan a congregarse. Los rumores circulan rápidamente.
Los tres cadáveres son retirados y trasladados al depósito, en donde son
colocados en el suelo y cubiertos con una sábana.
Miembros del Corpo della Vigilanza y de la Santa Alianza ordenan el apartamento
y cierran su puerta, que queda sellada con el lacre pontificio. Nada ni nadie
puede entrar, bajo pena de excomunión.
Alois Estermann, de cuarenta y cuatro años y nacido en Gunzwill, en el cantón
suizo de Lucerna, subcomandante de la Guardia Suiza desde 1989, había sido
nombrado comandante del cuerpo unas horas antes por el propio Papa.
La ceremonia oficial de traspaso de poderes debía celebrarse el 6 de mayo, dos
días después del asesinato. Su esposa, Gladys Meza, trabajaba en la embajada de
Venezuela ante la Santa Sede. La tercera víctima es identificada como el cabo
Cédric Tornay, de veintitrés años, nacido en Saint-Maurice, en el cantón suizo
de Valais. Tornay se había incorporado al ejército papal el 1 de enero de 1994
19.
El portavoz vaticano, Navarro-Valls, comienza, a decir verdad, demasiado pronto
a dar una reconstrucción de los hechos que, según se descubriría después, en
nada se parecía a lo ocurrido realmente. Según Navarro-Valls, «los cadáveres
son descubiertos por una vecina 20. Tanto Estermann como Meza y Tornay han sido
asesinados a tiros, y bajo el cuerpo del cabo se encontró el arma utilizada».
Según el portavoz, «en un arrebato de locura el cabo mató con su pistola
reglamentaria a su comandante y a la esposa de este, y el Vaticano tiene la
certeza de que todo ocurrió así». Nadie hace más preguntas al respecto.
En la noche del 5 de mayo, tres agentes del SISMI, el servicio de inteligencia
militar italiano, acuden a una reunión con un antiguo miembro de la Guardia
Suiza. En realidad, ni el espionaje ni la policía italianos creen la versión
dada por el Vaticano. La prensa basa su información en tres hipótesis: la
primera, que Estermann tuviese una relación homosexual con Tornay; la segunda,
que este pudiese tener una relación con la esposa de Estermann; y la tercera,
que detrás del crimen pueda haber una conjura mucho más oscura.
El Vaticano defiende oficialmente la teoría de que Tornay tenía serios
conflictos con Estermann e incluso que se le habría negado el ascenso y una
condecoración, pero el espionaje sigue sin creérselo. Según Joaquín Navarro-Valls,
Tornay en un arrebato de locura realizó cinco disparos con su arma
reglamentaria, una de las balas quedó en la recámara, dos más mataron a
Estermann y otra quedó incrustada en el techo. Este no era el único incidente
ocurrido en el corazón de la Guardia Suiza 21.
Las preguntas continúan corriendo por los kilométricos pasillos vaticanos, como
por qué si Tornay hace cinco disparos solo se recogen cuatro casquillos en el
lugar del crimen, o por qué la puerta de la vivienda de los Estermann está
abierta cuando llega la supuesta monja que descubre los cadáveres.
Otra de las preguntas que se hacen los investigadores es que, si Tornay utilizó
su arma reglamentaria, la Sig Sauer 75 con cargador de nueve balas, como es
posible que al dispararla para suicidarse cayera hacia delante sobre su arma.
La Sig Sauer 75 tiene una gran potencia de fuego y lo más normal es que hubiese
caído hacia atrás por el impacto de la bala. También se especula con los
motivos por los que la Guardia Suiza estuvo meses y meses sin comandante, y
cuando es nombrado, muere a las pocas horas. Preguntas y más preguntas que el
Vaticano no responde o prefiere no responder.
El 6 de mayo, a preguntas de los periodistas, el ministro del Interior de
Italia, Giorgio Napolitana, aclara que las autoridades italianas no han
recibido ninguna petición de ayuda en la investigación por el caso de la
Guardia Suiza 22. Realmente es el Corpo della Vigilanza 23 del Estado vaticano
el que se ocupa de abrir y cerrar con rapidez la investigación. Durante las
exequias, en las que los tres féretros están juntos, el Sumo Pontífice afirma
de Alois Estermann: «era una persona de mucha fe y profunda entrega al deber.
Durante dieciocho años prestó un fiel y valioso servicio que le agradezco
personalmente».
