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Daniel Zolezzi 

El delito en guerra con la sociedad

     I. Pocos días atrás, en Buenos Aires, un policía que había ido a un mercado a comprar su comida debió enfrentarse a tiros con un asaltante. Que resultó ser un gendarme en actividad. Ambos murieron. Uno honrando su uniforme y el otro manchando al suyo.

     II. El primero --y su familia-- deberían recibir los honores y la asistencia que su heroísmo merece. Pero, en un país saturado de cargos que se deshonran e investiduras salpicadas, no conviene menear demasiado un acto de tan alta ejemplaridad como el de dar la vida por los demás.

     III. Lamentablemente, ha dejado de ser insólito que delinca quien viste uniforme de la Nación. Esta vez fue un gendarme, pero también hubo policías o miembros de las Fuerzas Armadas que se involucraron en execrables crímenes comunes.

     IV. Tampoco, en los últimos tiempos, han faltado jueces procesados o que marcharon presos. La corrupción ha calado hondo, esfumando fronteras que parecían infranqueables. Y esto ha ido sucediendo en la misma medida en la que el Estado iba renunciando a prevenir y a castigar al ilícito.

     V. ¿Son acaso las teorías mal llamadas "garantistas" del derecho penal las culpables de la impunidad o es que un Estado sin conducta ha perdido autoridad moral para sancionar? Las primeras no habrían hecho tanto estrago, si el segundo no les hubiera abonado el terreno.

     VI. Ante un enemigo débil y sin rumbo, el delito refuerza su apuesta. El monopolio estatal del uso de la fuerza está derogado en los hechos. Y no sólo en los márgenes urbanos, donde el hampa impone su ley haciendo de los humildes sus primeras víctimas. También en el centro de las ciudades --y en la antigua tranquilidad de los campos-- ejecuta, cada vez que le viene en gana, la pena capital, dejando huella de su poder y ganando espacio a una sociedad en repliegue. Esa pena de muerte escapa a la censura de aquellos a quienes horrorizaría que el Estado la implantara.

     VII. No hay que mirar muy lejos para ver lo que sigue. El crimen organizado ya no es monopolio del hemisferio norte. En mayo, en San Pablo, el Primer Comando (no es un cuerpo de Ejército, es el sindicato del crimen) declaró la guerra a la ciudad, disparando a mansalva y poniendo bombas. La orden se dio desde la cárcel y costó decenas de muertos.

     VIII. Transcribo "La Nación" del 16 de mayo: "No puedo, ya di la orden". Esa fue la respuesta del jefe de tal Primer Comando -- quien se encuentra preso -- cuando el comisario que investiga esa organización lo instó a detener la masacre. El mismo periódico informaba también que un coronel de la Policía Militar admitía: "Estamos en guerra contra los criminales". Así es, y los Estados tendrán que asumir que, efectivamente, están en guerra. De lo contrario, seguirán siendo paradójicos rehenes de quienes están entre rejas.

     IX. No menos sorprendente resultó leer que el tal jefe del sindicato criminal, delincuente común, se había instruido en la cárcel y abrevada en fuentes marxistas. Es de prever que, en sus próximas andanzas, la organización criminal asumirá un léxico de izquierda, para envolver al capitalismo de la droga en el ropaje de la "reacción de los oprimidos". Y también es de prever la cosecha de solidaridades que ese lenguaje le reportaría.

     X. Extraña y peligrosa confluencia. Los sindicatos del crimen se "politizan" y antiguas guerrillas comunistas (FARC en Colombia, Sendero Luminoso en Perú, ETA en España) se destiñen de ideología para convertirse en narcotraficantes o mayoristas del secuestro. Pero esos grupos no van por la toma del poder. Van por sus "negocios" y su impunidad. Por eso, libran una guerra atípica que, en otras partes, está un poco más avanzada. Si no se actúa ya, vamos en ese camino.


Daniel Zolezzi es abogado y analista político.

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