“¿A QUIÉN SE PARECEN LOS
HOMBRES DE ESTA GENERACIÓN?”
“LA SABIDURÍA HA SIDO
RECONOCIDA COMO JUSTA
POR TODOS SUS HIJOS.”
EL EVANGELIO AQUÍ Y AHORA
Radio María
Tercer Miércoles 24ª Semana
Buenas
tardes queridos hermanos en la fe, y queridos oyentes todos:
Me
alegro de reencontrarme con ustedes en la Radio de Nuestra Madre, para meditar
el evangelio de la misa ferial de hoy, 3º miércoles de setiembre y miércoles de
la 24ª semana del tiempo ordinario
Les leo:
En aquél tiempo dijo Jesús:
31 « ¿Con
quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se
parecen?
32 Se
parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a
otros diciendo: " “Os hemos
tocado la flauta, y no habéis bailado,
os
hemos entonando endechas, y no habéis llorado."
33 « Porque
ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís:
"tiene un demonio"
34 Ha venido
el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: "Ahí tenéis un comilón y un
borracho, amigo de publicanos y
pecadores."
35 Pero la
Sabiduría fue acreditada por todos sus hijos. »
Es Palabra
del Señor.
Voy a centrar mi comentario de este pasaje del evangelio en dos frases.
Una es «¿Con quién, pues, compararé a los hombres de
esta generación? Y la otra: “la Sabiduría
se ha acreditado, [o sea: ha sido reconocida como justa], por todos sus
hijos. »
En esas frases aparecen mencionados los personajes de esta escena
evangélica. Y nuestra meditación de hoy apuntará a entender mejor quiénes son
esos personajes. Por un lado tenemos a los hombres de esta generación. Por
otro lado tenemos a la Sabiduría y todos
sus hijos.
¿Quién nos dicen las Sagradas Escrituras que son estos personajes?
Y primero Los hombres de esta generación
Jesús suele designar con este nombre a los que no creen: generación:
esta generación, generación incrédula,
generación perversa, generación adúltera, raza de víboras,...
Hemos oído en la lectura del evangelio de hoy que Jesús pregunta: ¿Con
quién compararé a los hombres de esta generación [1]..
que resultan ser los que mediante descalificaciones se han negado a recibir el
mensaje del Bautista primero y el de Jesús después.
En otra ocasión, nos relata San Mateo, en la que a Jesús le reclaman
que haga alguna señal para creer, Jesús se lamenta en estos términos: “generación
perversa y adúltera reclama una señal, pero no se le dará sino la señal de
Jonás el profeta. Porque como estuvo Jonás en el vientre de la bestia marina
tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el corazón de la
tierra tres días y tres noches. Los ninivitas se alzarán contra esta
generación y la condenarán, porque ellos hicieron penitencia con la
predicación de Jonás; y mirad, aquí hay alguien que es mayor que Jonás. La
reina del Mediodía se alzará en el juicio contra esta generación y la
condenará, porque vino de los últimos confines de la tierra para oír la
sabiduría de Salomón, y mirad, aquí hay alguien mayor que Salomón” [2].
Jesús apostrofa a los incrédulos que le exigen signos para creer
llamándolos: generación, o esta generación, por tres veces, lo
cual, en el estilo del evangelio hay que comprenderlo como un modo de dar
énfasis especial a algo.
Algo más adelante en el mismo evangelio de Mateo, Jesús anuncia el
final desastroso que aguarda a esta generación perversa, cuya
casa será invadida por los demonios, cuando éstos acudan en tropel a reocupar
su casa limpia y barrida. [3]
Era mucho lo que Jesús sufría por el rechazo de la generación
incrédula. En ocasión de la liberación del niño endemoniado lo oímos exclamar
con un profundo gemido: “generación incrédula y pervertida ¿hasta
cuándo estaré con vosotros? ¿hasta cuándo tendré que soportaros? [4].
La incredulidad que encontraba ante sus obras lo hacía sufrir, porque él tenía
una honda comprensión de la naturaleza de ese hecho ruinoso para los hombres
que Él venía a salvar.
Hay que tener muy presente que cuando Jesús habla de esta generación,
no está hablando de una generación en sentido temporal o histórico, como de
hombres pertenecientes a una determinada franja de edad o a una determinada
época. No tenemos que entender estas palabras suyas como si las dijera
exclusivamente de sus contemporáneos, sino que, para Jesús, la expresión esta
generación, tiene un sentido teológico: designa a los incrédulos y da a
entender de la causa espiritual de su incredulidad.
Por eso, cuando Jesús dice: “no pasará esta generación, antes
de que todas estas cosas se hayan realizado” [5],
no hemos de entender que Jesús se esté refiriendo ni solamente ni
principalmente a sus contemporáneos. Estas palabras de Jesús hemos de
entenderlas en el sentido de que siempre habrá incrédulos hasta el fin. Y hasta
podría pensarse que continuarán sin creer mientras se realizan los grandes
signos de la parusía, es decir del advenimiento de Cristo al fin de los
tiempos: cuando Cristo venga en gloria.
Recordemos el dicho de Jesús: “Cuando venga el Hijo del Hombre
¿encontrará fe sobre la tierra?” [6] Esta palabra nos da pie para pensar que
la generación incrédula no sólo perdurará hasta su manifestación gloriosa sino
que irá creciendo y multiplicándose.
