CUIDADO CON LOS FALSOS PROFETAS
Mateo 7,15-20
EL EVANGELIO AQUÍ Y AHORA
Radio María
Cuarto Miércoles 12ª Semana
Texto BJ
15 « Guardaos de los falsos
profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas,
pero por dentro son lobos
rapaces.
16
Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de
los abrojos?
17
Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos.
18
Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos
buenos.
19
Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego.
20
Así que por sus frutos los reconoceréis.
Jesús
dijo a sus discípulos:
15 Tengan cuidado de los falsos
profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son
lobos rapaces. 16 Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los
espinos o higos de los cardos? 17 Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y
todo árbol malo produce frutos malos. 18 Un árbol bueno no puede producir
frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos.
19 Al árbol que no produce frutos
buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. 20 Por sus frutos, entonces,
ustedes los reconocerán.
Queridos
hermanos radioyentes de Radio María:
En el texto evangélico de hoy, Jesús nos pone en
guardia contra los falsos profetas. Y al ponerme a exponer y explicar sus
palabras no puedo menos que pedirle que me asista con su gracia, con el
Espíritu Santo de la Verdad y que me guarde del espíritu de la mentira y de la
falsa profecía. Que nada falso se infiltre, ni hoy ni nunca, en mi explicación
de su Palabra. Nada que envenene su enseñanza que es verdadero Pan de Vida.
De un buen administrador se espera que sea fiel y que
no se apropie de los bienes que administra, que no son suyos, sino del dueño
que se los confía para que los administre. Así también, los sacerdotes, no
somos dueños de la palabra de Dios, sino sus ministros, su servidores, sus
administradores o mayordomos.
Sería un falso profeta el sacerdote que
predicara sus propias opiniones humanas y no la doctrina que la Iglesia recibió
de Jesús, la que enseña guiada por el Espíritu santo, y de la cual él debe ser
fiel administrador y servidor. Un buen profeta es el que no aspira a ser
panadero, sino que está contento de ser repartidor. No se amasa los mensajes:
reparte diligentemente el pan que el Padre amasa para sus hijos.
Enseñanzas para los discípulos que no entiende todo el mundo
El Evangelio que acabamos de leer, junto con
el que se leía ayer y el que leeremos mañana, forman la conclusión del Sermón
de la Montaña.
Como ustedes saben, el Sermón de la
Montaña contiene las enseñanzas de Jesús a sus discípulos: “al ver a
la muchedumbre, Jesús subió a la montaña y se le acercaron sus discípulos.
Y entonces comenzó a enseñarles con estas palabras: felices los pobres en el
espíritu...” (Mateo, 5,1)
La muchedumbre
está al fondo. Los discípulos en primer plano, cerquita de Jesús. Reciben la
enseñanza de Jesús, que se la entrega a ellos, como hará con el pan para
repartir entre la muchedumbre. Los discípulos son los encargados de entender la
enseñanza de Jesús y seguirla predicando a toda la Humanidad en todos los
tiempos.
Tengamos pues, bien claro, que las cosas que Jesús
enseña, son cosas que los hombres no podrían entender, a menos que se hiciesen
discípulos de Jesús. No nos asombre que haya quien no sólo no las entienda,
sino que las declare locura, ilusión, mentira, opio del pueblo, verso,
misticismo irreal o irrealizable... No nos escandalicemos de que esas
enseñanzas sean descuidadas, rechazadas e incomprendidas por tantos.
Si yo las entiendo, eso no es un hecho natural, sino
pura gracia. Puedo llenarme de alegría, y agradecerle al Padre, ¡gracias porque
me has dado un corazón de discípulo de tu Hijo!
Si no las entiendo, en vez de cuestionar esas palabras
que me parecen duras, debería quizás cuestionarme a mí mismo y preguntarme si
el duro no es mi corazón, o mis oídos incapaces de entender: “Corazón mío ¿eres
discípulo de Jesús? ¿lo amas?” Porque si tu corazón está cerrado al amor a
Jesús, también tu inteligencia permanecerá cerrada para sus enseñanzas. Y si no
te haces discípulo del Hijo de Dios, ¿quién te podría enseñar a llegar a ser
Hijo de Dios? “A los que creen en su nombre se le dio poder de llegar a ser
hijos de Dios” (Jn 1,12)
Esto es algo de lo que nos olvidamos
a veces los creyentes. Y nos extrañamos de que no todos entiendan, acepten y
reciban las enseñanzas de Jesús. Que les suenen tan extrañas e irreales.
