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Hilda María Disandro
María Cecilia Fernández Rivero
UNC

UNA REFLEXIÓN SOBRE EL SENTIDO DE LA EXCELENCIA EDUCATIVA

    En el modelo neoliberal imperante en los países latinoamericanos, que se traduce en un discurso único abarcador de todos los niveles de la sociedad política, incluido el educativo, es significativo escuchar la reiteración de términos como “excelencia”, “calidad educativa”, “productividad en la enseñanza”, y hasta la afirmación de una relación entre este tipo de resultados y la evaluación de la acción educativa misma, incluso en el aspecto remunerativo.

Cuando se pretende explicar, en este marco, el significado de “excelencia”, se hace alusión indefectiblemente a la correlación entre contenidos (en un sentido amplio) e inserción social y laboral. Es decir, cómo obtener las competencias necesarias para responder a los requerimientos de la realidad social y laboral de la comunidad. En este aspecto podemos hablar de una penetración de la lógica de mercado en el ámbito educativo, se necesita “x” porque el mercado exige “x”. Sin embargo, la excelencia educativa es necesaria, pero, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿qué es?

El propósito de este trabajo es mostrar otra posibilidad de significado de “excelencia”, que nos brinde una alternativa frente al concepto impuesto por el discurso globalizador. Quizás tenga sentido, para tratar de comprenderlo, acceder al significado originario del término en la palabra griega “aretée” , que lo conecta con el ámbito específicamente humano por primera vez en la historia del lenguaje, pues consideramos que los pensadores de la Antigüedad Clásica, pueden aún brindarnos aportes válidos para la discusión actual sobre este tema que tiene, para nosotros, una determinante repercusión en la problemática latinoamericana. Para realizar este análisis, partiremos de la concepción platónica.

II

En el diálogo Gorgias, Platón elabora su idea de aretée (es decir, del hombre beltístos, el mejor) a partir de una confrontación con el sofista Calicles. Éste defiende la idea de poder entendido como pleonexía, (insaciabilidad, avaricia, ambición), cuyo ejercicio permite llevar los propios intereses, ambiciones y vicios a su máxima expresión, propiciando un gozo desenfrenado e insaciable de dicho poder.

Para Calicles, es justo que el más poderoso tenga más que el menos poderoso. El hombre excelente es el más fuerte. En cambio, la ley establecida que dice que todos deben tener lo mismo (o sea la isonomía que fundó la democracia ateniense) y que esto es lo bello y lo justo, es la ley de los débiles, que a través de ella, cubren su propia incapacidad y miserabilidad. 

El poder entendido de este modo genera indefectiblemente violencia, pues, por un lado, termina siendo necesaria la imposición por la fuerza de determinados deseos caprichosos y por otro, es la violencia el único medio para obtener más y más poder (Cfr. PLATÓN, 1980).

Ante esta hybris se alza Platón, e intenta restaurar a nivel del pensar y de la acción política, la justicia que fundara la democracia ateniense, la isonomía.

El hombre justo, según la República, es aquél que posee la proporción interior.  Aquél cuya alma constituye una unidad armónica donde conduce la inteligencia (nous), donde el ánimo, el temple (thymós) apoya y obedece a dicho nous y donde la vida instintiva (epithymía) adquiere sentido en relación con las dos anteriores (Cfr. PLATÓN, 1969).

El hombre justo es el varón musical (mousikós aneér) el que tiene “acordadas” las cuerdas interiores del alma en una perfecta armonía, “y después de enlazar todo esto y conseguir de esta variedad su propia unidad, entonces es cuando, bien templado y acordado, se pone a actuar” (PLATÓN, 1969, 443d).

Alcanzar este orden interior implica la salud del alma, pues responde a su naturaleza, es su excelencia, por el contrario, subvertir ese orden interior implica la enfermedad del alma, el reinado de la injusticia.

De esto podemos deducir que el hombre desenfrenado, propuesto por Calicles, aquél que se guía por sus placeres e instintos, el tirano, posee un alma enferma, su orden interior está subvertido, en él rige lo instintivo por sobre la inteligencia.  Posee un alma desarmónica, desproporcionada, injusta y por tanto actúa injustamente.

Cada cosa tiene su proporción específica, la que le corresponde y le es propia a cada una, poseerla la hace buena. El alma moderada, justa, no la desenfrenada, es la que corresponde a la aretée humana, es la proporción propia de lo humano, y lo más terrible para el hombre es cometer injusticia.

