MEDITACIONES PREVIAS A LA PASIÓN

 

Al Lector

 

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Quienquiera que compare las siguientes meditaciones con la breve historia de la Última Cena dada en el Evangelio descubrirá algunas leves diferencias entre ellas.  Debería darse una explicación de ello, aunque nunca puede estar suficientemente grabado en el lector de que estos escritos no tienen pretensión alguna de añadir un ápice a la Sagrada Escritura como es interpretada por la Iglesia.

La Hermana Emmerich vio los eventos de la Última Cena desarrollarse en el siguiente orden: El Cordero Pascual fue inmolado y preparado en el cenáculo; nuestro Señor sostuvo un discurso en aquella ocasión – los invitados estaban ataviados como viajeros, y comieron, parados, el cordero y otras comidas prescriptas por la ley – la copa de vino fue dos veces presentada a nuestro Señor, pero no bebió de ella la segunda vez; distribuyéndola a sus Apóstoles con estas palabras: ‘No beberé más del fruto de la vid’, etc. Entonces se sentaron; Jesús habló del traidor; Pedro temió que fuera él mismo; Judas recibió de nuestro Señor el pedazo de pan mojado, que era el gesto de que se trataba de él; se hicieron las  preparaciones para el lavado de los pies; Pedro pugnó para que sus pies no fueran lavados; luego vino la institución de la Santa Eucaristía; Judas fue avisado, y después abandonó el cuarto; los aceites fueron consagrados, y se dieron instrucciones respecto a ellos; Pedro y los otros Apóstoles recibieron la ordenación; nuestro Señor hizo su discurso final; Pedro protestó que nunca lo abandonaría; y luego la Cena concluyó. Al adoptar este orden, pareciera, al principio, como si estuviera en contradicción con los pasajes de San Mateo (XXVI, vers. 29), y de San Marcos (XIV, vers. 20), en donde las palabras: ‘No beberé más del fruto de la vid’, etc., vienen después de la consagración; mientras que en San Lucas, no aparecen hasta después. San Juan, que no relata la historia de la institución de la Santa Eucaristía, nos da a entender que Judas salió inmediatamente después de que Jesús le había dado el pan; pero parece más probable, por los relatos de otros Evangelistas, que Judas recibió la Santa Comunión bajo ambas formas, y varios de los padres de la Iglesia – San Agustín, San Gregorio Magno, y San León Magno – como también la tradición de la Iglesia Católica, nos dicen expresamente que tal fue el caso. Además, si en el orden en el que San Juan presenta los eventos éstos fueran tomados literalmente, se contradeciría, no sólo con San Mateo y San Marcos, sino consigo mismo, ya que eso se desprende del versículo 10, del Capítulo XIII (San Juan), que también los pies de Judas fueron lavados. Ahora, el lavado de los pies tuvo lugar después de comer el Cordero Pascual, y fue necesariamente mientras se estaba comiendo que Jesús presentó el pan al traidor. Es claro que los Evangelistas aquí, como en varias otras partes de sus escritos, prestan atención a la sagrada narración en su conjunto, y no se consideraron atados a relatar cada detalle en precisamente el mismo orden, lo que explica enteramente las aparentes contradicciones de cada uno, que se encuentran en sus Evangelios. Las siguientes páginas parecerán al lector atento más bien como una simple y natural concordancia de los Evangelios, que como una historia difiriendo en lo más mínimo de aquella de la Escritura.

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MEDITACIÓN I.

PREPARACIONES PARA LA PASCUA.

 

Jueves Santo, día 13 de Nisan (29 de Marzo).

Ayer a la tarde fue cuando la última gran comida de nuestro Señor y sus amigos tuvo lugar en la casa de Simón el Leproso, en Betania, y María Magdalena por última vez ungió los pies de Jesús con un preciado ungüento. Judas estaba escandalizado ante este acontecimiento, y se apresuró acto a seguido hasta Jerusalén de nuevo para conspirar con los sumos sacerdotes para entregar a Jesús en sus manos. Después de la comida, Jesús regresó a la casa de Lázaro, y algunos de los Apóstoles fueron al hospedaje situado más allá de Betania. Durante la noche Nicodemo vino otra vez a la casa de Lázaro, tuvo una larga conversación con nuestro Señor, y regresó antes del amanecer a Jerusalén, siendo acompañado en parte del camino por Lázaro.

Los discípulos ya le habían preguntado a Jesús acerca de dónde comerían la Pascua. Hoy, antes del amanecer, nuestro Señor envió por Pedro y Juan, les habló por algún rato acerca de todo lo que tenían que preparar y ordenar en Jerusalén y les dijo que cuando ascendieran el Monte Sión, se encontrarían con un hombre llevando un cántaro de agua. Ellos estaban ya bien familiarizados con este hombre, ya que en la última Pascua, en Betania, había sido él quien preparó la comida para Jesús, y ése es el por qué de que San Mateo dice: ‘Un cierto hombre’. Ellos debían seguirlo a su casa, y decirle: ‘El maestro dice, Mi tiempo está cercano, con Vos hago la Pascua con mis discípulos.’ Se les mostraría entonces el cenáculo, y harían todos los preparativos necesarios.

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Vi a los dos Apóstoles ascendiendo hacia Jerusalén, por una barranca, hacia el sur del Templo, y en dirección al lado norte de Sión. En el lado sur de la montaña en donde está ubicado el Templo, había algunas hileras de casas; y ellos caminaban enfrente de estas casas, siguiendo la corriente de un torrente interpuesto. Cuando hubieron alcanzado la cima del Monte Sión, el cual es más alto que la montaña del Templo, dirigieron sus pasos hacia el sur y, justo al comienzo de una pequeña ascendente, encontraron al hombre que se les mencionó; lo siguieron y le hablaron como Jesús les ordenó. Se complació mucho por sus palabras y contestó que una cena ya había sido ordenada para ser preparada en casa de él (probablemente por Nicodemo), pero que no estaba al tanto de para quién, y estaba deleitado de saber que era para Jesús. El nombre de este hombre era Heli, y era el cuñado de Zacarías de Hebrón, en cuya casa Jesús había anunciado el año precedente la muerte de Juan el Bautista. Él tenía sólo un hijo, que era Levita y amigo de San Lucas, antes de que éste último fuera llamado por nuestro Señor, y cinco hijas, que estaban todas solteras. Heli subía cada año con sus sirvientes para la festividad de Pascua, alquilaba una habitación y preparaba la Pascua para las personas que no tenían amigos en la ciudad con los cuales poder alojarse. Este año había alquilado un cenáculo que pertenecía a Nicodemo y José de Arimatea. Heli le mostró a los dos Apóstoles su ubicación y su arreglo interior.

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MEDITACIÓN II.

EL CENÁCULO.

 

En el lado sur del Monte Sión, no lejos del maltrecho Castillo de David y del mercado ubicado hacia ese castillo del lado este, se ubicaba allí, un antiguo y sólido edificio, entre hileras de espesos árboles, en medio de un espacioso patio rodeado de fuertes muros. Hacia la derecha e izquierda de la entrada, se veían otros edificios que lindaban con el muro, particularmente hacia la derecha, donde estaba la vivienda del mayordomo, y cerca de ésta, la casa en la que la Virgen Bendita y las santas mujeres pasaron la mayor parte del tiempo tras la muerte de Jesús. El Cenáculo, que era originalmente más grande, había sido habitado anteriormente por los valientes capitanes de David, que habían aprendido allí el uso de las armas.