Por eso, al terminar su sermón del
Monte, Jesús nos dice las palabras que leíamos ayer: “Vosotros, entrad por
la puerta estrecha. Porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a
la perdición, y son muchos los que entran por él. En cambio es estrecha la
puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo
encuentran” (Mt 7,13-14).
Estas palabras expresan la tristeza de Jesús, nuestro
salvador, por la suerte eterna de tantos hombres, creados para ser hijos de
Dios y que nunca llegan a serlo. Pero estas palabras manifiestan al mismo tiempo
la preocupación de Jesús por la suerte de sus discípulos en medio de la
generación pecadora. El Mensaje de Nuestra Señora a los pastorcitos de Fátima
nos confirma que esos siguen siendo los sentimientos de Jesús y de su Madre.
Antes de pasar el contenido del texto evangélico que
hemos leído, quiero invitarte, querido oyente, a contemplar un poco a este
Jesús preocupado por nosotros, preocupado por sus discípulos. Después de haber
considerado esta preocupación, comprenderemos mejor el sentido y el alcance del
texto evangélico que vamos a meditar.
Nos hace bien saber que Jesús está preocupado por
nosotros. Que Él sabe que estamos en este mundo, en una situación difícil,
riesgosa, que vamos por un camino estrecho y angosto, que tenemos que nadar
contracorriente y entre remolinos. Que, como dice Pedro, el demonio anda suelto
y rondándonos como un león rugiente que busca a quién devorar (1ª Pedro 5,8).
Esta solicitud de Jesús por nosotros
se manifiesta en muchos pasajes de Evangelio donde Jesús, nos recomienda que
nos cuidemos, con la solicitud de una madre que teme por sus hijos y los pone
en guardia acerca de los peligros que les sobrevendrán.
Leemos en el sermón de despedida de Jesús en el evangelio
de Marcos (cap. 13): “Cuídense, porque los entregarán” (v.9); “estén alerta,
porque surgirán falsos cristos y falsos profetas... miren que se lo he
advertido antes” (v. 22); “estén en
guardia, atentos, y no se duerman, no sea que cuando venga yo los encuentre
dormidos” (v.33).
En el sermón de la última cena se reflejan los mismos
sentimientos de Jesús, de preocupación por la situación en que estamos en el
mundo. Jesús sabe y nos avisa, -para que nos cuidemos y sepamos cómo actuar-,
que: “en este mundo tendrán tribulación, pero confiad, yo he vencido al mundo”
(Jn 16,33).
Ser discípulos de Jesús y vivir según la verdad no es
un seguro de bienestar material, social, ni familiar. Jesús nos advierte que el
mundo nos odiará, por ser de Cristo (Jn 17,14), y porque no es el discípulo
mayor que su maestro (Mt 10,24). Nos advierte que a veces los propios
familiares de su discípulo serán sus enemigos (Mt 10,34-36). En su oración
sacerdotal, Jesús pide al Padre por los discípulos que deja en este mundo: “Por
ellos te pido... yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo”
(Jn 17,11).
Si alguna vez me siento tentado de pensar que Jesús y
el Padre me han olvidado; que Jesús duerme en medio de la tormenta y que no le
importa nada de mí; que mi suerte le es indiferente...
Entonces
haré bien en detenerme a meditar todas esas palabras de Jesús que manifiestan
su preocupación por sus discípulos y que apuntan a enseñarnos a vivir como
Hijos del Padre, imitándolo a Él. El Hijo perfecto, y el maestro en el arte de
dejarse engendrar por Dios Padre.
Tenemos que volver a leer el texto
evangélico mirándolo a Jesús con cara preocupada por nosotros y poniéndonos en
guardia contra un mal del que Él está cierto que nos acecha y nos puede dañar
terriblemente: los falsos profetas.
Los había antes
que él, los había en su tiempo y Jesús profetiza que los habrá siempre pero que
abundarán especialmente en los últimos tiempos.
De los falsos profetas en el Antiguo Testamento, Dios dice por boca del profeta Jeremías: “Por tanto, así dice Yahveh Sebaot tocante a los falsos profetas: [...] a partir de los profetas de Jerusalén se ha propagado la impiedad por toda la tierra. [...] No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan. Os están embaucando. Os cuentan sus propias fantasías, no cosa de boca de Yahveh.” (Jer 23,15-16).
