Oberdán RocamoraLos desamparados |
Perfil convocó un seleccionado de periodistas para complementar su "acción de amparo".Se ve que Joaquín Morales Solá llegó sólo para la fotografía. Para cumplir. No pudo quedarse para el hastío del debate, convocado por Jorge Fontevecchia, a propósito del innecesario pedido de amparo. La cuestión que Fontevecchia reunió a un conglomerado presentable de dignos periodistas quejosos. Todos, políticamente correctos. Seres que se arriesgaron a la audacia servida del brulote. Y hasta a fotografiarse, como si fuera un seleccionado, para la indiferencia de la posteridad. Ellos complementan, con la solidaridad del marketing, la enternecedora demanda de amparo que supo presentar Fontevecchia, el director de Perfil. Para que lo amparen. Ubicado, en la fotografía, Fontevecchia en el centro, como si fuera el Chiquito Messi. Con la imponencia proscriptiva de Jorge Lanata, en la melancolía de su izquierda. Y con la fragilidad, físicamente intelectual, de Sebreli, a su derecha. Puede percibirse, por si no bastara, la gestualidad hierática del indemne Nelson Castro. La parsimonia de analista, en cotidiana situación de picnic, de James Neilson. La barba que le otorga, a Héctor D’Amico, cierto estigma de avejentada respetabilidad. Y la jovial chiquilinada, reiterativa hasta el hartazgo, de Nik. En "segunda fila", puede verse a dos abogados honorables. Tienen todo su derecho, los letrados Michelli y Moretti, de ganarse la vida. Hasta con la presentación de la insostenible gilada de la demanda para apaciguar a los desamparados. Y después, suenen trompetas, irrumpe el mártir de la libertad de expresión, "Pepe" Eliaschev. Seguido, el mártir, del duo Longobardi y Leuco. Ambos contienen más reminiscencias de aquel dúo Buono-Striano, que del de Grondona y Neustadt. Después, ocurre el turno del canoso historiador que supo liberarnos de su ficción literaria y de su adicción al psicoanálisis. Pacho O’Donnel. Un marquetinero Luisito Majul, exhibe sus pontificaciones, con la alegría de saberse aceptado, por fin, como un par. Y como una mujer suele siempre completar una buena banda la acomodan, en la punta, acaso para disimular, a la señora Mónica Gutiérrez. Al cierre de esta crónica, a publicarse el día del periodista, se ignora aún los motivos de la inasistencia de la señora Magdalena Ruíz Guiñazú. La que debiera completar, infaltablemente, el cuadro del establishment periodístico que se entrega a la catarsis del lamento borincano. Y se postula para hegemonizar, como sostuvo cierto colega, el espacio selectivo del periodista opositor. Una suerte que todo sea, en definitiva, artificial. Como el amparo que buscan, en la justicia, los desamparados. Porque aspiran a que la justicia les otorgue lo que no supieron ganarse con sus vocaciones. Tortilla a la española Justifica el convocante, Jorge Fontevecchia, la ausencia, en la tertulia inofensiva, de Morales Solá. Y eso que las transcripciones de las quejas iban a ser editadas el domingo pasado, en suplemento. "Vino a testimoniar su apoyo al inicio -dijo Jorge-. Porque tenía un compromiso previo en la Embajada de España" (sic). Un rectángulo de tortilla diplomática, de las que sirve don Angulo Barturén, contiene más nutrición conceptual que las cuatro páginas del suplemento. Aunque decoradas con las fotografías de los próceres, pero sin llantos. La ausencia de Morales Solá legitima entonces la protesta de José Eliaschev, en la página 3. Un comunicador muy enojado, que promueve la impotencia de su pucherito, por carecer de acceso a la información. "El Presidente -se queja Eliaschev- habla con columnistas a condición que se diga que no son reportajes. Basta con leer los diarios los domingos". De no haber disparado, razonablemente, Morales Solá, hacia la tortilla y la copa de cava, tal vez Eliaschev hubiera prescindido del celoso comentario. Porque podría desacomodar la catadura moral del columnista ausente. Ocurre que Morales Solá, en su habitual columna dominguera de La Nación, fue el iniciador de la cuestionable usanza presidencial. Trátase del pernicioso hábito del Presidente de recibir a columnistas selectos, es(cogidos) con premeditación. Para admitir que ellos cuenten, después, las obviedades que el Estadista les dice, pero sin poner las comillas. Después de todo, lo importante nunca es lo que dice el presidente. Lo importante es que se sepa que el columnista estuvo con el presidente. La mera demostración de la capacidad de llegada del analista neutraliza, por innecesario, el discurso. Siguió la brecha señera de Morales Solá, con el sistemático patetismo del discípulo menor, Eduardo Van Der Kooy, de Clarín. Aunque, en su descargo, Van Der Kooy no se anotó en la solemne comparsa del amparo. Por supuesto, también Kirchner recibió a Mario Wainfeld, de Página 12. Trátase del órgano que cuesta más, al Estado, que un ministerio. Wainfeld es, en realidad, un columnista de la casa. Y más grave aún, un convencido. Para finalizar las concesiones a la prensa de marca, en su extremo más bajo, casi en el descenso, Kirchner recibe también a Julio Ramos, director de Ámbito Financiero. Entonces Ramos, para Kirchner, fue el límite. Ramos es, en cierto modo, una frontera. Igual que Hadad. Más allá, impera la impresentabilidad de Moneta. Más abajo de Ramos se encuentra, entonces, la masa. La perrada de la reflexión. Entre los que se amontonan, en