Mientras todavía resuenan en el continente las palabras del papa Benedicto XVI y las sesiones de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y el Caribe, muchos analistas se preguntan por el destino de la Iglesia. ¿Necesitaremos una vuelta atrás? A favor de este argumento muchos dicen que después del Concilio Vaticano II todo está peor; ha descendido el número de católicos, decaen las vocaciones, la vida religiosa está en crisis. Las congregaciones que más vocaciones tienen son las que ostentan una doctrina férrea y cerrada, las más exigentes en el plano moral.
Del otro lado, desde la teología de la liberación u otras líneas del progresismo católico, se aboga por un compromiso más radical de la Iglesia en las cosas temporales, se insiste en que el modo de cambiar la realidad es a través del compromiso, sobre todo con el pobre, desde su liberación de las estructuras opresivas que lo tienen sojuzgado. En general, desde este costado se suele ser más amplio moralmente, más comprensivo con la debilidad y el pecado del otro. Los más reacios a las imposiciones piden más reformas. Parte de estas cuestiones se discuten en estos días en Brasil.
¿Debe la Iglesia aggiornarse o, por el contrario, debe volver atrás?
La Iglesia de nuestros días mantiene la doctrina tal cual la predicaba Juan Pablo II. No por nada Benedicto XVI trabajaba al lado suyo en el plano doctrinal. Muchos argumentan que la gente se detuvo más en mirar a Juan Pablo II que en escucharlo, pero a través de los gestos, recibió la esencia del mensaje: "Dios te ama y espera algo de ti". Es comprensible entonces que en un mundo donde la imagen tiene tanto valor muchos recuerden los gestos audaces del papa Juan Pablo.
En su juventud, Karol fue actor de teatro. Conocía el valor de los gestos y decidió usarlo para el bien de la evangelización. Salió del escenario tradicional de la plaza de San Pedro y decidió visitar el mundo entero. En la Plaza de San Pedro tenía la RAI, la radio vaticana y la plaza colmada: ¿10.000, 20.000 personas? Cada vez que salía de Roma su presencia se multiplicaba. Todas las cadenas internacionales reproducían su imagen: besando el suelo, con los presidentes más diversos baste recordar su visita a la Cuba de Fidel Castro. El llevo la Iglesia afuera, a la misión, asumió el rol de peregrino y le dio resultado: la gente lo amó.
La pregunta que me hago es por qué no aprendimos nosotros de su ejemplo. ¿Por qué en el mundo no se han multiplicado los obispos, sacerdotes y laicos, que le pierdan el miedo a la tribuna de los medios de comunicación? ¿Por qué seguimos insistiendo en sentarnos en nuestros templos a esperar que la gente venga a solicitar nuestros servicios? Salir al encuentro del mundo: del saber, del deporte, del arte, de las letras, la política, los trabajadores etc. La realidad palpita afuera.
A veces creo humildemente que nuestros problemas se resolverán si encaramos el mundo en nombre de Jesús, con la alegría del que tiene un mensaje que llevar y que el otro -aunque no lo sepa- lo está esperando. El mensaje de salvación: "Dios nos ama, y nos ama tanto que ha querido entregar su vida por nosotros".
Si la cultura de hoy se centra en el ver y en el sentir, ¿por qué no acercarse con el lenguaje y los gestos necesarios para ser comprendido?
En una segunda instancia cuando la gente ha creído, puede abrirse para profundizar en el mensaje de la verdad, podrá vencer el relativismo de la cultura reinante y liberarse de las estructuras que lo tengan oprimido. Pero sin fe en Dios y en su Iglesia, predicamos verdades morales a un pueblo que creemos cristiano y al que aún no se le ha anunciado en profundidad el mensaje del Evangelio.
Por último me gustaría aclarar que el catolicismo tiene un conjunto de verdades en su magisterio. Ellas están suficientemente probadas por una larga cadena de testigos. Creemos que la Iglesia -instituida por Cristo es guiada por el Espíritu Santo y que el Papa es su vicario en la Tierra. Escuchar su palabra en cuestiones de fe y moral es una guía que ningún cristiano que se precie de tal puede despreciar sin ir en contra de la esencia de su credo.
Si al papa Juan Pablo II se lo miraba pero no se lo escuchaba tanto, al papa Benedicto XVI hay que escucharlo y, sobre todo, leer lo que él escribe.
Adaptar la verdad del mensaje a las culturas y situaciones diversas, es el arte del evangelizador. Después de todo, un director de orquesta puede ser creativo, adaptando alguna parte de la obra a su parecer, pero, sin lugar a dudas, interpreta una partitura que no es suya, escrita por otro. En el caso del mensaje católico, su verdad y su belleza ha perdurado dos mil años. Nos toca a nosotros la posibilidad de interpretarlo sin alterarlo.
El presbítero Marcó es director de la Pastoral Universitaria del Arzobispado de Buenos Aires.
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