Pero las preguntas sobre el crimen siguen flotando, como, por ejemplo, por qué
la puerta del apartamento estaba abierta si los tres cadáveres son encontrados
en el despacho del fondo de la casa, o por qué la supuesta vecina que descubrió
los cadáveres declaró que escuchó «varios ruidos sordos en el apartamento y se
extrañó». La vecina de planta tenía que haber escuchado cinco fuertes
detonaciones del arma de Tornay. La mujer aseguró a un periodista que lo que
escuchó fueron como cinco detonaciones secas, «como si fuera un disparo con
silenciador». El tema se complica cuando cuatro importantes cardenales, Silvio
Oddi, Darío Castrillón, Roger Etchegaray y Carlo Maria Martini, presentan al
papa Juan Pablo II su desconfianza por la versión presentada de los hechos. Otra
de las teorías que vienen a embarrar más el asunto es la defendida por el
escritor John Follain en su libro City of Secrets. The Truth Behind the Murders
at the Vatican, cuando afirma que la Guardia Suiza se convirtió en motivo de
lucha por su control entre los seguidores del Opus Dei, que pretendían
convertirla en un cuerpo de élite que asumiera tareas antiterroristas, y los
masones de la Curia, que querían acabar con ella, dejándola en una presencia
testimonial solo para turistas frente al Corpo della Vigilanza.
El 7 de mayo de 1998, el diario Berliner Kurier publica una historia en la que
relaciona al comandante Alois Estermann con la Stasi, los servicios de
inteligencia de la Alemania Oriental. El artículo aporta toda una serie de
datos y detalles explícitos. El periódico incluso llega a afirmar que Alois
Estermann, cuando aún era capitán de la Guardia Suiza, había trabajado para los
servicios secretos del Vaticano, la Santa Alianza, en operaciones encubiertas.
Por ejemplo, fue él quien viajó en varias ocasiones a Varsovia y Gdansk cuando
algunos sectores radicales de Solidaridad defendieron la necesidad de
militarizar el sindicato para una posible defensa armada de los huelguistas
durante la aplicación de la ley marcial del 12 de diciembre de 1981 impuesta
por el general Jaruzelski en Polonia. Estermann se ocupó también de coordinar
la adquisición de armas en el mercado negro pagadas con dinero del IOR y de
montar campos de entrenamiento en Austria y Alemania para los futuros
combatientes de Solidaridad 24.
Markus Wolf, el poderoso jefe de la Stasi durante treinta y tres años, afirmó
que detrás del agente bajo nombre cifrado Werder se escondía un miembro del
ejército papal. Según los archivos de la Stasi desclasificados tras la caída
del Muro de Berlín, Werder se convirtió en informador a principios de 1980, año
en el que Alois Estermann entró en la Guardia Suiza 25.
La noticia de las relaciones de Alois Estermann con los servicios secretos
germanoorientales provoca en la cúpula del Vaticano y en la Santa Alianza
indignación 26. Posteriormente, el propio Markus Wolf, en una entrevista con un
periódico polaco, confirma que Alois Estermann era agente de la Stasi: «Nos
sentimos muy orgullosos en 1979 cuando conseguimos reclutar a Estermann como
agente. Aquel hombre tenía acceso ilimitado a la Santa Sede, y con él, nosotros
también. Cuando iniciamos nuestros contactos con él, Estermann solo quería
ingresar en la guardia papal. Y cuando el Vaticano se lo concedió, su valor
como informador aumentó enormemente» 27.
El enlace de Estermann en el interior del Vaticano para sus comunicaciones con
la Stasi era un fraile dominico llamado Karl Brammer, nombre en código Licht
Blick (Rayo de Luz). Brammer sería expulsado del Vaticano a finales de los años
ochenta, cuando fue descubierto por agentes del contraespionaje, Sodalitium
Pianum, recopilando información secreta perteneciente a los archivos de la
Comisión Científica Vaticana. Los agentes papales descubrieron a Brammer
pasando la información a un periodista italiano.
Un mes después del crimen, la madre de Tornay realiza unas declaraciones al
semanario italiano Panorama 28. En la entrevista afirma que habló con su hijo
la misma mañana del crimen y que de ningún modo estaba deprimido. En un momento
de la entrevista la madre de Tornay cita a un tal «padre Yvan» como consejero
espiritual de su hijo y con quien se iba a reunir esa tarde para hablar de un
futuro trabajo en un banco suizo como responsable de seguridad.
Realmente, el «padre Yvan» o «padre Ivano» es Yvan Bertorello, francés de entre
treinta y cinco y cuarenta años, que lleva siempre sotana y se mueve por los
pasillos vaticanos sin que nadie lo controle. Bertorello es un agente de la
Santa Alianza que ha participado en operaciones especiales del servicio de espionaje
papal. Incluso se habla de que tiene preparación militar adquirida o en el
ejército francés o en el ejército suizo.