Cortina musical de diez segundos
Al usar la palabra generación en ese sentido teológico, Jesús no
estaba inventando nada. En los medios bíblicos y rabínicos de su tiempo era
común usar así esa expresión. Por ejemplo, en una discusión rabínica acerca de
quiénes heredarán la vida eterna y quiénes no, se afirma “la generación
del Diluvio no tiene parte en el mundo venidero, ni resistirá de pie en el
juicio [...] la generación de la dispersión de Babilonia no tiene parte
en el mundo venidero [...]. Según la opinión del autorizado rabino Rabí
Akiba: “la generación del desierto no tendrá parte en el mundo
venidero ni se presentará en el juicio” [7]
Vemos por lo tanto, a la luz de estos ejemplos tomados de la tradición
bíblica y rabínica, que Jesús seguía y hacía suyo el uso de su época, en la que
se designaba con el mismo término condenatorio de generación, tanto a la
humanidad pecadora del diluvio, como a la humanidad soberbia que quiso
construir la torre de Babel, y hasta a aquélla generación de los israelitas que
pecaron de incredulidad en el desierto murmurando contra la tierra prometida,
como leemos en los capítulos 13 y 14 del libro de los Números.
La generación incrédula aparece denominada por Jesús como raza de
víboras, es decir como hijos de la Serpiente. Y la incredulidad la
interpreta Jesús como un acto demoníaco que los hijos de la Serpiente heredan
de su progenitor:
“Vosotros colmad la medida de vuestros
padres. ¡Serpientes, engendros de serpientes ( raza de víboras)! ¿cómo esperáis
escapar de la condenación de la gehenna? Por eso, mirad, yo os envío profetas y
sabios; de ellos mataréis y crucificaréis, y de ellos azotaréis en vuestras
asambleas y perseguiréis de ciudad en ciudad para que recaiga sobre vosotros
toda la sangre justa derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel el
justo [...] en verdad os digo, vendrán todas estas cosas sobre esta
generación” [8].
San
Juan evangelista nos transmite palabras de Jesús que son aún más explícitas
acerca de la filiación espiritual demoníaca de los incrédulos y de la filiación
espiritual divina de los creyentes. En el evangelio de Juan leemos cómo Jesús
oponía esas dos estirpes.
Por un lado están los que no sólo no creen en Jesús sino que quieren
matarlo: “Si Dios fuera vuestro Padre me amaríais a mí [...] Vuestro Padre
es el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro Padre” [9]
Por otro lado están: “los nacidos del Espíritu, los nacidos de lo
alto, o los nacidos de nuevo” [10],
son también “los que creen en su nombre” a los que se les ha dado poder
de llegar a ser hijos de Dios [11]
Me
parece importante insistir, queridos hermanos, en que Jesús no se está
refiriendo sólo a la generación incrédula entre sus contemporáneos, sino a
todos los incrédulos de todos los tiempos, O sea a los que, generación tras
generación, heredan la incredulidad de sus padres y son, todos ellos,
globalmente, engendrados por el padre de la incredulidad, el ángel rebelde, la
serpiente antigua, el instigador del pecado desde el paraíso.
Jesús
considera que, generación tras generación, los incrédulos acrecientan y colman
la medida de la incredulidad heredada.
Para ilustrar con un ejemplo la manera de ver, tan bíblica y que Jesús
hace suya, recordemos el episodio de los niños que se burlaban de profeta
Eliseo, y a los que el profeta no vacila en maldecir severamente.
Cuenta el 2º libro de los Reyes [12]que
el profeta Eliseo iba subiendo por el camino hacia Betel cuando unos niños
salieron de la ciudad y se burlaban de él, diciendo: "¡Subí, pelado!
¡Subí, pelado!". Él se volvió, los vio y los maldijo en nombre del
Señor. Salieron entonces dos osos del bosque y destrozaron a cuarenta y dos de
ellos
. Algunos
lectores de este pasaje, se admirarán, y hasta se escandalizan por la reacción
del profeta, preguntándose por los motivos de tan severa conducta. No hemos de
pensar que se haya tratado de un arranque desproporcionado de ira cruel, propia
de un hombre herido en su amor propio.
Para entender apropiadamente el sentido de este
proceder del profeta, tenemos que saber, en primer lugar, que los profetas se
cortaban el cabello y llevaban rapada la cabeza por motivos religiosos, por
algún voto o promesa que hacían a Dios, o simplemente como distintivo de su pertenencia
a la escuela de los profetas. De manera semejante a como en la tradición
católica siguieron haciendo los monjes, los frailes dominicos y capuchinos, y
los clérigos que llevaban, como distintivo de su estado, la tonsura clerical.
Estos niños que se burlan del profeta como de un calvo
cualquiera, demuestran su total ignorancia del sentido religioso de aquella
cabeza rapada del hombre de Dios. Son niños irreligiosos e irreverentes debido
a su ignorancia religiosa. Pero detrás de niños israelitas ignorantes había en
aquella época, como en tantas, padres desidiosos, cuando no idólatras
adoradores de Baal, amigos de los falsos profetas y enemigos de los profetas
fieles al Dios de Israel.
¿Se entiende mejor, entonces, a qué
se debe la severa reacción del profeta que los maldice?
Es que la incredulidad se trasmitía y se incrementaba,
entonces como hoy, de generación en generación. Una generación que ignoraba a
Dios y a los hombres de Dios, engendra otra generación que se apartaba de
ellos. Y esa generación engendraba la de los que se burlaba de ellos. Y la
generación que se burlaba de las cosas sagradas y de los hombres de Dios,
engendraba otras generaciones capaces de profanar y destruir, y de asesinar a
los profetas.
