“LES CONFÍO NUESTROS SUEÑOS Y FATIGAS DE NUESTRO PUEBLO”
MONSEÑOR JULIAN GARCÍA CENTENO
(Homilía en la Bendición del Monasterio de la Inmaculada y San José”. Iquitos, 22 de octubre de 2004)
1 Les confieso que no sé cómo hacer llegar a vuestros corazones la alegría que en estos momentos tengo yo en el mío. Ni sé cómo comunicaros este gozo espiritual inmenso para que deis gracias a Dios conmigo con todo el corazón y con toda el alma.
2. Este monasterio de vida contemplativa, Monasterio de la inmaculada y San José, es la realización de aquel sueño que os comuniqué en mi carta de presentación en el año de 1991 y que ha estado sometido a muchas y duras pruebas. Pero es, sobre todo, un signo del crecimiento, de la fe y de la esperanza de esta iglesia que,"entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios" (LG 8), peregrina confiada hacia la casa del Padre y al amparo de su amorosa protección.
¿Pero un monasterio de vida contemplativa y tan grande- no es un sin sentido, una utopía, un anacronismo, una locura? O, en el mejor de los casos, no será un empeño ingenuo y romántico de alguien que se aferra a ideas y formas de vidas superadas y caducas ignorando la marcha irreversible de la historia y de la vida misma de la Iglesia, que, después del Concilio, ha desplegado velas y se ha lanzado "mar adentro" para proclamar en medio del mundo el anuncio del Reino? Y para llevar a los areópagos del mundo actual, -la economía, la técnica, el arte, la cultura, el progreso-, la sal, la luz y la levadura del Evangelio?. ¿De qué se trata pues? ¿De una utopía? ¿De un anacronismo? ¿De una locura?
3 Hermanos: dejadme que hoy cante mi locura. Dejadme proclame mi Fe, que me rinda, sorprendido y fascinado, ante aquel Jesús, Dios hombre, que vivió en el silencio de Nazaret, treinta de los treintaitrés años de su vida. Años de silencios, de gestos irrelevantes, de rutinarias, sencillas y humildes acciones. Sin ostentaciones. Sin prisas. Sin golpes de efecto. En el silencio, en la soledad, en la sencillez, de una vida familiar monótona y sin relieve, lejos de la noticia, el bullicio y los afanes del mundo y de las gentes. Pero años llenos de amor y de vida plena y verdadera, fecundísimos a los ojos del Padre. Llenos de Dios. Las horas, los días y los años de Jesús todos fueron plenos y fecundos. Luminosos. Porque la plenitud y la fecundidad son frutos del amor. Dejadme que recuerde a Jesús diciéndole a Marta que Maria, su hermana a sus pies, escuchándole, en coloquio con él, había escogido "la mejor parte" (Lc. 10, 41-42). Y dejadme que recuerde a La Virgen Maria, la más santa de las mujeres, que desde el silencio de Nazaret, con su vida escondida, contemplando a Jesús, guardando sus palabras en su corazón, con un amor silencioso, sereno, intenso, contribuyó con su hijo y más que nadie a la salvación del mundo. Ella es con Jesús modelo sublime de esta vida contemplativa, remansada y honda, que une la tierra con el cielo.
4. Dejadme que os diga, con el Vaticano II, que la vida contemplativa es el corazón de la iglesia y constituye la "parte más eminente de la misma" y en la que, sin discusión, tiene el primer puesto. Dejadme que os diga que este monasterio que inauguramos hoy responde no al capricho de un iluminado o un iluso sino al deseo explicito de la iglesia de hoy, la del Concilio Vaticano II, tan abierta al mundo, que pide esto para todas las iglesias de los territorios de misión (AQ 13). Y dejadme que os diga, también con el Concilio, que con este monasterio de vida contemplativa nuestra iglesia pobre y misionera, comprometida en darse y desgastarse por la causa del reino, da un paso decisivo hacia la plenitud de sí misma. Hermanos: estas son mis convicciones eclesiales profundas que hoy proclamo ante vosotros. Esta es mi locura.
5. Y a vosotras, hermanas, que llegáis hoy a este territorio de misión, dejadme que, con el corazón rebosante de gozo y alegría, os dé hoy, en nombre propio y de todo el vicariato, la bienvenida más calurosa y agradecida. Y dejadme que os diga que esta iglesia os recibe con los brazos abiertos. Y quiero que sepáis que en esta iglesia que se afana constantemente por servir a este pueblo, que sufre tantas carencias y lleva con mucha fatiga sus pesadas cruces,.aquí junto a tantos misioneros venidos de todos los continentes, vosotras, entre las paredes de este monasterio, seréis las misioneras más importantes. No. No nos sentimos celosos, sino profundamente complacidos. Porque seréis el corazón de esta iglesia que late con fuerza y nos anima a todos con su impulso en nuestras actividades y tareas apostólicas.
