Eros
Por Miguel Ángel Chinchilla
Lo conocí en el "Caos", uno de los tantos burdeles en los que he
trabajado.
Era un
tipo raro pero a mí me gustaba por loco, por las cosas que decía. No
tenía
noche
fija para llegar pero de seguro caía una vez por semana. Cuando
aparecía yo
sentía
como dicen un vuelco de corazón y me dedicaba sólo a él. Se sentaba en
el
rincón
y antes de mi turno para subir a la pista disfrutaba escuchando sus
palabras
que
sonaban a susurro de agua, tenía la maña de
sacar y meter la lengua cuando hablaba como hacen las serpientes. Para
tocarme lo
hacía con delicadeza, no como los otros machos que al nomás llegar te
van
metiendo
el dedo. Él no, la primera vez que lo hizo me fui todita, me estremeció
hasta el
último poro, era como un extraterrestre, como un ángel, a pesar de que
no
era guapo,
digo guapo como los actores de cine, tenía la piel oscura, ni alto ni
bajo,
ni gordo
ni flaco, ni joven ni viejo, a veces andaba con lentes, era un hombre
de
apariencia
dulce y tranquila. En el negocio le habían puesto de apodo el exorcista
porque siempre
andaba vestido de negro. Sin embargo nunca quiso cogerme y a mí la
verdá ni
falta
que me hacía, porque me iba como digo con sólo oler su aroma de hombre
limpio y acariciarle
sus músculos de macho acostumbrado al ejercicio. Cuando una está en
este
negocio
el miembro de los hombres se vuelve la cosa más común y corriente, unos
la
tienen
chiquita y otros la tienen grandota, pero eso a nosotras no nos
inquieta. El
pene
para una pierde su valor sentimental, no sé si me doy a entender, posee
menos importancia
que un condón. Aunque debo confesar que a veces sí me daban ganas de
que
Uraco me
cogiera, pero era raro porque sólo sentía esa cosquillita cuando
acababa de
pasarme
la menstruación. Se llamaba Uraco, fíjese usté que nombre más raro,
pero en
el negocio
nadie le creía, si vos te llamás Uraco -le decía la niña Yuli que era
la
rufiana-
la Magdalena está virga y entonces la vieja se tiraba su carcajada de
Ciguanaba que
le dejaba al descubierto las coronas de oro y los rellenos de plata que
adornaban
su dentadura. Yo le pedía que me enseñara su identificación para ver si
era
cierto
pero tampoco pude convencerlo. Aparte de exorcista y a causa de su raro
nombre, las
otras putas le decían don hoyo y las muy irrespetuosas decían ahí viene
don
culo.
La Magdalena soy yo, bueno más bien fui yo, era mi nombre de guerra
antes de
que
Uraco me lo cambiara. Mi verdadero nombre es Mercedes, María Mercedes,
pero
una en
esta vida tiene que tener un alias y entonces me puse Magdalena en
honor a
esa gran
puta que menciona La Biblia a la que Cristo salvó de sus pecados.
