El Rincón de los Relatos

Aventuras de una Embajadora

Soy embajadora de México en Colombia, tengo 30 años y hace 9 meses que acudí al baile de bienvenida que tan amablemente nos ofrecieron a los nuevos embajadores. El salón estaba iluminado completamente, y nos juntamos en grupos. Los casados con sus parejas, y los solteros nos quedamos en mesas distintas, pero los latinos juntos en una y los ingleses y estadounidenses en otra, según nuestros intereses. Nos acompañaba el ministro de relaciones exteriores de Colombia, y estábamos el embajador de Chile, la embajadora de Argentina, el embajador de Venezuela, la embajadora de Perú, el embajador de Uruguay, etcétera. Charlamos un poco de política y predominó la cortesía hasta que sirvieron la cena. Después de comer se hicieron las parejas que ya conocíamos, y yo, como siempre me quedé sola; bailé una pieza con el embajador venezolano que no estaba mal, pero ya habíamos intentado y no funcionó, así que terminando de bailar tomé asiento otra vez. Mi vestido de 400 euros y el maquillaje ligero que utilizaba no ayudaban a hacer atractiva a una mujer que la mayor parte del tiempo estaba pendiente de su ordenador portátil, las bibliotecas y el piano. -Buenas, señorita, pero no se duerma- -ah, señor Ministro, perdone usted- -noooo, nada de perdone, venga a bailar- -ese era el ministro de relaciones exteriores de Colombia, hombre altísimo para mí, que solo mido un metro y cincuenta y cinco. Casi me alzó para llevarme a la pista, donde a penas terminamos una pieza porque después empezaron a tocar música africana que no se me da. De vuelta a mi lugar, me encontré con que la silla de al lado ya no estaba vacía. El letrero colocado en el respaldo rezaba así: Guinea ecuatorial. Me hizo gracia el no haber visto antes el cartel, y cuando miré de reojo me encontré con una sonrisa que casi logra que la copa sostenida por mi mano derramase su contenido. Calculé rápidamente y pensé que el chico me llevaría mínimo unos 4 años de diferencia, y lo que más me llamó la atención era su voz, que denotaba un carácter entre dulce y fuerte, pero lleno de una exquisita picardía . -ola, mi nombre es José de La Peña y Garza, embajador de Guinea Ecuatorial, usted sabe, la única colonia española en África. -Hola, hola, buenas noches, soy Carmen Buenrostro, de México… Fue lo último que dije coherentemente antes de perderme en la intensidad de sus ojos verdes, que tenían ese don de alterar la conciencia como el mejor psicólogo. -¿y de qué estado eres?- -de San Luis- -querrás decir San Luis minas del Potosí- -no, ya solo se llama San Luis Potosí- -ah, vale- -y cuál es su profesión, amigo- -conquistador- -dijo y sonrió- -administrador de empresas, y tú, ¿puedo tutearte?- -claro, pues yo soy Licenciada en relaciones exteriores- -ya, y ¿qué idiomas dominas?- -inglés, francés, catalán, alemán, italiano, japonés y castellano- -yo sé árabe también- -dijo sin una pizca de arrogancia. Seguimos charlando de trivialidades hasta que llegó la media noche, cuando llegó el momento que esperé desde la primera vez que me miraron sus ojos. Todos estaban bailando y unos empezaron a retirarse discretamente, mientras que nosotros seguíamos conversando. Depositó sobre la mesa su copa con delicadeza, y tomó mis manos entre las suyas. De sobra está describir que la atracción que sentía por él hacía que estuviese helada. -¿Cuál es el remedio para el mal que te aqueja, preciosa?- -tú, respondí sin pensarlo. Entonces se inclinó y me besó con pasión y ternura mezcladas. –Ven- -me dijo, con la voz ronca por el deseo, que ni yo misma podía creérmelo. No me caracterizaba por coqueta y un temor repentino se clavó en mí: era una inexperta, no estaría a su altura, y quizá lo decepcionaría. Mientras me conducía a las afueras del salón hacia su casa en la embajada, empecé a sudar frío, y oprimió con algo más de fuerza mi mano. Llegamos y alcancé a dar un vistazo rápido. Se notaba que era un apartamento de soltero, con las latas de comida sobre la mesa,y el desorden característico, pero no estaba interesada en la decoración ciertamente. Entramos a su dormitorio, donde tenía su ordenador, y para sorpresa mía, un piano en el que tocó tres melodías clásicas antes de tomarme en brazos, visiblemente más relajados los dos. En sus manos quedó mi vestido, que hizo a un lado para dedicarme sus atenciones, mientras yo le desabotonaba el traje. Busqué sus labios mientras exploraba su cuerpo varonil con mis manos, y las suyas hacían otro tanto conmigo. Aún con mis ojos cerrados sentía su mirada, y todo mi cuerpo clamaba por él. Me hizo suya tantas veces como quiso, y sólo recuerdo haberle dicho te amo antes de quedarme dormida recostada en su pecho y sostenida por sus brazos. Grande fue mi sorpresa cuando desperté en mi cama, con mi vestido de noche y el maquillaje un tanto descompuesto. De mi compañero no había rastro y de aquella noche de pasión solo me quedaba el recuerdo. Me duché en agua aromática que había en el baño de mi departamento, y corrí a buscar a mi amiga Dulce, la embajadora argentina para preguntarle por aquél simpático desconocido. -Hola nena, ¿qué te pasa?, te veo un poco descompuesta- -verás, Dulce, ayer en el baile estaba el embajador de Guinea ecuatorial…. –Chica, estás borracha todavía, ¿verdad?, si te piensas que tienes oportunidad con ese hombre estás loooooca, y ni lo busques- -pero amiga, escúchame; él es simplemente maravilloso y yo…. –Carmen, te lo digo por tu bien, aleja tu mirada de ese hombre- -¿por por qué?- -porque él es una leyenda- -¿Qué?- -bueno, eso me contó el ministro, que en cada reunión de bienvenida para los nuevos embajadores este personaje se presenta, dice que para saldar una apuesta- -¿apuesta?- -sí, en los años de la reciente independencia de nuestros países, se celebró acá una reunión, y cuentan que nadie quería al embajador del recién formado México, por ser hijo de un conde español, aunque nacido en México; por tener sangre noble y tratar a los demás con cierto desdén por eso.- -¿Y luego?, pregunté un tanto alarmada- -pues este hombre tenía un secreto: era soltero y no se había dedicado a las artes de alcoba, y resulta que apostó con un amigo suyo que haría mujer a una chica de su tierra que fuera parecida a él, pero murió en esa reunión de un ataque a traición…- -Casi me muero del pánico, pero no le conté nada a Dulce, y hoy, todos me miran extrañados, volviendo del hospital, con mis dos bebés, que tienen los mismos ojos verdes del embajador de Guinea, o mejor dicho, del marqués de la Peña y Garza…. , y se preguntan quién los engendró…..
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