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Rodolfo Olivera

La guerra de las patentes
El “piquete” de Monsanto 

Cuatro barcos que transportaban decenas de miles de toneladas de harina de soja argentina fueron de tenidos en los puertos de Cartagena, Bilbao, Santander (España) y Liverpool (Gran Bretaña), como producto del reclamo de Monsanto por la supuesta defraudación al no haber recibido las regalías que según considera le son debidas por nuestro país. Esto es falso, engañoso, argumentalmente rebuscado… lo normal, bah.

Las multinacionales que están en el negocio de la venta de semillas, fertilizantes y productos químicos, pretenden que los agricultores sean dependientes de los insumos externos que sólo ellas fabrican, cuyo precio regulan. Pero, además, se han adueñado también del "tipo" de producción alterando las más sólidas tradiciones del campo. Este peligroso intento, sumado a los 15 dólares por tonelada exportada que piden, ponen en riesgo la exportación sojera argentina. Vayamos por partes, empezando por el caso puntual.

El reclamo por el pago de patentes es un tema viejo e internacional. Las reglas del Acuerdo sobre Patentes (ADPIC), aceptado por la Organización Mundial del Comercio, sigue siendo materia de discusión aunque dentro de ciertos parámetros más o menos lógicos (siempre que se eviten los abusos). Pero Monsanto va más allá, tanto que la misma embajada de los EEUU no apoyó abiertamente su pedido –ni su metodología-, aclarando de forma explícita que “no desea que se afecte a los productores argentinos”.

Y esto es así, porque sencillamente Monsanto no registró el Organismo Genéticamente Modificado (OGM) ni en la Argentina, ni en el MERCOSUR. En buen argot, reclama lo que no le corresponde.

Pero quiere, como dijimos, nada menos que quince dólares por tonelada exportada. El tema es que Monsanto no patentó la semilla en el país, sino que le otorgó licencias a terceros, a quienes les vendía un agroquímico indispensable para su buen uso (el herbicida glifosato), como parte del “paquete tecnológico”.

Hay que tener un par de datos muy en cuenta: el primero es que Monsanto no se olvidó de patentar la semilla; si no lo hizo fue porque era parte de una estrategia comercial para facilitar la penetración de la soja transgénica a partir de 1996. El segundo –también clave para la batalla jurídica- es que no se puede pretender derechos a sucesivos ciclos agrícolas ad infinitum: la primera puede pagar, pero el grano de la cosecha conservado para semilla el año próximo, ya no admite lugar al reclamo. Si no fuera así, el productor estaría condicionado de por vida (que, en el fondo, es lo que pretenden). Un despropósito en el que Monsanto hace punta, con riesgo de que pueda extenderse a otras transnacionales como Dow Agro-Science, Dupont-Pionner y Syngenta.

Entonces, para eludir esta exigencia poco sustentable, Monsanto –y otras- hace años que trabajan en un mecanismo perverso, el de la producción de semillas estériles (el "Proyecto Terminator"). Consiste en incorporar una especie de gatillo automático que hace que la semilla pueda usarse un año y bajo ciertas condiciones químicas (que ellos mismos venden), pero que no genera grano reproductor a su vez. No tiene “descendencia” fértil, lo que obliga siempre a comprar nuevas partidas.

El sistema es objetado por los miembros firmantes del Convenio de Diversidad Biológica de la ONU, que se reunirán a finales de marzo en Curitiba (Brasil). Cabe recordar que la empresa se había comprometido públicamente a no comercializar estas semillas estériles, posición sobre la que amenaza ahora con dar marcha atrás. Opción uno: se le paga por lo ya exportado (una fortuna), para lo cual bloquean la entrada de barcos con cargamento argentino, adoptando la lógica del piquete. Opción dos: venderán la semilla apta para sólo un año (atenazando al productor). Opción tres: se retirarían del mercado argentino (provocando el colapso inmediato). Entretanto, busca apoyos en el exterior y ya tiene el canadiense y el australiano.

La ingeniería genética, nos dicen, es esencial para satisfacer las necesidades de una población mundial que aumenta cada año en 80 millones de personas. Según el Programa de la ONU para la Alimentación, producimos una vez y media más alimentos de los necesarios para alimentar al mundo con una dieta adecuada y nutritiva; sin embargo, una de cada siete personas padece hambre. Tewolde Egziabher, portavoz del Grupo Africano en la FAO, comentó: “hay todavía personas hambrientas en Etiopía, pero tienen hambre porque no tienen dinero, no porque no haya alimentos para comprar...".