Pero Uraco que a veces parecía cura me explicaba que eso de que María
Magdalena era
puta, es una mentira inventada por un Papa ignorante hace muchísimos
siglos,
Magdalena
era en verdá la esposa de Jesús, ave María purísima pero que blasfemias
hablaba ese
hombre si con sólo recordar se me pone la carne de gallina. En todo
caso me
convenció
de cambiarme el nombre, de ahora en adelante te vas a llamar Eros,
nacida en
el Caos,
y desde entonces ese fue mi nuevo seudónimo. Eros significa sexo -decía
Uraco- poniendo
mi mano sobre su miembro erecto que se le inflamaba como buche de
paloma la
cual
nunca quiso entrar en este palomar. Yo le decía que me cogiera de choto
es
decir
gratis, que no tuviera ningún temor puesto que siempre he sido bien
aseada y
además
cada tres meses me hago la prueba del SIDA y tampoco permito que ningún
cliente me
la meta si no tiene puesto el condón, pero él nada. Una noche que había
pocos clientes,
antes de subir a la pista a bailar alrededor del falo de cromo como le
decía
Uraco
al tubo, yo me coloqué de rodillas debajo de la mesa y sacándole la
cosa me
puse
a chupársela como nunca antes lo había hecho con otro hombre, tanto que
lo
hice gemir,
entonces la niña Yuli al darse cuenta de aquel degenere me mandó a
llamar y
casi
me pega por estar quebrantando las reglas del negocio, amenazándome con
grandes palabrotas
y gritando que como castigo esa noche no me la iba a pagar, pero Uraco
que
era bien
lindo antes de marcharse me dio con disimulo un billete de veinte
dólares y
sobre
el pantalón yo le apreté la cosa que por cierto al chupársela no tenía
el
sabor tetelque
de los demás. Otra de sus locuras era decir que se había escapado de
una
historia
o un asunto allá en Jutiapa y que la inquisición o no sé quienes lo
andaban
buscando
para crucificarlo porque lo habían condenado por acaparador de pecados,
o
algo así,
eso me contaba mientras disfrutaba de su whisky porque loco y todo pero
Uraco sólo
whisky tomaba, nada de cerveza ni otro tipo de licor, a falta de
chaparro -decía-
lo mejor es el whisky. Estoy bien segura que Uraco a pesar de su
peladera de
coco
estaba enamorado de mí porque una vez que llegó y no me encontró, yo
estaba
enfermita
con una gran gripe, me contaron las otras putas que dio la media vuelta
y se
marchó
a pesar de los ruegos de la niña Yuli para que se bebiera aunque fuera
un
whiskito
cortesía de la casa, y es que Uraco era un cliente vip ahí en el Caos
ya que
siempre
gastaba buenos dólares aparte de su personalidad misteriosa que lo
hacía un
hombre
casi irresistible.
En el negocio corría la versión de que se trataba de un obispo que
salía por
las
noches disfrazado a echarse una canita. Un día antes de verlo por
última vez
y de
que pasara lo que pasó, yo lo soñé dando misa y de pronto a la hora de
la
comunión
un chorro de sangre le explotó aquí en el pecho cabal a la altura del
corazón. Al
contarle a Uraco la horrible pesadilla, él se puso a reír y entonces
hizo lo
que
nunca se había atrevido que era pagar para estar conmigo en uno de los
cuartos. Todos
en el negocio se sorprendieron porque al fin Uraco se decidía a cogerme
y
entre bromas
la niña Yuli me dio los condones, el papel higiénico, la toalla y el
jabón.
Pareciera
increíble pero me puse nerviosa como si fuera la primera vez, la
primera vez
de verdá
porque yo perdí mi virginidad a los once años con un marido de mi mamá
que
me violaba
como él quería. Entramos al cuarto y
yo me sentía como imagino que se siente una novia recién casada,
emocionadísima,
húmeda, ansiosa. Nos besamos, nos desnudamos, Uraco saboreó mis pechos
yo le
chupé
su cosa y cuando creía que él haría lo mismo con mi sexo, el hombre me
lanzó
un escupitajo
o lengüetazo no podría precisar, cabal en la punta del clítoris y sentí
que
subía
al cielo, al mismo instante que afuera se escuchó un estruendo de pasos
y
fue cuando
la niña Yuli de repente abrió la puerta dejando entrar a aquellos
hombres
armados
y con el rostro cubierto, quienes buscaban a Uraco de seguro para
ejecutarlo
como
él bien decía. Pero resultó que Uraco ya no estaba ahí en el cuarto, se
había esfumado,
ni debajo del catre ni en el armario destartalado lo pudieron
encontrar, no
estaba,
simplemente había desaparecido, además esos cuartos no tienen ventanas,
la
misma
niña Yuli se rascaba la cabeza por aquel acto de escapismo, no me
pregunte
cómo,
lo único cierto es que me dejó embarazada con la saliva, lo sé porque
nunca
me penetró
con su pene, eso es todo.
