El Rincón de los Relatos

La fiesta del colegio (II).

Hetero, colegialas, desvirgamiento, trío, doble penetración, relato del día. Al salir de la fiesta del colegio nuestra amiga encuentra por su "benefactor" del autobús que circula en una furgoneta con un amigo. Ellos le harán los honores y rendirán la virginidad de todas sus entradas.


El autobús se detuvo bruscamente. Había llegado a mi parada, así que me escabullí lo más rápido que pude y salté a la calle. Mientras me dirigía hacia el colegio, mi cabeza era una olla a presión. Tenía la sensación de que flotaba en vez de andar, notaba las piernas tan flojas que me temblaban, y en ese estado entre en el amplio patio de la escuela.

Como eran las fiestas patronales del colegio, aquel fin de semana no teníamos clases, así que durante un buen rato me dediqué a pasear por entre la ruidosa muchedumbre que invadía el patio mientras intentaba distraerme contemplando las distintas actividades y competiciones, pero era totalmente inútil. No conseguía apartar de mi mente la excitante escena que había protagonizado en el autobús, incluso tenía la sensación de que los dedos del padre de mi amiga seguían acariciándome el chocho.

Sin darme cuenta, había salido a la calle y caminaba ensimismada por la acera hasta que de pronto me sobresaltó el sonido del cláxon de un coche. Sobresaltada, levanté rápidamente la cabeza y descubrí a mi lado una furgoneta. En su interior se encontraban dos hombres, y el corazón me dió un vuelco cuando reconocí al que iba sentado junto al conductor: ¡era el padre de mi amiga, el mismo que me había puesto el rabo en el autobús!. Antes de que pudiera reaccionar, se bajó muy sonriente y me habló mientras me cogía suavemente de un brazo:

- Hola pequeña, ¿te acuerdas de mí?. Sé que no tenéis colegio, así que te estaba esperando por si querías venir a dar una vuelta con nosotros, así podríamos hablar un ratito sobre lo ocurrido esta mañana y conocernos mejor.

Aquello me desconcertó. Habrá quien piense, y con razón, que tendría que haber salido corriendo o al menos gritar pidiendo ayuda, pero en vez de ello subí en silencio al asiento posterior de la furgoneta como hipnotizada, sin oponer la más mínima resistencia y sin pensar en las consecuencias que aquella acción me podría acarrear. Sin soltar mi brazo, el hombre entró rápidamente tras de mí, se sentó a mi lado y nada más cerrar la puerta, el vehículo arrancó.

Mi acompañante pasó entonces su brazo izquierdo por mis hombros, y empezó a hablarme de forma muy cariñosa, como intentando tranquilizarme. Yo continuaba teniendo la mente bloqueada, no sabía donde colocar mis manos, y estaba tan nerviosa que empecé a responder a sus preguntas como en un sueño. Así se enteró que me llamo María y que tengo tan solo quince años. Me pidió que le llamara Ramón, y me contó que yo le gustaba mucho, que lo había pasado muy bien en el autobús y yo que sé cuantas cosas más. Mientras hablaba, había metido la mano derecha bajo mi falda y, como si fuera la cosa más normal del mundo, me acariciaba lentamente el interior de los muslos. Empecé a sentir en el vientre el mismo calor y la misma desazón que me había invadido por la mañana. Apoyé la cabeza en el respaldo del asiento y, dejándome llevar por un extraño impulso, separé ligeramente las piernas con el deseo de que volviera a acariciarme como lo había hecho en el autobús.

La respuesta a mi gesto no se hizo esperar. Como un rayo, la mano que me acariciaba los muslos subió en dirección a mi vientre y se coló bajo la cinturilla de las pequeñas bragas, que volvían a estar húmedas de nuevo, y no se detuvo hasta alcanzar los pequeños rizos de mi pubis. Rápidamente empezó a acariciarme el chocho, estrujándolo con ansia entre sus dedos durante unos segundos; a continuación me abrió la empapada rajita, buscando el clítoris, y en cuanto lo encontró comenzó a frotarlo suavemente, haciendo que se pusiera duro como una piedra.