Esa es la gravedad del hecho que el profeta Eliseo
supo leer debajo de un hecho aparentemente trivial. De una ‘cosa de muchachos’
como suele decirse.
La incredulidad se trasmite, pues,
de una generación a otra y parece que se fuera arraigando y fortaleciendo de
generación en generación. También desde niños hay piedad e impiedad, religión e
irreligión, gozo de la caridad o envidia. Y estos osos han destrozado y siguen
destrozando cruelmente, en todos los tiempos, a muchos irreverentes.
La
Sagrada Escritura conoce bien esa forma de impiedad militante, que no es sólo
cosa de niños sino también de grandes: la burla. ¿No vemos hoy acaso instalada
en la publicidad, en las telenovelas, en ciertos espacios radiales, en boca de
algunos periodistas, la burla, el menosprecio, el talante burlón,
descalificatorio, la ligereza en la crítica y la condenación del catolicismo,
de la historia de la Iglesia, de la doctrina moral y dogmática, del magisterio
eclesial, de los vestidos y hábitos religiosos, de las costumbres católicas?
Una
generación indiferente engendró una generación atea, y la generación atea
engendró otra generación antitea, burlona primero y por fin asesina. La
generación que mata a los profetas es hija de la generación que se burla de los
profetas. Eso es lo que comprendía Eliseo.
Importa
retener esta enseñanza bíblica: la incredulidad es, de alguna manera, asunto de
generaciones humanas, de herencia cultural, pero también asunto de generación
espiritual, de gestación por obra de un espíritu malo para una vida
progresivamente, cada vez más incrédula y alejada de Dios.
Sólo
la irrupción de la vida divina es capaz de romper esta inercia del pecado
original y esa acumulación histórica de las herencias de incredulidad que crece
de generación en generación. Y esa irrupción salvadora ocurre, como vamos a ver
enseguida, con la venida de la Sabiduría de Dios en persona, personificada como
una Mujer.
Los
primeros cristianos eran muy conscientes de que con ellos se iniciaba algo nuevo,
que rompía con una rutina pecaminosa en la historia de la humanidad, y muy
concretamente en la de sus antepasados..
San Pedro, le escribe a unos creyentes cristianos de primera
generación, que se han convertido al cristianismo quebrantando la herencia cultural
en la que habían sido educados, y les dice: “No os amoldéis a las apetencias
de antes, del tiempo de vuestra ignorancia, [...] habéis sido rescatados
de la conducta necia que habíais heredado de vuestros padres [...] con una
sangre preciosa de cordero sin defecto ni mancha, Cristo” [13]
Espero, querido oyente, que con de la lectura de estas diversas
palabras de Jesús y de estas explicaciones, haya quedado claro a quiénes se
refiere Jesús en el evangelio de hoy, cuando dice: “¿Con
quién, pues, compararé a los hombres de esta generación?”
Cortina musical de diez segundos
Los hombres de esta generación son, pues, para
Jesús, los incrédulos de todos los tiempos, hijos de incrédulos, en el origen
de cuya genealogía está el espíritu que es padre de la mentira y homicida desde
el principio Los hombres de esta
generación son, en el contexto, de nuestra escena evangélica de hoy,
los que se han negado a creer primero en Juan Bautista y luego en Jesús.
Tengamos en cuenta que en el momento
en que Jesús pronuncia estas palabras, la situación del Bautista era dramática.
Estaba preso en la fortaleza de Maqueronte por orden de Herodes porque el
Bautista le reprochaba que hubiera tomado como amante a la esposa de su
hermano.
Desde la prisión, Juan Bautista le había mandado a Jesús una embajada de discípulos
para preguntarle: “¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro?”.
Jesús se puso entonces a obrar grandes prodigios en presencia de los discípulos
del Bautista. Eran los signos que los profetas habían anunciado que
acompañarían la venida de Dios y de su salvación: “En aquella misma hora
Jesús curó a muchos de sus enfermedades y de sus males y de los espíritus
malignos, y devolvió la vista a muchos ciegos, y tomando la palabra dijo: Id y
comunicad a Juan lo que habéis visto y oído. Los ciegos ven, los cojos andan,
los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres
son evangelizados; y bienaventurado es quien no se escandaliza de mí” [14].
Y cuando los discípulos del Bautista se fueron,
Jesús empezó a dar testimonio acerca de la grandeza del Bautista: “Yo os
aseguro – dijo Jesús - que no hay entre los nacidos de mujer profeta más
grande que Juan; pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él”
[15]
¡Qué elogio, para el bautista! ¡Qué elogio para
sus propios discípulos!
Reparemos en las palabras: entre los nacidos
de mujer y el más pequeño en el Reino de los Cielos... Con Juan
Bautista culmina un orden. Con los discípulos de Jesús comienza otro.
Lucas nos dice que “todo el pueblo que
escuchó a Juan Bautista y los publicanos que recibieron su bautismo,
reconocieron la justicia de Dios” pero que en cambio, los que no quisieron
recibir el bautismo de Juan el Bautista “anularon el designio divino
respecto de ellos, no haciéndose bautizar por él” [16].
Tenemos así contrapuestos a los hijos de la
Sabiduría, por quienes la Sabiduría es reconocida y proclamada justa y por otro
lado los hombres de esta generación incrédula.
Pero se nos va el tiempo y conviene ocuparnos
de los demás personajes del pasaje evangélico que estamos comentando: es decir,
de la Sabiduría divina y de todos sus hijos.