Previo a la construcción del Templo, el Arca de la Alianza había sido depositada allí por una considerable cantidad de tiempo, y huellas de su presencia podían encontrarse en una habitación subterránea. He visto también al Profeta Malaquías escondido debajo de la misma habitación; escribió allí sus profecías concernientes al Sagrado Sacramento y al Sacrificio de la Nueva Ley. Salomón mantuvo su casa con honor, y realizó dentro de sus muros algunas acciones figurativas y simbólicas las que he olvidado. Cuando una gran parte de Jerusalén fue destruida por los Babilonios, esta casa se salvó. He visto muchas otras cosas relativas a esta misma casa, pero sólo recuerdo lo que he contado ahora.

Este edificio estaba en un estado muy desvencijado cuando se convirtió en propiedad de Nicodemo y de José de Arimatea, quienes arreglaron el edificio principal de manera muy apropiada, y lo arrendaron como un cenáculo para los extranjeros que venían a Jerusalén con el propósito de celebrar la festividad de la Pascua. Así fue que nuestro Señor hubo hecho uso de él el año anterior. Más aún, la casa y los edificios circundantes servían como depósitos para monumentos y otras piedras, y como talleres para los trabajadores; ya que José de Arimatea poseía valiosas canteras en su propio país, de las cuales había extraído grandes bloques de piedra, para que estos obreros pudieran moldearlas, bajo su propia supervisión, en tumbas, ornamentos arquitectónicos, y columnas, para vender. Nicodemo tenía parte en este negocio, y solía pasar muchas de sus horas libres esculpiendo él mismo. Trabajaba en la habitación, o en un cuarto subterráneo que estaba debajo del mismo, excepto en la época de las festividades; y como esta ocupación lo había hecho entrar en contacto con José de Arimatea, se hicieron amigos, y a menudo se unían en varias transacciones.

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Estas mañana, mientras Pedro y Juan estaban conversando con el hombre que había alquilado el cenáculo, vi a Nicodemo en los edificios a la izquierda del patio, donde muchísimas piedras que llenaban los pasillos que conducían al cenáculo habían sido colocadas. Ocho días antes, había visto varias personas ocupadas en colocar las piedras sobre un lado, limpiando el patio, y preparando el cenáculo para la celebración de la Pascua; incluso me parece que estaban entre ellos algunos de los discípulos de nuestro Señor, quizás Aram y Themeni, los primos de José de Arimatea.

El cenáculo propiamente dicho, estaba cerca de la mitad del patio, un poco hacia el fondo; era un rectángulo, rodeado por una hilera de pilares poco elevados que, si los intervalos entre los pilares hubieran sido despejados, habrían reunido a la gran sala interior, ya que todo el edificio era, por así decirlo, hueco; y descansaba sobre las columnas y los pilares; solamente, en las épocas ordinarias, los pasillos estaban cerrados para pasar por entremedio. La habitación estaba iluminada a través de las aberturas en la parte superior de los muros. Sobre la parte delantera, había primero un vestíbulo, donde conducían tres puertas, después la gran habitación interior, donde varias lámparas colgaban de una plataforma; los muros estaban ornamentados para la festividad, hasta la mitad de su altura, con hermosos tejidos o tapicería, y una apertura había sido hecha en el techo, cubierta con una gasa azul traslúcida.

La parte trasera de esta habitación estaba separada del resto por una cortina, también de gasa azul traslúcida. Esta división del cenáculo en tres partes daba una semejanza al Templo, formando así el Patio Exterior, el Santo, y el Santo de los Santos. En la última de estas divisiones, en ambos lados, estaban ubicados los atuendos y otras cosas necesarias para la celebración de la festividad. En el centro había una especie de altar. Un banco de piedra elevado sobre tres escalones  y cuya forma era la de un triángulo recto, salía del muro. Debió haber constituido la parte superior del horno usado para asar el Cordero Pascual, ya que hoy los escalones estaban bastante caldeados durante la comida. No puedo describir en detalle todo lo que había en esta parte de la habitación, pero todo tipo de arreglos fueron hechos allí para preparar la Cena Pascual. Sobre este hogar o altar, había una especie de nicho en el muro, enfrente del cual vi una imagen del Cordero Pascual, con un cuchillo en su garganta, y la sangre pareciendo fluir gota a gota sobre el altar; pero no recuerdo claramente cómo eso era hecho. En un nicho en la pared había tres alacenas de varios colores, que se asemejaban a nuestros tabernáculos, para abrir o cerrar. Una cierta cantidad de vasijas usadas en la celebración de la Pascua estaba guardada en ellos; posteriormente, el Sagrado Sacramento fue guardado allí.

En los cuartos a los lados del cenáculo, había algunas poltronas, en las que gruesos cobertores enrollados se ubicaban, y que podían usarse como camas. Había celdas espaciosas debajo de todo este edificio. El Arca de la Alianza estaba anteriormente depositada bajo el mismo lugar en donde el hogar fue después construido. Cinco canaletas, debajo de la casa, servían para conducir los deshechos hasta el declive de la colina, en cuya parte superior estaba construida la casa. He visto previamente a Jesús predicar y realizar curaciones milagrosas allí, y los discípulos asiduamente pasaban la noche en los cuartos laterales.

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MEDITACIÓN III.

ARREGLOS PARA COMER EL CORDERO PASCUAL.

 

Cuando los discípulos habían hablado con Heli de Hebrón, éste último regresó a la casa a través del patio, pero ellos giraron a la derecha, y se apuraron a descender el lado norte de la colina, a través de Sión. Pasaron por sobre un puente, y caminando por una ruta cubierta de zarzamoras, alcanzaron el otro lado del barranco, el cual estaba enfrente del Templo y de una hilera de casas que estaban al sur de aquel edificio. Allí estaba la casa del anciano Simeón, que falleció en el Templo después de la presentación de nuestro Señor; y sus hijos, algunos de los cuales fueron discípulos de Jesús en secreto, estaban actualmente viviendo allí. Los Apóstoles hablaron con uno de ellos, un hombre alto de cutis oscuro, que tenía algún cargo en el Templo. Fueron con él hasta el lado este del Templo, a través de aquella parte de Ophel por la cual Jesús hizo su entrada el Domingo de Ramos, y desde allí hasta el mercado de ganado, que estaba en la ciudad, al norte del Templo. En el lado sur de este mercado vi pequeños corrales en donde hermosos corderos estaban jugueteando. Aquí era donde se compraban los corderos para la Pascua. Vi al hijo de Simeón entrar en uno de los corrales, y los corderos brincaban a su alrededor como si lo conocieran. Eligió cuatro, que fueron llevados al cenáculo. Por la noche lo vi en el cenáculo, ocupado en preparar el Cordero Pascual.

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Vi a Pedro y a Juan ir a varias partes distintas de la ciudad, y ordenar varias cosas. Los vi también parados frente a la puerta de una casa situada al norte del Monte Calvario, donde los discípulos de Jesús se alojaban la mayor parte del tiempo, y que pertenecía a Seraphia (llamada después Verónica). Pedro y Juan enviaron algunos discípulos desde allí hasta el cenáculo, dándoles varios encargos, los cuales he olvidado.

Fueron también a la casa de Seraphia, donde tenían varios arreglos que hacer. Su esposo, que era miembro del Consejo, estaba usualmente ausente por negocios; pero incluso cuando estaba en casa ella lo veía poco. Era una mujer de una edad cercana a la de la Virgen Bendita, y había estado mucho tiempo conectada a la Sagrada Familia; ya que cuando el Niño Jesús permaneció los tres días en Jerusalén después de la festividad, fue ella quien le suministró alimento.

Los dos Apóstoles tomaron de aquí, entre otras cosas, el cáliz del cual hizo uso nuestro Señor en la institución de la Sagrada Eucaristía.

