¿ Y QUÉ FUE DE LA EDUCACIÓN ESPECIAL ?
¿ Y QUÉ FUE DE LA EDUCACIÓN ESPECIAL ?
Hay temas en los que bien vale la pena insistir, por lo que representan, por la importancia que tienen.
Caminaba con mi esposa por la tarde, y sin proponérnoslo hablábamos a cerca de educación, así como de otros tantos aspectos referentes al tema de la ceguera, con los cuales ella está muy compenetrada. ¿Porqué? Pues, vamos a cumplir 17 años de casados en febrero, y a estas alturas de nuestra vida en común, el mencionado tema le resulta algo más que familiar. Conoce sobre las implicancias de la falta de la vista, al extremo que en varias ocasiones le he solicitado una opinión, pese a que nunca llevó una especialización en cuanto a rehabilitación, psicología o algo que se le parezca. Ah, creo que si mi esposa se hubiera especializado, sumergiéndose en las bibliotecas, navegando por la internet, escuchando las conferencias de los -¡sabios!- en eso que llaman tiflología, quizás podría pasársela haciendo referencia a uno y mil autores de ensayos, tratados, estudios, etc, pero no hubiese adquirido la experiencia que, poco a poco, ha ido acumulando en el terreno de los hechos, al igual que las esposas de otros ciegos, quienes tendrían -¡mucho!- pero mucho que decir sobre tantas cosas que no se explican si no en la práctica.
De pronto empezamos a hablar de la importancia que tenía el aprender a ver, y esto último realmente me dio mucho que pensar, hasta incitarme a escribir éstas líneas. El asunto en cuestión es mucho más que sugerente y debería invitarnos a reflexionar. El hecho de ver no es algo simple, que se pueda hacer en forma automática, espontánea, así y porque sí no más.
Hagamos un poco de fantasía ilustrativa al respecto:
Supongamos que, por ejemplo, uno de nosotros, entre los ciegos de nacimiento, empieza a ver, va caminando por la vereda, y mientras camina un automóvil pasa por su lado. Por el sonido que el auto hace, el nuevo vidente va a descubrir qué es lo que ha pasado. Ya lo había escuchado mucho antes de recuperar la vista, y lo tiene bien identificado auditivamente, así que no tiene porqué hacérsele muy difícil.
Pero, pongámonos en otra situación:
¿Que pasa si esta persona que recién ve recibe la foto de un auto, sin que nadie le diga que es lo que en la foto hay? Podría identificar como a un auto aquello que ve en la foto?
Me gustaría poner otro ejemplo al respecto: Una persona que ve sabe distinguir la diferencia que hay entre un árbol, una palmera, un arbusto, etc. Los tres salen del suelo y se elevan, pero no son iguales y el que ve lo tiene claro. Ahora bien: ¿Una persona que nunca ha visto y que recién está haciendo uso de sus ojos podría distinguir las diferencias existentes entre esas -¿cosas?- que brotan y salen del suelo? Simplemente, no.
Todo esto indica que hay que aprender a ver y que la gente ve lo que ha aprendido, desde la cuna, gracias a la madre. La progenitora en efecto (quiero hacer hincapié) es la primera instructora del aprendizaje visual que cada niño y niña tiene. Sin haber estudiado pedagogía, ni tener título de maestra -¡que bien lo merecería!- la madre se vuelca íntegra, por naturaleza, a la formación de la capacidad de interpretación visual sin la cual los ojos no servirían de nada más que para sortear obstáculos.
Entonces, y frente a lo expuesto, cabría la siguiente pregunta: ¿Así como se aprende a ver, no será que también hay que aprender a interpretar al mundo, mediante los sentidos que quedan, cuando se carece de la vista? Definitivamente, sí.
Así como en el caso de las personas con vista no basta con mirar, en el caso de las personas ciegas tampoco basta con manosear por manosear los objetos, ni basta con oír por oír los sonidos. Hay que aprender a tocar y escuchar, y ese aprendizaje, en este caso, no puede darse en forma empírica por todo lo que se requiere para tratar de compensar la falta de la vista.
Hay un conjunto de procedimientos metodológicos que, lamentablemente, no pueden ser suplidos mediante la amorosa intuición maternal, por inmensa que fuese. Requieren de especialistas en estimulación temprana y en educación -¿especial?- pero claro: especial, y es en cuanto a ello que vale la pena insistir.
