LA BELLLEZA FATAL
Sara y Rebeca
Horacio
Bojorge S.J.
1.- Tres
cuentos escandalosos
Hay tres relatos en el libros
del Génesis sobre los que se suele pasar como sobre ascuas, porque parecen dar
más motivo de escándalo que de enseñanza y edificación. Tras leer Génesis
12,10-20; 20,1-18 y 26,7-11, no se entiende bien cómo puede decirse de esos
textos, lo que San Pablo afirma de las Sagradas Escrituras: que son todas ellas
inspiradas por Dios y útiles para enseñar, corregir y educar en la justicia y así
el hombre de Dios se encuentre perfecto y preparado para toda buena obra [[1]].
El escandaloso argumento de
estos relatos es el siguiente: para evitar que el monarca - el Faraón en el
primer relato y Abimélek rey de los Filisteos, en los otros dos - tentado por
la hermosura de las esposas de los patriarces, los mate para arrebatárselas y
agregarlas a sus harenes, Abraham en los dos primeros relatos e Isaac en el
tercero, presentan a sus esposas, Sara y Rebeca respectivamente, como si fueran
sus hermanas y no sus esposas.
En el primero de los relatos se
da a entender que el Faraón tomó a Sara por mujer y no se acierta a saber si el
texto vela o revela pudorosamente que cohabitó con ella. En el segundo relato,
Abimélek, rey filisteo en Guerar, es disuadido en sueños de cohabitar con Sara
so pena de terribles castigos. En este segundo relato - como veremos - se trata
de explicar que Abraham no mintió al presentar a Sara como su hermana, pues era
realmente media hermana suya. En la tercera historia, el mismo Abimélek, rey
filisteo de Guerar, descubre a tiempo la mentira de Isaac respecto de Rebeca y
toma muy a mal el engaño que lo expuso a grandes males.
Tales relatos, -sobre todo el
primero, que no ha sido dulcificado-, resultan, con razón, chocantes. Y no sólo
porque en ellos los patriarcas aparecen mintiendo, sino, más aún, porque parecen
avenirse a entregar a otro sus mujeres para salvar la propia vida. También, o
quizás sobre todo, porque, considerándonos los creyentes tan hijos de Sara como
de Abraham, nos afrenta, nos atormenta, imaginar a nuestra madre en el lecho
del Faraón; o a ella, o a su nuera, en el harem de Abimélek, el rey filisteo.
Hemos dicho que en el segundo
relato, el de Génesis 20,1-18 se corrige la impresión de que Abraham mintiese.
Allí se nos explica que efectivamente Sara era hermana de Abraham por parte de
padre.
La
explicación, sin embargo, no sólo deja en pie el principal motivo de escándalo
en la narración, sino que enreda aún más lo que quería desenredar, porque si se
tienen en cuenta las rigurosas leyes del Levítico 18, el matrimonio de Abraham
con una hija de su padre era una de las uniones explícitamente prohibidas como
incestuosas (18,9). No acierta uno a saber qué es más inmoral, la tacha de
mentira o la de incesto [[2]].
Llama por otra parte la atención
que tanto el Faraón como el rey filisteo parezcan tener más temor de incurrir
en adulterio que los patriarcas. Ambos monarcas se horrorizan, por sus
terribles consecuencias, del engaño a que se los ha sometido o se los ha
querido exponer. Sobre el Faraón se precipitan terribles plagas que
parecen preanunciar las del Éxodo. Al rey filisteo se le preanuncian en sueños
castigos terribles. Estos monarcas parecen sensibles para creer en la
existencia de una némesis moral inmanente y divina, que acarrea maldiciones aún
al ignorante que tome mujer ajena.
2.- ¿Tres
narraciones didácticas?
¿Cuál es la intención de estas
narraciones? Es obvio que la intención del autor sagrado no es amenizar con
ellas su obra, condimentándolo con de sexo, intriga y suspenso; y resolviéndola
con un happy end. El hagiógrafo no es ni un libretista de Hollywood
ideando un film taquillero, ni un novelista cocinando un best seller.
Tampoco intenta meramente entretener con un cuento de fogón.
Por otro lado, las suyas son
historias tan verosímiles que no puede dudarse de que carezcan de fundamentos
históricos y que sean ficciones fruto de pura imaginación. Reflejan situaciones
y episodios no sólo posibles sino comunes en su época y durante muchos siglos
en aquellos ambientes, que no era necesario inventar.
Se trata, evidentemente, de 'historias
de familia' conservadas por su valor aleccionador y narradas, -no se
excluye que alrededor del fogón familiar- con intención didáctica.