Cortina
musical de diez segundos
La Sabiduría divina nos la
presenta el libro de los Proverbios personificada como Mujer. La Dama
Sabiduría, la Señora Sabiduría. Es una figura femenina que sale en busca de los
habitantes de la tierra, grita desde las calles y las plazas, en las
encrucijadas de los caminos, invitando a su banquete. El banquete de la
Sabiduría prefigura el banquete mesiánico, el banquete del Rey con el que Jesús
compara el Reino de los Cielos. Muchos son los faltos de sabiduría e
inteligencia que no quieren acudir a esa fiesta para compartir la alegría de
Dios, porque se hayan presos de sus preocupaciones económicas, laborales o
afectivas.
Oigamos algunos pasajes del
libro de los Proverbios capítulos 8 y 9 donde se nos dibuja la figura
encantadora de esa Dama Sabiduría a la que se refiere Jesús:
“¿Acaso no está llamando a
todos la Dama Sabiduría?
¿no está llamando a gritos la
Inteligencia?
En las atalayas junto a los
caminos,
En los cruces de caminos, junto
a las puertas de la ciudad,
En todas las plazas alza su voz
y llama a los gritos:
“A vosotros los nobles os dirijo
mi pregón
y también a los plebeyos les
dirijo la palabra.
Escuchad todos: los
inexpertos aprended sagacidad,
Los necios, aprended a tener
juicio”... (Prov. 8,1-5)
Si en este pasaje hemos visto el impulso
bienhechor y apostólico de la Dama Sabiduría, otro pasaje de Proverbios 9 nos
muestra a la Sabiduría hospitalaria que invita a todos los mortales a su
banquete de ciencia e inteligencia, a compartir sus bienes. Ella vuelca en bien
de todos el cuerno de su abundancia:
“La Dama Sabiduría se ha
edificado su casa
ha labrado siete columnas, ha
matado las reses, mezclado el vino
y tendido la mesa,
ha despachado a sus hijas
(nacarotao se traduce mejor por criaditas por hijas pequeñas,
niñas, que por servidoras)
a pregonarlo desde las
azoteas de la ciudad:
“El que sea inexperto que venga
acá, al falto de juicio le quiero hablar:
“Venid a comer de mis manjares
y bebed el vino que he mezclado.
Dejad la indolencia y viviréis,
y caminad por el camino de la inteligencia” (Prov.
9,1-8)
¿De dónde le viene a la Dama Sabiduría ese
impulso bienhechor y hospitalario? ¿De dónde esa inclinación divinamente
filantrópica? Es que esta Sabiduría es la misma que gobernó la creación de
cuanto existe y es, desde el principio, amiga de todo ser humano. A todos los
busca para tratar con ellos, como un niño busca a los otros para jugar.
Oigamos en Proverbios 8 lo que la Sabiduría,
increada y creadora, dice de sí misma y de los que se hacen niños como ella:
“Cuando (Dios) asentaba los
cimientos de la tierra
yo estaba junto a él (al Dios
creador) como un niño pequeño muy querido
(la palabra hebrea ‘amôn tiene
dos acepciones: arquitecto, artesano, y niño criado por una nodriza, mimoso,
preferido)
en mí estaba su delicia día tras
día,
y yo me deleitaba jugando y
riendo en su presencia en todo momento
jugando y riendo por todo el
orbe habitado de su tierra
y mi encanto eran los hijos de
los hombres” (Prov. 8, 29-31)
Este
texto sugiere que Dios crea todas las cosas para deleite de la Sabiduría niña,
también al ser humano como compañero de sus juegos. La comunión infantil,
inocente, lúdica y gratuita, es como un modelo de pureza de comunión que
refleja más puramente la caridad trinitaria. Por algo, Jesús dirá que tenemos
que recibir el Reino de Dios como un niño recibe a otro niño.
Quien ha leído y tiene presente este retrato de
la Sabiduría divina, Mujer comunicativa de su sabiduría, Madre que envía a sus
hijas a invitar al banquete, niña juguetona que hace el deleite de Dios y se
deleita jugando con los seres humanos como un niño entre niños, comprenderá
mejor en qué estaba pensando Jesús, cuando hablaba de esos niños juguetones,
que en la plaza invitan a los hombres de esta generación a jugar ya sea a los
lamentos ya sea a las danzas.
La Sagrada Escritura nos dice que nuestra
Sabiduría es Jesús. Jesús mismo se identificó con la Sabiduría. Por ejemplo,
cuando proclama que él es más que Salomón: “La Reina del Sur se levantará
contra esta generación y la condenará, porque vino de los confines de la tierra
para oír la sabiduría de Salomón, hay aquí hay alguien que es más que Salomón” [17]
Y San Pablo afirma que Dios Padre ha hecho a
Cristo “sabiduría, justicia, santificación y redención nuestra” [18]
Los hijos de la Sabiduría son, pues, los
discípulos de Jesús, los que creen en él. Ellos son los que declaran justa la
Sabiduría, como los publicanos reconocieron la justicia de Dios al recibir el
bautismo de Juan. Y a ellos los enviará Jesús, como hijos de la Sabiduría del
Padre a predicar a todo el mundo y a todos los pueblos, en todas las calles y
plazas, desde las azoteas, la noticia alegre del evangelio, la invitación a la
fiesta de Dios, al banquete del Reino de los cielos, la invitación a entrar en
la comunión de la vida divina: “Id por todo el mundo y anunciad la buena
noticia a toda creatura” [19]
; “Id pues y enseñad a todas las gentes lo que yo os he mandado [20]
Jesús habla de los hijos de la Sabiduría divina
y piensa en sus discípulos, a quienes llama hijitos míos: “Hijitos
míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros” [21].
