Marcello VenezianiEVOLA Y LA ULTRAMODERNA REBELIÓN CONTRA EL MUNDO MODERNO |
“De haberlas leído con atención,
Julius Evola es uno de esos poquísimos pensadores cuyas páginas tienen la fuerza no ya de formar, sino también de transformar a sus lectores. La lectura de Evola incide, y de hecho ha incidido, en la vida existencial y concreta de aquellos que han penetrado en sus obras. En este sentido, ¿ha orientado Evola a sus lectores, en particular a aquella generación "que no tuvo tiempo que perder en el 68"? . Sobre el plano individual, la obra evoliana ha operado sobre tres planos diferentes. En su primer nivel, el más externo y superficial, la lectura de Julius Evola ha conducido a una ética del coraje civil, ha inducido a no plegarse al dato histórico, al determinismo progresista, al igualitarismo democrático, al economicismo consumista. En un acercamiento más meditado, y más profundo, la lectura evoliana ha orientado a la juventud hacia "lo más que histórico", hacia la consideración espiritual de los eventos, a la contraposición metafísica entre el "mundo de la Tradición" y el "mundo moderno". En último lugar, en el nivel más interno y profundo, Evola ha mostrado a la juventud el mapa cartográfico para no perderse, a través del desierto de los tiempos nihilistas, en los laberintos del Caos, señalando las rutas de la más que difícil vía de la realización espiritual, evitando los abismos de la anomia, caminando entre las vorágines del "todo está permitido". Simétricamente, las malinterpretaciones y las degradaciones de sus escritos pueden clasidicarse en tres tipologías. A una mala lectura más superficial ha correspondido la caída en una especie de superhumanismo estetizante, que se resuelve en las apariencias y que se caracteriza por el desprecio contra el propio tiempo y sus gentes a la vez que por un cierto alivio ideológico ante la incapacidad de competir de la propia inaptitud; es lo que los críticos evolianos han denominado "anarquismo místico". En un segundo nivel algo más interno, la mala lectura evoliana ha inducido a no pocos a fosilizar la Tradición, a embalsamar los mismos "preceptos" del "Maestro", hasta desembocar en una especie de cristalización ahistórica y ritualista, parodia de lo metahistórico. Por último, algunos de los que se han aventurado en los caminos más arriesgados de la obra evoliana, sin estar a la altura, se han perdido irremisiblemente en los meandros del nihilismo, emergiendo bien sea en forma de un subjetivismo absoluto, bien sumergiéndose completamente en la babel del novecientos. Ciertamente que no puede atribuirse a la obra evoliana la responsabilidad de estas degradaciones. Evola ha indicado algunas claves, pero cada uno mide su propia soga. El mismo Evola lo ha repetido en numerosas ocasiones: cada uno deviene siempre aquello que es: "ninguna doctrina puede sustraernos de nuestra naturaleza ni menos dotarnos de otra naturaleza". Si bien es cierto que, sobre el plano individual, el pensamiento evoliano se ha revelado positivo o negativo según la naturaleza de aquellos que lo han recibido, también es necesario reconocer que, sobre el plano comunitario, sobre el plano de la apertura al mundo, ha tenido un éxito impolítico, en cuanto que ha conducido a gran parte de la juventud que encontró en Evola sus referencias a una especie de "esterilización del empeño" (la expresión es de José Cuadrado Costa), a una profunda "ruptura con la historia" (Marco Tarchi). Pero esta incapacidad de mediar entre los principios y los hechos es en parte endémica al sentido que Evola atribuye al mundo de la Tradición: un mundo astral, inaccesible, lejano a nuestra historia, cuyas referencias se encuentran en el "illud tempus" privado de presencias vitales y activas en nuestros días, los tiempos de la Edad Oscura, el "Kali-Yuga", la "Edad del Hierro", los "Tiempos del Lobo", en que ya no existen antorchas vivientes ni templos accesibles. La contraposición neta y radical entre los valores de la Tradición y los disvalores de nuestro tiempo ha conducido fatalmente a un porcentaje de la juventud de inspiración evoliana a una fractura insalvable entre los valores y los hechos, entre el mito y la historia. En