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MEDITACIÓN IV.

EL CÁLIZ USADO EN LA ÚLTIMA CENA.

 

El cáliz que los Apóstoles trajeron de la casa de Verónica era maravilloso y misterioso en su apariencia. Había sido mantenido por largo tiempo en el Templo entre otros objetos preciosos de gran antigüedad, cuyo uso y origen habían sido olvidados. Lo mismo ha sido hasta cierto punto el caso de la Iglesia Cristiana, donde muchas joyas consagradas habían sido olvidadas y habían caído en desuso con el tiempo. Antiguos vasos y joyas, sepultados debajo del Templo, habían sido a menudo desenterrados, vendidos o restaurados. Así fue que, por permiso de Dios, este vaso santo, que nunca nadie había sido capaz de fundir en función de estar hecho de algún material desconocido, y que había sido encontrado por los sacerdotes en el tesoro del Templo entre otros objetos que no se usaban más, había sido vendido a algunos anticuarios. Fue comprado por Seraphia, usado varias veces por Jesús en la celebración de las festividades y, desde el día de la Última Cena, se hizo propiedad exclusiva de la santa comunidad Cristiana.

Este vaso no fue siempre el mismo a como cuando fue usado por nuestro Señor en su Última Cena, y quizás fue en esa ocasión que las diversas piezas que lo conformaban fueron puestas juntas. El gran cáliz estaba sobre un plato, del cual una especie de tablilla podía también ser extraída, y alrededor de él había otras seis pequeñas copas. El gran cáliz contenía otro vaso más pequeño; sobre él había un pequeño plato, y luego venía una cubierta redonda. Una cuchara era insertada en el pie del cáliz, y podía ser fácilmente extraída para su uso. Todas estas diferentes vasijas estaban cubiertas de lino fino y, si no me equivoco, estaban envueltas dentro de un estuche hecho de cuero. El gran cáliz estaba compuesto por la copa y el pie, el cual a lo último debió haberse unido a aquella en un período posterior, ya que era de un material diferente. La copa tenía forma de pera, maciza, de color oscuro, y sumamente pulida, con ornamentos de oro, y dos pequeñas asas por medio de las cuales podía ser levantada. El pie era de oro puro, trabajado cuidadosamente, ornamentado con una serpiente y un pequeño racimo de uvas, y enriquecida con piedras preciosas.

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El cáliz fue dejado en la Iglesia de Jerusalén, en manos de San Santiago el Menor; y veo que aún se preserva en esa ciudad – reaparecerá algún día, de la misma manera que antes. Otras Iglesias tomaron las pequeñas copas que lo rodeaban; una fue llevada a Antioquia, y otra a Éfeso. Pertenecían a los patriarcas, quienes tomaban de ellas una bebida misteriosa cuando recibían o daban una Bendición, como he visto muchas veces.

El gran cáliz había estado anteriormente en posesión de Abraham; Melquisedec lo llevó consigo desde la tierra de Semíramis hasta la de Canaán, donde comenzó a encontrar algunos asentamientos en el lugar donde Jerusalén fue después construida; hizo uso de él al ofrecer sacrificio, cuando ofreció pan y vino en presencia de Abraham, y lo dejó en posesión de aquel santo patriarca. Este mismo cáliz había sido también preservado en el Arca de Noé.

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MEDITACIÓN V.

JESÚS SUBE A JERUSALÉN.

 

Por la mañana, mientras los Apóstoles estaban ocupados en Jerusalén preparando la Pascua, Jesús, que había permanecido en Betania, se despidió afectuosamente de las santas mujeres, de Lázaro, y de su Bendita Madre, y les dio algunas instrucciones finales. Vi a nuestro Señor conversando aparte con su Madre, y le dijo a ella, entre otras cosas, que había enviado a Pedro, el apóstol de la fe, y a Juan, el apóstol del amor, a preparar la Pascua en Jerusalén. Dijo, hablando acerca de Magdalena, cuyo pesar era excesivo, que su amor era grande, pero todavía algo humano, y que en función de esto su aflicción la ponía fuera de sí. Habló también de las conjuras del traidor Judas, y la Virgen Bendita rezó por él. Judas había abandonado de nuevo Betania para ir a Jerusalén, con la pretensión de pagar algunas deudas que se vencían. Pasó todo el día apresurándose de acá para allá, de un Fariseo a otro, y haciendo sus acuerdos finales con ellos. Se le mostraron los soldados que habían sido contratados para apresar a nuestro Divino Salvador, y así arregló sus viajes de acá para allá como para ser capaz de justificar su ausencia. Contemplé todas sus malvadas confabulaciones y todos sus pensamientos. Era naturalmente activo y condescendiente, pero estas buenas cualidades estaban estranguladas por la avaricia, la ambición y la envidia, pasiones por las que no hizo ningún esfuerzo por controlar. En ausencia de nuestro Señor había incluso realizado milagros y curado enfermos.

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Cuando nuestro Señor anunció a su Bendita Madre lo que estaba por tener lugar, le suplicó, en los términos más conmovedores, que la dejara morir con él. Pero él la exhortó a mostrar mayor calma en su aflicción que las otras mujeres, le contó que sería levantado de nuevo, y nombró el mismísimo lugar en donde él se le aparecería a ella. Ella no lloró mucho, pero su pesar era indescriptible, y había algo casi terrible en su mirada de profundo recogimiento. Nuestro Divino Señor agradeció, como un Hijo afectuoso, todo el amor que ella le había dado, y la abrazó su corazón. También le contó que haría la Última Cena con ella, espiritualmente, y mencionó la hora en la que ella recibiría su precioso Cuerpo y Sangre. Entonces, una vez más, con palabras emotivas, se despidió de todos, y les dio diferentes instrucciones.

Cerca de las doce del mediodía, Jesús y los nueve Apóstoles subieron desde Betania hasta Jerusalén, seguidos por siete discípulos quienes, a excepción de Nathaniel y Silas, venían desde Jerusalén y cercanías. Entre éstos estaban Juan, Marcos, y el hijo de la pobre viuda que, el Jueves anterior, había ofrecido su pequeña limosna en el Templo, mientras Jesús estaba predicando allí. Jesús lo había incorporado a su grupo unos pocos días antes. Las santas mujeres partieron más tarde.

Jesús y sus acompañantes caminaron alrededor del Monte de los Olivos cerca del valle de Josafat[1], e incluso hasta tan lejos como el Monte Calvario. Durante toda su caminata, él continuó dándoles instrucciones. Contó a los Apóstoles, entre otras cosas, que hasta entonces él les había dado su pan y su vino, pero que ese día les iba a dar su Cuerpo y su Sangre, todo su Ser, todo lo que tenía y todo lo que era. El semblante de nuestro Señor tenía una expresión tan conmovedora mientras hablaba, que su alma entera parecía exhalarse por sus labios, y parecía estar languideciendo con amor y anhelo por el momento en que se entregaría al Hombre. Sus discípulos no le entendieron, pero pensaban que hablaba acerca del Cordero Pascual. Ninguna palabra pueda dar una acabada idea del amor y la resignación que se expresaban en estos últimos discursos de nuestro Señor en Betania y en su camino a Jerusalén.

Los siete discípulos que habían seguido a nuestro Señor hasta Jerusalén no fueron allí en compañía de él, sino que llevaron los hábitos ceremoniales para la Pascua hasta el Cenáculo, y luego regresaron a la casa de María, la madre de Marcos. Cuando Pedro y Juan llegaron al Cenáculo con el cáliz, todos los hábitos ceremoniales estaban ya en el vestíbulo, a donde habían sido traídos por sus discípulos y algunos acompañantes. Colgaron también de los muros cortinajes, despejaron las aberturas arriba en los lados y pusieron tres lámparas. Pedro y Juan fueron entonces al valle de Josafat y se reunieron con nuestro Señor y los doce Apóstoles. Los discípulos y amigos que estaban por hacer su Pascua en el Cenáculo, vinieron después.