De los falsos profetas en el tiempo
de Jesús, sabemos que, en ese tiempo, aparecían con frecuencia aspirantes a
Mesías, que embarcaban a los idealistas en aventuras mesiánicas, militares y
políticas. Muchos eran celosos creyentes, por lo que a su partido se les
llamaba zelotes: los celosos, los comprometidos.
De los profetas falsos en los
últimos tiempos nos ha dicho Jesucristo que se harán pasar por Cristo. Que se
opondrán a Cristo mediante la falsificación y la impostura. Dirán: Soy Yo. O
dirán: mírenlo aquí, mírenlo allí.
Habrá también falsos profetas de la
religión del mundo y del dinero. El mundo incrédulo también tiene su religión,
su idolatría secreta, con sus promesas, sus sacerdotes, sus sacrificios y
holocaustos y sus profetas. A diferencia de los falsos profetas embaucadores,
estos falsos profetas de Baal, hablarán abiertamente contra Cristo. Y a causa
de ellos, muchos creyentes débiles en su fe, caerán en la apostasía. Pero ellos
no constituyen, un peligro para los que aman a Cristo de verdad.
Peligrosos para los discípulos serán
los falsos profetas que hablarán como si fueran discípulos. Los falsos hermanos
de los que habla San Pablo. Y los lobos con piel de oveja de los que nos habla
el mismo Jesús en el texto de hoy.
Tendrán la boca llena de Cristo. Pero un Cristo sin
Padre y que no lleva al Padre. Un
Cristo que no es camino, porque no lleva al Padre, sino que se queda en sí
mismo. Un Jesucristo que tampoco parece tener madre ni hermanos. Un Jesucristo
polígamo; que tiene tantas esposas como Iglesias hay o pueda haber. No, ese
Jesucristo no es Dios verdadero, porque no es Hijo del Padre ni es hombre
verdadero, porque no tiene madre ni hermanos, ni una esposa a la que es fiel.
Ese no es el Cristo venido en Carne. ¿Y quién es el que niega al Cristo venido
en carne sino el Anticristo, es decir, el que se hace pasar por Cristo? (1ª
Juan 2,22; 4,2-3)
Esos falsos profetas y anticristos hablarán tan bien
de Cristo, dirán cosas tan verdaderas, que no será posible reconocerlos por lo
que dicen, sino por lo que hacen: “no puede un árbol malo dar buenos
frutos... por sus frutos los conoceréis”.
¡Qué sabiduría la tuya, mi Jesús, mi maestro,
mi Señor! Gracias por enseñarme a discernir a los falsos profetas atendiendo a
lo que hacen, más que a lo que dicen.
El beso de Judas era un beso perfecto.
Exteriormente era una perfecta expresión de amor. Todos los que lo vieron
pudieron emocionarse ante el amor del discípulo. Pero Jesús sabía que el fruto
de aquel corazón era la traición. La falsa profecía puede ser una obra de arte
de la mentira, y no es raro que lo sea, porque proviene del padre de la
mentira.
Ya lo dice en efecto San Pablo refiriéndose a algunos
embaucadores en la iglesia de Corinto: “Esos
tales son unos falsos apóstoles, unos operarios engañosos, que se disfrazan de
enviados de Cristo. Y nada tiene de extraño, porque el mismo Satanás se
disfraza de ángel de luz. Por lo tanto no es extraño que sus ministros se
disfracen también de ministros de justicia. Pero su fin será conforme a sus
obras” (2 Cor 11, 13-15). Pablo
aplica aquí el discernimiento por las obras, que nos enseña Jesús.
Cuando nos ponemos a meditar en estas cosas, puede
asaltarnos un cierto temor. Y me parece saludable porque nos evita vivir en la
presunción y en el descuido. ¿Quién podrá presumir de que a él el Diablo, que
es el padre de la mentira, no lo va a engañar? ¿cómo juzgaremos si los frutos
son buenos o malos? ¿cómo podremos reconocer a los falsos profetas?
¿Cómo discerniremos los frutos
buenos de los frutos malos?
Tenemos al Espíritu Santo y a la
Sagrada Escritura.
Jesús nos comunica el Espíritu Santo, que nos enseña
todas las cosas. Que convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio.
Al hacernos discípulos de Jesús
recibimos Espíritu de Hijos, Espíritu de verdadera profecía, con el cual
podemos reconocer las falsas profecías. El fruto bueno se juzga por el sabor. Y
el Espíritu Santo nos da el gusto y el
olfato de las cosas divinas, que nos permiten reconocer las que no lo son. El
amor no se engaña acerca de lo que lo contradice.
