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Hugo Esteva

NOSTALGIA POR EL SUR
(Contra los Derechos Humanos)

Casi  treinta años atrás, en 1979, la legendaria Legión del Sur –digo legendaria legión sin soslayar la cacofonía porque desgraciadamente la legión no logró pasar a la historia y quedó en leyenda- publicó un panfleto “Contra los ‘derechos humanos’”. Corrían tiempos de fortaleza para el gobierno militar de la época e insistíamos en criticarlo en el preciso momento en que el histórico Ernesto Sábato y todo el coro del “Nunca más” callaban.

Se trataba de un trabajo no por breve menos enjundioso del probablemente alemán Juan Aysen Eins, que alertaba sobre el abismo al que asomaba la política argentina al adoptar la postura y aceptar la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la CIDH para sus frecuentadores de derecha e izquierda. Visionario resultó el germano y de ahí que hoy, cuando los “derechos” nos abruman al punto de habernos dejado huérfanos de todo otro Derecho, convenga recordarlo.

Valga aclarar que no me atribuyo mérito en la edición; apenas el de haber acompañado con orgullo de discípulo a quienes sabían más. Fueron los otros legionarios quienes tuvieron la visión y el don de la oportunidad. Mi ignorancia estaba a la altura de la de casi todos –y en particular de la de aquellos generales- respecto de esos “derechos” que ahora nos salen hasta por las orejas. Y quepa también decir que mis compañeros del Consejo Editor sufrieron el duro destino de los pioneros: otros fueron los escuchados, otros los que disfrutaron del “copyright”.

Apenas señalada la redundancia implícita en eso de los derechos que no pueden sino ser humanos, Aysen Eins nos advertía que “tras el biombo de los ‘derechos humanos’ se esconde una maniobra de vastos alcances contra la nación”. Como si hubiera visto de antemano este cuento de nunca acabar del resentimiento, manipulado desde fuera y desde dentro para paralizar la obra común de los argentinos, que estamos viviendo. Pero no se quedaba ahí.

Enseguida aclaraba la primera patinada. Porque, a diferencia de lo que declaraban sus humanitaristas defensores, los tales derechos no pueden ser “universales y permanentes”, como se los califica, porque ni existieron siempre ni se refieren a otra cosa que a lo que el hombre moderno, específicamente, entiende le está permitido porque le es inherente. Con total ignorancia del concepto de que el Derecho proviene de “un principio sacro, más que humano”, concepto que había vertebrado la vida de nuestros antecesores, los hombres antiguos, los hombres clásicos, los hombres de tradición.

Después el alemán –y aparentemente no sólo para alentar una guerra entre primos- nos señalaba cómo el inglés John Locke, en su afán de transferir el poder de la monarquía Estuardo a los buenos altos burgueses que empezaban a sentirse liberales en el siglo XVII, elevó literalmente a estos “derechos” a la categoría de religión laica. De allí, el concepto fue a parar a las colonias norteamericanas –pueblo iluminista si los hay- que adoptaron los “derechos” exclusivamente para sí, y a la más generosa Francia, que los aventó al resto del mundo, civilizado o salvaje. Desde entonces nuestro autor seguía inexorablemente la lógica interna de los “derechos”, que desembocaban en  el igualitarismo comunista. Y hacía de paso constar que el propio Marx –para dolor y sorpresa de sus seguidores- había señalado que “ninguno de los llamados derechos humanos trasciende, por lo tanto, al hombre egoísta, al hombre como miembro de la sociedad burguesa; es decir, al individuo replegado en sí mismo, en su interés privado y en su arbitrariedad privada, y disociado de la comunidad”. Los “derechos humanos” se anteponían así a los de la comunidad y, por ende, se declaraban enemigos de la soberanía nacional en cuyo nombre corrían riesgo de ser ignorados ante cualquier eventualidad.