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MEDITACIÓN VI.

LA ÚLTIMA PASCUA.

 

Jesús y sus discípulos comieron el Cordero Pascual en el Cenáculo. Se dividieron en tres grupos. Jesús comió el Cordero Pascual con los doce Apóstoles en el Cenáculo propiamente dicho; Nataniel con otros doce discípulos, en una de las habitaciones laterales, y Eliaquím (el hijo de Cleofás y María, la hija de Heli) quien había sido discípulo de Juan el Bautista, con doce más, en otro cuarto lateral.

Tres corderos fueron inmolados para ellos en el Templo, pero había un cuarto cordero que fue inmolado en el Cenáculo, y fue aquel comido por Jesús junto con sus discípulos. Judas no estaba al tanto de esta circunstancia, por estar ocupado en tramar su traición a nuestro Señor, y sólo regresó unos pocos momentos antes de la comida, y después de que la inmolación del cordero tuviera lugar. De lo más conmovedora fue la escena de la inmolación del cordero a ser comido por Jesús y sus Apóstoles; tuvo lugar en el vestíbulo del Cenáculo. Los Apóstoles y los discípulos estaban presentes, cantando el Salmo 118. Jesús habló de un nuevo período que entonces comenzaba, y dijo que el sacrificio de Moisés y la figura del Cordero Pascual estaban a punto de recibir su cumplimiento, pero que con relación a esto mismo, el cordero estaba para ser inmolado de la misma manera a como lo fue en Egipto, y que ellos estaban realmente a punto de salir de la casa de esclavitud.

Las vasijas y los instrumentos necesarios estaban preparados, y entonces los servidores trajeron un hermoso corderito, decorado con una corona, que fue enviado a la Virgen Bendita en el cuarto donde ella había permanecido con las otras santas mujeres. El cordero estaba sujeto con su lomo contra una tabla mediante una cuerda alrededor de su cuerpo, y me recordó a Jesús atado al pilar y flagelado. El hijo de Simeón sostenía la cabeza del cordero; Jesús hizo una leve incisión en su cuello con la punta de un cuchillo, el cual se lo dio al hijo de Simeón, para que éste pudiera terminar de sacrificarlo. Jesús pareció infligir la herida con un sentimiento de aversión, y fue rápido en sus movimientos, aunque su semblante era grave y sus modos tales como para inspirar respeto. La sangre fluyó dentro de una cuenca, y los servidores trajeron una rama de hisopo, que Jesús hundió en ella. Entonces fue hasta la puerta de la habitación, tiñó los marcos y el cerrojo con sangre, y colocó la rama que había sumergido en la sangre sobre la puerta. Habló entonces a los discípulos y les contó, entre otras cosas, que el ángel exterminador pasaría de largo, que ellos adorarían en aquella habitación sin miedo ni ansiedad cuando él, el verdadero Cordero Pascual, hubiera sido inmolado, que una nueva época y un nuevo sacrificio estaban apunto de comenzar y que durarían hasta el final del mundo.

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Fueron entonces hasta el otro lado de la habitación, cerca del hogar donde el Arca de la Alianza había estado anteriormente. El fuego ya había sido encendido allí, y Jesús vertió algo de sangre sobre el hogar, consagrándolo como un altar; y el resto de la sangre y la grasa fueron arrojados al fuego debajo del altar, después de lo cual Jesús, seguido por sus Apóstoles, caminó alrededor del Cenáculo, cantando algunos salmos y consagrándolo como un nuevo Templo. Las puertas estaban todas cerradas durante este tiempo. Mientras tanto, el hijo de Simeón había completado la preparación del cordero. Hizo pasar una vara a través de su cuerpo, ajustando las patas delanteras a una pieza de madera en cruz, y estirando las traseras a lo largo de la vara. Tenía una gran semejanza a Jesús en la cruz, y fue colocado en el horno, para ser asado con los otros tres corderos traídos del Templo.

Los Corderos Pascuales de los Judíos fueron todos inmolados en el vestíbulo del Templo, pero en diferentes partes, de acuerdo a si las personas que lo iban a comer eran ricas, pobres, o extranjeras[2] El Cordero Pascual perteneciente a Jesús no fue inmolado en el Templo, pero todo lo demás fue hecho estrictamente de acuerdo con la ley. Jesús de nuevo se dirigió a sus discípulos, diciendo que el cordero no era más que una figura, que él mismo sería al día siguiente el verdadero Cordero Pascual, junto con otras cosas que he olvidado.

Cuando Jesús hubo finalizado sus instrucciones concernientes al Cordero Pascual y su significado, habiendo llegado el momento, y habiendo Judas también regresado, las mesas fueron dejadas. Los discípulos se pusieron los atuendos de viajar, los cuales estaban en el vestíbulo, diferentes calzados, una túnica blanca semejante a una camisa, y un manto, el cual era corto por delante y largo por detrás, sus mangas eran largas y estaban retraídas, y ellos se ciñeron sus ropas alrededor de la cintura. Cada grupo fue a su propia mesa; y dos grupos de discípulos en los cuartos laterales, y nuestro Señor y sus Apóstoles en el Cenáculo. Sostenían varas en sus manos, e iban de dos en dos hasta la mesa, donde permanecían parados, cada uno en su lugar, con la vara descansando en sus brazos, y sus manos levantadas.

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La mesa era angosta y alrededor de medio pie[3] más alto que las rodillas de un hombre; su forma se asemejaba a una herradura, y frente a Jesús, en la parte interna del semicírculo, había una especie de espacio vacío vacante, para que los servidores pudieran ser capaces de dejar los platos. Tanto como recuerdo, Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor se sentaron a la mano derecha de Jesús, después de ellos Bartolomé y, dando la vuelta, Tomás y Judas Iscariote. Pedro, Andrés y Tadeo se sentaron a la izquierda de Jesús; luego venía Simón, y después, dando la vuelta, Mateo y Felipe.

El Cordero Pascual estaba colocado sobre un plato en el centro de la mesa. Su cabeza descansaba sobre sus patas delanteras, que estaban sujetadas a una vara en cruz, con sus patas traseras estiradas hacia fuera, y el plato estaba adornado con ajo. Al costado había un plato con la carne Pascual asada, luego venía una vajilla con vegetales verdes que se balanceaban entres sí, y otro plato con pequeños racimos de hierbas amargas, que tenían la apariencia de hierbas aromáticas. Frente a Jesús había también un plato con diferentes hierbas, y un segundo conteniendo una salsa o bebida de color marrón. Los convidados tenían ante ellos rebanadas redondas de pan en lugar de platos, y usaban cuchillos de marfil.

Después de la oración, el mayordomo dejó el cuchillo para cortar el cordero sobre la mesa delante de Jesús, quien colocó una copa de vino ante él y llenó otras seis copas, cada una de las cuales estaba entre dos Apóstoles. Jesús bendijo el vino y bebió, y los Apóstoles bebieron dos juntos de cada copa. Entonces nuestro Señor procedió a cortar el cordero; sus Apóstoles presentaron sus pedazos de pan por turno y cada cual recibió su porción. Lo comieron deprisa, separando la carne del hueso por medio de sus cuchillos de marfil, y los huesos fueron después quemados. También comieron el ajo y las hierbas verdes deprisa, sumergiéndolas en la salsa. Todo este tiempo se mantenían parados, sólo reclinándose un poco sobre los respaldos de sus asientos. Jesús partió una de las rodajas del pan sin levadura, reservó una parte, y dividió el remanente entre sus Apóstoles. Se trajo otra copa de vino, pero Jesús no bebió de ella. “Tomad esto”, dijo, “y divididlo entre vosotros, ya que de ahora en más no beberé del fruto de la vid hasta aquel día en que lo beberé nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” (Mateo XXVI, 29). Cuando hubieron tomado el vino, cantaron un himno; entonces Jesús oró o enseñó, y ellos se lavaron de nuevo las manos. Después de esto se sentaron.