Para alcanzar el objetivo de formar un hombre con aretée, la educación básica platónica es la musical, entendida en la forma griega: conjunción de palabra poética (lenguaje), música y danza, ya que es formadora del éthos en tanto otorga el ritmo al alma en sus proporciones correctas.

El ritmo musical, regido por el ritmo propio de la palabra, permite modificar cierta tendencia al “defecto de medida” que se encuentra en los hombres. (1) Tanto es así que Platón afirma: “Para nosotros sin educación significa lo mismo que carente de ejercicio en los coros” (PLATÓN, 1951, 654a).

Es tal la importancia de la formación artística, que determinada instrucción musical puede, a la inversa, desproporcionar el éthos (2). Justamente el carácter noble, que sustenta la “excelencia”, se forma, como ya dijéramos, a través de la paideia musical que comprende palabra (lógos), armonía (harmonía) y ritmo (hrythmós). “Así, pues, la bella dicción, la armonía, la gracia y la euritmia están en relación directa con la simplicidad de carácter, aunque no con lo que corrientemente se entiende por estupidez, sino simplicidad verdadera de un carácter en el que resplandece la bondad y la belleza” y contrariamente “la falta de gracia, la arritmia y la carencia de armonía con la fealdad de palabra y de carácter” (PLATÓN, 1969, 400d-401a).

III

Este hombre justo necesita un ámbito determinado para su formación.  Ese ámbito es la polis – sólo una buena educación conforma un alma sana, y, a su vez, sólo a partir de almas sanas es posible construir una ciudad sana.

La misión de la polis es educar, pues sólo por la educación y la formación de hombres justos es posible instaurar la justicia en la ciudad, es decir establecer el ordenamiento armónico de la misma, donde cada uno haga lo que le compete, en vistas a la unificación del todo (Cfr. PLATÓN, 1969).

El estado debe ocuparse prioritariamente de las leyes educativas. Toda ley educa y por tanto debe responder a lo justo, si una ley es injusta educa en la injusticia.  La ley es una forma de educación, y en este sentido, la política es el arte que se relaciona con el cuidado del alma, “vigilando siempre por lo mejor” para ella (Cfr. PLATÓN, 1980). 

Para Platón un estado que no es educador, no es.

Sobre hombres injustos, desenfrenados, que sólo ansían tener más y más (pleonexía), no puede erigirse una comunidad, “porque un hombre de tal índole (injusto) no podría ser amigo de otro hombre, ni de dios, ya que es incapaz de vivir en comunidad.  Pero donde no hay comunidad, tampoco podría haber amistad.  Pues dicen los sabios... que el cielo, la tierra, los dioses y los hombres se mantienen por comunidad, amistad, orden (kosmos), moderación y justicia, y que todo este conjunto se llama por ello orden bello (kosmos kalousin), compañero, no desorden, ni tampoco desenfreno ... se te ha olvidado que la igualdad geométrica (isotés geometrikée) tiene mucho poder entre dioses y hombres.  Mas tú opinas que se debe ejercer el tener más (pleonexían), porque eres negligente con la geometría” (PLATÓN, 1980, 507e-508a).

Sólo así es posible construir una ciudad, tal como los arquitectos, o los constructores de barcos colocan en determinado orden la totalidad de los elementos que utilizan y los unen unos a otros de acuerdo a determinadas proporciones, tal como la gimnasia y la medicina procuran la salud al cuerpo al otorgarle las justas proporciones, tal como las normas de justicia y la ley dan al alma su buen orden y proporción (Cfr. PLATÓN, 1980, 503e-504d). En definitiva, en la comunidad política y en cada hombre debe reflejarse la geometría del todo.  Así, la ciudad entera gozará de felicidad pues “a la ley no le interesa nada que haya en la ciudad una clase que goce de particular felicidad, sino que se esfuerza porque ello le suceda a la ciudad entera” (PLATÓN, 1969, 419c-420a).

IV

La excelencia del hombre es entonces en primera instancia ser un hombre justo (poseer la proporción interior) y en segundo lugar, ser capaz de cumplir su función dentro del todo comunitario:  la ciudad política (participar en la proporción común).

La excelencia de la ciudad política es posible a partir de la armonía de las partes que la constituyen.  La ciudad política excelente es aquella en la cual se contemplan los intereses de todos los sectores, se considera a todos como iguales, se da a cada uno lo que le corresponde y a su vez, cada uno se articula armónicamente en el todo.  Esto propicia la amistad interna en la comunidad y como consecuencia permite la erradicación de la violencia.