Jesús abriga hacia sus discípulos un amor de Padre, que es como el amor con que
el Padre lo ama a él: “Así como el Padre me ama, así os amo yo a vosotros”
[22].
En este amor está el deleite de estar juntos y
en comunión, un deleite como el que, según hemos leído en el libro de los
Proverbios, encuentra Dios en los juegos de la Sabiduría niña en su presencia,
y como el deleite que encuentra la Sabiduría niña, jugando con los seres
humanos. Jesús nos dice; “os he dicho estas cosas para que vuestro deleite y
vuestro gozo esté en mí y vuestro gozo sea pleno” [23]
Jesús no ignora, y no quiere que
sus discípulos ignoremos, que: “en este mundo tendréis tribulación, pero
confiad, yo he vencido al mundo”
[24]
Ya se ve que, los discípulos son llamados hijos
de la sabiduría por algo más que por una adhesión intelectual a lo que
Jesús enseña. Son considerados como engendrados por la Sabiduría, como nacidos,
regenerados por ella. Son considerados como Hijos del Padre celestial, superada
su generación puramente carnal, que por estar herida por el pecado original,
está de algún modo implicada en el drama de las generaciones incrédulas.
Así como hay generaciones
incrédulas hay “generaciones de creyentes”. María canta en su Magnificat:
“Bienaventurada me llamarán todas las generaciones”. ¡Sí!: los hijos de
la Sabiduría vienen cumpliendo esa profecía de su Madre, la humilde niña de
Nazareth, y desde hace dos mil años la vienen proclamando dichosa y
bienaventurada; y la regalan y requiebran con coronas de rosas y de Ave Marías,
de generación en generación de Hijos de Dios.
Pausa
musical de diez segundos
Hay pues generaciones de hijos de Dios, de
hijos de la sabiduría. No nacidos de la carne, ni de la sangre, ni del querer
del hombre, sino de Dios.
Por eso, el más pequeño de los
Hijos de la Sabiduría es decir, de los hijos de María, es más grande que el más
grande de los nacidos de mujer, es decir de los hijos de Eva.
Los hijos de la Sabiduría
abrazan, por eso mismo, con facilidad, como camino de la Sabiduría que ellos
declaran mejor y justo, el culto de la pequeñez en vez del culto de aquéllas
grandezas que cultivan los hijos de esta generación incrédula. Es lógico que
los que persiguen y cultivan la grandeza humana, ni se diviertan ni lloren con
las fiestas y los duelos de los que celebran y persiguen la pequeñez de la
Sabiduría que los ha engendrado.
Conforme a la profecía de Jesús,
sus discípulos tenemos su gozo en medio de las tribulaciones, y recibimos el
ciento por uno de lo que por Jesús dejamos. Ciento por uno con las
persecuciones que por su amor padecemos, y que no son un impuesto al valor
agregado, que hay que descontar del ciento por uno, sino que son real
bienaventuranza sobre bienaventuranza, como intereses que se acumulan a un
mismo capital de gloria de la caridad sufriente.
Querido hermano: esto que
venimos comprendiendo de la Sabiduría evangélica me parece que puede arrojar
alguna luz sobre el hecho siguiente
Hoy en día, muchos padres católicos asisten
doloridos y consternados, sin comprender del todo la verdadera naturaleza del
fenómeno, a la transculturación de sus hijos. Con el término
transculturación, quiero significar, el pasaje de la cultura de la fe, es decir
de los modos de vivir propios de la fe católica, a una cultura neopagana,
anticatólica.
Como gorriones que descubren al tiempo del
emplume que han estado alimentando pichones de tordo, muchos padres creyentes
descubren consternados, aunque no sepan cómo formularlo, que sus hijos no sólo
no han heredado de ellos la fe ni los módulos culturales católicos, sino que
los rechazan. No son ellos, sino otros los que han creado el mundo en que
vivirán sus hijos. Peor aún, son otros los que les han educado la cabeza y el
corazón de sus hijos. Hasta el punto que si bien los reconocen como salidos de
sus entrañas y los han amado y se han sacrificado por ellos como por verdaderos
hijos según la naturaleza, hoy, ante sus actitudes, no los reconocen como hijos
suyos en sus sentimientos y en su conducta, en su indiferencia, su irreligión,
su poca o ninguna piedad, su superficialidad, su egoísmo feroz...
Esta nueva generación transculturada, a la que
se le vienen arrebatando los sentimientos de piedad familiar, patriótica y
religiosa, con cada vez mayor frecuencia, recibe a regañadientes en los
colegios católicos una instrucción religiosa, que aplicada como un parche nuevo
en un vestido viejo, desgarra al hombre viejo y es arrancado en poco tiempo a
los tirones. Que como vino nuevo echado en odres viejos, ‘los reviente’ literal
y figuradamente.
De pronto se experimenta que tanto nuestras
familias como nuestras instituciones de enseñanza no logran, o encuentran cada
vez mayor dificultad en, trasmitir la fe y la cultura católica a las nuevas
generaciones, sino que educan a menudo apóstatas precoces, que conocen bien lo
que no aman, y hasta odian lo que han conocido.
¿Qué pasa? Nos preguntamos.