Como siempre por la calavera en el árbol de morro me enteré que la
princesa
se desnudaba
en una barra show llamada "Caos". Eso de hablar con el morro me lo
enseñó mi
madre,
la india Tzinke, nieta de reyes, algo bruja algo loca, como dice el
maestro
Sagatara
en su historia que escribió sobre mí y de la cual yo me he salido por
un
punto suspensivo
para encontrarme con Eros. Eros, amiga de taxistas, ladrones y
policías,
tiene un
enemigo travestí y también un nahualito que la cuida desde niña. Parece
gata
en la
calle por la noche, pero Eros no es puta de la calle porque se dedica
al
topless
y qué más con ese cuerpo divino, morena de piernas largas, altivas
nalgas,
vientre
plano, tetas de cántaro y pezones erectos de nances en panela. Como
perros
los clientes
aúllan cuando Eros sube a la pista, cual serpiente se retuerce al ritmo
de
la música
abrazada al falo de cromo, dueña de la situación se deja babear por una
jauría de
borrachos, potenciales clientes, todos quieren un polvo meter el dedo
aunque
sea.
Más tarde en brazos de los que magullan porque compran, panzarriba se
defiende para
que no le hagan daño. Tiene un chivo, su marido involucrado en
secuestros
que la
viola, la explota, le da crack en exceso, mientras ella entrepiernas
suda el
esmegma
de sus lunas. Experta en condones con precisión los quita y los pone,
unos
la tienen
chiquita otros la tienen grandota, pero el mito de las pulgadas a ella
no la
inquieta,
Eros es una máquina tragadólares dispuesta para el que tenga. Ella
desconoce
su linaje
de sangre noble y por eso la he buscado, no para ilustrarla sobre su
genealogía sino
para dar continuidad al sueño del paisaje que hoy por hoy sigue siendo
leyenda. Allá
en Jutiapa la justicia me busca por muchos delitos, desde estupro dicen
y
robo, hasta
homicidio, herejía y sacrilegio, y sé también que un escuadrón de
internautas ha
sobrepasado la barrera del tiempo para ultimarme antes de que llegue el
momento.
El más preocupado es el maestro Sagatara que en levitación se mantiene
expectante
mientras se pregunta por dónde ando, ha consultado a Blavatsky pero
ella
tampoco
sabe y no puede terminar su historia si el protagonista que soy yo ha
escapado. Sagatara
me encontró hace casi un siglo en uno de sus tantos viajes, yo andaba
errante como
contenido sin continente, me dio por padre a un extremeño con nombre de
perro y como
madre a una princesa maya que además él pintaría en un cuadro como la
Cigua,
mujer
de las aguas, ex sacerdotisa de madre Tonantzin conocida en otras
regiones
como Tlazolteotl.
Sagatara parece europeo, alto y blanco viste una túnica de luz que lo
vuelve
radiante,
señor de la catleya, amigo de espantajos, él no me inventó sólo pudo
recrearme.
Recuerdo cuando Sagatara disfrutando con Carmen su musa favorita en un
mano
a mano
de sexos y ritos, pensó en mí, en la ebullición de la sangre mezclada a
través del
conducto por donde se defeca el dolor de los tiempos. De ahí lo sucio
de mi
nombre,
Uraco, nada es azar en la historia que sobre mí cuenta Sagatara, pero
como
él me
rescatara en el río de los mitos más remotos, me he podido fácilmente
escapar de
sus manos que de todas maneras al final de cuentas terminarán
crucificándome, porque
todo está escrito, mas no sin antes cumplir la voluntad del morro que
es
preñar a
Eros a la manera de los dioses. En esto del sexo la seducción es lo más
importante,
es el misterio que lubrica las glándulas y convierte en bonito lo feo.