ciertos casos la dicotomía ha producido comportamientos de tipo esquizoide, en donde la contraposición entre lo real y lo ideal ha inducido la creación de un mundo personal "sibi et suis". Entre algunos evolianos ha serpenteado así una forma de pesimismo absoluto, una suerte de antiprovidencialismo en donde los mejores siempre son derrotados, ya que nuestro mundo desconsagrado está condenado a la decadencia. El éxito final al que han arribado los alumnos de una tradición sin "tradere", una tradición sin continuidad, es el individualismo heroico, el solipsismo, el idealismo. Cuando la Tradición no se encarna en formas visibles y "sensibles" deviene entonces una idea, se reduce a una representación ideal, cuando no mental. Sucede entonces que la Tradición pierde por el camino su valor normativo y objetivo para convertirse en un parámetro convencional y subjetivo: si sólo es una idea, puede ser simplemente la representación del sujeto y la proyección de su querer. El verdadero peligro que puede ocultar el pensamiento evoliano no se refiere a las fuentes de su experiencia filosófica, en cuanto que Evola afirma su "idealismo mágico", su Individuo Absoluto que es consciente de ser un solipsista y acepta serlo hasta el final. El verdadero peligro viene después de que Evola haya indicado el mundo de la Tradición, después de que haya radicalizado su Rebelión contra el mundo moderno: la fácil caída en la contradicción, el solipsismo, la soledad de pensamiento a que están destinados los seguidores de una Tradición sin templos ni realidades vivientes. Y se vuelve más peligrosa cuando Evola, indicando la vía a seguir para permanecer de pie entre las ruinas, informando de las Orientaciones existenciales y metapolíticas del "hombre diferenciado" y fiel a la Tradición, sostiene que su patria "debe ser la Idea", no la patria natural, histórica y cultural, en la que vive. Cuando Evola critica la estatolatría y condena al nacionalismo, revelando sus componentes jacobinos, es coherente con una concepción tradicionalista. Pero que desconozca las pertenencias enraizadas y originadas en la propia patria, y que les oponga la adhesión a una Idea, está ciertamente fuera de lugar de los horizontes tradicionales. Si sus palabras estuviesen dirigidas a los iniciados en una vía de la realización personal y espiritual, sus referencias a la "Idea", aunque fuesen etimológicamente impropias, tendrían un sentido cierto e inequívoco. Pero en este caso Evola se refiere a una comunidad civil y política, se dirige a los militantes y no a los ascetas, quiere hacer resonar proyectos que pretenden tener una incidencia política. Todo tradicionalismo político, se sabe, se funda sobre la tríada Dios, Patria, Familia. Es inútil observar que este tradicionalismo, vulgarizado, suele arribar en un confuso sentimentalismo vagamente religioso y superficialmente conservador, en el pozo del conformismo y del culto formal de los "buenos ideales". Pero es también cierto que una concepción Tradicional que oponga al Dios personal una trascendencia acéfala, a la Patria la fidelidad a la Idea, a la Familia un individualismo sobrehumanista, puede alimentar en la conciencia popular sospechas simétricas en cuanto a su autenticidad. Surge así de nuevo la sombra del nihilismo, que Evola había superado en su experiencia personal. ¿Pero puede decirse lo mismo de los muchos que lo han seguido en este peligroso itinerario? No es casualidad que algunos intelectuales de formación evoliana, por mediación de las diversas formas del subjetivismo heroico, hayan terminado en una concepción nominalista y voluntarista del mundo y de la vida. Para éstos la Tradición no es ya un valor objetivo, sino el fruto de una "voluntad propia" y de una "propia representación". Es entonces el "yo" el que otorga el sentido a las cosas, y se regresa entonces al relativismo de Protágoras, para quien "el hombre es la medida de todas las cosas". El error de fondo se representa dramáticamente en los conflictos entre Historia y Tradición. Muchos de los que se han formado en las lecturas de Evola se han topado con una paradoja irresoluble: si se adhieren fielmente a la doctrina tradicional de los ciclos