Tanto como nos podría preocupar y
alarmar la profecía de Jesús acerca de la asechanza inevitable, perenne y
cierta de los falsos profetas, nos puede animar la confianza que Jesús deposita
en sus discípulos, en la Iglesia, depositaria del Espíritu Santo, para
desenmascarar la astucia de las falsas profecías.
Por vocación de Hijos de Dios, los
discípulos de Jesús, estamos llamados y capacitados para “probarlo todo y
retener lo bueno” (1ª Tes. 5,21) puesto que se nos capacita y destina a “juzgar
al mundo” (1 Cor. 6,2).
Pero Además de la enseñanza interior del Espíritu
Santo, tenemos también las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, acerca de las
obras malas de la carne y los frutos buenos del Espíritu.
San Pablo enseña: “El fruto del Espíritu Santo es
caridad, gozo, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
templanza” (Gal 5,22-23). Estos son los frutos buenos que da el árbol
bueno. Si los falsos profetas dan frutos malos, han de ser los contrarios a la
caridad, al gozo y a la paz. Lo contrario de la caridad es la búsqueda del
propio interés y no de la gloria del Padre, de los intereses de Cristo y del
bien de los demás. Los falsos profetas se buscan a sí mismos, viven para sí,
para su gloria y sus intereses. Sus frutos son desamor, egoísmo, odio, envidia,
y acedia; tristeza en lugar de gozo, y, en lugar de paz: inquietud, ansiedad,
desasosiego, discordia.
Así describe Pablo las obras de la carne, opuestas a
los frutos del Espíritu puesto que nacen de deseos contrarios: “Las obras de
la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,
hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones,
envidias, embriagueces, orgías y otras cosas por el estilo” (Gal 5,19-21).
La profecía verdadera proviene del Espíritu de la
caridad y produce frutos de gozo y paz... Los frutos de la falsa profecía son
los contrarios. Pero eso no impide que los falsos profetas, siendo “más
amantes de los placeres que de Dios” tengan “la apariencia de la piedad
pero nieguen su eficacia” (1ª Tim 3,4-5). Es el pecado de hipocresía que
Jesús tanto afea y deplora.
San Doroteo de Gaza afirma que este
tipo de mentira que consiste en encubrir, hipócritamente, la propia impiedad
bajo un discurso piadoso, suele darse en los ambientes más piadosos, como son
los monasterios. A esta forma de mentira, San Doroteo la llama mentir con la
vida. Oigamos lo que dice este santo abad del desierto a sus monjes:
“Ya hemos hablado del que miente con el pensamiento y
con las palabras. Nos queda por decir quién es el que miente con su misma vida.
Miente con su vida el lujurioso que se precia de casto; el avaro que habla de
limosnas y elogia la caridad; o también el orgulloso que elogia la humildad. No
la elogia con intención de recomendar la virtud sino que [...] para cubrir su
propia vergüenza pone por delante el nombre de la virtud hablando de ella como
si fuese virtuoso. Y muchas veces lo hace para hacer daño y engañar a alguien,
ya que ninguna maldad, ninguna herejía, ni el mismo diablo podrá engañar si no
es simulando una virtud [...] De esta manera, sea para evitar la humillación o
por vergüenza, o con el objeto de seducir y engañar a alguien, el mentiroso
habla de las virtudes, las alaba y admira, como si él mismo las hubiese
adquirido. Así es el que miente con su propia vida. No es simple, sino doble.
Es uno por dentro y otro por fuera. Toda su vida no es más que duplicidad y
farsa” (IX Conferencia: Sobre la
Mentira)
Hemos explicado el sentido literal
del evangelio de hoy a la luz de las mismas Escrituras. Llega el momento de
arrojar la luz que irradia el evangelio sobre hechos y acontecimientos de
nuestra cultura, del mundo y del pueblo de Dios en que vivimos...
La falsa profecía, como vemos, no es una posibilidad
irreal sino un hecho comunísimo. Jesús tenía razón en ponernos en guardia.
Ni siquiera el sacerdote está libre – por lo visto -
de esta tentación. Diría que precisamente él es el más expuesto a incurrir en
falsa profecía, ya que su misma vocación y su mismo ministerio ordenado son
proféticos. El sacerdote se convierte fácilmente en falso profeta cuando busca
agradar a la gente diciéndoles lo que quieren oír, en vez de proclamar la
palabra de Dios aunque les desagrade.