2.1.- Foguear
el corazón de la mujer israelita y preservar la santidad familiar en medio de
las naciones
Podemos tratar de comprenderlas
como dirigidas a: a) formar el corazón de las jóvenes israelitas. Pero: b) no
con una mera intención moralizante y ética, sino como la precondición necesaria
para preservar la cultura familiar del pueblo de la Alianza en medio de
culturas de fuerza avasalladora. Los relatos tienden a salvaguardar la santidad
familiar del pueblo de la Alianza, para lo cual era necesario un tipo de mujer
que pudiese resistir al atractivo de usos culturales extraños a su pueblo. Un
tipo de mujer 'matriarcal' para esposa de los patriarcas. Diferente y en
oposición a un tipo de mujer sexy más propio de las culturas erotizadas
de Egipto y Canáan, donde sexualidad y santidad familiar estaban disociadas,
como lo denuncia Levítico 18,3 [[3]]. El modelo femenino de esas culturas, sin embargo, no
carece de seducción para el alma femenina.
En los números siguientes
desarrollaremos más diversos aspectos de estas dos intuiciones o tesis.
2.1.1 Las bellas sensatas
a) Los tres relatos ponen en
juego una serie de contenidos propios del alma femenina: la belleza, la
fidelidad, el halago de ser admirada por reyes y soberanos, la conciencia de
que su belleza puede ser una amenaza para la vida de sus esposos, la
conveniencia de velar la propia belleza a los ojos ajenos para proteger a los
suyos, las desgracias en que precipita la lujuria que su belleza despierta en
el varón, las desgracias que puede atraer su belleza sobre ellas mismas, sobre
los suyos, e incluso sobre los seducidos por su hermosura. La historia de Dina,
en Génesis 34, parece trasmitir un mensaje parecido.
2.1.2 En el mundo pero no del mundo
b) Los tres relatos se presentan
en ocasión de 'viajes al extranjero'. En el primero y tercer relato, lo que
empuja a Abraham y a su hijo Isaac fuera de su habitat, es el hambre. Ella los
obliga a ir, en busca de susbsistencia, a esas tierras donde habitan pueblos de
civilizaciones más prósperas: "Hubo hambre en el país"
comienzan contando el primero y tercer relato (Gen 12,10; 26,1). Por hambre,
pues, baja (yarad) Abraham a Egipto y va (halak) Isaac a Guerar.
El segundo relato nos dice, con
un juego de palabras, que Abraham habitó como extranjero (ger, gur) en Gerar,
tierra de los filisteos. En este caso no se habla explícitamente de hambre,
pero puede suponerse que se trata de una forma semejante de la necesidad:
encontrar nuevas tierras de pastoreo para sus ganados.
En este caso, por contraste, no
sería el hambre sino la abundancia de los ganados de un Abraham bienandante y
rico [[4]] el que lo empuja a tierras y entre culturas extrañas
en busca de pastos para sus ganados. En efecto: esta segunda narración culmina
con el ofrecimiento de sus tierras de pastura a Abraham por parte del monarca
filisteo: "Ahí tienes mi país por delante, quédate donde se te
antoje" (Gn 20,15). Y en el mismo relato, Abraham aparece como
propietario de pozos (Gn 21,25).
Todo este relato elohista de Gn 20
y 21, se ocupa de las relaciones de Abraham con los habitantes de Guerar y con
Abimelek, el rey filisteo, con el que termina pactando una alianza de amistad.
2.1.3 Cuidado que
aquí es distinto
Queda así de manifiesto que el
episodio de la esposa que debe pasar por hermana es uno de las situaciones que
se suscitan por vivir como extranjero en medio de otra cultura.
Los patriarcas se ven, pues,
obligados a cambiar de habitat e ingresar en territorios de culturas que son en
todos los aspectos -menos en el religioso y familiar - más refinadas y
superiores a las suyas: la egipcia y la filistea. En esas culturas, el erotismo
permite separar sexualidad y familia.
Entre el primero y el segundo de
nuestros relatos, encontramos abundante material relativo a las relaciones de
Abraham y Lot con los pueblos vecinos. Inmediatamente después del relato de la
bajada a Egipto, Abraham se separa de Lot y éste va a instalarse en la región
de Sodoma y Gomorra. Abraham hace guerra para liberar a su sobrino. La
destrucción de Sodoma y Gomorra es ocasión de pintar la corrupción cultural de
las ciudades donde había ido a instalarse Lot. Más terrible que la sodomía,
considera el autor sagrado la falta contra el derecho sagrado que da la
hospitalidad.
