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Bertrand de la Grange

Evo, entre Chávez y Lula

Desde que ocupa el sillón presidencial, Evo intenta deshacerse del discurso mitinero que manejó durante su época de dirigente cocalero. Lo logra un día sí y un día no. “Con la fuerza del pueblo vamos a enfrentar al imperialismo americano”, repitió hasta la saciedad durante la campaña electoral. Ahora es más cuidadoso, pero sigue cayendo en la trampa de la retórica: hace poco acusó a Estados Unidos de haber mandado a La Paz a un desequilibrado que puso bombas en hoteles y provocó la muerte de dos personas. Después de una entrevista con el embajador David Greenlee, tuvo que retractarse y no dudó en “agradecer al gobierno de Estados Unidos la colaboración que ha brindado a la policía para la captura de los responsables”.

Esto no les hace ninguna gracia a la minoría radical del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido del presidente, ni a los agitadores de otras organizaciones afines que quieren convertir el discurso antiyanki en el motor de la vida política y siguen empeñados en la “expropiación sin indemnización de las transnacionales petroleras”, a pesar de que casi todas son europeas. Los sectores vociferantes apoyan el modelo populista y autoritario de Chávez. El pragmatismo democrático de Lula les asquea y les asusta porque margina a los violentos. Harán todo lo posible para que Evo Morales no siga los pasos del brasileño. Y lo pueden conseguir, haciendo lo que saben hacer: crear el caos en la calle.

Más que en Estados Unidos, en las transnacionales o en la “oligarquía” local, los peores enemigos de Evo están agazapados en las trincheras de la izquierda. Lo quieren todo, aquí y ahora. Ya antes de las elecciones habían lanzado una advertencia: “a Evo le damos sesenta días”, decían Jaime Solares, secretario ejecutivo de la COB (Central Obrera Boliviana) y otros dirigentes enquistados en el aparato sindical o estudiantil, con real capacidad de estorbar. Y están cumpliendo a rajatabla con el anuncio de varios paros (maestros, sanitarios y otros sectores) y una marcha para el 21 de abril. Los dueños de autobuses, un gremio poderosísimo que no goza de mucha popularidad y recurre a la violencia para mantener sus privilegios fiscales, ha dado la primera campanada al paralizar los transportes públicos.

Han reaparecido los bloqueos de carreteras y aeropuertos, como los que organizaba el propio Evo Morales cuando estaba en la oposición. Los radicales se parapetan detrás de una declaración que hizo el hoy presidente unas horas antes de tomar posesión de su cargo: “Si no puedo avanzar, empújenme ustedes, hermanos y hermanas”. Ahora a Evo se le indigesta la medicina que recetó a los gobiernos anteriores, con tanta eficacia que la calle se cargó a dos presidentes de la República en menos de tres años y le permitió ganar las elecciones de diciembre pasado. “No tienen mucho sentido los paros que anuncian algunos dirigentes”, ha protestado el presidente y ha amenazado con “mano dura”. El mundo al revés. Es la mejor ilustración del expresivo dicho boliviano “otra cosa es con guitarra”, o sea, que no es lo mismo encabezar el sindicato de cocaleros que dirigir un país.

Evo Morales ganó las elecciones con casi el 54% de los votos y, dos meses después de asumir sus funciones, tiene un 80% de respaldo popular. El presidente boliviano goza de un nivel de apoyo social sin parangón en los últimos cincuenta años en un país tristemente famoso por sus turbulencias políticas y sus innumerables golpes de Estado. Su victoria contundente ha acabado con la hegemonía de la vieja clase política, corrupta e incapaz, y le ha dado una sólida mayoría parlamentaria. Además, ha heredado una situación económica que abre unas perspectivas alentadoras si se toman las buenas decisiones para la comercialización de los hidrocarburos. A esto hay que agregar el apoyo financiero de la Unión Europea, entusiasmada por la llegada al poder de un indígena, y la condonación por el Banco Mundial de una parte importante de la deuda externa. Las condiciones objetivas son inmejorables para proceder a los cambios urgentes que necesita Bolivia para salir de la pobreza, en la cual se mantiene la mayoría de los nueve millones de habitantes, a pesar de las riquezas naturales de su inmenso territorio.

Y, sin embargo, crecen las dudas sobre la capacidad de Evo de llevar su programa a buen puerto. En realidad, no tiene programa, más allá de las 10 propuestas de un catálogo de buenas intenciones que cabe en dos folios. Pero los bolivianos esperan mucho de este gobierno, que se ha comprometido a crear nuevas reglas para repartir la riqueza generada por el descubrimiento de yacimientos importantes de hidrocarburos. Las petroleras se han llevado varios sobresaltos con las amenazas de una nacionalización tan sui géneris que nadie sabe todavía en qué consiste exactamente. No se trata de confiscar los bienes de las compañías, explica Evo: “Lo que tenemos que nacionalizar es lo que es nuestro y el gas natural, el petróleo, es nuestro, eso vamos a nacionalizar’’. El mensaje para las transnacionales es aquí no pasa nada, no se preocupen. Y para su base social: el petróleo es nuestro pero necesitamos las inversiones y la tecnología extranjeras. Así, todo el mundo queda contento. O, quizás, nadie.

Sobre la hoja de coca, que preocupa tanto a Washington, el gobierno boliviano mantiene la misma ambigüedad. El ex cocalero Felipe Cáceres ha sido nombrado a la cabeza de un viceministerio encargado del “desarrollo de la coca”. Su cometido es buscar salidas industriales y artesanales a la hoja, que no sea la cocaína. Algo muy difícil, que nunca podrá compensar las pérdidas financieras para los campesinos cuya producción va a los laboratorios de droga. Evo Morales no tiene la más mínima posibilidad de cumplir sus promesas de apoyar a los cocaleros y ha dado las primeras señales en este sentido, al invitarles a destruir los plantíos de manera “voluntaria”. Tendrá que ofrecerles algo a cambio, pero ¿qué?

Hasta ahora, Evo ha dado más garantías al enemigo estadunidense que a su base social. Ha actuado más como Lula que como Chávez, por lo menos en superficie, porque en la sombra siguen llegando cada día más asesores cubanos y venezolanos. Médicos, personal encargado de la campaña de alfabetización y técnicos responsables de entregar cédulas de identidad a un millón de ciudadanos indocumentados. Bolivia se ha vuelto una pieza apetecible en el nuevo tablero geopolítico latinoamericano y es lógico que Evo Morales intente sacar provecho de la situación. Queda por ver si el sector radical de su base social lo apoyará o si optará por las posiciones maximalistas que llevaron al despeñadero al gobierno de izquierda de Siles Zuazo (1982-1985), que dejó a Bolivia una inflación de 23.500%, el despido de 25.000 mineros y el empobrecimiento generalizado.

 

Fuente
http://www.offnews.info

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