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El «día del Señor» es también el «día de la Iglesia». La vida de la Iglesia nace de la resurrección y en ella se sostiene y fortalece. Por eso el Pueblo de Dios se reúne en asamblea litúrgica (Hch 1, 13; 2, 6; 2, 38-41). Aquel primer grupo de discípulos de Jesús, que se reagrupó después de su resurrección, es el modelo de toda comunidad cristiana (Lc 24, 23-33-36; Jn 20, 19,26) Era la Iglesia naciente. Con el dolor de la cruz y el gozo de la Pascua. Se sentaba a la mesa para alimentarse con el Pan de la Palabra y de la Eucaristía. Así crecía. Y así crece hoy y siempre la Iglesia, alimentada por Jesús. De él nace. Por él vive. Con él camina. Como Pueblo, no individualmente (LG 9). La comunidad del Señor no puede no celebrar el «día del Señor». Tiene en él la razón de su ser y de su vida. Es su Señor. Con él ora, ofrece y con él se ofrece. Cada cristiano es un miembro de la Iglesia. Debe sentir la necesidad de reunirse con los de más miembros, para orar con ellos, ofrecer y ofrecerse con ellos. Ofrece a Jesús con todos y se ofrece a sí mismo con todos, El sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida del cristiano, su alabanza, sus sufrimientos, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y adquieren así un valor nuevo (Cat. 1368). Ofrece a Jesús con todos Y se ofrece con todos. Así expresa y manifiesta su fe y fortalece su vida para continuar su peregrinación hacia la casa del Padre. En la asamblea dominical se hace visible la Iglesia. Y se hace testigo y testimonio vivo ante el mundo, que vive muchas veces distraído de las cosas de Dios y de su propio destino, atrapado en sus egoísmos y preocupaciones intramundanas. Así la Iglesia se convierte en luz para el mundo, esperanza y alivio para el vacío y la soledad. Viviendo su fe, se hace factor importante en una sociedad ética, moral y espiritual enferma, signo profético de valores trascendentes. Y responde a su condición de luz, sal y levadura, ante la progresiva secularización de estilos y costumbres. Para el cristiano el domingo no puede quedar reducido a un día de descanso laboral, o a actividades deportivas o de ocio. Si así fuera le faltaría lo más importante, el sentido religioso que alimenta su fe y su vida cristiana. Las dos cosas son compatibles. Como lo es aprovecharlo para ejercitar la amistad y el amor: visitas a familias, a amigos, a enfermos, etc. (continuará). |