históricos evocada por Julius Evola y René Guènon, la doctrina de las Cuatro Edades del Mundo, debe admitirse que el hombre no puede modificar en modo radical el tiempo en que vive. Si los tiempos modernos se enmarcan en el interior de la "Era de la Oscuridad", no podemos modificar el plano metafísico situado sobre los tiempos. Si, viceversa, los individuos tienen la fuerza suficiente de cambiar los eventos, la doctrina de las Cuatro Edades, arquitrave del tradicionalismo, pierde su valencia metafísica, no está ya sobreordenada respecto a los hombres, sino que sería relativa, modificable por la voluntad de los hombres. Aparece entonces la realidad del subjetivismo heroico, en donde la voluntad de los individuos domina sobre las certezas de la Tradición. Estamos ante una contradicción inhibitoria y lacerante sobre el plano de la acción histórico-política. Sus signos son cada vez más visibles en las más jóvenes generaciones que sufren, más que otras, el oscurecimiento de las identidades originarias. En este sentido, las enseñanzas de Guènon poseen una mayor coherencia, al limitar sus referencias a un plano puramente metafísico y sobrenatural; pero el tradicionalismo de Evola, si aparentemente presenta cierta impuridad, es porque no pretende eludir las contradicciones de nuestros tiempos. En este campo, hay que reconocer a Evola una prioridad cronológica y una mayor radicalidad ideológica en la crítica al mundo moderno respecto a los profetas de la contestación global. Pero la doctrina evoliana es una doctrina de las raíces y no de los frutos, un pensamiento transpolítico y metapolítico; audaz, móvil, pero desesperadamente impolítico. Pero también es cierto que la impoliticidad de Evola no es un límite, ni una "diminutio", sino el fruto de un empeño "apostado sobre planos diferentes". Los errores que asaltan a quienes han intentado traducir a Evola en los terrenos sísmicos de la política pertenecen a los que se han volcado en el empeño, no a Evola ni quienes han asimilado las lecciones evolianas, reconociendo sus reales valencias y sus adecuados significados, que buscan su referencia entre los "hombres diferenciados", entre las meditaciones tortuosas, difíciles, de una élite cualificada que pueda comunicarse entre sí a sabiendas que a cualquier "caída de nivel" acompaña irremisiblemente la mala interpretación. Ciertamente que la obra evoliana no será práctica en un mayo del 68, en el sentido de una revolución practicable en los tiempos y en los modos de la política, no servirá para suscitar grandes agregaciones ni para azuzar la movilidad de las masas. Pero en la orgía de las transgresiones festivas, del delirio barricadero de una liberación del "todo" con vistas a la "nada", la lectura de Evola puede en verdad proporcionar las orientaciones concretas para no derrumbarse en la vorágine. Evola orienta una protesta sobre el plano interior, o cuando más en el núcleo de una comunidad restringida y cualificada. La llamada "contestación global", a la inversa, se limita a oponer una desacralización explícita, feliz y violenta, a la desacralización larvada, hipócrita y conformista de la nueva burguesía. Evola indicó a una generación en revuelta los objetivos principales y los secundarios, los reales y los ficticios, intentó desvelar la contigüidad entre la chillona contestación y la enguantada conservación, la falsa antítesis entre dos mundos que se revelan en el fondo semejantes, contiguos y homogéneos. De haberlas leído con atención, los sesentaiochistas habrían entrevisto entre las páginas de Evola los fracasos anunciados de la contestación: la locura del terrorismo y la imbecilidad del desempeño desmotivado. Quizás hubiesen vislumbrado su tranquilizante cátedra en la universidad contra la cual habían blasfemado, tal y como profetizaba Ionesco gritando a los manifestantes del mayo parisino: "¡¡¡ Futuros traidores, todos acabareis de notarios !!!". ¿Pero cuáles son las razones de la sádica, continua y contradictoria demonización de Evola? En resumen pueden reducirse prácticamente a dos. Evola es presentado como el teórico del racismo fascista. Existe un conjunto de libros evolianos escritos en tiempos de guerra que lo acreditan