Las implicancias de la ceguera no son ajenas, no escapan, al riguroso proceso dialéctico que se expresa mediante una permanente dinámica vital de contradicciones, las cuales derivan en paradojas muy peculiares. Una de aquellas, precisamente, nos dice algo que la experiencia de más de uno de nosotros, en el terreno educativo, bien podría avalar: No hay educación más incluyente que la que se da en forma especializada, realmente especializada, y de otra parte no hay ignorancia más excluyente que la que resulta del experimentito de moda, conocido como -¿educación?- -¿inclusiva?- que bien podría funcionar cual fuente de inspiración para más de un cuento o novela, de corte sensiblero, y hasta quizás lacrimógeno, pero nada más.
Por eso tenemos que darle a la educación especial todo el apoyo, todo el empuje, toda la atención, toda la dedicación, y todos los esfuerzos que sean necesarios, para preparar a las nuevas generaciones de ciegos y ciegas a quienes me resisto a llamar discapacitados. ¿Y porqué? Porque una educación, de tipo verdaderamente -¡especializada!- bien podría permitirles (inclusive) adquirir capacidades (repito) capacidades que, lógicamente, sin una estimulación y orientación adecuadas no podrán hacerse presente.
Comprendo que a lo mejor estoy pecando de reiterativo, al tocar el tema de la educación especial, porque ya lo he tocado anteriormente, pero prefiero reiterar antes que omitir mi preocupación por algo que considero un asunto realmente fundamental. Si hoy -¡ahora!- no se educa a nuestros niños ciegos como se debe, en forma especializada, mañana estos estarán en nada, pateando latas, manoseando por no haber aprendido a tocar, oyendo sin haber aprendido a escuchar; y seguirán siendo vistos como los -¡cieguitos!- -¡pobrecitos!- que, supuestamente y según ciertos estereotipos, no pueden hacer más que aparecer por las esquinas para pedir, pedir y pedir. "Una limosnita, por favor.".
Alguien podría decirme: "Ah, pero hay ciegos que habiendo estudiado prefieren mendigar". Y bueno, pero eso no justifica que, por otro lado, a los ciegos que no quieren mendigar se les prive de las herramientas de una educación especial a la cual deben poder acceder, por derecho natural.
Y también se me podrá preguntar: "¿Es decir que hay que mantener a la educación especial tal y como en la actualidad se encuentra, con todas sus carestías y necesidades, en vez de producir cambios -¡inclusivos!- pro futuro?". Pues, en cuanto a eso, respondo que -¡no!- de ninguna manera, porque no se trata de quedarnos atascados en un estado de cosas tan crítico como el actual, del mismo modo que tampoco se trata de experimentar cualquier corriente de moda educativa, sin que se nos garantice que por el simple hecho de poner a niños con todo tipo de problemas en un mismo salón de clase -¿inclusión?- vayamos a dar el gran salto histórico, cualitativo, definitivamente glorioso, que tanto se nos ha ofrecido y que en tan buen estilo se nos ha venido vendiendo.
La educación especial (deseo ser enfático) para poder seguir siendo eso (especial) requiere de toda una reingeniería que le permita estar al día, en condiciones de responder a nuestras necesidades y demandas. Necesita, definitivamente, ponerse a tono con las exigencias de un mundo como el actual, en el cual no es suficiente con que los -¡cieguitos!- tal como hasta ahora se nos sigue llamando, vayamos pregonando que ya podemos navegar por internet, que ya aprendimos a mandar nuestros correos, para ver si aunque sea así llamamos la atención. No basta, como diría la canción de Franco de Vita, con ir recordándole nuestros derechos, el decreto tal, la ley esta o aquella, a quien buenamente se pueda interesar en nosotros.
Hacen falta cambios muy profundos; cambios que incluso tienen que ver con la imagen que proyectamos de nuestra parte hacia los demás miembros de la sociedad y que sí y solo sí, se producirán en forma efectiva mediante un proceso de educación óptima, como debe, puede y tiene que ser la especial si se le da todo el apoyo que requiere. ¿Porqué habríamos de resistirnos a esos cambios que debieran darse desde la raíz si fuera necesario?
Debemos tener las cosas bien claras: Si hoy los ciegos y las ciegas no somos eficientes, competitivos, productivos, y solamente nos la vamos a pasar reclama que te reclama, gritando - ¡ que viva la inclusión ¡ - estaremos fritos, sin poder dar el más mínimo paso hacia el progreso, y nos pasaremos la vida, hasta hacernos viejos pidiendo -¡inclúyannos, inclúyanos, por favor!- mientras otros (no los ciegos necesariamente) seguirán experimentando con nuestro destino.
¿ Es eso lo que nos gustaría ? A mí , no.
Lic. Luis Hernández Patiño
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