2.1.4 Uno puede
terminar siendo como ellos
El relato de Génesis 19,30-38,
que relata el incesto de las hijas de Lot con su padre, del que nacen los
moabitas y los amonitas, expresa por un lado la perversión del criterio de las
jóvenes que habitaran Sodoma y Gomorra, y por otro, quizás, el juicio adverso
de los israelitas sobre el erotismo incestuoso en Ammon y Moab, que atribuyen a
una herencia bebida con la leche materna: de tales madres tales pueblos...
Tanto la bienandanza excesiva
como la necesidad pueden poner en situación de tentación y pueden terminar en
corrupción. El trato con otros pueblos siempre es peligroso para la propia
identidad, y el reblandecimiento cultural puede entrar a través de la mujer.
Para subsistir o para seguir
prosperando, los patriarcas tienen que poner en riesgo su santidad familiar, de
pueblo de la alianza. Para atender a la necesidad imperiosa de los estómagos
deben exponerse - y exponer a sus esposas e hijas - al contacto con culturas
que pueden destruir cambiar el corazón de sus mujeres y de sus hijas, destruir su
tejido familiar y cultural, absorberlos y asimilarlos. Las mujeres israelitas
no sólo corren riesgo individual de violación sino otros riesgos, de peores
consecuencias para los suyos: el de la corrupción de sus criterios y
costumbres, el de la deformación de su autoimagen de mujer.
De hecho, la situación de
extranjeros, peregrinos, necesitados, los pone en condiciones de especial
debilidad ante sus huéspedes, fuertes, refinados, prósperos, pero pervertidos.
¿No pone la necesidad en el peligro de vender el alma? ¿No pone la necesidad en
peligro de olvidar la identidad y la dignidad propias? ¿No constituyen esas
culturas refinadas una atractiva seducción?
3.-
Examinaré
más de cerca y expondré algunas enseñanzas que me parece que se desprenden de
tres estos relatos de los que estoy tratando.
3.1.- La belleza de la esposa pone en peligro la
vida del esposo
El relato bíblico pondera la
belleza y apostura de Sara y Rebeca. Lo hace con matices distintos. De Sara se
dice que era hermosa de aspecto, muy
hermosa [[5]]. De Rebeca que era apuesta, de buen ver, de buen
aspecto o apariencia [[6]]. Queda fuera de duda que eran 'de belleza
internacional'; muy atrayentes también para los extranjeros.
En el Antiguo Oriente, donde los
israelitas, viviendo como extranjeros y peregrinos estaban solos, desprotegidos
y desamparados, estaban a merced de los poderosos.
El Faraón, o el rey de los
filisteos, que tienen su harén, los simbolizan. Monarcas en sociedades muy
erotizadas, eran arquetipos de la erotización que caracterizaba esas culturas.
El libro del Levítico, al trazar
el código de santidad sexual del pueblo elegido, le advierte: "no hagáis
como se hace en la tierra de Egipto, donde habéis habitado, ni hagáis como se
hace en la tierra de Canaán a donde os llevo, no debéis seguir sus costumbres.
Cumplid mis normas y guardad mis preceptos [de santidad familiar] caminando
según ellos" (Lev 18,3-4).
¿Quién podría resistir al
capricho de un soberano deseoso de agregar una bella a su colección de mujeres?
La belleza de las matriarcas ponía pues en real peligro la vida de sus esposos.
3.2.- La
belleza de la mujer pone en peligro su propia felicidad
Si bien la mujer israelita podía
sentirse halagada por que su belleza fuese admirada por los extranjeros, y más
aún, que se fijaran en ellas hombres notables y monarcas poderosos, la
perspectiva de ser incorporada a un harem, y perderse en el anonimato en medio
de mujeres rivales y extranjeras, para cebo de la lujuria de un soberano, no
debía parecerles una alternativa halagüeña, sino, más bien, una posibilidad
terrorífica.
Bien puede imaginarse el harem
como una especie de pesadilla infernal para el alma femenina: una especie de
prostíbulo privado del soberano; un lugar donde, a merced de la pasión del
monarca, las concubinas se despedazaban por sus rivalidades y sus celos,
condenadas a no poder realizar jamás el más íntimo anhelo del corazón femenino:
ser la única. Era bien preferible para la israelita ser la única y la amada de
su esposo bajo el precario techo de la tienda, según la usanza de su pueblo.
Hay aquí, quizás, una
explicación de por qué no se nos narra ninguna historia semejante acerca de
Lía-Raquel. La suerte de ambas hermanas condenadas a rivalizar por el amor del
esposo con las armas del encanto y los hijos, tenían, por fuerza, que
considerarla trágica y nada envidiable las mujeres israelitas. Los sufrimientos
de Ana, la madre de Samuel, mortificada por Feniná [[7]], la otra esposa de su marido, dan una idea de esas
penas infernales que podía sufrir una mujer sobre la tierra.