Mi excitación se había disparado hasta el máximo y empecé a gemir. Al oírme, me pidió que separara un poco más las piernas para poder tocarme mejor, y yo incapaz de resistirme, me subí la falda y abrí las piernas todo lo que pude, ofreciendo mi vientre casi desnudo a su vista y a sus manos. Con la nueva postura le resultaba mucho más fácil masturbarme. Noté que me introducía un dedo por la abierta raja, y lo fue metiendo hasta que tropezó con algo que le impidió seguir profundizando más. Entonces empezó a moverlo hacia dentro y hacia afuera, haciendo que se deslizara lenta y suavemente entre los hinchados labios de mi coño, sin dejar por ello de acariciarme el clítoris a la vez.

Me dejé arrastrar por las sensaciones y, olvidando al conductor, cerré los ojos para poder concentrarme mejor en mi placer. Sin abandonar las caricias en el empapado chochete, Ramón se inclinó sobre mí y empezó a besarme en el cuello, en la cara y por detrás de las orejas. Con los dientes apretados, y al borde del orgasmo, empecé a jadear. En ese momento, mi acompañante me besó en la boca por segunda vez, pero en esta ocasión no fue un beso fugaz, como lo había sido el de la mañana; ahora sentí su lengua luchando por entrar en mi boca, y sin dudarlo abrí los labios y se lo permití.

Como podéis imaginar, era mi primer beso "con lengua", y he de confesar que no me disgustó lo más mínimo, todo lo contrario; al sentir su lengua jugueteando con la mía sentí que mi deseo aumentaba. Tuve la extraña sensación de que el chocho se me abría de par en par, y en ese momento, el dedo que me lo torturaba se coló de un tirón hasta el fondo de mi vagina. Aquella pequeña invasión en mis entrañas pareció disparar una descarga eléctrica en mi interior y volví a correrme. El orgasmo fue tremendo; quizás se debiera a la tranquilidad y a la soledad de la furgoneta, o quizás fuera por el dedo que me penetraba, la cuestión es que el goce resultó mucho más fuerte que el que había experimentado en el autobús. Pero esta vez no me reprimí lo más mínimo: dando rienda suelta a mi deseo, empecé a botar en el asiento y a gemir en voz alta como una desesperada; y al igual que había hecho por la mañana, Ramón siguió besándome en la boca y acariciándome el chocho hasta que dejé de estremecerme.

Cuando todo pasó, me sacó el dedo con mucha suavidad mientras yo, totalmente desmadejada, abría los ojos y miraba a mi alrededor. Hasta ese momento no me había percatado de que la furgoneta se había detenido y que el conductor, vuelto hacia nosotros, nos observaba con ojos brillantes. Al mirar a los lados, me percaté de que estábamos en un pinar a las afueras de la ciudad, pero aquello no me causó la más mínima preocupación.

Tirando de mí con firmeza, pero con suavidad, y sin dejar de besarme una y otra vez, Ramón se apeó de la furgoneta, haciendo que lo siguiera hasta la parte trasera del vehículo. Abrió el portón y me empujó en el trasero para ayudarme a entrar. El muy sinvergüenza venía bien preparado: en el suelo de la furgoneta había colocado una colchoneta y, aunque no tenía ninguna experiencia en el terreno sexual, al verla me imaginé cuales eran las intenciones de aquel individuo.

Convencida como estaba de lo que iba a ocurrir, lo más sensato habría sido decirles que quería marcharme inmediatamente, pero en vez de ello, me arrodillé en el colchón y dejé que me desabrochara la falda y la camisa. Estaba tan aturdida que yo misma le ayudé a quitarme ambas prendas; e incluso a una indicación suya, me desprendí de los zapatos y los calcetines. En unos segundos me encontré casi desnuda, con las pequeñas braguitas y el sujetador como únicas prendas, y no opuse resistencia cuando hizo que me tumbase de espaldas sobre el colchón, con la cabeza hacia la parte delantera y las piernas en dirección a la puerta trasera del vehículo, que él se encargó de cerrar.