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Nuestro Señor cortó otro cordero, que fue llevado a las santas mujeres en uno de los edificios del patio, donde tenían su comida. Los Apóstoles comieron algunos vegetales más y lechuga. El semblante de nuestro Divino Salvador portaba una expresión indescriptible de serenidad y recogimiento, mayor a como nunca lo había visto. Les pidió a sus Apóstoles que olvidaran todas sus preocupaciones. La Virgen Bendita también, sentada a la mesa con las otras mujeres, parecía más calma y sosegada. Cuando las otras mujeres venían a ella y hacían que se volteara hacia su lado para hablarle, ella se volteaba y cada uno de sus movimientos expresaba el más dulce autocontrol y apacibilidad de espíritu.

Al principio Jesús conversó afectuosa y calmadamente con sus discípulos, pero después de un rato se puso serio y triste: “Amén, Amén, les digo, que uno de ustedes está a punto de traicionarme”, dijo, “aquel que hunde su mano conmigo en el plato” (Mateo XXVI, 21-23). Jesús estaba entonces distribuyendo la lechuga, de la cual había sólo un plato, para aquellos Apóstoles que estaban a su lado, y había encargado a Judas, que estaba casi frente a él, el ocuparse de distribuirla a los otros. Cuando Jesús habló de un traidor, una expresión que llenó a todos los Apóstoles de temor, dijo: “aquel que hunde su mano conmigo en el plato”, lo cual significa: “uno de los doce que está comiendo y bebiendo conmigo – uno de aquellos con los que estoy comiendo pan”. No señaló expresamente a Judas ante los otros con estas palabras; ya que ‘hundir la mano en el mismo plato’ era una expresión utilizada para significar la comunicación más amistosa e íntima. Estaba deseoso, sin embargo, de dar una advertencia a Judas, quien estaba entonces realmente hundiendo su mano en el plato junto a nuestro Salvador, para distribuir la lechuga. Jesús continuó hablando: “El Hijo del Hombre en efecto va”, dijo, “según lo que está escrito de él; pero ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre será traicionado; sería mejor para él no haber nacido.”

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Los Apóstoles estaban muy conturbados, y cada uno de ellos exclamó: “Señor, ¿soy yo?”, ya que todos se daban cuenta de que no entendieron completamente sus palabras. Pedro se inclinó hacia Juan, detrás de Jesús, y le hizo un gesto para que le pregunte a nuestro Señor quién sería el traidor, ya que habiendo sido tan frecuentemente reprobado por nuestro Señor, se estremecía de que fuera él mismo a quien se refería. Juan estaba sentado a la derecha de Jesús, y como todos, estaba reclinado sobre su brazo izquierdo, usando el derecho para comer, y su cabeza estaba cerca del seno de Jesús. Se reclinó entonces sobre su propio pecho y dijo: “Señor, ¿quién es?” No vi que Jesús le dijera con sus labios: “Es aquel a quien le alcanzaré pan mojado en salsa”. No sé si se lo susurró, pero Juan lo sabía, cuando Jesús habiendo mojado el pan, el cual estaba cubierto con lechuga, se lo dio afectuosamente a Judas, que también preguntó: “¿Soy yo Señor?” Jesús lo miró con amor, y le contestó en términos generales. Entre los Judíos, dar pan mojado en salsa era un signo de amistad y confianza; Jesús en esta ocasión dio a Judas el bocado, para advertirle, sin hacer conocer su culpabilidad a los otros. Pero el corazón de Judas ardía en cólera, y durante todo el tiempo de la comida, vi una pequeña figura espantosa sentada a sus pies, y a veces subiendo a su corazón. No vi a Juan que repitiera a Pedro lo que había sabido de Jesús, pero hizo alejar sus temores mediante una mirada.

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MEDITACIÓN VII.

EL LAVADO DE LOS PIES.

 

Se levantaron de la mesa, y mientras estaban arreglando sus vestimentas, como lo hacían usualmente antes de hacer su oración solemne, el mayordomo entró con dos sirvientes, levantaron la mesa de en medio de los asientos que la rodeaban y la pusieron de costado. Cuando aquello fue hecho, recibió la orden de Jesús de llevar agua al vestíbulo, y salió de la sala con los servidores. Entonces Jesús, parado en medio de sus Apóstoles, les habló largo rato, de la manera más solemne. No pude rehacer exactamente su discurso completo, pero recuerdo que habló de su reino y su ida hacia su Padre, de lo que les dejaría ahora que estaba a punto de ser llevado, etc. Les dio también algunas instrucciones referidas a la penitencia, la confesión de los pecados, el arrepentimiento, y la justificación.

Sentí que estas instrucciones se referían al lavado de los pies, y vi que todos los Apóstoles reconocieron sus pecados y se arrepintieron de ellos, con la excepción de Judas. Su discurso fue largo y solemne. Cuando concluyó, Jesús envió a Juan y a Santiago el Menor a conseguir el agua preparada en el vestíbulo, y pidió a los Apóstoles que arreglaran los asientos en semicírculo. Fue él mismo al vestíbulo, donde se ciñó con una toalla sobre su manto. Durante este tiempo, los Apóstoles hablaron entre ellos y empezaron a especular acerca de quién de ellos era el más grande, ya que nuestro Señor habiendo expresamente anunciado que estaba a punto de dejarlos y que su reino estaba a la mano, se fortalecieron de nuevo en la idea de que él tenía planes secretos, y que se estaba refiriendo a algún triunfo terrenal que sería de ellos a último momento.

Mientras tanto Jesús, en el vestíbulo, pidió a Juan que tomara una palangana y a Santiago un cántaro lleno de agua, con los que lo siguieron hasta la habitación, donde el mayordomo había colocado otra palangana vacía.

Jesús, volviendo a sus discípulos de una manera tan humilde, se dirigió a ellos con unas pocas palabras de reproche acerca de la disputa que había surgido entre ellos y dijo entre otras cosas, que él mismo era sirviente de ellos, y que debían sentarse para que él les lavara los pies. Se sentaron, por lo tanto, en el mismo orden en que se habían sentado a la mesa. Jesús pasó de uno a otro, vertió agua de la palangana que llevó Juan sobre los pies de cada uno y luego, tomando el extremo de la toalla con la que estaba ceñido, se los secó. De lo más afectuoso y compasivo era el modo de nuestro Señor mientras así se humillaba a sí mismo a los pies de sus Apóstoles.

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Pedro, cuando llegó su turno, se empeñó por humildad en evitar que Jesús lavara sus pies: “Señor”, exclamó, “¿laváis Vos mis pies?” Jesús contestó: “Lo que hago, no lo sabéis ahora, pero lo sabréis de aquí en más”. Me pareció que le dijo privadamente: “Simón, has merecido que mi Padre os revelara quién soy, de dónde vengo, y a dónde voy, Vos sólo lo habéis expresamente confesado, por lo tanto sobre Vos construiré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Mi poder permanecerá con vuestros sucesores hasta el final de los tiempos”.