Por ejemplo: Me he encontrado jóvenes que mantenían
relaciones prematrimoniales y a los que un sacerdote les había dicho que eso no
era pecado, mientras fuese por amor. Falsa profecía. Debía haberles dicho ese
sacerdote, que el verdadero amor sabe esperar, sabe dominar la pasión de la
lujuria y que la caridad verdadera entre los novios, la amistad entre los
novios, se agiganta cuando se ayudan mutuamente a vivir en el amor a Dios, a
dominar sus pasiones, a practicar la virtud. Cuando la novia se hace el ángel
guardián de su novio y lo ayuda a dominar su pasión con su razón. Y cuando el
novio guarda y aguarda a su novia, y muere a su pasión por amor a ella. Obrando
así, practican ya, desde el noviazgo la castidad esponsal, que es la virtud que
asegura más adelante un matrimonio fiel y feliz. Donde ambos esposos se
realizan a sí mismos como hijos de Dios y ayudan al otro a vivir como Hijo de
Dios.
Porque también son falsos profetas los moralistas y
sacerdotes que enseñan que todo vale dentro del matrimonio, como si
fuese imposible pecar de lujuria dentro del matrimonio. Falsa profecía, que
oculta la verdad acerca de este magno y misterioso sacramento destinado a
llenar no sólo la tierra sino también el cielo, de Hijos de Dios y adoradores
del Padre.
Falsos profetas son los sacerdotes, catequistas, o
padres, que les dicen a los niños o a sus hijos que no tienen que ir a Misa
si no lo sienten. Falsa profecía. Deberían profetizarles la verdad, o sea,
que el que no siente nada por Dios, es porque tiene un corazón de piedra. Y que
ese es un corazón que está muerto. Deberían profetizarles diciendo que Amar a
Dios sobre todas las cosas es el primero, el más grande y el más importante de
todos los mandamientos. Y que si no quieren ir a misa es señal de que no están
amando a Dios como Dios quiere y merece ser amado. Y que así nunca llegarán a
ser Hijos de Dios, ni heredarán la vida eterna. Y que esa es la peor desgracia
que le puede suceder a un ser humano.
Falso profeta es el que tuerce cualquier verdad
revelada porque le resulta dolorosa o incómoda, o porque lo hace sentir
culpable; o porque hace acepción de personas; o por una falsa compasión.
Hay sacerdotes que por una malentendida misericordia
pastoral, les dicen a los divorciados y vueltos a casar que pueden acercarse a
comulgar. Y, no falta el que se busque y encuentre un sacerdote que le diga lo
que quiere oír. Ya predecía San Pablo que “Vendrá un tiempo en que los
hombres no soportarán la doctrina. Sanadora, sino que, arrastrados por sus
propias pasiones, se buscarán maestros que les hagan caricias en los oídos” (2 Tim 4,3). Es decir, que les digan lo que
quieren oír. La imagen que usa Pablo hace pensar en los perros a los que les
gusta que les acaricien las orejas. Y agrega: apartarán sus oídos de la
verdad, por el prurito de oír novedades, y se volverán a las fábulas”.
La actitud de los que “siempre
están aprendiendo y no son capaces de llegar al pleno conocimiento de la
verdad” que denuncia San Pablo (2 Tim 3,7) es hoy la de los escépticos que
hacen blasón de elegancia de estar eternamente en búsqueda y de no afirmar
nunca una certeza de fe.
San Cipriano, obispo y mártir, truena en su
tratado sobre los apóstatas, contra los que como falsos profetas que pretenden
interpretar el sentir de Dios, les regalan el perdón a los creyentes que,
habiendo negando a Dios, se avinieron a ofrecer sacrificios a los dioses. Los
argumentos del santo obispo son aplicables a muchas situaciones en las que se
echa mano de falsa profecía y los hombres se manotean el juicio de Dios
reduciéndolo a su juicio humano:
“Los que os llaman dichosos
os inducen en error y obstaculizan la senda de vuestra conversión. El que [...]
es necesario que el sacerdote del Señor no engañe a nadie con halagos engañosos, sino que les recete y
aplique remedios eficaces. Sería médico inhábil el que palpara con mano
melindrosa en vez de abrir los abscesos [...] Pero ha sobrevenido, queridísimos
hermanos, como si no fuera bastante esta terrible tormenta de la persecución,
ha venido a sumarse una nueva calamidad, que consiste en un mal engañoso y una
indulgencia perniciosa que se practica con los que negaron a Cristo, bajo el
título de misericordia. Obrando en contra del vigor evangélico y contra la ley
del Dios y Señor nuestro, algunos otorgan la comunión a los incautos, incurriendo
en una temeraria indulgencia, tan perjudicial para los que la dan como para los
que la reciben sin ningún provecho. No procuran la curación que da la
penitencia, ni la verdadera medicina que consiste en la reparación de la falta.