Ramón empezó de nuevo a besarme, pero esta vez no se limitó a mi boca, sino que fue recorriendo lentamente todo mi cuerpo con sus labios. Al mismo tiempo, mientras una de sus manos volvía a colarse bajo las bragas y reanudaba sus caricias sobre mi ansioso y castigado conejito, con la otra mano se dedicó a acariciarme el pecho por encima del sujetador; inmediatamente noté cómo se me erguían rápidamente los pezones, poniéndose duros como piedras.

Bastante excitada, decidí terminar con mi pasividad, así que llevé las manos a la espalda y me desabroché el sujetador; a continuación me desprendí de él, dejando al aire mis senos. Cuando Ramón me vio en estas condiciones soltó de inmediato mi chocho y, agarrando una teta con cada mano, empezó a besarlas y a chupar los pezones como si fuera un bebé, a la vez que hacía comentarios sobre lo bonitas que eran y lo duras que estaban. Aquellas frases me hicieron enorgullecerme y sentirme más mayor de lo que era, a la vez que las caricias me colocaban de nuevo en el disparadero. Estaba tan entregada, tan decidida a rendirme a la lujuria sin importarme lo que ocurriera, que fue incapaz de reaccionar cuando sentí que se abría de nuevo el portón de la furgoneta. Me limité a observar de reojo la entrada del otro individuo y ni siquiera intenté cubrirme las desnudas tetas cuando, una vez dentro y tras cerrar la puerta, se colocó de rodillas a mis pies. Caliente perdida, cerré los ojos y me abandoné, dispuesta a experimentar nuevas sensaciones; creo que en mi subconsciente deseaba que el conductor se uniera a nosotros y participara en la "fiesta".

De pronto sentí en las caderas las manos del recién llegado y, levantando ligeramente el culo, le facilité que me quitara las bragas. La cabeza empezó a darme vueltas y sentí un pellizco en el estómago cuando pensé en mi nueva situación. En ese momento abrí de nuevo los ojos y me contemplé: tumbada en el interior de una furgoneta, totalmente desnuda y a merced de dos hombres maduros cuyas intenciones eran fáciles de adivinar. Durante unos segundos, Ramón interrumpió sus caricias para presentarme al recién llegado: su nombre era Luis y tenía más o menos su misma edad, pero era algo más alto y corpulento. Volví a cerrar los ojos para concentrarme mejor en las sensaciones que me invadían.

Mientras Ramón volvía a dedicarse a mis tetas, el otro me abrió las piernas y, colocándose entre ellas, empezó a besarme la parte interna de los muslos. Lentamente fue subiendo hasta alcanzar el chocho, que a estas alturas estaba empapado y me ardía como si tuviera fuego. Utilizando los dedos, me abrió la raja y comenzó a besarlo y a lamerlo con verdadera ansia. Cuando metió la lengua entre los inflamados labios de la vulva y me lamió el interior, di un bote tan violento sobre el colchón que el pobre interrumpió la caricia. No estaba dispuesta a que se repitiera la interrupción, así que agarré su cabeza con ambas manos y, abriendo aún más las piernas, lo hice amorrarse de nuevo sobre mi ansioso y chorreante coño.

En ese momento me percaté de que Ramón había dejado de acariciarme. Abrí los ojos para averiguar qué pasaba, y el corazón me dió un vuelco. El padre de mi amiga se estaba desprendiendo de sus ropas. Nunca había visto un hombre desnudo, así que cuando finalmente se desprendió de los calzoncillos y se arrodilló a mi lado, no pude reprimir un estremecimiento. Aquel cilindro de carne tan tieso que se agitaba a un palmo de mi cara, me dejó sin habla, era la primera vez que veía algo parecido.

El único "pito", que yo había visto al natural era el de mi hermano pequeño, y eso cuando aún lo bañaba mi madre. Lo que ahora tenía ante mis ojos era muchísimo más largo y me pareció casi tan grueso como mi muñeca. Sobre todo me llamó la atención la punta: de color rojo oscuro, casi morado, tenía forma de seta y era más gruesa que el resto del "aparato"; y sobre todo me fijé en aquella especie de boquita que presentaba en su extremo superior y que se abría y se cerraba continuamente, como si respirara. Una voz me sacó de mi embobamiento.