Posteriormente, la madre de Cédric Tornay declararía al juez del Vaticano haber
conocido a Yvan, pero más tarde se le comunicó, según un informe del Corpo
della Vigilanza, que no tenían ninguna constancia en el Estado vaticano de un
sacerdote llamado Yvan o Ivano, ni nada por el estilo.
En realidad, Yvan Bertorello, de origen franco-italiano, es un agente de la
Santa Alianza o del Sodalitium Pianum al que se le han encomendado misiones
diplomáticas y de espionaje en África y Bosnia. El jefe de Bertorello, monseñor
Pedro López Quintana, encomendó al agente la misión de espiar a la Guardia
Suiza para descubrir las conexiones con el Opus Dei 29.
López Quintana, nacido en la ciudad española de Barbastro el 27 de julio de
1953, pertenecía al cuerpo diplomático de la Santa Sede y a la Comisión
Disciplinaria de la Curia hasta que en 1987 fue nombrado prelado de honor de Su
Santidad y trasladado a la nunciatura de Nueva Delhi. En 1992 fue llamado
nuevamente al Vaticano y destinado a la Secretaría de Estado como asesor de
Asuntos Generales. Dentro del Vaticano se rumoreaba que monseñor Pedro López
Quintana había asumido el control del contraespionaje vaticano desde la
dimisión del cardenal Luigi Poggi el 7 de marzo de 1998.
Una fuente de los servicios secretos franceses revelaría al escritor David
Yallop que en el crimen del 4 de mayo habría tres personas implicadas realmente
en un complot: el propio Alois Estermann, Gladys Estermann y el agente del
espionaje vaticano Yvan Bertorello.
En marzo de 1999, el nuevo comandante de la Guardia Suiza, Pius Segmüller, es
encargado de crear una unidad especial dentro de la Guardia Suiza, el «Comité
de Seguridad», aprobado por la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad
del Vaticano. Este nuevo comité tiene la misión de coordinar las actividades
relacionadas con la seguridad de la Santa Sede y el Sumo Pontífice, así como la
prevención de actividades delictivas dentro del Vaticano.
Realmente, el «Comité de Seguridad» es una especie de servicio secreto fuera
del área de influencia de la Santa Alianza y el Sodalitium Pianum y bajo
control de monseñor Giovanni Danzi, secretario general de la Gobernación.
Danzi es, según fuentes del Vaticano, un hombre carente de escrúpulos con un
gran poder dentro de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del
Vaticano. Desde su lujosa residencia, Danzi maneja con mano de hierro el
«Comité de Seguridad». En la investigación llevada a cabo se indica la
posibilidad de que aquella noche del 4 de mayo una cuarta persona estuviera en
el interior del apartamento de los Estermann junto a Cédric Tornay 30.
Lo que sí está demostrado es que esa cuarta persona, que quizá ya estaba en el
interior del apartamento de los Estermann, fue solo un testigo, ya que quedó
comprobado que todas las balas fueron disparadas por el arma reglamentaria de
Tornay y que se encontraron rastros de pólvora en su mano y en su dedo índice,
que apoya en el gatillo. También existe la posibilidad de que la cuarta persona
se mantuviese escondida en algún lugar del apartamento hasta la llegada de las
primeras autoridades que acuden al apartamento y, mezclándose con ellas, se
escapase de la casa de los Estermann. Según cuentan, los primeros en llegar son
cuatro agentes de la Santa Alianza, que son quienes retiran los vasos que están
sobre la mesa del despacho de Alois Estermann.
Posteriormente se descubriría que Cédric Tornay había sido vigilado desde hacía
meses por la Santa Alianza, el Sodalitium Pianum o el «Comité de Seguridad». El
joven cabo de la Guardia Suiza había sido conquistado por una joven italiana
llamada Manuela, a quien conoció en una cafetería cercana al Vaticano en donde
solían reunirse los miembros de la Guardia Suiza. La tal Manuela informaba a
algún obispo del Vaticano de cada movimiento de Tornay, lo que haría imposible
que el muchacho pudiese haber entrado en la casa de Alois Estermann sin haber
sido visto 31.
También, a pesar de las buenas palabras del Vaticano hacia el dolor de la madre
de Cédric Tornay, algún miembro de la Santa Alianza se dedicó a presionar a
Muguette Baudat y a los abogados de esta.
