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Enzo Prestileo

LA CAMPAÑA INTERMINABLE

Si el gobierno cumple con su palabra y las elecciones presidenciales se celebran recién en octubre próximo, estamos asistiendo a la campaña electoral más larga desde el regreso de la democracia.

Y parece ser que son muchos los padres de esta malquerida criatura.

Por un lado, la oposición culpa al presidente de haber prendido la mecha el día en que se le ocurrió la brillante idea de reunir a muchos de sus seguidores en la histórica plaza, no sólo para presumir que la suya es la más larga –la fila de fans, por supuesto-, sino para ser aclamado desde los cuatro puntos cardinales por esa entrañable masa al grito de “cuatro años más, y no jodemos más”.

Está de más decir que, como en aquel famoso sketch de “La Tuerca” protagonizado por el inefable Inspector Barragán, el presidente se opondría firmemente diciendo no, no, no... le puedo decir que no.

Después de todo, el hombre tiene derecho. La Constitución ampara su ambición y los vientos parecen soplarle a favor, así que, ¿para qué negarse a la voluntad popular, no?

Otros, en cambio, remiten al inesperado lanzamiento de la candidatura presidencial de Elisa Carrió, ocurrido algunas semanas atrás en la tierra del buen vino, quizás como consecuencia de presiones internas y externas que sufría Lilita más que como consecuencia de un meditado análisis de la realidad. Pues si bien es cierto que sus faldas eran producto de tironeos varios para que se acercara a los radicales –a algunos de ellos, al menos-, a López Murphy o a los socialistas, no parece que fuera la única salida posible anunciar una candidatura tan temprana.

Y para cerrar el círculo de especulaciones, queda, como es obvio, la rutilante aparición de los últimos tiempos en la política local, la del ex ministro duhaldista y kirchnerista Roberto Lavagna.

No falta quien señale que al economista estrella del nuevo siglo lo tiraron contra su voluntad al ruedo y, no pudiendo esquivar los reflectores, decidió aprovechar la líbido que parece despertar en tanto político pseudo opositor y amagar una y otra vez con la aceptación del liderazgo de una supuesta alianza que, por ahora, no está clara más que en la cabeza de su otrora patrón, don Raúl Alfonsín.

Lo cierto es que, sea quien fuere el culpable de haber hecho el disparo de largada, los competidores, que parecían estar distraídos con temas de menor interés popular, enseguida se alistaron y se presentaron en la línea de fuego.

Si hasta el dubitativo Mauricio, que no parecía decidirse hasta cinco minutos antes del cierre por participar de la contienda mayor, o volver a tentar suerte en el distrito más rico del país, se vio obligado a calzarse la sudadera competitiva y –previo paso por Alemania para alentar al equipo de José- salir a correr.

Es difícil, pese a todo, imaginar cómo se las pueden arreglar, unos y otros, para mantenernos entretenidos durante los larguísimos dieciséis meses que faltan para el día de la votación. A menos, como decíamos al comienzo, que al gobierno se le ocurra alguna chicana para decir que no dijo lo que dijo, sino más bien lo contrario, y hacer cargo a algunas de las malas gentes que a diario se bautiza en el atril presidencial de haber sugerido que las elecciones serían en octubre del 2007.

Un adelanto de siete meses no es poca cosa, teniendo en cuenta que habrá un mes políticamente en blanco gracias al mundial y que, de correrse aquella fecha para el próximo marzo, las peleas y acusaciones mutuas consumirían no menos de otros dos o tres.

Hay que recordar, por otra parte, que las campañas no suelen ser abundantes en propuestas constructivas, probablemente –hay que ser justos en esto- mucho más porque a los ciudadanos no nos interesan que porque los políticos, o algunos de ellos, no las tengan. Más allá de lo que habitualmente escribimos o decimos los periodistas en nuestros sesudos análisis, basta ver cualquier entrevista en tiempos de campaña para darnos cuenta que nueve de cada diez preguntas buscan las chispas con los adversarios antes que las propuestas serias de gobierno.

Pero bueno, como sea, la campaña parece haberse puesto en marcha.

Si bien no es oficial todavía, todo lleva a creer que Kirchner –el varón, con toda probabilidad-, Lavagna, Carrió y Macri serán los principales contendientes. Aún falta saber a qué sectores políticos y sociales pueden arriar cada uno de ellos hasta su hacienda.

Es claro que el primero cuenta con un argumento que ya ha demostrado una contundencia inigualable: la caja. Si hasta en las últimas salidas del presidente al interior ya parecen haber empezado a tallar los ceros de la chequera. ¿Es que las promesas de la campaña anterior se vienen cumpliendo a rajatabla? Vaya uno a saber.

También quedan por disipar las dudas acerca de las candidaturas a los otros cargos de importancia, aunque menores, como son los de gobernador de la Provincia de Buenos Aires y la intendencia de la ciudad de Cromagnon. No son datos insignificantes.

Parece un poco arriesgado tener más de un año entre el lanzamiento de la reelección y la fecha de los comicios, considerando la historia económica de nuestra nación. Cualquier temblor, provocado por impericia interna como por imponderables e inmanejables externos, podría alterar el escenario de manera imprevisible. Y a esta altura, si queda claro que hay algo que no soporta nuestro primer mandatario, son los imprevistos.

¿Se podrá todavía agregar algún candidato de peso? ¿Abrevará finalmente el radicalismo en las aguas oficiales, o habrá encontrado en Lavagna a su bote salvavidas para no presentar nuevamente un Masachessi o un Moreau? ¿Para dónde se inclinará el socialista Binner? ¿López Murphy se quedará junto a Macri pese a la compañía de Sobisch? ¿Qué hará la izquierda?

Son algunos de los interrogantes que quedan por dilucidar.

No era previsible, en pleno festejo del día del padre del 2006, tener que estar hablando de las elecciones de fines del 2007, pero la política Argentina es así.

Probablemente las papeleras de Fray Bentos pierdan importancia. O por el contrario, quizás sean un flanco débil del oficialismo sobre el cual algunos podrán caerle.

Lo cierto es que, cuando la pelota pare de rodar en las canchas alemanas, por estas tierras nos espera un largo calvario político.

Fuente
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