Por el contrario, la situación
de Sara y de Rebeca parece encarnar el ideal femenino israelita. Ellas,
mientras vivieron, fueron las únicas para Abraham e Isaac respectivamente.
3.3.- La
belleza salvífica de la mujer israelita
Tanto la belleza personal, el
encanto femenino, la capacidad de suscitar la admiración y de ser pretendidas
por hombres poderosos y de elevada condición, son hechos que pueden halagar
naturalmente al corazón femenino. La heroínas israelitas, saben poner su gloria
y su belleza al servicio de la salvación de su pueblo, de la misma manera que
las matriarcas estaban dispuestas a sacrificar hasta su honor de mujer por
salvar la vida de sus esposos. La reina Ester, por ejemplo, será una hija de
Israel que usará sus encantos y su capacidad de seducción sobre el corazón del
Rey pagano, en favor de su pueblo. La joven viuda Judit usará su belleza como
señuelo para seducir al general enemigo y quitarle la vida.
La belleza de la mujer israelita
no debe estar al servicio de su gloria propia. No la recibe la hija de Israel
para estarse mirando al espejo o para complacerse en rendir a los hombres, en
aras de su vanidad o de sus sueños de ambición personal, como hacen las mujeres
de las culturas erotizadas.
La belleza femenina es
salvífica. Debe desvelarse si es necesario para salvar y debe velarse cuando
sea necesario para salvar. La mujer israelita es un miembro de su pueblo y se
siente responsable de él tanto como de su esposo.
3.4.- La mujer
fatal
En las tres narraciones a que
nos referimos se afirma que el adulterio, real o posible, aún cometido por
ignorancia, es causa de terribles males para el Faraón o para los filisteos.
Sara y Rebeca no sólo son un
peligro por su belleza para la vida de sus maridos, sino que se convierten
también, para los que las codicien, en mujeres fatales.
Se lee en el trasfondo de estos
relatos la convicción más o menos inconsciente de que hay en la mujer, latente,
una posible destructividad. Así como la mujer es causa de intensa dicha y
bendición, puede ser causa de desgracia y maldición.
La antigüedad conoce bien la
fuerza catastrófica de la belleza femenina. La guerra de Troya, cantada por
Homero, tiene su causa en la belleza de Helena.Esta conciencia es capaz de halagar
y asustar a la vez al alma femenina.
3.5.- ¿Contra
el adulterio y los matrimonios mixtos?
El adulterio aún cometido al
margen de la conciencia moral, es una contravención del orden creado que parece
acarrear una némesis ineluctable, desencadenada automáticamente por las fuerzas
de la naturaleza misma, y al margen de toda culpabilidad moral.
Si la mujer israelita es, en el
seno de su pueblo y de su matrimonio, portadora de bendición, fuera de su
pueblo y unida a extranjeros se convierten en causa de maldición. Bellezas
malditas, hadas malignas, brujas hermosas...
3.6.-
¿Justificación del velo?
Estamos haciendo lo que nuestras
historias, sin duda más sabias que nosotros, no hacen: explicitar enseñanzas.
Nuestras historias no explican nada. Se limitan a narrar. La intuición
femenina, a la que van dirigidas, no sólo no necesitan explicaciones, sino que
podría ser contraproducente.
La mujer inteligente comprenderá
por sí misma que debe ocultar su belleza a los ojos de los extraños y recatarla
sólo para su esposo. Por la seguridad de la vida de su esposo, debe renunciar a
exhibir su encanto o su belleza ante extraños. Aunque su coquetería natural
pudiera inclinarla a eso, es necesario sacrificar los halagos por amor. Es una
manera típicamente femenina de morir a sí misma por amor al esposo. La mujer
que ama al esposo sabe renunciar a la exhibición de su encanto y de los
atributos de su gloria femenina. Sabe renunciar al halago de ser admirada.
Por eso, la casada se velaba. Y
hoy, si bien no se pone un velo, se corta el cabello, que por el contrario
cultivan y muestran largo las jóvenes núbiles.
¿Es el hombre el que, en la
sociedad islámica, impone a la mujer el uso del velo? ¿O es la mujer islámica
misma la que se lo autoimpone por amor a su esposo? Bien puede pensarse que es
la mujer islámica la que autocensura la exhibición de sus glorias femeninas,
por no exponer la vida de su esposo, en una sociedad donde, hasta hoy, el
erotismo ambiente y la lujuria de los poderosos colecciona mujeres en su harén.