como tal. No sería difícil contraatacar con una cuantitativa comitiva de personajes que harían compañía al racismo de Evola; el racismo atraviesa la cultura moderna, no respetando pueblos ni ideologías: franceses e ingleses, alemanes y rusos, liberal-burgueses y católicos, socialistas y marxistas (aunque Marx fuese judío, como Proudhon). Evola ciertamente no está sólo, y en su época las declaraciones raciales y racistas fermentaban en medio de la cultura europea. Sería penoso recorrer los temas y los autores, basta ojear las revistas de entonces. Pero resulta que en medio de esta corriente general, Evola perfiló, a través de la teorización de una "raza del espíritu", la crítica a los dogmas racistas y biológicos impuestos por el aliado alemán y difundidos en Italia por aquellos que, más tarde, le acusaron de racismo. Evola fue uno de los más ásperos críticos, en plena era del racismo, de la "mística" de la raza y de la nación, y expresó la más dura contestación del materialismo biológico de Rosenberg. En un informe reservado enviado por las SS a Himmler, los funcionarios hitlerianos invitaban a un boicot a la obra de Evola y a neutralizar su actividad en Alemania y en sus países vecinos, porque "su doctrina no es nacional-socialista ni racista". En su Historia de los judíos italianos bajo el fascismo, Renzo de Felice anota: "Evola contestó todas las teorizaciones del racismo en clave biológica y (...) encontrando su propia vía, la supo recorrer con seriedad e incluso con dignidad". De esto mismo se percató la Oficina Política de la Raza en Alemania, que, en un documento secreto, acusaba a Evola de teorizar un racismo "inadecuado", "antialemán", "espiritualista", añadiendo: "en sintonía con el" catolicismo mediterráneo. El segundo motivo de la demonización de Evola es la acusación de haber sido el teórico del neonazismo o de un nuevo fascismo extremista y radical. Si bien es cierto que Evola ha sido el autor que más ha influido en los teóricos del "neofascismo", cabe señalar que precisamente por ello podemos hablar con propiedad de "neofascismo". Las primeras obras críticas sobre el fascismo y el nazismo que circularon entre los ambientes del postfascismo, encontrado buena acogida, fueron precisamente El fascismo visto desde la derecha y las Notas sobre el Tercer Reich, ambas de Evola. Aquí, quienes se refugiaban en la memorialista apologética del fascismo tuvieron la ocasión de sufrir un primer desvelo del sueño dogmático. Las críticas al nacionalismo y al racismo biológico, al evolucionismo y al materialismo vitalista, al bonapartismo y a la estatolatría, al idealismo gentiliano y al histerismo hitleriano, tomaron poso en aquellos ambientes gracias a Evola. A la Alemania de Hitler Evola prefería la de Bismarck o la "Mitteleuropa" de Metternich. Su posición frente al nazismo, entre contaminaciones y desdeños, no fue muy diversa de la de un Schmitt, un Jünger, un Heidegger. La acusación revanchista sobre Evola (que al final le llevó a los tribunales) de incitar con sus teorías al extremismo de la acción fue contestada por Evola como falsa en cuanto que él avisaba de la necesidad de revisar las propias energías espirituales ante el abismo del siglo. Como ya se dijo a propósito de las orientaciones metahistóricas, aquellos que se avecinan a Evola en solitario se arriesgan a caer en el desaliento del empeño activista y político, porque su tradicionalismo integral excava una fosa insalvable entre presente y tradición, entre vida relativa y vida absoluta, entre la Edad de Oro y la Era de la Oscuridad. En el fondo, lo que no se perdona a Evola es que su tradicionalismo, a diferencia del de un Guènon o un Zolla, descendía al terreno político, reclutaba fuerzas para una polémica contra el siglo, y por ello era mucho más peligroso. El radicalismo de Evola no conforma una instigación, sino una disuasión del activismo, enfermedad del novecientos. Su lección más importante fue la de disuadirnos de la plena inmersión en el novecientos, en sus valores, en sus clamores y en sus furias. Su lección más importante fue la de enseñarnos a permanecer de pie, entre las ruinas. |
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