¿Cómo es posible que la incredulidad y la maldad se trasmitan como por herencia
y se vaya agigantando de generación en generación, mientras que parece que con
la fe, con la santidad, con el amor a Dios, con la virtud, no pasara otro
tanto?
Es que no basta, por lo visto,
haber nacido de padres católicos, en una familia y un ambiente cultural
plasmado por generaciones creyentes. Nunca bastó, ni siquiera en épocas y
lugares plasmados e impregnados totalmente por una visión creyente de la vida.
Como dice Jesús “no pasará esta generación”. Es cierto que todo eso es
una ayuda poderosa para orientar en el camino hacia Dios. Pero nunca ha
bastado, y hoy, que padecemos la persecución por vía cultural y la demolición
de la familia y de los medios de transmisión de la fe por vía socioeconómica y
jurídica, basta menos que menos.
Cortina
de diez segundos
Nos muestra la experiencia que
el mundo y su cultura antitea, debilita la fe de muchos y contribuye a que
muchos se enfríen en la caridad y se alejen primero de la práctica y a veces
hasta de la comunión de fe eclesial,
mientras que otros jamás lleguen a conocer y amar a Dios.
En medio de ese mundo, la
Iglesia, Cuerpo místico de la Dama Sabiduría, como comunidad creyente, no sólo
de culto, sino de vida, es también poderosa para auxiliar a muchos a iniciarse
o mantenerse en el camino de la Caridad.
Ser Hijo de la Sabiduría, nacer
de lo alto, o nacer de nuevo, nacer de Dios, ser regenerado por el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, no es algo que nos pueda suceder por vía de
generación natural y de educación humana. No es un hecho biológico o cultural.
Lo que nace de la carne es carne.
Nacer de la Sabiduría es un
hecho, un acontecimiento de gracia, algo espiritual. Es un ser-sumergido,
bautizado, en la comunión con Dios y con los santos, como miembro de un
solo Nosotros divino humano.
Pero eso no quita que la nueva
generación y el nuevo nacimiento espiritual, sea algo que sucede a través de la
comunión divino eclesial. Como dice San Juan: lo que hemos visto os lo
anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros... y nuestra comunión es
con el Padre y el Hijo”.
Un solo nosotros divino humano: La Trinidad, el
Apóstol enviado y los que le creen...
Así como los incrédulos y su civilización
alejan de Dios; los creyentes, la Iglesia y su civilización, pues también lo
es, favorece la generación espiritual.
La gracia de entrar en esa comunión del único
Nosotros, es algo que se nos ofrece con mayor abundancia en un hogar y de unos
padres creyentes.
Una madre que vive intensamente su ser hija de
Dios y desea ardientemente glorificar al Padre, será evidentemente la primera y
más eficaz evangelizadora de sus hijos. La hija de Dios comienza la
evangelización del hijo desde la gestación y el amamantamiento.
Moisés aprendió quién era, en el breve tiempo
en que su madre lo amamantó. Luego fue llevado al palacio del faraón y educado
como un egipcio. ¿Qué impronta misteriosa grabó en su alma su madre? Sin
palabras, antes de que pudiera cruzarlas con su hijo; antes que su niño pudiera
comprenderlas, mientras lo amamantaba, mientras el niñito Moisés iba
despertando a su autoconciencia, la madre de Moisés le comunicó una impronta
espiritual, que quedó grabado en el espíritu del pequeño hebreo, de manera
semejante a como está el instinto innato en los cachorros de los animales.
¿Quién depositó ese instinto espiritual indeleble en su alma que luego se haría
autoconciencia, sentido de identidad y de pertenencia? Su Madre.
Pausa
de diez segundos
¿Quién era la madre de Moisés? No nos ha
quedado su nombre. Pero por su fruto podemos conocerla mejor que por su nombre.
¿Qué
corazón tenía esta mujer creyente que sabiendo que todos los niños hebreos
estaban condenados a muerte por el Faraón, se atrevió igualmente a convencer a
su esposo a que le diera un hijo? ¿Cómo se atrevió a engendrar un hijo al que
el Faraón iba a perseguir a muerte, y por lo tanto tendría que llorar pues le
sería arrebatado apenas naciera?
Esto
sólo se explica si ella ponía su esperanza de vida en el Dios redentor de su
pueblo, si ella creía firmemente en que su Dios podría no sólo salvar a su hijo
de la muerte, sino que podría hacer de él un salvador de su pueblo. Si ella
estaba tan llena de esperanza, que confiaba en que su hijo no sólo no iba a
morir, sino que podía salvar a otros de la muerte.
Mucha
tiene que haber sido la fe de aquella mujer le trasmitió, con su leche, a su
hijo Moisés. Me conmueve imaginarla
mirando los ojitos interrogadores de su mamoncillo. Ella con la mirada, sin
palabras, pero con el grito de su corazón creyente le diría, tú eres hebreo,
hijo de hebreos, heredero de las Promesas hecha a Abraham, Isaac y Jacob y a su
descendencia para siempre, tú eres miembro del pueblo santo de Dios sobre la
tierra... perseguido hoy por el Faraón que busca destruirlo con medidas
laborales y demográficas... un pueblo que necesita defensores... Tú serás su
redentor
¿Y tú joven o joven esposa cristiana que me
oyes? Tú que, eres hija de Dios, princesa, destinada a dar gloria a tu Padre
celestial con toda tu vida en la tierra y en la eternidad... Tú que eres la
única puerta por donde puedan entrar en este mundo, para poblar después el
cielo con adoradores que alabarán, adorarán, amarán y glorificarán
eternamente...
