La Mujer
sin Cabeza
Por
Maximiliano
Curcio
Sinopsis:
Una mujer, en una distracción mientras conduce, atropella algo. Al
cabo de unos días le cuenta a su marido que ha matado a alguien en
la carretera. Recorren la ruta pero sólo hay un perro muerto, y
amigos allegados a la policía confirman que no hay información de un
accidente. Todo vuelve a la calma y el mal momento parece superado,
hasta que la noticia de un macabro hallazgo preocupa nuevamente a
todos.
* * * * /
MUY BUENA
El drama
de “La mujer sin Cabeza” se nutre por medio de decisiones
tomadas, de esas que nos bifurcan el camino de lo correcto y lo
incorrecto de lo ético, de lo amoral. Lucrecia Martel completa su
trilogía (luego de “La Niña Santa” y “La Cienaga”) con
un film de corte similar, que explora mundos marginales, que
transita atmósferas agobiantes. Esta es la marca registrada de
Lucrecia Martel, hoy la directora más emblemática y representativa
del cine nacional. Como lo fue alguna vez Maria Luisa Bemberg,
gracias a joyas como “Momentos” o “Camila”. Hoy día la
recordada Bemberg le ha abierto el camino a una cantidad notable de
mujeres que se hacen paso en el camino de la dirección
cinematográfica enmarcándose en los estilos que representa el Nuevo
Cine Argentino independiente.
De ese
puñado de mujeres sobresalen Anahi Berneri (“Géminis”),
Albertina Carri (“Hermanas”), Paula Hernández (“Lluvia”)
y Ana Katz (“La Novia Errante”), pero sin dudas se destaca
más que nadie la inteligencia de Lucrecia Martel. “La Mujer sin
Cabeza”, su tercer opus, se construye de climas abstractos y
tonalidades enrarecidas. De esta forma, Martel utiliza todo su
arsenal auditivo y visual para transmitirnos la emocionalidad de la
historia, desde el punto de vista subjetivo de su protagonista. Así,
encontraremos un rico juego de cámaras, donde los planos secuencia,
el espacio fuera de campo, voces en off, primeros planos y enfoques
fuera de foco dan identidad al lenguaje que utiliza Martel. A pulso
firme, como en sus anteriores films, sabe muy bien dosificar la
expresividad que translimite mediante su cámara, una cámara de ritmo
lento, de registro pausado, de silencios prolongados, de
subjetividad por donde se la mire, dejando a manos del espectador la
interpretación de un conflicto desgarrador.
Así
Martel recrea su propio mundo, ese lleno de insinuaciones, de
quietudes exasperantes, de sutiles sorpresas que ponen en marcha un
drama de gran dimensión emocional, de verdades a medias y de
realidades ocultas, también de hipocresías y conveniencias, no es el
cine de Martel entonces el convencionalista, comercial o fluido. Su
ritmo es pausado, su cámara en mano y montaje casi neorrealista
indaga en lo más íntimo de sus personajes y nos deja delante de
nuestros ojos ambigüedad por donde miremos. También, mas allá de
este estudio del comportamiento humano en situaciones límites,
Martel pone el acento en el factor social: la pobreza, el desamparo
infantil, los suburbios urbanos. Casi realidades paralelas de este
viaje traumático y revelador que emprende su protagonista (una
acertada Maria Onetto), una mujer en crisis que deja ver a trabes de
si la visión aguda de una Lucrecia Martel sobre una sociedad
corrompida y resquebrajada. No queda lugar a dudas, la irrupción de
Martel al plano mayor del cine nacional marca no solo un punto de
inflexión para nuestro cine en lo ideológico (despojándonos a la
fuerza de nuestra actitud machista) sino que nos ofrece a una
cineasta joven y talentosa en la plenitud de su creación.
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