Mariachi
Juan Villoro
¿Lo hacemos? -preguntó Brenda.
Vi su pelo blanco, dividido en dos bloques sedosos. Me encantan las mujeres
jóvenes
con pelo blanco. Brenda tiene 43 pero su pelo es así desde los 20. Le gusta
decir
que la culpa fue de su primer rodaje. Estaba en el desierto de Sonora, era
asistente
de producción y tuvo que conseguir 400 tarántulas para un genio de la
ciencia ficción.
Lo logró, pero amaneció con el pelo blanco. Supongo que lo suyo es algo
genético.
De cualquier forma, le gusta verse como una heroína del profesionalismo que
encaneció
por las tarántulas.
No me gustan las albinas. No quiero explicar las razones porque cuando se
publican
me doy cuenta de que no son razones. Suficiente tuve con lo de los caballos.
Nadie
me ha visto montar uno. Soy el único astro del mariachi que jamás se ha
subido a
un caballo. Los periodistas tardaron 19 videoclips en darse cuenta de que no
me gustan
los caballos. Entonces me preguntaron y dije: "no me gustan los vehículos
que cagan
cuando caminan". Muy ordinario y muy estúpido. Publicaron la foto de mi BMW
plateado
y mi 4x4 con asientos de cebra. La Sociedad Protectora de Animales se
avergonzó de
mí. Les dolió que un símbolo nacional hablara así de los caballos.
Consiguieron una
foto mía en Nairobi, con un rifle de alto poder. No cacé ningún león porque
no le
di a ninguno, pero estaba ahí, disfrazado de safari. También me acusaron de
antimexicano
por matar animales en África.
Ilustración: Miserachs
Cuando declaré lo de los caballos había cantado en un palenque de la Feria
de San
Marcos hasta las tres de la mañana. Iba a dormir dos horas antes de salir a
Irapuato.
¿Alguien sabe lo que se siente estar muerto y tener que salir de madrugada a
Irapuato?
Quería meterme en un
jacuzzi
, dejar de ser mariachi. Eso debí haber dicho: odio ser mariachi, cantar con
un sombrero
de dos kilos, desgarrarme por el rencor que se ha sentido en rancherías sin
luz eléctrica.
En vez de decir que estaba hasta los huevos del
Son de la negra, hablé de caballos.
Me dicen "El Gallito de Jojutla" porque mi padre es de ahí. Me dicen Gallito
pero
odio madrugar. Aquel viaje a Irapuato me estaba matando, junto con las
muchas otras
cosas que me están matando.
"¿Crees que hubiera llegado a neurofisióloga estando así de buena?", me
preguntó
una vez Catalina. Le dije que no para no discutir. Ella tiene mente de
guionista
porno: le excita imaginarse como neurofisióloga y despertar tentaciones en
el quirófano.
Tampoco le dije esto, pero hicimos el amor con una pasión extra, como si
tuviéramos
que satisfacer a tres curiosos en el cuarto. Entonces le pedí que se pintara
el pelo
de blanco.
Desde que la conozco, Cata ha tenido el pelo azul, rosa y guinda. "No seas
pendejo",
me contestó: "No hay tintes blancos". Entonces supe por qué me gustan las
mujeres
jóvenes con pelo blanco. Están fuera del comercio. Se lo dije a Cata y
volvió a hablar
como guionista porno: "Lo que pasa es que te quieres coger a tu mamá".
Esta frase me ayudó mucho. Me ayudó a dejar a mi psicoanalista. Fui con él
porque
estaba harto de ser mariachi. Antes de acostarme en el diván cometí el error
de ver
su asiento: tenía una rosca inflable. Tal vez a otros pacientes les ayude
saber que
su doctor tiene hemorroides. Alguien que sufre de manera íntima puede ayudar
a confesar
horrores. Pero no a mí. Sólo seguí en terapia porque el psicoanalista era mi
fan.
Se sabía todas mis canciones (o las canciones que canto: no he compuesto
ninguna),
le parecía interesantísimo que yo estuviera ahí, con mi célebre voz,
diciendo que
la canción ranchera me tenía hasta la madre.
Por esos días se publicó un reportaje en el que me comparaban con un torero
que se
psicoanalizó para vencer su miedo al ruedo. Luego describían la más terrible
de sus
cornadas: los intestinos se le cayeron a la arena de en Plaza México, los
recogió
y pudo correr hasta la enfermería. Esa tarde iba vestido en los colores
obispo y
oro. El psicoanálisis lo ayudó a regresar al ruedo vestido de obispo y oro.
Mi doctor me adulaba de un modo ridículo que me encantaba. Era un imbécil
pero no
siempre logras que a alguien se le caiga la baba durante 50 minutos. Llené
el Estadio
Azteca, con la cancha incluida, y logré que 130 mil almas babearan. El
doctor babeaba
sin que yo cantara.
Mi madre murió cuando yo tenía dos años. Es un dato esencial para entender
por qué
puedo llorar cada vez que quiero. Me basta pensar en una foto. Estoy vestido
de marinero,
ella me abraza y sonríe ante el hombre que se la va a llevar en el Buick en
el que
después se volcaron. Mi padre bebió media botella de tequila en el rancho al
que
fueron a comer. No me acuerdo del entierro pero me cuentan que se tiró
llorando a
la fosa. Él me inició en la canción ranchera. También me regaló la foto que
me ayuda
a llorar: mi madre sonríe, enamorada del hombre que la va a llevar a un
festejo.
Mi padre dispara la cámara, con la alegría de los infelices.
Es obvio que quisiera recuperar a mi madre, pero además
me gustan las mujeres de pelo blanco. Cometí el error de contarle al
psicoanalista
la tesis de Cata. En busca de mi regresión edípica, él me pidió demasiados
detalles
de Catalina. Si hay algo en que no puedo contradecir a Cata es en su idea de
que
está buenísima. El doctor se empezó a excitar y dejó de elogiarme. Fui a la
última
sesión vestido de mariachi porque venía de un concierto en Los Angeles. Él
me pidió
que le regalara mi corbatín tricolor. ¿Es posible confiar en un fan?
Catalina también estuvo en terapia. Esto le ayudó a internalizar su buenura.
Ella
podría haber sido muchas cosas (casi todas espantosas) a causa de su cuerpo.
En cambio,
dice que yo sólo podría haber sido mariachi. Tengo voz, cara de ranchero
recién abandonado,
ojos del valiente que sabe llorar. Además soy de aquí. Una vez soñé que me
preguntaban:
"¿Es usted mexicano?". "Sí, pero no lo vuelvo a ser". Esta respuesta, que me
hubiera
aniquilado en la realidad, entusiasmaba a todo mundo en mi sueño.
Mi padre me hizo grabar mi primer disco a los 16 años. Ya no estudié ni
busqué otro
trabajo. Tuve demasiado éxito para ser arquitecto o diseñador industrial.
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