Jesús lo mostró a los otros Apóstoles y dijo que, cuando él no estuviera más presente entre ellos, Pedro debía ocupar su lugar junto a ellos. Pedro dijo: “¡Vos nunca me lavaréis los pies!” Nuestro Señor replicó: “Si no os lavo, no tendréis parte conmigo”. Entonces Pedro exclamó: “Señor, no sólo mis pies, sino también mis manos y mi cabeza”. Jesús replicó: “Aquel que es lavado, no necesita más que lavar sus pies, pero su limpieza es completa. Y ustedes están limpios, pero no todos”.

Con estas últimas palabras se refería a Judas. Había hablado del lavado de los pies como significando la purificación de las faltas cotidianas, ya que los pies, que están continuamente en contacto con la tierra, están también continuamente propensos a ensuciarse, a menos que se tenga gran cuidado.

Este lavado de los pies era espiritual y servía como una especie de absolución. Pedro, en su celo, no vio nada en ello más que un enorme acto de degradación por parte de su Maestro; él no sabía que para salvarlo Jesús se humillaría el mismísimo día siguiente incluso hasta la ignominiosa muerte en la cruz.

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Cuando Jesús lavó los pies de Judas, lo hizo de la manera más afectuosa y conmovedora; inclinó su sagrado rostro incluso hasta los pies del traidor; y en voz baja le dijo que al menos ahora volviera en sí, ya que había sido un traidor y un infiel durante el último año. Judas pareció estar ansioso de no prestar atención a cualesquiera fuesen sus palabras, y le habló a Juan, por lo que Pedro se disgustó y exclamó: “¡Judas, el Maestro os está hablando!” Entonces Judas dio a nuestro Señor una respuesta vaga y evasiva, del tipo: “¡Dios no quiera, Señor!” Los otros no habían notado que Jesús estaba hablando a Judas, ya que sus palabras fueron emitidas en voz baja, para que no sean escuchadas por ellos y además, estaban todos ocupados en calzarse. Nada en toda la Pasión apesadumbró tan profundamente a Jesús como la traición de Judas.

Jesús finalmente lavó los pies de Juan y de Santiago. Santiago se sentó y Pedro tenía la tinaja; después Juan se sentó y Santiago sostenía la palangana.

Entonces habló de nuevo acerca de la humildad, contándoles que él que era el más grande entre ellos debía ser como su sirviente, y que de ahí en más debían lavarse los pies unos a otros. Luego, se volvió a poner sus vestimentas, y los Apóstoles, desplegaron sus ropas, las que habían recogido antes de comer el Cordero Pascual.

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MEDITACIÓN VIII.

INSTITUCIÓN DE LA SAGRADA EUCARISTÍA.

 

Por orden de nuestro Señor, el mayordomo había colocado de nuevo la mesa que había sido levantada un poco; entonces, habiéndola colocado una vez más en el medio de la habitación, metió por debajo una urna llena de vino y otra con agua. Pedro y Juan fueron a la parte de la habitación cerca del hogar, para tomar el cáliz que habían traído de la casa de Seraphia y que aún estaba envuelto en su cubierta. Lo llevaban entre ellos como si estuvieran llevando un tabernáculo, y lo colocaron sobre la mesa delante de Jesús. Un plato oval estaba allí, con tres finas rodajas de panes ácimos, colocado sobre una pieza de lino, al costado de la media hogaza de pan que Jesús apartó durante la comida Pascual, también una jarra conteniendo vino y agua, y tres cajas, una llena de aceite espeso, una segunda con aceite líquido, y una tercera vacía.

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En otros tiempos, había sido una práctica de todos que a la mesa comieran de la misma hogaza y bebieran de la misma copa al final de la comida, expresando así su amistad y su amor  fraternal, y para dar la bienvenida y despedirse unos a otros. Creo que las Escrituras deben contener algo acerca de esto.

En el día de la Última Cena, Jesús elevó esta costumbre (que había sido hasta allí no más que un rito simbólico y figurativo) a la categoría del más sagrado de los sacramentos. Uno de los cargos llevados ante Caifás, en ocasión de la traición de Judas, era que Jesús había introducido una cosa nueva en las ceremonias Pascuales, pero Nicodemo probó mediante las Escrituras que tal era una práctica antigua.

Jesús estaba sentado entre Pedro y Juan, las puertas estaban cerradas, y todo fue hecho en la forma más misteriosa e imponente. Cuando el cáliz fue sacado de su cubierta, Jesús oró y habló a sus Apóstoles con la mayor solemnidad. Lo vi dándoles una explicación de la Cena y de la ceremonia entera, y me hizo recordar forzosamente a un sacerdote enseñando a otros a decir la Misa.

Extrajo entonces una especie de anaquel con surcos de la bandeja sobre la que estaban las jarras, y tomando una especie de lino blanco con el cual estaba cubierto el cáliz, lo extendió sobre la bandeja y el anaquel. Lo vi entonces levantar un plato redondo, que colocó en este mismo anaquel, por encima de la parte superior del cáliz. Luego tomó los panes ácimos desde debajo del lino con el que estaban cubiertos, y los colocó ante él sobre la bandeja; entonces extrajo del cáliz un vaso más pequeño, y dispuso los seis pequeños vasos a cada lado de aquel. Bendijo luego el pan y también el aceite, según lo que más creo, después de lo cual elevó la patena con las rebanadas sobre esta, en sus dos manos, levantó su mirada, ofreció una plegaria, y reubicó la patena sobre la mesa, cubriéndola de nuevo. Tomó entonces el cáliz, al cual Pedro vertió algo de vino, y Juan algo de agua, que primero bendijo, añadiéndole un poco más de agua, que vertió mediante una pequeña cuchara, y después de esto bendijo el cáliz, lo levantó junto a una oración, hizo la ofrenda, y lo reubicó sobre la mesa.

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Juan y Pedro vertieron algo de agua sobre las manos de él, las cuales sostenía sobre el plato en donde los panes ácimos habían sido colocados; tomó entonces un poco del agua que había sido vertida sobre sus manos, en la cuchara que él había extraído de la parte inferior del cáliz, y la vertió sobre las manos de ellos. Después, el vaso fue pasado alrededor de la mesa y todos los Apóstoles lavaron sus manos en él. No recuerdo si éste fue el preciso orden en el que estas ceremonias fueron realizadas; todo lo que sé es que me recordaba en forma contundente el sagrado sacrificio de la Misa.

Mientras tanto, nuestro Divino Señor se volvía cada vez más compasivo y afectuoso en su comportamiento; él contó a sus Apóstoles que estaba a punto de darles todo lo que tenía, su ser completo, y parecía como si estuviera completamente transformado por el amor. Lo vi haciéndose transparente, hasta que se asemejaba a una sombra luminosa. Partió el pan en varios pedazos, los que puso juntos sobre la patena, y entonces tomó una punta del primer pedazo y lo hundió en el cáliz. En el momento en que estaba haciendo esto, me pareció ver a la Virgen Bendita recibiendo el Sagrado Sacramento de manera espiritual, aunque no estaba presente en el cenáculo. No sé cómo fue hecho, pero pensé que la vi entrar sin tocar el suelo y venir ante nuestro Señor para recibir la Sagrada Eucaristía; después de lo cual no la vi más. Jesús le había dicho por la mañana, en Betania, que observaría la Pascua con ella espiritualmente, y había mencionado la hora en la cual ella debía retirarse a orar para recibirla espiritualmente.