- ¿Te gusta mi polla?.

Sin poder apartar los ojos de aquella garrota, asombrada por su tamaño y agitándome al compás del movimiento de la lengua de Luis en mi chocho, apenas podía hablar.

- Es muy grande; claro que es la primera vez que veo algo parecido.

Arrodillado como estaba, metió una mano bajo mi cabeza y me ayudó a incorporar-me ligeramente. Después, sujetando su tiesa verga con la mano libre, se acercó hasta que la brillante cabezota me rozó los labios. Rápidamente comprendí lo que deseaba y, dispuesta a complacerles en todo, abrí la boca dejando que me la metiera. Estaba ardiendo, y aunque nunca había hecho algo parecido, empecé a chuparla lo mejor que supe. A pesar de mi inexperiencia no debía hacerlo mal del todo, porque casi de inmediato dejó escapar unos gemidos muy similares a los míos.

La visión de aquella tranca entrando y saliendo de mi boca, junto con la comida de coño que me proporcionaba su compañero, me llevaron a un nuevo orgasmo, tan violento que me resultó difícil conservar la gruesa polla en la boca. La lengua de Luis siguió lamiéndome el interior del coño y el clítoris hasta que terminé de correrme. Cuando todo acabó, caí de espaldas sobre el colchón, completamente agotada. Ya no podía más.

Mi comportamiento era increíble. Por un momento se me vino a la mente la imagen de mi pobre madre. Seguro que le daba un ataque si pudiera ver a su inocente niña en aquella furgoneta, tumbada sobre aquel colchón, totalmente desnuda y despatarrada al máximo; con el chocho chorreando por el placer y expuesto a las miradas y las caricias de un hombre desconocido, a la vez que le chupaba con ansia la polla a otro que además estaba completamente desnudo.

Sentado a mi lado, con la polla tan tiesa como al principio, Ramón seguía acaricián-dome todo el cuerpo con las puntas de los dedos. Mientras tanto, Luis había comenzado a desnudarse. Cuando terminó, pude admirar la segunda polla de mi vida, tan tiesa y tan larga como la primera, aunque me pareció que era algo más gruesa. Me imaginaba cual iba a ser mi destino pero, en vez de sentir miedo o vergüenza, estaba deseando llegar hasta el final, así que me decidí a hacer la pregunta que desde el principio rondaba por mi cabeza y que supuse que ellos estaban esperando.

- Ramón, ¿me vais a follar los dos?. Es que soy virgen y me da un poco de miedo que me metáis esas cosas tan gordas. Me parece que no me van a caber.

Mi pregunta les hizo reír de forma tranquilizadora. - No te preocupes, pequeña. Luis se encargará de desvirgar esa preciosidad de chochito que tienes entre las piernas. Lo conozco desde hace mucho tiempo y te puedo garantizar que no te va a doler en absoluto. No eres la primera jovencita que "estrena", son su debilidad. Con decirte que, entre otras, también estrenó a mi hija cuando más o menos tenía tu edad. Ahora tranquilízate y ponte a cuatro patas, por favor.

Hecha un manojo de nervios, me coloqué en la posición indicada. Luis, de rodillas, se acercó inmediatamente a mí y me introdujo la polla en la boca. Como ya he dicho, era algo más gruesa que la de Ramón, pero estaba igual de tiesa y de caliente. Nada más empezar a chuparla, tuve la sensación de que crecía aún más. Mientras tanto, colocado a mi espalda, Ramón me lamía el chocho, pasando la lengua a lo largo de toda la raja.

En unos minutos me pusieron de nuevo al borde del orgasmo, pero los muy canallas, cada vez que estaba a punto de correrme, interrumpían sus caricias y me dejaban descansar unos segundos; en cuanto me había tranquilizado un poco, volvían a la carga.