Se desentienden de la penitencia de los corazones y se borra la memoria de tan
grave delito. Se encubren las heridas de los moribundos y la llaga mortal
clavada en lo más profundo de las entrañas se cubre con simulada compasión. Los
que vuelven de haber ofrecido en el altar del diablo se acercan al santuario
del Señor con las manos manchadas e impregnadas del olor de los sacrificios
[...] Pero nadie se llame a engaño: solamente el Señor puede tener
misericordia. Solamente Él puede perdonar los pecados que se han cometido contra
Él mismo [...] El hombre no puede sustituirse a Dios, ni el ministro puede
perdonar los delitos graves cometidos contera su Señor [...] si alguno con
temeraria y anticipada precipitación cree poder conceder el perdón de los
pecados a todos [...] Además, obrando así, desconoce el mérito de los mártires.
Si no corrige al que negó a Dios, tampoco reconoce el mérito del que lo
confesó. [...] desacredita la dignidad de los mártires y aja la corona de su
gloria” (San Cipriano, Tratado sobre los Apóstatas
Nos. 14-21)
He citado largamente el pensamiento
de San Cipriano porque es muy iluminador para nuestros días. ¿No nos hacemos
cómplices los creyentes, -y a veces más que nadie los mismos sacerdotes-, con
demasiada facilidad de los que menosprecian a Dios y ofrecen sus sacrificios a
los ídolos de este mundo?
¿Acaso no hemos visto y seguimos
viendo cristianos quemando incienso a los dioses de este mundo?
El dios del progreso, que tiene sus
falsas profecías de un futuro mejor: un mundo sin clases que se ha de lograr
mediante la abolición de las clases. Un mundo de paz y sin guerras que hay que
lograr mediante guerras. Un mundo de bienestar económico que hay que lograr
mediante sacrificios económicos.
Hijo del dios del progreso económico, el dios dinero,
tiene sus falsos profetas, que viven prometiendo seguridad y bienestar y tiene
sus sacerdotes, que viven reclamando insaciablemente sacrificios hoy para que
sobrevenga el bienestar en un mañana que
nunca llega.
Profecías del dios del progreso pronuncian los mesías
políticos, que prometen la salvación a plazos, mediante la renovación
quinquenal de las promesas de salvación socio-económica.
Y terminamos ya, queridos oyentes. ¿No es verdad que
Jesús tiene sus razones para estar preocupado por nosotros? Nos ve caminar por
esta senda estrecha, flanqueada por las cadenas de altavoces de los falsos
profetas, las cadenas radiales y de las redes y cables de televisión; aturdidos
por el bombardeo de los falsos profetas de la modernidad, servidores de la
cultura dominante. Con cuánta razón nos dice: Guardáos de los falsos profetas.
Velad y orad para que no caigáis en tentación, Porque el espíritu está pronto
pero la carne es debíl.
Y al despedirme de Ustedes hasta el próximo 26 de
Julio, los invito a orar juntos al Señor:
“Oh
Jesús que en la Cruz has demostrado
tu
gran amor, tu gran misericordia
y
tu fuerza nos das, para seguirte
por
tu mismo camino hacia la gloria.
“Oh
Jesús que en el Monte nos has dado
tu
enseñanza divina y salvadora
y
te muestras inquieto y preocupado
por
tanta profecía engañadora.
Te
agradecemos porque nos enseñas
que
hay quienes desearían esclavizarnos.
Que
andan lobos vestidos como ovejas
Y
debemos velar e ir con cuidado.
Alcánzanos
del Padre un amor fuerte
Que
queme las mentiras como escoria
Danos
tu caridad.-- Tu Amor ardiente,
nos
haga Hijos para darle gloria.
Que
amar al Padre con amor de Hijos
y
hacer gozosos su voluntad santa
sea
nuestra dicha durante el camino
y
mucho más lo sea allá en la Patria. Amén.