Excelencia no es entonces poseer una especialidad determinada, o una superespecialidad única, o aquella especialidad que el mercado demanda.  Tampoco es verdad que aquél que “no es capaz” de acceder a tal fantasmal especialidad no es excelente y por tanto no puede sino quedar “excluido” de la comunidad.

Precisamente la comunidad justa es la que hace posible que todos los que la componen, cualquiera sea su capacidad, puedan integrarse armónicamente y organizadamente a dicha comunidad, y la que a su vez, propicia la educación de todos sus miembros como hombres justos, es decir, los hace excelentes como hombres.

Sin este objetivo primario que crea y permite la integración en una comunidad política justa es imposible pretender alcanzar una inserción social y laboral, pues sin justicia no hay sociedad, ni trabajo.

Quizás sea útil hoy, para América Latina, repensar la educación, teniendo como objetivo la excelencia vista desde esta perspectiva. Éste puede ser, a nuestro entender, el punto de partida de una comunidad latinoamericana integrada que, desde la conciencia de sí misma, genere un proyecto alternativo frente al modelo globalizador .


Nota 1)- En este sentido podemos señalar la existencia de estadísticas realizadas en Suiza y Francia que demuestran a nivel inicial y medio del sistema educativo el desarrollo superior de la inteligencia de los niños y jóvenes que poseen en la currícula escolar mayor cantidad de horas semanales de música.

Por contrapartida, podemos observar en nuestro país, por un lado, cómo la música ocupa un lugar periférico tanto en la acción política como en la acción educativa;y por otro, cómo el lenguaje poético (Ley Federal de Educación 24.195/92), es entendido como mera expresión de valor estético y ficcional, que apunta sólo al goce personal y a la emoción, y puesto en el mismo grado de importancia  que los discursos administrativos y periodísticos. La enseñanza de la lengua  se centra en cambio en el lenguaje estándar, concebido como el lenguaje de los medios masivos de comunicación social que, como todos sabemos, son factor esencial de penetración cultural.

Nota 2)- Es significativo encontrar un pensador contemporáneo (Alan Bloom), que en el análisis de la sociedad americana y de su educación, dedique un largo capítulo a la música, analice la influencia de ciertos ritmos negativos en el alma y la consecuente imposibilidad de adquirir determinados conocimientos.

  “Lo que aquí me interesa no son los efectos morales de esta música, ya conduzca al sexo,  la violencia, o las drogas. El tema que aquí me ocupa es su efecto sobre la educación, y yo creo que destruye la imaginación de los jóvenes y les hace muy difícil sostener una relación apasionada con el arte y el pensamiento, que son la esencia de la educación universitaria”. Como posible salida apela justamente a la paideia platónica: “...mientras tienen puestos los auriculares, no pueden oír lo que la gran tradición tiene que decir, y cuando, después de usarlos mucho tiempo, se los quitan, se dan cuenta de que están sordos”. (BLOOM, 1987, Págs. 70-83).

 
BIBLIOGRAFÍA
 

BLOOM, A. The closing of the American mind. Simon and Schuster, New York, 1987.

GADAMER, H. G. Studi Platonici. Marietti, Génova, 1984.

GUTHRIE, W. K. C. Historia de la filosofía griega.  Editorial Gredos, Madrid, 1992.

GÓMEZ ROBLEDO, A. Platón. Los seis grandes temas de su filosofía. Fondo de Cultura Económica, México, 1983.

JAEGER, W. Paideia.

Fondo de Cultura Económica, México, 1968.

LEY FEDERAL DE EDUCACIÓN 24195/92.

PLATÓN. Gorgias. Universidad Nacional Autónoma de México, Ed. Bilingüe, Trad. y notas de Ute Schmidt Osmanczik, México, 1980.

PLATÓN, La República. Instituto de Estudios Políticos. Ed. Bilingüe, Trad. de José M. Pabón y Manuel Fernández Galiano, Madrid, 1969.

PLATÓN, Les lois, Oeuvres complétes. Societè d’èdition “Les Belles Lettres”, Texte établi et traduit par Edouard des Places, París, 1951

 

Fuente
http://biblioteca.bib.unrc.edu.ar/completos/corredor/corredef/comi-d/DISANDRO.HTM

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