Tú que lo sabes y puedes enseñarlo a tus hijos.
Tú hija de la Dama Sabiduría, que puedes decirle a tu bebé quién es aún antes
de que pueda oírte y comprenderte. Puedes depositar con tu mirada, en el fondo
de sus ojitos que te miran mientras lo tienes al pecho, el mensaje evangélico
que le dice quién es.
Engendrar y amamantar, para una hija de Dios,
no es un hecho natural. Es un misterio que se vive y se contempla
religiosamente.
Leo en el diario espiritual de una mujer: “Me
mira con la boca hundida en mi pecho. Me mira sin ver, con sus grandes ojos
claros. Fija su mirada en la mía como nadie antes la fijó, sin comprender, sin
decir nada. Como quien meditara o pensara. Pero hay tanta serenidad, tanta
claridad y transparencia en sus ojos, que nadie jamás meditó, en una paz tan
grande, sobre algo tan puro y sin problemas. Dentro de unos cuantos días ya no
me mirará así. Entonces querrá comprender, y mirará con curiosidad. Por ahora
sus ojos no interrogan: viven. Y es la vida en su inconsciencia, la raíz, la
primera esencia de la vida, de la vida en toda su pureza y universalidad. Ni
los animales tienen esa mirada serena y sin personalidad. Las flores o el cielo
límpido, o el agua de un estanque, solamente contemplan así el mundo. Mi hijo
aún no ha empezado a vivir. Parece imposible que un hombre sea algo tan nuevo,
tan lleno de posibilidades cuando recién nace. Una página tan blanca donde no
hay nada, nada escrito [...] ¿qué hombre, que chico irá a ser esta creatura que
aún no existe?... en esa mirada suya no hay vaguedad, hay una inteligencia que
aún no tiene conciencia de sí misma” [25]
¡Cuánta verdad en este diario de mujer! Ese
niño aún no tiene conciencia de ser yo. Es su madre, la que educirá de
su corazón esa conciencia, interpelándolo como un tú. En el fondo de
nuestro sabernos yo, está la mirada de nuestra madre que nos decía: tú. Fuimos
antes un tú para ella que un yo para nosotros mismos. Pudimos llegar a sabernos
Yo, porque hubo una mujer que nos llamó desde fuera de nuestra conciencia llamándonos
tú.
Así nuestra Madre y así, en el plano
espiritual, nuestra Madre Sabiduría. ¡Pero qué gracia grande cuando la mamá es
una hija de la Madre Sabiduría, una ministro de la Señora Sabiduría y le
trasmite la invitación al juego de la Sabiduría; le trasmite un llamado de
sabiduría divina desde su pecho y su mirada!
Seremos lo que nos ha dicho que somos el
corazón de nuestra madre, a través de su mirada. Si nos ha dicho “hijo mío”
seremos su hijo. Si nos ha dicho “tú eres un hijo de Dios”, será más fácil que
lleguemos a querer serlo y serlo de verdad.
Por eso, la Sabiduría es Mujer, tiene su
delicia en sus hijos, y su alegría en alimentarlos.
¡Qué generación tan distinta, la generación de
los hijos de Dios, en el sacramento del matrimonio vivido en su verdad
verdadera, en su profundidad mística y abismal, de unión de dos hijos de Dios,
para llenar el cielo de adoradores. Una generación que rompe la cadena funesta
de las generaciones de la incredulidad.
Cortina musical de diez segundos.
El pasaje de hoy nos enseña que la generación incrédula encontrará hoy,
como en todas las épocas, motivos de escándalo que le impidan aceptar como
creíble el testimonio de los hijos de la Sabiduría de Dios. De todo sacará
motivos, aunque sean entre sí contrarios, para descalificarlos. Al Bautista
porque era inhumanamente austero, demoníacamente ascético. Y a Jesús porque era
demasiado humano, demoníacamente tierno, afable, natural y accesible... con los
publicanos.
La descalificación, cualquiera sea el motivo y no importa si es por
motivos opuestos, sigue usándose hoy contra los creyentes.
Aquel Santo Padre del siglo XX que fue el fiel laico Gilbert K.
Chesterton lo percibió agudamente y lo dejó magistralmente retratado en su
libro titulado Ortodoxia.
[ Prescindible, según haya o falte tiempo]
[Dice Chesterton: “la
doble acusación de los descreídos - pensemos en la acusación al bautista
como excesivamente austero y a Jesús como excesivamente relajado - aunque a
ellos sólo les hubiera servido para confundirlos, a mí me dio luz acerca de la
naturaleza de la fe”. Chesterton descubrió que: “al definir su doctrina
principal, no sólo puso la Iglesia lado a lado cosas aparentemente
contradictorias, como el guerrero y el pacifista, la virginidad y el
matrimonio, la sumisión y la combatividad; sino que hizo más todavía,
consintiéndoles chocar entre sí”... “La Iglesia histórica ha cantado,
juntamente, las glorias del celibato y de la familia, empeñándose a la vez – si
así puede decirse. en tener hijos y en no tenerlos. Y ambas cosas, la
virginidad y el matrimonio, las ha mantenido lado a lado, como dos colores
intensos, el rojo y el blanco, como están, sin mezclarse, en el escudo de San
Jorge. La Iglesia siempre tuvo una saludable aversión por el color rosa;
-prosigue Chesterton – siempre detestó eesa falsa combinación de dos colores,
que se hace a costa de ambos” ]
La generación incrédula del evangelio chocaba tanto contra la
austeridad del Bautista como contra la naturalidad de Jesús.