La existencia del velo persuade de que en el Islam persiste el peligro de vida
para el esposo de una mujer hermosa.
3.7.- Del velo
al recato
Aunque nuestras condiciones
sociales y culturales sean hoy distintas, sigue siendo verdad que la hermosura
de la mujer casada, si no se vela con el recato, la modestia en el vestir y en
la conducta, pone en peligro, si no ya la vida de su esposo, sí la castidad
propia o ajena, la estabilidad del matrimonio, y de esa manera la fidelidad y
la felicidad, es decir la vida afectiva de su esposo [[8]].
En las actuales condiciones de
vida, donde la mujer se ve obligada a trabajar ocho horas o más, puede estar en
situación de pasar más horas en compañía de sus compañeros de trabajo varones,
que en compañía de su esposo en casa.
En estas situaciones, es más
peligroso descubrir no sólo los encantos físicos, sino también los encantos
espirituales del alma femenina. La mujer fácilmente se siente halagada por la
admiración y la atracción que produce en los varones su encanto físico, pero
también su encanto y sus atractivos espirituales y humanos. Y una amistad
nacida en el lugar del empleo puede crecer hasta rivalizar con la amistad
matrimonial.
Las narraciones de familia
bíblicas no nos lo dicen, pero la mujer intuitiva entiende su mensaje. Por amor
a su esposo, por amor a los suyos, es necesario que sepa velar, ocultar,
recatar sus glorias exteriores y aún las interiores. Es necesario que inhiba
sus facultades de seducción, mortificando la natural inclinación a
desplegarlas; que oculte sus encantos a terceros.
En conclusión: parece que el
velo - sea material, o a falta de él, psicológico, espiritual, social o
cultural - que vela modestamente las glorias femeninas, no es una imposición ni
una ley, es una conclusión que, espontáneamente, ha de sacar la mujer que desea
proteger a los que ama ya los que podría dañar su deseo de mostrarse. Y por
algo la sabiduría divina no ha querido hacer de esto ley, sino sugerencia
discretísima, insinuada apenas a la penetración intuitiva del alma femenina. Ha
de ser algo que decida ella misma, por ley de su amor.
4.- Sara: la
princesa
El nombre Sara, quiere decir princesa.
Hay algo misterioso y hermoso en el nombre de la madre de los creyentes y
esposa de Abraham. Es un nombre apropiado para la que es la madre de un reino
de sacerdotes y una nación santa [[9]] y en cuyas entrañas estaba ya toda la descendencia
mesiánica, José, María y Jesús incluidos. Ella es pues reina, hija de Rey y
madre de reyes. Y todas sus hijas lo son: princesas, hijas de Rey y madres de
reyes.
Los cuentos de hadas sugieren a
la mujer, ya desde niña, que ella es una princesa. Y si a nuestras niñas
creyentes les explicáramos los cuentos de hadas a la luz de la historia
sagrada, comprenderían que ellas, como Sara, son princesas porque, como
mujeres, están destinadas a ser fundadoras de un linaje de creyentes y
adoradores que existirá eternamente ante Dios para glorificarlo por los siglos.
Los cuentos de hada dicen
también que la mujer es princesa pero que está presa en una torre, en la que
están encastillados sus encantos. Es la suya una torre que todos los guerreros
quisieran conquistar, pero a la que uno solo, el príncipe, acude por conquistar
la princesa.
Pero estos ya son otros cuentos.
[2]) Por eeste y los detalles antes reseñados,
muchos intérpretes piensan que hubo una moralización progresiva de estas
historias hasta culminar en el relato de Gn 26,7-14. Puede alegarse que la ley
del Levítico representa un estadio posterior de la conciencia y de la
legislación moral. Es cierto. Pero, aparte de que las relaciones consideradas
incestuosas por el levítico parecen reflejar una conciencia antiquísima,
también la enmienda de la mentira parecería tardía.
[6]) de buuena apariencia: továh mar'éh
(Gen 24,16; 26,7). De Raquel se dice de ella que era de linda forma y lindo
aspecto: yafat-to'ar weyafat mar'eh (Gen 29,17) mientras que el encanto
de Lía estaba en su mirada tierna: weceiney léa'h rakot. La
reina Ester y Judit reunirán en sí los atributos de Sara y Rebeca. Ester era
hermosa de formas y de buen aspecto yafat-to'ar wetovat mar'eh (Ester
2,7; cfr. Judit 8,7)
[7]) Feninná: en hebreo significa vuélvete a
mí, mírame, atiéndeme y expresa muy bien el deseo natural de la esposa de
ser el objeto de la atención de su marido.