Yo en
eso
de seducir soy experto pues tengo la astucia del crótalo y el poder de
la
palabra
que es mi fuerte, producto de mi formación seráfica de largas jornadas
en la
biblioteca
del monasterio, santo lugar donde encontré refugio cuando la
inquisición
ultimó a
mi padre y a mi madre casi a finales del siglo XVI, según cuenta
Sagatara
quien me
sacó del limbo, de la invisibilidad. Cuando nos conocimos con
Eros la química entre nosotros fue inmediata y cada vez que la visitaba
en
el Caos,
se generaba en mí un conflicto interno porque mi miembro erecto deseaba
fervientemente
penetrarla, acometer sus entrañas como ella lo deseaba, pero un hombre
verdaderamente
virtual como yo debe cumplir al cien por cien la misión que le
encomiendan
las fuerzas
telúricas y seculares que flotan en el aire y que toman eventualmente
formas
de duendes
o apariciones. Lo que hacía entonces para calmar el fuego era recurrir
a las
satisfacciones
manuales del onanismo, no sé si ella haría lo mismo aunque no lo creo
puesto
que
en dicho oficio tan antiguo lo que sobran son penes para quitarse las
ganas,
en todo
caso yo estaba seguro que sus líquidos interiores bullían por mí, sobre
todo
porque
el ser humano añora lo que no tiene. Pero el tiempo perentorio para
cumplir
la misión
de preñarla estaba llegando a su límite y yo sabía que un escuadrón de
internautas
enviado por los demonios de Xibalba, socios estratégicos de la
inquisición,
andaba
tras mis huellas, no digo tras mi sombra porque los seres como yo no
proyectamos
sombra. Aquella noche Eros estaba lumínica, afuera en el cielo la luna
llena
emitía
una energía especial propia para engendrar, desde temprano me sentía
inquieto tanto
que me hice acompañar de mi perro Cadejo, por si algo salía mal con los
escuadroneros.
Cadejo es un perrote negro y hermoso que jadeando se quedó afuera del
burdel
en el
lugar más oscuro para no ser delatado por el plenilunio. Al ingresar al
cuarto Eros
estaba transformada, parecía una virgen temerosa en noche de boda,
trémula
se despojó
de la escasa ropa que usaba en su trabajo y comenzó a gemir besándome
de
arriba hacia
abajo hasta engullir mi verga que endurecida y crecida palpitaba con
más
intensidad
que el corazón. Luego con su saliva y la mía preparé el salivazo y
cuando
ella pensaba
que yo me disponía a disfrutar de su clítoris con mi lengua y mis
labios, le
lancé
el escupitajo hacia adentro de la vagina, acto con el cual quedaba la
misión
cumplida,
al momento que llegaban los escuadroneros buscándome para matarme, pero
ni
cuenta
se dieron cuando convertido en piojo salté a la cabeza de la niña Yuli
que
era la
rufiana que les abrió la puerta para que me ultimaran, ella comenzó a
rascarse y
hubieran asesinado a Eros sino fuera por Cadejo que de un punto en la
estancia proyectó
su silueta de perro gigante, haciendo retroceder a los asesinos que no
se
atrevieron
a enfrentarlo. Según antiguas profecías Eros tendrá gemelos y ellos
traerán
cosas
buenas para los nuevos tiempos, a ellos les dejo mi chucho Cadejo para
que
los proteja,
especialmente a Eros de ese maldito marido que ya pronto lo van a
matar.
Además hay
Herodes y Herodías que se opondrán al nacimiento pero los gemelos
nacerán
eso está
escrito. Ahora más tranquilo regreso al patíbulo, a la historia de
Sagatara
donde
me espera la crucifixión y un escultor al que llaman Quirio Cataño, el
cual
me hará
inmortal como el Cristo Negro de Esquipulas, pero eso es parte de otra
saga
que no
va con este cuento.
Miguel Ángel Chinchilla, escritor salvadoreño, es colaborador de
"Raíces".
Monday, September 12, 2005
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