Tan solo una condición: que viváis lo que sois: consagradas de Dios, almas contemplativas, ancladas en el corazón de Dios, amándole con todo el corazón y con toda el alma. En silencio y adoración. En alabanza y donación. En ofrenda y holocausto, Ésa es vuestra misión y vuestra responsabilidad: adorar y alabar, bendecir y contemplar, amar y amar. No "hacer" cosas, sino "ser" totalmente para Dios. Sí, vivid con madurez, exigencia, y sinceridad vuestra especial vocación. No lo olvidéis: Jesús nos dijo que Dios busca a doradores en espíritu y verdad (Jn.4.23). A eso las ha llamado Dios.
6. Os necesitamos así: testigos de la presencia de Dios vivo, el absoluto. Nuestro todo, nuestra paz, nuestro descanso, nuestra luz y nuestra vida. Seréis para nosotros un punto de referencia, un manantial de gozo y un rayo de esperanza. Profetas de la fe, del amor, de la verdad y de la vida. Os necesitamos así: para que nos animéis a cumplir nuestra misión como Dios nos pide. Ahí, en la frontera de nuestra vida terrestre, en la cercanía del resplandor de Dios. Y para que nos recordéis, con Vuestra vida y ejemplo, los valores esenciales del Evangelio, tal vez, a veces, un tanto olvidados. Especialmente, la oración, el silencio, la ascética, el recogimiento, el sacrificio, la necesidad absoluta de la contemplación de Dios. Y la pobreza de espíritu. El desprendimiento de lo superfluo. La radical confianza en Dios, que es el único que puede llenar las aspiraciones del corazón de los hombres.
Gracias hermanas porque nos recordáis lo esencial: que tenernos que estar con el corazón en vela, a la espera de Dios y a las puertas del cielo. Que nadie ama más y mejor al mundo y nadie hace más por el mundo que el que lo ama y mira con los ojos de Dios y desde el corazón de Dios. Que somos peregrinos y no debemos apartar la mirada de la vida verdadera y definitiva.
7. Dejadme que os diga que no tengáis dudas: que no sois en modo alguno extrañas ni ajenas a nosotros ni a nuestras labores misioneras y apostólicas. Vuestra vida retirada es un modo específico de vivir evangélicamente á Cristo y de estar presentes en las angustias, sufrimientos y esperanzas de los hombres. Nuestra misión como la vuestra nace y se sostiene únicamente en el amor de Dios. Con nosotros vivís. Nuestras alegrías son vuestras. Nuestros trabajos también. Y vuestras son nuestras miserias y dificultades, nuestros problemas eclesiales y sociales. Y la compasión y ternura que sentimos por un pueblo que sufre (Mt. 9,36). Aquí, con vosotras, y en vosotras, toda nuestra iglesia ora, adora, canta y contempla; sufre y suplica, pide y da. Ama y se ofrece. Hasta vosotras llegarán los sueños y desvelos de esta Iglesia que se gasta para que Dios sea conocido y amado. Y llegará también el clamor del sufrimiento, de la pobreza, de la marginación, y de la falta de amor y de esperanza. Y el grito de los corazones desgarrados por mil amarguras, rebeldías o resentimientos de nuestro pueblo. Hermanas: a vosotras desde hoy os confió todos nuestros sueños y de todas las fatigas de nuestro pueblo, para que vuestras oraciones y sacrificios llegue el reino de Dios a todos nuestros hermanos. Sí, permitidme un ruego: No defraudéis nuestra esperanza. Vivid intensamente la verdad de vuestra vocación para que el aroma de vuestra vida traspase las paredes del monasterio y nos llegue a todos porque lo necesitamos y queremos acercamos más y más a Dios, a su palabra, a su luz y contemplar como vosotras la hermosura de su rostro divino. Hermanas: os dejo en manos de María para que estéis siempre en las de Jesús.
8. Finalmente dejadme que os diga a todos: este monasterio, además de lo dicho, puede ser, y ojalá lo sea, un lugar adecuado para quienes quieran disponer de un tiempo de silencio, de recogimiento y oración. O sencillamente para hacer una revisión rutinaria, un reciclaje espiritual, llenar el cántaro del agua pura y viva que salta hasta la vida eterna (Jn. 4,14). Un lugar, en suma, para la oración tranquila, reposada, silenciosa, fecunda. Para un descanso renovador Para un discernimiento vocacional. Para tomar una decisión importante. Para pasar unos días o unas horas de tabor, reponer fuerzas y bajar al Rano de la vida cotidiana y seguir caminando con la cruz a cuestas por el calvario de la vida hacia la resurrección, al encuentro del Padre que nos espera para gozarle y contemplarte eternamente.