No sé cuanto tiempo estuvimos así. De pronto, Luis me sacó la verga de la boca y se tumbó boca arriba. Ví que se colocaba un preservativo, tras lo cual me invitó a montar sobre su rígida estaca, que él mantenía apuntando al techo con una mano. Comprendí que había llegado el momento de la verdad; allí terminaba la historia de mi virgo. Y sentí un pellizco en el estómago.

Ayudada por el padre de mi compañera, avancé de rodillas hasta colocarme a horcajadas sobre el vientre de Luis. Durante unos segundos noté la punta de la gruesa estaca rozando la entrada de mi ardiente chocho. Siguiendo sus indicaciones, me abrí los labios del coño con los dedos y me dejé caer lentamente sobre su polla, casi con miedo, hasta que la formidable cabezota de la misma quedó bien encajada en la estrecha abertura de mi vulva.

Una vez que estuve segura de que no se saldría, me incliné sobre mi cabalgadura y apoyé las manos en sus hombros. Por su parte, él me cogió por la cintura con las dos manos y empezó a mover las caderas, haciendo que el glande entrara y saliera ligeramente de mi chocho. Cada vez que el hombre empujaba hacia arriba, yo notaba cómo la poderosa verga entraba un poco más adentro. En el silencio de la furgoneta podía oír perfectamente el chapoteo de mi encharcado conejito, que me daba la sensación de que estaba humeando. Este sonido, junto con el roce de la caliente maza en la entrada de mi gruta, me fue calentando a marchas forzadas haciendo que el chocho se fuera abriendo casi imperceptible-mente. De pronto, Luis me agarró con fuerza por las caderas y dio un empujón más potente que los anteriores. Apenas noté un leve pinchazo en mi interior, como si se hubiera roto algo, y el grueso ariete penetró de un tirón hasta lo más profundo de mi virginal chochete. Sentí el glande tropezar en el fondo de la vagina, y tras recrearme unos segundos en la sensación que me producía el tener el coño tan repleto, empecé a cabalgar sobre aquella maravillosa y gruesa verga.

Al principio me movía lentamente. Me incorporaba poco a poco sobre las rodillas hasta que notaba la punta de la verga en la mismísima entrada de la vagina, y a continuación me volvía a sentar muy despacio, metiéndomela de nuevo hasta apoyar mi chocho sobre su vientre. Así una y otra vez, cada vez más rápido, aprovechando que tanto el "pistón" que me taladraba como el canal que lo albergaba se iban lubricando. Al mirar hacia abajo ví cómo mis tetas botaban al ritmo de mi cabalgada. La sensación era maravillosa.

Bien ensartada por aquél mástil de carne, me recosté sobre el pecho de Luis. Al hacerlo, aplasté mi clítoris contra el vello de su pubis y aquello aumentó el gusto que sentía. En esta nueva posición, al moverme, refregaba mis tetas sobre su pecho, con lo que los pezones se me pusieron aún más tiesos, y tan duros que casi me dolían. Dominada por el placer, busqué su boca, ya que quería besarlo como antes había hecho conmigo su compañero.

Me había olvidado por completo de Ramón, hasta que de improviso noté sus manos que empezaban a acariciarme el culo a la vez que recorría mi espalda con ligeros y continuos besos. Por un momento pensé que debía tener una visión bastante excitante, colocado como estaba a mi espalda. Poco a poco fue descendiendo, y de pronto, separando mis nalgas, empezó a lamerme el estrecho agujero oculto entre las mismas. Al principio quedé inmovilizada por la sorpresa, pero las emboladas del cipote de Luis me hicieron reaccionar rápidamente. Recreándome en el placer que sentía, empecé a cabalgar de nuevo sobre mi desvirgador en busca de una nueva corrida.