De nuevo él oró y enseñó; sus palabras salían de sus labios como fuego y luz, y entraron en cada uno de los Apóstoles, con la excepción de Judas. Tomó la patena con los pedazos de pan (no sé si la había puesto sobre el cáliz) y dijo: “Tomen y coman; este es mi Cuerpo que es entregado por vosotros”. Alargó su mano derecha como para bendecir y, mientras hacía esto, una luz brillante salía de él, sus palabras eran luminosas, el pan entró en las bocas de los Apóstoles como una sustancia brillante, y luz parecía penetrar y rodearlos a todos, sólo Judas permaneciendo oscuro. Jesús presentó el pan primero a Pedro, luego a Juan[4] y entonces hizo un gesto a Judas para que se acerque. Judas fue así el tercero que recibió el Adorable Sacramento, pero las palabras de nuestro Señor parecían esquivar la boca del traidor y volver a la del Divino Autor. Tan perturbada estaba yo en espíritu ante esta vista que mis sentimientos no pueden ser descritos. Jesús le dijo: “Aquello que Vos hacéis, hacedlo rápido”. Jesús entonces dispensó el Sagrado Sacramento a los otros Apóstoles quienes se acercaban de dos en dos.

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Jesús elevó el cáliz mediante sus dos asas para ponerlo al nivel de su rostro, y pronunció las palabras de consagración. Mientras hacía esto, aparecía enteramente transfigurado, como si fuera traslúcido, y como si estuviera pasando completamente adentro de lo que estaba dando a los Apóstoles. Hizo tomar a Pedro y a Juan del cáliz que sostenía en su mano y lo ubicó de nuevo sobre la mesa. Juan vertió la Divina Sangre del cáliz en los vasos más pequeños, y Pedro los presentó a los Apóstoles, tomando dos juntos de cada copa. Creo, aunque no estoy muy segura, que Judas también participó del cáliz; no regresó a su lugar, sino que inmediatamente abandonó el cenáculo, y los otros Apóstoles pensaron que Jesús le había dado algún encargo para hacer. Se fue sin rezar ni hacer ninguna acción de gracias, y de ahí puedes percibir cuán pecaminoso es desatender el dar gracias ya sea después de recibir nuestra comida cotidiana, o después de participar del Pan Dador de Vida de los Ángeles. Durante toda la comida, había visto una espantosa y pequeña figura, con un pie como hueso reseco, permaneciendo cerca de Judas, pero cuando él hubo llegado a la puerta, contemplé tres demonios apremiándolo a su alrededor; uno entró en su boca, el segundo lo acicateaba y el tercero lo precedía. Era de noche, y ellos parecían estar alumbrándole, mientras él se apresuraba como un demente.

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Nuestro Señor vertió una pocas gotas de la Preciosa Sangre que permanecía en el cáliz dentro del pequeño vaso del que ya hablé antes, y luego colocó sus dedos sobre el cáliz, mientras Pedro y Juan vertían agua y vino sobre ellos. Hecho esto, los hizo beber de nuevo del cáliz, y lo que quedaba de su contenido fue vertido dentro de los vasos pequeños, y distribuido a los otros Apóstoles. Entonces Jesús limpió el cáliz, colocó en él el pequeño vaso conteniendo el remanente de la Divina Sangre, y ubicó encima la patena con los fragmentos del pan consagrado, después de lo cual puso de nuevo la cubierta, envolvió el cáliz y lo dejó en medio de las seis pequeñas copas. Vi a los Apóstoles recibir en comunión estos remanentes del Adorable Sacramento, después de la Resurrección.

No recuerdo haber visto a nuestro Señor mismo comer y beber de los elementos consagrados, ni tampoco vi a Melquisedec, al ofrecer el pan y el vino, probar de ellos él mismo. Se me hizo saber por qué los sacerdotes participan de ellos, aunque Jesús no lo hizo.

Aquí la Hermana Emmerich miró de repente hacia arriba, y parecía estar escuchando. Alguna explicación le fue dada sobre el tema, pero las siguientes palabras fueron todo lo que ella pudo repetirnos: “Si el cargo de distribuirlo hubiera sido dado a los ángeles, no habrían participado, pero si los sacerdotes no participaran, el Sagrado Sacramento se perdería; es a través de su participación que es preservado”.

Había una solemnidad y un orden indescriptibles en todas las acciones de Jesús durante la institución de la Sagrada Eucaristía, y cada uno de sus movimientos era de lo más majestuoso. Vi a los Apóstoles tomando nota de ciertas cosas en los pequeños rollos de pergamino que llevaban con ellos. Varias veces durante las ceremonias advertí que se inclinaban respetuosamente unos a otros, de la misma manera a como nuestros sacerdotes lo hacen.

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MEDITACIÓN IX.

INSTRUCCIONES PRIVADAS Y CONSAGRACIONES.

 

Jesús dio a los Apóstoles algunas instrucciones privadas; les contó cómo debían preservar el Sagrado Sacramento en memoria de él, incluso hasta el fin del mundo; les enseñó las formas necesarias para hacer uso de él y para comunicarlo, y en qué manera debían, gradualmente, enseñar y propalar este misterio; finalmente les contó cuándo debían recibir lo que quedaba de los Elementos consagrados, cuándo dar algo a la Virgen Bendita, y cómo consagrarse ellos mismos después que él les hubiese enviado al Divino Confortador. Habló entonces respecto al sacerdocio, la sagrada unción, y la preparación del Crisma y los Santos Óleos[5]. Tenía allí tres cajas, dos de las cuales contenían una mezcla de aceite y bálsamo. Les enseñó cómo hacer esta mezcla, qué partes del cuerpo debían ser ungidas con ellos y en qué ocasiones. Recuerdo, entre otras cosas, que mencionó un caso en el que la Sagrada Eucaristía no podía ser administrada; quizás lo que dijo tenía referencia con la Extremaunción, ya que mis recogimientos sobre este punto no son muy claros. Habló de diferentes tipos de unción, y en particular de aquella de los reyes, y dijo que incluso reyes malvados que fueran ungidos, obtendrían de ella facultades especiales. Puso ungüento y aceite en la caja vacía, y las mezcló, pero no puedo decir con seguridad si fue en este momento o en el tiempo de la consagración del pan, que bendijo el aceite.

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Vi entonces a Jesús ungir a Pedro y a Juan, en cuyas manos había ya vertido el agua que había vertido sobre sus propias manos, y a quienes les había dado a beber del cáliz. Luego puso sus manos sobre sus hombros y cabezas, mientras ellos, por su parte, unieron sus manos y cruzaron sus pulgares, inclinando hondamente sus cabezas ante él – no estoy segura de si incluso se arrodillaron. Ungió el pulgar y el dedo índice de cada una de sus manos, y marcó una cruz sobre sus cabezas con el Crisma. Dijo también que esto permanecería con ellos hasta el fin del mundo.

Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor, y Bartolomé, fueron también consagrados. Vi también que sobre el seno de Pedro cruzó una suerte de estola llevada alrededor del cuello, mientras que en los otros simplemente la colocó en cruz, desde el hombro derecho hasta el lado izquierdo. No sé si fue hecho en el tiempo de la institución del Sagrado Sacramento o solamente para la unción.

Entiendo que Jesús les comunicó mediante esta unción algo esencial y sobrenatural, más allá de mi capacidad para describirlo. Les contó que cuando hubieran recibido el Espíritu Santo, debían consagrar el pan y el vino, y ungir a los otros Apóstoles. Se me hizo saber entonces que, en el día de Pentecostés, Pedro y Juan impusieron sus manos sobre los otros Apóstoles, y una semana más tarde sobre varios de los discípulos. Después de la Resurrección, Juan dio el adorable Sacramento por primera vez a la Virgen Bendita. Este evento fue solemnizado como una festividad entre los Apóstoles. Es una festividad no mantenida más en la Iglesia sobre la tierra, pero la veo celebrada en la Iglesia triunfante. Por los primeros pocos días después de Pentecostés vi solamente a Pedro y a Juan consagrar la Sagrada Eucaristía, pero después los otros también la consagraron.

