Bailar al son de la música afrolatina es extroversión y gozo que exige espacios amplios y limpios de obstáculos, algo francamente antagónico de esos recintos tortuosos iluminados al parpadeo donde barras, rincones, desniveles e implementos mil decantan una topografía mas próxima al laberinto que a la pista de baile. De algún modo debía resolverse esta palmaria incongruencia, o como mínimo aliviarla en parte. Las discotequecas no albergan música afrolatina tal cual, pero por suerte para los bailarines cabales no se han librado de sus buenas dosis de toque latino, y de ello pueden dar puntual noticia desde los seguidores del rock achicanado de Santana hasta los amantes del funk-jazz británico.
August Darnell, mas conocido como Kid Creole, concibió uno de los mas inteligentes espectáculos del pop. La hibridación pop mas ampliamente difundida de lo que en el mundo anglosajón se denomina latín internacional es la cimentada a mediados de los setenta en torno a la Dr. Buzzard´s Original Savannah Band. Esa colorista y caliente formación neoyorquina, fundada en 1976 por Stony Browder, daba cobijo a tres músicos de origen latino: Andy Coatí Mundi Hernandez, mas conocido entre los círculos salseros como Andy El loco a causa de su propensión a tocar el piano con posaderas, el mítico Don Armando, criado en El Barrio y en otros tiempos integrado en las bandas de gira de James Brown, y Cory Daye, hijo de portugués y puertorriqueña. Percusiones de matriz africana, cuerdas al estilo hollywoodense, vientos tras las huellas de una big-band ellingtoniana, ritmo bata mutando subliminalmente hacia un vudú urbano, tam-tams en el imperio de las telecomunicaciones, todo revuelto en fresco cóctel para que ningún discjokey discotequero de Nueva York pueda poner en cuarentena la bailabilidad del producto. En 6 años, la banda pone en circulación cuatro albumes, dos con RCA y otros tantos con Elektra. En el ínterin, el hermano menor de Browder, el bajista de la banda, va acumulando alias (Darrio, August Darnell, Kid Creole) e ideas, hasta que en principios de 1980 decide poner en marcha, junto con Andy Hernandez, un nuevo y alocado proyecto: Kid Creole and The Coconuts. Se trata de exponer un tropicalismo de mil soles, de potenciar la vertiente espectacular de la Savannah band (que sigue su camino sin los prófugos), de recuperar, en lo posible, la locura escénica de los veinte con la empanada de sonidos propia de los ochenta. Y Kid Creole, Coatimundi y sus sabrosisimas coristas-bailarinas lanzan sus dos primeros discos, Off the coast of me y Fresh fruit in foreign places, se conciben como minumusicales de pop latinizado, con cierta trama interna que les da compacidad al tiempo que dificulta su aceptación masiva. No importa demasiado. No es ninguna novedad que a mayor imaginación y calidad, mayores trabas a la hora de triunfar en el negocio discográfico, sus injertos de castellano, italiano, teatralidad y majadería difícilmente iban a colaborar a su difusión masiva. Pero a la postre el espectáculo ha podido con la música, les ha abierto mercados que probablemente ni sospechan. Han ido cayendo los discos-Tripical gansters (1982), Doppelganger (1983), In praise of older women and other crimes-, se han multiplicado las giras fuera de Estados Unidos, se han consolidado como arquetipo del pop arrevistado para públicos proclives al sonido disco con gusto herético. Y a pesar de las tareas de August Darnell como productor, o de los escarceos de Andy Hernandez en solitario, la forma idónea de paladar ese suave cóctel no es precisamente el vinilo. Hay que verlos para creerlos. Hay que verlas gozarlas. |
La fiebre discotequera - Los grandes de los 70 - Cine disco |