Ramón siguió lamiéndome el culo con tanta insistencia que al cabo de unos segundos sentí cómo el apretado agujerito se iba abriendo lentamente. Cuando el muy cochino consideró que estaba suficientemente relajado, dejó de lamerme y me fue metiendo un dedo lentamente; una vez que lo tuvo completamente dentro, empezó a moverlo como si fuera una pequeña pollita. Aquello me calentó de tal forma que pronto noté perfectamente cómo se me abría el "ojete" ante aquella nueva caricia, haciendo que en unos segundos se me quedase pequeño el dedo; entonces metió otro más, y empezó a hacerlos girar en un sentido y en el otro, a la vez que los iba separando. Cuando me tuvo bien abierta, sacó los dedos. Por un instante pensé que me iba a dejar en aquella situación y empecé a protestar. Pero me había equivocado de nuevo. Algo muy grueso y duro estaba empujando sobre mi dilatado agujero trasero. Intrigada, giré la cabeza para mirar hacia atrás y sentí un sobresalto: estaba intentando meterme su gorda polla por el culo. Para ser sincera, debo decir que sentí un poco de miedo ante la idea de que me lo perforara con algo tan grande, pero al tercer empujón mi ano cedió y el ardiente y tieso rabo entró sin ninguna dificultad. Lo sentí taladrarme las entrañas sin detenerse hasta que el vientre de mi enculador tropezó con mis nalgas.

En contra de lo que pensaba, aquella penetración no me dolió lo más mínimo, así que mis miedos se esfumaron. Aunque sentía el culo mucho más repleto que el coño, pronto descubrí que la polla se movía completa-mente a sus anchas a pesar de la estrechez de la entrada. Sin dejarme ni un momento de respiro empezaron a follarme los dos a la vez. Verdaderamente era alucinante sentirse bombeada al unísono por aquellas dos formidables mazas de carne, tanto que, en menos de un minuto, me llevaron al delirio.

Estaba en el séptimo cielo. Sentí crecer el orgasmo en mi interior y, cerrando los ojos, me dejé arrastrar por la lujuria más desenfrenada y empecé a agitarme como una posesa. Los gemidos aumentaron de intensidad y de pronto algo pareció estallar en mi vientre, a la vez que veía un montón de estrellitas de colores. Mientras me corría tuve la sensación de que el inmenso badajo de Ramón engordaba aún más, a la vez que empezaba a lanzar en mi interior unos cañonazos de un líquido ardiente que me inundó por completo el culo. También Luis había acelerado sus acometidas, notaba la punta de la verga en el fondo de la vagina, aumentando la fuerza de mi corrida y corriéndose a su vez dentro de mi coño.

A pesar de que terminaron antes que yo, siguieron follándome lentamente hasta que yo terminé de agitarme. Tumbada sobre el pecho de Luis, con el culo repleto de semen, sentía cómo se iban aflojando y empequeñeciendo sus queridas pollas. Cuando al fin quedé completamente satisfecha me sacaron las dos vergas y me ayudaron a sentarme sobre el colchón. Noté cómo se salía la leche de mi abierto culo empapando el colchón; era tanta la cantidad que creí que no terminaría nunca.

Sentado frente a mí, Luis se había quitado el preservativo y, cuando vi la abundancia de líquido que encerraba sentí un escalofrío: si se hubiera corrido en mi pequeño coño sin aquella goma, me lo habría inundado.

Después de descansar un rato, nos vestimos y me preguntaron si quería volver al colegio. Era muy tarde, casi la hora de comer, así que les pedí que me llevaran a casa, porque estaba demasiado cansada como para andar cogiendo autobuses. Durante el trayecto permanecimos en completo silencio. Cuando finalmente llegamos ante mi casa, antes de bajarme de la furgoneta, me despedí de ellos y, roja como una amapola, les advertí que aunque aquella tarde no pensaba salir porque estaba muy cansada, sí lo haría al día siguiente. A pesar de que era sábado, pensaba volver al colegio con la excusa de las fiestas patronales, así que si lo deseaban podían recogerme allí mismo a las nueve de la mañana, y marcharnos a cualquier sitio para repetir lo que habíamos hecho esa mañana. Incluso estaba dispuesta a decir en casa que iba a comer en el colegio y que no volvería hasta la tarde, con lo cual dispondríamos de más tiempo para que me siguieran enseñando cosas.

Ante mi ofrecimiento empezaron a reír, y tras darme cada uno un beso en la boca, se despidieron de mí, no sin antes prometerme que estarían encantados de recogerme y ampliar mis conocimientos con nuevas experiencias al día siguiente.

Autora: Novata

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