Desde aquella noche de 1998 muchas han sido las teorías de la conspiración, como
por ejemplo la de que la Santa Alianza «ejecutó» a Alois Estermann debido a
todo lo que sabía sobre las operaciones encubiertas de esta; que Estermann pudo
ser asesinado por un Tornay que lo amaba y se sentía desdichado porque el
comandante lo había sustituido en su cama por otro joven guardia; que Estermann
pudo ser ejecutado por sus estrechas relaciones con el Opus Dei o el clan
masónico de la logia vaticana; que Estermann pudo haber sido asesinado por sus
antiguas relaciones con algún servicio de espionaje del antiguo Telón de Acero,
y muchas otras; pero de lo que todo el mundo está seguro es de que el cabo
segundo de la Guardia Suiza Cédric Tornay era un joven como muchos otros. Sus
amigos, en la propia Guardia Suiza y familiares, aseguran que Tornay no estaba
ni drogado, ni loco, y que seguro que se vio involucrado en una situación y en
unos acontecimientos que no pudo controlar, que eran superiores a él y que lo
llevaron a la muerte.
Ninguna investigación policial ni judicial independiente se llevó a cabo por
parte de las autoridades vaticanas sobre lo ocurrido la noche del lunes 4 de
mayo de 1998. Ni la Santa Alianza, ni el Sodalitium Pianum, ni el «Comité de
Seguridad», ni el Corpo della Vigilanza llevaron a cabo una investigación
seria. El secretario de Estado, Angelo Sodano, con el visto bueno del Sumo
Pontífice, Juan Pablo II, decidió el sellado y custodia en el Archivo Secreto
de toda la documentación relacionada con aquella trágica noche en la que tres
personas perdieron la vida dentro de los muros vaticanos.
Nadie podrá saber jamás la verdad sobre el asesinato del comandante de la
Guardia Suiza Alois Estermann, de su esposa Gladys Meza y del cabo segundo de
la Guardia Suiza Cédric Tornay. El espía de la Santa Alianza Yvan Bertorello,
quien más podría saber sobre aquella noche, simplemente desapareció. Nunca más
fue visto en los conspiratorios pasillos del Estado Vaticano.
En su libro In God's Name. An Investigation into the Murder of Pope John Paul
I, el escritor David Yallop realizó una durísima acusación contra el papa Juan
Pablo II:
Tenemos un Papa que, públicamente, conmina a los sacerdotes nicaragüenses por
su implicación en política y al mismo tiempo da su beneplácito para que una
gran cantidad de dólares fluya secreta e ilegalmente hacia Polonia, con destino
a Solidaridad. Este es un Papado con un doble rostro: uno para el Papa y otro
para el resto del mundo. El pontificado de Juan Pablo II ha sido y es un
triunfo para los especuladores, los corruptos y los ladrones internacionales como
Roberto Calvi, Licio Gelli y Michele Sindona, mientras Su Santidad sigue
mostrándose públicamente en frecuentes viajes similares a giras de una estrella
de rock. Los hombres que lo rodean afirman que lo hace por negocio, como de
costumbre, y que los ingresos desde su llegada al pontificado han aumentado. Es
lamentable que los discursos moralizadores de Su Santidad no puedan ser
escuchados entre bastidores.
Sea como sea, lo cierto es que durante los largos años de pontificado de Juan
Pablo II el Vaticano ha vendido armas, ha financiado dictaduras, golpes de
Estado, se han provocado quiebras financieras y bancarias, y por ellas muchas
personas fueron «suicidadas», y ha ordenado operaciones encubiertas del
servicio de espionaje pontificio.
Hoy, cuando ya estamos en el siglo xxi, nadie conoce los servicios secretos
vaticanos, como la Santa Alianza. Ahora en el mundo del espionaje el servicio
secreto pontificio, espionaje y contraespionaje, es denominado «La Entidad».
Pero, se llame como se llame, sigue manteniendo intactos aún hoy los mismos
principios con los que fue creado por el papa Pío V allá por el año del Señor
de 1566: la defensa de la fe, la defensa de la religión católica, la defensa de
los intereses del Estado Vaticano y la suma obediencia a Su Santidad el Papa
continuarán siendo los cuatro grandes pilares que le permitirán sobrevivir
hasta en lo más oscuro de la futura historia, porque mientras la Iglesia
católica continúe transmitiendo la fe hasta lo más recóndito de la Tierra, «La
Entidad» seguirá estando al acecho de cualquier enemigo que pueda aparecer en
el camino del Sumo Pontífice o de su política. A día de hoy, el Estado Vaticano
sigue negando la existencia de su servicio de espionaje.
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