Por eso citaba bien Aysen a los derechohumanistas cuando advierten: “El mundo del hombre… si tiene que adelantar en su ruta hacia la unidad debe desarrollar un conjunto común de ideas y principios. Uno de estos es la declaración común de derechos humanos”. Para deducir, parafraseando el idioma de la época: “La función subversiva actual de los ‘derechos humanos’ es, pues, acelerar las condiciones propicias para un Estado Mundial, un ‘mundo uno’”.

Aplicando estas evidencias al momento que se vivía treinta años atrás, nuestro germano acertaba: “Recuérdese a la cuadrilla terrorista que asaltó, en septiembre de 1973, el Comando de Sanidad. Penetraron allí por la traición de un soldado que no vaciló en disparar contra sus compañeros. En las acciones cayó un oficial superior, el coronel Duarte Ardoy, luchando contra los asaltantes. Al fin, éstos fueron cercados por el Ejército. Entonces los guerrilleros, súbitamente ‘humanitarizados’, requirieron a gritos la presencia de jueces y legisladores para que protegieran sus vidas. Eran, evidentemente, celosos guardianes de sus propios ‘derechos humanos’”. Y volvía a acertar cuando, al señalar el error de los militares en pelear “desde adentro” de los mentados derechos, decía: “El gobierno, pues, al aceptar la ideología de los ‘derechos humanos’ favorece sin querer la ‘guerra de papeles’ que le ha declarado la guerrilla derrotada en el plano militar. Pero no es esta, quizás, la consecuencia más grave de consentir la ideología humanitarista. Hay otra de alcance más profundo: ha menoscabado, a los ojos del observador, la guerra librada en el país; la ha convertido en una ‘guerra hipócrita’”. Para sintetizar luego: “Los derechos que importan a los argentinos, hoy, son sus posibilidades concretas de vida plena en una nación fuerte e independiente. A estos derechos no los limita, en todo caso, ninguna represión sino la dependencia de las internacionales del dinero. A esos derechos no los defienden ni la OEA, ni la ONU, ni el presidente de Estados Unidos, ni nadie; sólo pueden afirmarlos los propios argentinos”.

Bravo el posible alemán, como se ve, que cerraba recordando al patricio padre Castañeda cuando dijo: “Yo no necesito para combatir que nadie me dé libertad ni que nadie me proteja. La libertad la tengo conmigo”.  Lúcida la Legión del Sur, que defendía la idea de publicar un panfleto diciendo: “Este panfleto no es una ‘vulgarización’. En cambio, todas las obras ‘objetivas’ son vulgarizadoras. Vulgar es hablarle al vulgo con el lenguaje que al vulgo le gusta –lenguaje que suele ser la cháchara ‘científica’ de la que el hombre común no entiende palabra-, dejándolo al final más vulgar todavía. Este panfleto plantea que la política, la real política, no es tarea de hombres vulgares”.

De más está decir que el panfleto “Contra los ‘derechos humanos’” tuvo pocos lectores, pocos intérpretes y menos divulgadores. Los gobernantes de entonces miraron para otro lado y aceptaron la religión mundialista. Los guerrilleros anotaron los nombres, por las dudas. Los hipócritas que habían firmado el decreto de guerra aniquiladora siguen mintiendo y medrando. Cayó el imperio comunista paralelo –la imagen especular, en realidad- y al mundo lo están queriendo volver “uno” y financiero, nomás.

Ha dado vuelta de hoja el siglo XX: Juan Aysen Eins habrá sido una sombra; la Legión del Sur se ha ido desgarrando entre el Más Allá y el más acá. Pero la verdad que planteaba está de pie. Han pasado y pasan todos los vulgares, si se exceptúa la brillante volada que pudiera haber sido la guerra de Las Malvinas, vulgarizada también por traidores militares y traidores políticos. Hoy gobiernan los alcahuetes de la retaguardia de aquellos guerrilleros derechohumanistas, sublimes hipócritas que sólo defienden los “derechos” de su participación en los beneficios del gran dinero mundialista. Y no hay Derecho sino para esos “derechos”.

Pero llevan la mentira en el alma. Se van a pialar.

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