Nuestro Señor procedió a bendecir fuego en un recipiente de bronce y se tuvo cuidado de que no se extinguiera, por lo que fue mantenida cerca del lugar en donde el Sagrado Sacramento había sido depositado, en una división del antiguo hogar Pascual, y el fuego fue siempre tomado de allí cuando era necesario para propósitos espirituales.

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Todo lo que hizo Jesús en esta ocasión fue hecho en privado, y enseñado igualmente en privado. La Iglesia ha retenido todo lo que era esencial de estas secretas instrucciones y, bajo la inspiración del Espíritu Santo, las desarrolló y adaptó a todos sus requerimientos.

Si Pedro y Juan fueron ambos consagrados obispos, o si Pedro sólo como obispo y Juan como sacerdote, o a qué dignidad fueron elevados los otros cuatro Apóstoles, no puedo aventurarme a decirlo. Pero las diferentes maneras en las que nuestro Señor arregló las estolas de los Apóstoles parece indicar diferentes grados de consagración.

Cuando estas santas ceremonias fueron concluidas, el cáliz (cerca del cual el sagrado Crisma también estaba) fue recubierto, y el Adorable Sacramento fue llevado por Pedro y Juan hasta la parte trasera del cuarto, la cual estaba separada por una cortina, a partir de la cual venía el Santuario. El sitio donde el Sagrado Sacramento fue depositado no estaba muy lejos por sobre el fogón Pascual. José de Arimatea y Nicodemo cuidaron del Santuario y del cenáculo durante la ausencia de los Apóstoles.

Jesús de nuevo instruyó a sus Apóstoles por un considerable tiempo, y también oró varias veces. Frecuentemente parecía estar conversando con su Padre Celestial, y estar desbordante de entusiasmo y amor. Los Apóstoles también estaban llenos de alegría y fervor, y le hicieron varias preguntas las cuales contestó sin dilación. Las Escrituras deberían contener mucho de éste último discurso y conversación. Les contó a Pedro y a Juan diferentes cosas que deberían ser conocidas después por los otros Apóstoles, quienes a su vez debían comunicarlas a los discípulos y a las santas mujeres, de acuerdo a la capacidad de cada uno para tal conocimiento. Tuvo una conversación privada con Juan, a quien le contó que su vida no sería más larga que la de los otros. Le habló también respecto a siete Iglesias, algunas coronas y ángeles, y lo instruyó en el significado de ciertas figuras misteriosas, las que denotaban, según lo que más creo, diferentes épocas. Los otros Apóstoles estaban algo celosos de esta comunicación confidencial hecha a Juan.

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Jesús también habló del traidor. “Ahora él está haciendo esto o aquello”, dijo, y yo, en efecto, vi a Judas haciendo exactamente lo que decía de él. Como Pedro estaba vehementemente protestando que siempre se mantendría fiel, nuestro Señor le dijo: “Simón, Simón, mirad que Satanás ha deseado teneros para poder tamizaros como al trigo. Pero he orado por Vos para que vuestra fe no decaiga; y una vez que estéis convertido, confirmad a vuestros hermanos.”

De nuevo, nuestro Señor dijo, que a dónde él iba ellos no podrían seguirlo, cuando Pedro exclamó: “Señor, estoy listo para ir con Vos hasta la prisión y la muerte”. Jesús replicó: “Amén, Amén, os digo, antes de que el gallo cacaree dos veces, Vos me negaréis tres.”

Jesús, mientras hacía saber a sus Apóstoles que los tiempos de prueba estaban a la mano para ellos, dijo: “Cuando los envié sin bolsa, o vales, o calzado, ¿necesitaron de algo?” Ellos contestaron: “Nada.” “Pero ahora”, continuó, “aquel que tiene una bolsa que la lleve, lo mismo el vale, y aquel que no tiene, que venda su abrigo y compre una espada. Ya que os digo, que esto que está escrito aún debe ser cumplido en mí: Y ENTRE LOS MALHECHORES FUE CONTADO. Ya que las cosas referentes a mí tienen una consumación”. Los Apóstoles sólo comprendieron sus palabras en un sentido físico, y Pedro le mostró dos espadas, que eran cortas y anchas, como dagas. Jesús dijo: “Es suficiente, vayamos pues.” Entonces cantaron el himno de acción de gracias, pusieron la mesa sobre un costado, y fueron al vestíbulo.

Allí, Jesús encontró a su Madre, María de Cleofás, y Magdalena, quien encarecidamente le suplicó no ir al Monte de los Olivos, ya que un rumor se había esparcido de que sus enemigos buscaban apresarlo. Pero Jesús las confortó con pocas palabras, y se dio prisa – eran entonces cerca de la nueve de la noche. Bajaron el camino por el cual Pedro y Juan habían venido hacia el cenáculo, y dirigieron sus pasos hacia el Monte de los Olivos.

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Siempre he visto la Pascua y la institución del Sagrado Sacramento teniendo lugar en el orden relatado antes. Pero mis sentimientos estaban a cada momento tan fuertemente excitados y mi emoción era tan grande, que no pude prestar mucha atención a todos los detalles, pero ahora los he visto más claramente. No hay palabras que puedan describir cuán dolorosa y fatigosa es semejante vista como aquella de contemplar los ocultos recovecos de los corazones, el amor y la constancia de nuestro Salvador, y saber al mismo tiempo todo lo que estaba por acontecerle. ¡Cómo sería posible observar todo aquello que es meramente externo! El corazón se desborda de admiración, gratitud y amor – la ceguera de los hombres parece completamente incomprensible – y el alma está abrumada por la aflicción ante el pensamiento de la ingratitud del mundo entero, ¡y de sus propios pecados!

La acción de comer el Cordero Pascual fue realizada por Jesús rápidamente, y en entera conformidad con todas las ordenanzas legales. Los Fariseos eran de la costumbre de adicionar algunas ceremonias minuciosas y supersticiosas.

 

 



[1] El valle de Josafat es el nombre con que tradicionalmente se conoce al valle del Cedrón, que separa el monte donde se asentaba el Templo del Monte de los Olivos.

[2] Ella explicaba aquí de nuevo la manera en que las familias se reunían y en qué número. Pero el escritor ha olvidado sus palabras.

[3] Un pie equivale a 12 pulgadas o cerca de 30 centímetros, siendo entonces medio pie unos 15 cm.

[4] Ella no estaba segura de si el Sagrado Sacramento fue dispensado en el orden antes mencionado, ya que en otra ocasión había visto a Juan como el último en recibirlo.

[5] No fue sin sorpresa que el editor, algunos años más tarde de que estas cosas hubieran sido relatadas por la Hermana Emmerich, leyó en la edición Latina del Catecismo Romano (Mayence, Muller), en referencia al Sacramento de la Confirmación, que de acuerdo a la tradición del santo Papa Fabián, Jesús enseñó a sus Apóstoles en qué manera debían preparar el Sagrado Crisma, después de la institución del Sagrado Sacramento. El Papa dice expresamente, en el párrafo 54 de su Segunda Epístola a los Obispos del Este: “Nuestros predecesores recibieron de los Apóstoles y nos transmitieron que nuestro Salvador Jesucristo, después de haber hecho la Última Cena con sus Apóstoles y lavado sus pies, les enseñó cómo preparar el Sagrado Crisma”.

 

Traducido por Marcelo