el suplemento desamparado de Perfil, el reclamatorio Luisito Majul. El que impacta con el cross a la mandíbula: "Usted miente, Presidente, tiene los micrófonos abiertos de La Cornisa para hablar cuando lo disponga". O Alfredo Leuco, que saludablemente abandonó la ponderación celebratoria del primer año, por el salvavidas de la crítica, en el tercero. O Héctor D’Amico, que se desliza, menos mal, entre los senderos de la lucidez autocrítica, que lo distancia del colectivismo del llanto. Por ejemplo cuando dice D’Amico: "Los que estamos en esta mesa no somos los más damnificados por el manejo discrecional de la publicidad". Parte del inventario En cambio, desde que lo echaron de Radio Nacional, José Eliaschev pasó a convertirse en el símbolo del periodista censurado. Para cualquier ser normal, Radio Nacional tenía que venir, inexorablemente, con Eliaschev incorporado. Téngase en cuenta que formaba parte, Eliaschev, del inventario de la radio. Y el conglomerado de la profesión, tan necesitado de alguna santa causa unificadora, como aquel admisible antimenemismo del noventa, lo convierte, a Eliaschev, en el rol estimable de la víctima. El periodismo políticamente correcto necesitaba una bandera. Pucherito de gallina En realidad, el amparo que presenta Fontevecchia, mantiene el rigor popular del pedido del papagayo a la enfermera. Traslada, el periodismo, hacia otro poder, lo que no alcanza a resolver con la magnitud del poder propio. Un poder que el periodismo subestima, hasta dilapidarlo en liquidación, entre lágrimas de mesas de saldos. Una "acción de amparo", reclamatoria, al Estado. Un pucherito autoconsolador para pedir, a las autoridades, "igual trato que otros medios, respecto de la publicidad oficial y el cese de la discriminación informativa". Dan ganas, en cierto modo, de compadecerlos. Envolverlos en una bufanda, convidarles un te blanco, abrazarlos. Sorprenden, en el fondo, los respetables periodistas que se amontonan, por la falta de asunción del poder que desperdician. Con sus pucheritos de gallina se incorporan, con seguridad sin proponérselo, a la cantinela desfavorable del lamento. Del coro de los protestones que se irritan porque fueron, si no desplazados, desechados por otros favoritos. Como Verbitsky, Nova, Hadad, Wainfeld, Moreno, Lufrano, Granovsky. Lo que hacen desde Perfil, con el error de mostrarse desamparados, es de lo peor que puede hacer un periodista. Rebajarse para suplicar por algunas rodajas de la atención presidencial. Es como si le dijeran, todos juntos, al Presidente: - Atiéndanos, no sea cruel, aquí estamos, todos juntos, sírvase. Suplican, en el fondo, por la mimosidad exclusiva del poder que no se atreven a ejercer. Ser periodista Un periodista que se aprecie, y que no tenga precio, suele estar informado, siempre, a pesar de los discursos informativos que emiten los funcionarios transitorios que administran el poder. Así el discurso, en todo caso, no exista. Si el periodista es responsablemente conciente del poder que ejerce, debe atreverse a destruir, si es necesario, a todo aquel funcionario que le niega el derecho a informarse. Para informar. La ética de la congoja, en el periodismo, no registra peso en la balanza. Debe suplirse por un mandato internamente profesional. Con una voz interior, que indique, como si se parafraseara a Dashiell Hammet: "Si no te atienden, si te ningunean, informate y reventalos. O cambiá de profesión. Pero no te quejes". Periodismo prebendario Extraña, en estos baluartes respetables, tanta tendencia hacia la subestimación del privilegio de ser periodista. De los periodistas debe esperarse menos pucheritos de derrota y un poco más de osadía. Sobre todo en lo que respecta a la cuestión del dinero oficial. De las pautas, cuya porcioncita, en el fondo, reclaman. La irrelevancia profesional exhibe entonces un ejemplo incomparablemente ilustrativo. Los mal llamados capitales de la industria supieron implantar, en la Argentina, el capitalismo prebendario. El capitalismo prebendario que vuelve, en los dos mil, entre tanta renovación del retraso. Los colegas que desconsoladamente se quejan parecen adherir, en cambio, a las tesituras del periodismo prebendario. Para anexarse en el choripaneo de la repartija de la pauta clientelista del Estado. Si mantuvieran algún resto de osadía, deberían, en lugar de mostrarse tan desamparados, a la espera de migajas, solicitar la anulación definitiva de las partidas de la Información Pública. Que se convierten, como cualquier crédito de la banca oficial, en tentación de subsidio. Aparte, son 150 millones de pesos que se distribuyen arbitrariamente en el año. En realidad, casi una propina irrelevante. Un indicador del espacio marginal que significan los medios en la gran torta nacional. Es apenas la cuarta parte de lo que juntan, en el año, los ocupantes transitorios del estado, del Sistema Recaudatorio de Acumulación, en los retornos de las Obras Públicas que signan el keynesianismo electoral. Retornos que, en todo caso, los periodistas deberían investigar. Si fueran menos protestones prebendarios y se resignaran a prescindir de los favores del Estado. Si mantuvieran un poco de arrojo profesional. Y no dependieran, hasta aferrarse, del probable avisito del empresario cómplice que siempre retorna, adherido, como la hiedra, al poder. |
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