[Chesterton
nos ha dejado en su libro Ortodoxia, un examen inmortal de esas acusaciones
contradictorias que apuntan a descalificar la obra de Dios y a los suyos y que
Chesterton llama las paradojas del cristianismo.]
¿No es verdad que se le reprocha al católico que se meta en política? Si
lo hace, “quiere imponerle su fe a los demás”. Pero cuando deja de hacerlo, se
le reprocha por pensar sólo en la otra vida, y por desentenderse de ésta y
transformando la religión en opio del pueblo.
Se le reprochan al católico las riquezas del Vaticano. Se les reprocha
a los religiosos el voto de pobreza. La limosna cristiana se ha descalificado
como asitencialismo que impide la agudización de las contradicciones. Sin
pretenderlo y sin advertirlo, pero en los hechos estos reproches son reproches
a la generosidad. A una forma de generosidad que los hombres de esta generación
no comprenden.
Quien no conoce la alegría de
dar algo a Dios por amor a Dios, para el esplendor de su culto y para la
grandeza y hermosura de su templo, tampoco conoce la alegría de darle al pobre
por amor a Dios. Son las dos caras de una misma moneda. Los mismos creyentes
que embellecen el Vaticano son los que lo dejan todo para seguir a Cristo en
pobreza o los que practican la caridad en una escala por nadie superada. En la
Iglesia los creyentes siempre han dado alegremente para las dos cosas. Sólo mientras sea católica, y
hasta que lo sea, se verá en la Argentina el milagro de la fe que mueve
montañas. Me refiero muy concretamente a las montañas de auxilios que todos
nosotros hemos visto con nuestros propios ojos levantarse delante de la Casa de
la Provincia del Chaco o de Corrientes, una y otra vez, con cada inundación. Si
al católico le extirparan el amor a Dios, le sacarían también el amor al
prójimo.
Si tuviéramos tiempo podríamos alargar la lista de esos reproches por
motivos opuestos que se siguen haciendo a los creyentes. Quizás la escena de
hoy nos ha permitido comprender mejor su naturaleza.
“Oh María, Madre nuestra, Tú
que eres la mujer más sabia porque guardas en tu corazón todos los misterios de
tu Hijo. Enséñanos a conocerlo, amarlo e imitarlo. Muéstranos a Jesús, fruto
bendito de tu vientre y amor, verdad, sabiduría secreta escondidos en tu
Corazón inmaculado.
Oh Tú Jesús, Sabiduría
eterna de Dios, ilumina nuestros corazones para que reciban y comprendan tu
Palabra, inspíranos con la luz de tu Verdad, porque tus palabras son Espíritu y
Vida. Recréanos con el gozo de tu palabra. Maestro, enséñanos a ser Hijos del
Padre celestial como tú lo fuiste.
Espíritu Santo, Espíritu del
Padre y del Hijo: llena nuestros corazones de fe en las palabras de Jesús,
inflámanos en el fuego de la caridad y con ella infunde en nosotros el don de
sabiduría, fortalécenos con la esperanza en tus promesas
Padre, engéndranos, en esta hora, y en cada
hora; en este día, y en cada día. Queremos recibir el ser de Ti siempre y en
cada momento aquí sobre la tierra; y en el cielo eternamente, para que podamos
glorificarte como Tú lo mereces. Danos el ser, el ver, el oír, el pensar, el entender,
el querer tu voluntad, el recordar tu caridad, el quererte sobre todas las
cosas. Queremos ser sobre la tierra una generación divina.
Que nada
pueda separarnos de ti, para que podamos ser y llamarnos hijos de la sabiduría
eterna, linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para
pregonar el poder del que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable” [26]
AMEN
Queridos oyentes, me despido de Ustedes hasta el
4º miércoles del mes próximo, 25 de Octubre, a esta misma hora, si Dios quiere.
Que
glorifiquen al Padre con toda su vida y su Bendición por medio del Hijo y en el
Espíritu Santo descienda sobre ustedes y guarde sus corazones en la caridad, el
gozo y la paz.
[1] Mt 11,16; Lc 7,31
[2] Mateo 12, 38-42; ver también Mateo 16,4
[3] Mateo 12,45
[4] Ver también Marcos 9,19
[5] Mateo 24,34; Ver Marcos
[6] Lucas 18,8
[7] Mishna, Tratado Sanhedrin 10,1-3; Ed. Eshkol, conferida con H. Danby, Oxford 1967, pp. 397ss. Talmud Ed. Weiss, Acervo Cultural, Bs. As. 1968, T. XVII, pp. 367ss.
[8] Mateo 23,32-36
[9] Juan 42.44
[10] Juan 3,6-8
[11] Juan 1,12-13
[12] 2º Re 2,23-24
[13] 1ª Pedro 1,14.18-19
[14] Lucas 7,21-23
[15] Lucas 7, 28
[16] Lucas 7,29-30
[17] Mateo 12,42
[18] 1º Corintios 1,30
[19] Marcos 16,16
[20] Mateo 28,18
[21] Juan 13,33
[22] Juan 15,9
[23] Juan 15,11
[24] Juan 16,33
[25] Susana Seeber de Mihura, Diario Personal 1933-1944, Editado por Federico Mihura, Buenos Aires 1992, p. 25
[26] 1ª Pedro, 2,9