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La Vanguardia

FUKUYAMA: El 'neocon' desengaÑado

Francis Fukuyama cree que la guerra de Iraq fue un error y pide otra política exterior para EE.UU.

Francis Fukuyama causó furor al término de la guerra fría con su ensayo El fin de la historia (1992). Allí pronosticaba que la gran lucha de ideologías se había acabado y que no había ya alternativa al modelo triunfante de democracia liberal y capitalista. Este profesor de la Johns Hopkins University vuelve a provocar ahora una sacudida en el mundo político e intelectual estadounidense al abdicar abiertamente del neoconservadurismo y criticar con dureza la política exterior de la Administración Bush, en especial la guerra de Iraq.

Otrora muy cercano a Paul Wolfowitz -ex vicejefe del Pentágono y hoy presidente del Banco Mundial- y antiguo articulista en The Weekly Standard -la biblia neocon-, Fukuyama firmó en 1998 una carta dirigida al presidente Clinton en la que le pedía ser más expeditivo contra el régimen de Saddam Hussein. En septiembre del 2001, después del 11-S, fue cosignatario de otra misiva, esta vez a George W. Bush, en la que recomendaba derrocar al dictador iraquí, tuviera o no que ver con los atentados.

El cambio de opinión del politólogo empezó a madurarse poco más tarde y, llegado el momento, ya no respaldó la invasión. En un libro recién publicado, America at the crossroads (América en la encrucijada), con el subtítulo de Democracia, poder y el legado neoconservador, Fukuyama resume las razones de su deserción del movimiento neocon. Según él, la invasión de Afganistán y las medidas internas como la severa ley antiterrorista Patriot Act fueron "respuestas inevitables" al 11-S, pero no así el "énfasis obsesivo" con Iraq, la nueva doctrina de la "guerra preventiva" y el desprecio a las instituciones internacionales. En esos tres puntos es donde radica, según su criterio, el fiasco de los neoconservadores y del Gobierno Bush.

A juicio de Fukuyama, los éxitos de la tecnología militar estadounidense en los años noventa del siglo pasado "crearon la ilusión de que la intervención militar sería siempre tan limpia y barata como las guerras del Golfo y de Kosovo". Washington no estaba ni militar ni políticamente preparado para una larga guerra contrainsurgente.

El autor considera que los neocon cayeron en una flagrante contradicción. Ellos siempre fueron muy escépticos sobre la capacidad de los gobiernos de realizar ingeniería social, como intentaron el New Deal de Roosevelt o los programas contra la pobreza de Kennedy y Johnson en los años sesenta. En cambio, creyeron con devoción casi religiosa que EE.UU. podía plantar la democracia en Iraq y en Oriente Medio. "Si no puedes acabar con la pobreza en Anacostia (el barrio muy pobre y negro del sur de Washington), no vas a poder democratizar una parte del mundo que, culturalmente, es muy diferente, donde no tienes palancas de influencia directa y tus recursos son más limitados", explicó Fukuyama durante una entrevista sobre su libro en la emisora National Public Radio. "Creo que EE.UU. debe promover la democracia, pero los métodos son excesivamente militaristas -agregó-. No compete a EE.UU. decidir dónde y cuándo los países se hacen democráticos. La democracia requiere una maduración interna de circunstancias".

Fukuyama ve exagerado comparar la amenaza del radicalismo islámico con la que supuso en nazismo o el comunismo. Piensa que la base religiosa del desafío que plantea Osama Bin Laden no es muy sólida, que su proyecto es más político, y por lo tanto no cabe hablar de choque de civilizaciones. En todo caso, advierte -como otros muchos pensadores norteamericanos- que Europa, por la frustración de sus inmigrantes musulmanes jóvenes, será mucho más vulnerable que EE. UU. al terrorismo islámico.

La alternativa de Fukuyama al neoconservadurismo es lo que él llama un "wilsonismo realista" (el alusión al presidente Woodrow Wilson); es decir, mantener el idealista impulso a la expansión democrática mundial pero teniendo más en cuenta las realidades de los países. También propone volver a confiar en la diplomacia multilateral y en las instituciones internacionales, no tanto en la ONU -cuya reforma real ve casi imposible- sino en otros muchos foros y organizaciones políticas, militares y económicas, desde la OTAN a los pactos de libre comercio.

Fuente
La Vanguardia

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