El Informe sobre el Desarrollo de la ONU declaró: “Sólo en África, el dinero gastado en los reembolsos anuales de la deuda podría usarse para salvar las vidas de unos 21 millones de niños en el año 2000.” Las estadísticas del Banco Mundial y la OCDE muestran que por cada dólar que Occidente da en ayuda a los países más pobres del mundo, estos mismos países pagaron 6,32 dólares por los intereses de su deuda externa. Esta evaluación para el África, también sirve para la Argentina.
Y si usted quiere cerrar el círculo, le puede agregar que los estudios del 2003/4 demostraron que el 78% de todos los niños desnutridos con menos de 5 años de edad vivían en países con excedentes de alimentos. En Sudamérica la producción alimenticia per cápita aumentó en un 8% entre 1980 y 2000, pero el número de personas hambrientas creció un 19%. Algo no cierra humanamente, aunque pueda reportar utilidades.

Claro que no es sólo un problema de injusticia en la distribución. También disminuyen las tierras agrícolas disponibles: millones de hectáreas se pierden a causa de la expansión urbana y el crecimiento industrial; sólo en EEUU, por ejemplo, se pavimentaron l68.000 has. por año (el doble de la ciudad de Nueva York) entre 1997-2001. Agréguele la erosión del suelo y la contaminación, convirtiendo la tierra en improductiva: se calculan 750.000 kilómetros cuadrados por años.
Hay más. Actualmente la producción de soja en Argentina supera a la del trigo a partir de la variedad desarrollada por Monsanto (Roundup Ready): el 42% de la superficie, y el 44% de los granos producidos a nivel nacional. La superficie sembrada aumentó de 5 millones de has./1990 a 13,6 millones. "Se están levantando cultivos, montes enteros, frutales y tambos, para la siembra de soja", decía un atribulado agricultor salteño de Las Yungas, donde ya se perdieron 130.000 has. de selva con el consiguiente aumento del peligro de inundaciones.

Pero, además, la Universidad de Wisconsin estudió el rendimiento de diversas variedades de soja tratadas genéticamente por Monsanto en los últimos 25 años. Comparó la producción en los doce Estados que cultivan el 80 % de la soja en EEUU: en promedio, los rendimientos de las sojas modificadas eran un 4% inferiores a las variedades convencionales.

Los sistemas agrícolas sostenibles ecológicamente tratan de resolver estos problemas poniendo el énfasis en una producción adaptada a las condiciones ecológicas, sociales y económicas y a la diversidad a través de los cultivos intercalados, la rotación y la preservación y cultivo de la biodiversidad, minimizando la degradación del suelo, manteniendo la cobertura vegetal, perturbando la tierra lo menos posible, reciclando los recursos, y promoviendo un suelo saludable.

Los sueños de rendimientos récord (más cuando el precio es alto) implican a veces riesgos no controlados que pueden derivar en estrepitosos fracasos a mediano plazo. Hoy se pagan precios más altos por los productos libres de transgénicos (el 100% de la soja lo es). Canadá perdió de 300 a 400 millones de dólares de exportaciones de colza a Europa en el 2001, porque el 50% era transgénica. En un reciente informe al gobierno británico, el Instituto Real de Agrimensores (RICS), con más de 74.000 miembros, dijo que el crecimiento de los cultivos modificados genéticamente puede reducir el valor de las tierras agrícolas. La Unión Nacional de Agricultores de Escocia dijo que “a cualquiera que se le pidiese cultivar transgénicos hoy diría que no porque sería un suicidio comercial.
No obstante, podríamos intentar pasarle por alto a la discusión ambientalista; Monsanto es más práctico: quiere cobrar por lo que no tiene derecho (la semilla no patentada), por lo que superó el ciclo productivo generacional (el grano conservado de un año a otro), y sobre un producto elaborado (la harina), no el original. Se viene una batalla legal, donde nosotros quedamos del otro lado del piquete. Entiéndase bien: es mucha, pero mucha plata la que está en juego

Fuente
http://www.noticiasyprotagonistas.com

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