Papá en la tele
Stefano Benni
Todo está dispuesto en casa de los Minardi. La señora Lea ha limpiado la
pantalla
del televisor con alcohol, ha puesto encima la foto de la boda y le ha
quitado la
funda al sofá, que ahora resplandece con un torbellino de girasoles. Ha
preparado
una bandeja de aperitivos, un
panettone
fuera de temporada, el whisky albiónico y naranjada para los niños. Le ha
sacado
brillo a las hojas del ficus, ha puesto sobre la mesita de cristal la planta
más
bonita. Los tres hijos la miran mientras controla que todo esté en orden, se
manosea
los rizos de la permanente y taconea sobre el parqué encerado. Nunca la
habían visto
en casa sin zapatillas.
También los tres hijos están preparados.
Patrizio, doce años, está en el sofá con su chándal preferido, rojo fuego, y
una
gorra de los Destripa-castores de Minneapolis.
Lucilla, siete años, tiene una pijama con dibujos de triceratopitos y lleva
en brazos
a una Barbie embarazada.
Pringosillo, dos años, se ha quedado atrapado entre su sillita y un mono
superacolchado
que sólo le permite mover tres dedos y una cuchara-prótesis. Le han drogado
con jarabe
de codeína para que no dé la plasta.
Llaman a la puerta. Es la vecina, Mariella, con su marido Mario; han traído
bombones
y un helado que va rápidamente al congelador para que no se derrita.
Mario, en chaqueta y corbata para la ocasión, saluda a los niños y le
aprieta con
energía la mano a Patrizio.
¿Qué pasa, campeón? ¿Estás orgulloso de tu papá?
Bueno... dice Patrizio.
Qué peinado más bonito le dice Mariella a Lea. Nos hemos puesto guapas
hoy, ¿eh?
Claro, no es un día cualquiera.
En cierto sentido... dice Lea.
¿A qué hora es la conexión?
En cinco minutos, más o menos.
Entonces podemos encenderla.
Me pido el mando dice Lucilla.
Lucilla, no seas mandona.
¡Jo!, papá siempre me lo deja...
En ese mismo instante también el señor Augusto Minardi está emocionado. Ha
terminado
una cena excelente a base de arroz con trufas, e intenta relajarse recostado
en un
catre.
Espero hacer un buen papel, piensa.
En cinco minutos le toca dice una voz fuera de la habitación.
Maldita sea piensa el señor Minardi, se me ha olvidado lavarme los
dientes. Quién
sabe si en la televisión se nota.
No he invitado a la portera dice la señora Lea, masticando un bombón, pero
no por
cuestión de clase social, para nada; es porque es una cotilla, y a lo mejor
luego
se dedica a contar por ahí todo lo que pase esta tarde. Hay momentos en los
que una
sólo se puede fiar de los amigos más íntimos.
Mariella le coge la mano afectuosamente.
Has hecho bien le dice, además a Augusto tampoco le cae bien.
¿Tú te habrías imaginado, campeón, que algún día ibas a ver a tu padre por
la tele?
dice Mario, sentándose en el sofá junto a Patrizio.
La verdad es que no...
Pero papá ya salió una vez dice Lucilla, estaba en una manifestación, pero
sólo
se le vio un momento, y además llovía y estaba medio tapado por el paraguas.
Sí, sí, me acuerdo dice Mario. Yo también estaba en la manifestación.
¿Tú has salido alguna vez por la tele? pregunta Patrizio.
Yo no, pero mi hermano sí. Le grabaron con la cámara de seguridad, en una
pelea en
el estadio, se le vio más de dos minutos con la bandera en la mano, lástima
que le
cayó una buena, el muy gilipollas...
El hilipoha se ríe Pringosillo dando golpecitos con la cuchara.
¡Mario, por favor, cuida tu lenguaje! Sobre todo hoy dice severamente su
mujer.
El señor Augusto recorre el largo pasillo, hacia la sala con la luz roja.
Justo al
fondo, ve una cámara que le está enfocando.
¿Ya estamos en antena? pregunta.
No dice su acompañante. Son tomas que quizá monten después.
Anda. Como en los vestuarios antes del partido.
Más o menos sonríe el otro. Venga, ahora ya estamos en directo.
La aparición de Augusto en la pantalla ha provocado un gran aplauso y
también una
lagrimita en casa de los Minardi.
Patrizio no es capaz de quedarse quieto y está saltando en el sofá. Lucilla
mordisquea
la Barbie. La señora Lea tiene los ojos húmedos.
Mira qué tranquilo está dice Mariella, como si no hubiera hecho otra cosa
en su
vida. Incluso parece guapo.
Sí. Se ha peinado hacia atrás, como le dije.
Seguro que recibe un montón de cartas de admiradoras dice Mario. Su mujer
le mira
con desaprobación.
Mira, se sienta. Qué primer plano tan bonito.
¡Augusto, tío! dice Mario un poco enternecido. ¿Quién lo hubiera pensado?
¡Oh, no! dice Mariella, los anuncios justo ahora.
¿Estoy en antena? pregunta Augusto.
En este momento no dice el técnico, ahora hay treinta segundos de
publicidad. Después
hablará el locutor para presentarnos, después necesitamos tres minutos para
prepararlo
todo, y luego empezamos. ¿Nervioso?
Bueno, claro. ¿Usted no?
No mucho. Es mi trabajo sonríe el técnico.
Se ha acabado la publicidad. Aparece en pantalla el rostro compungido del
presentador.
Queridos telespectadores, tenemos conexión en directo con la cárcel de San
Vittore
para transmitir el primer procedimiento jurídico terminal de nuestro país.
Es una
ocasión quizá triste para algunos, pero de mucha importancia para nuestro
crecimiento
democrático. En este momento, están viendo al condenado, Augusto Minardi,
sentado
en lo que puede definirse como la antesala de la cámara terminal. Aquí le
administrarán
una inyección sedante, antes de proceder.
Dios mío dice Lea.
¿Qué pasa?
Augusto le tiene pánico a los pinchazos.
¿De verdad es necesario? le pregunta Augusto al médico.
Es mejor. Le aturdirá un poco, así no se dará cuenta de nada...
Prefiero que no. ¿Puedo negarme?
No puedo obligarle dice el médico encogiéndose de hombros. Pero tenga en
cuenta
que si dentro se pone a chillar y pierde el control, quien hace el ridículo
es usted...
No insiste Augusto, la inyección no.
Y ya debería de estar disponible el reportaje preparado por nuestro Capacci,
sobre
las etapas que han conducido a este fatídico día dice el locutor.
"Augusto Minardi, cincuenta años, obrero textil en paro desde hace tres
años, sin
antecedentes, irrumpe la mañana del tres de julio del año pasado en un
supermercado
de las afueras de M. armado con una pistola. Quiere llevarse la caja. Pero
la cajera
acciona la señal de alarma. Irrumpe el guardia de seguridad. Hay un breve
tiroteo
al final del cual quedan tres personas en el suelo: el guardia jurado Fabio
Trivella,
cuarenta y tres años, la cajera Elena Petusio, cuarenta y siete años, y el
jubilado
Roberto Aldini de setenta y seis años.
No vale dice Lea, ese se murió de infarto.
Si dice Patrizio, pero también está el mensajero...
"El agente y la cajera fallecieron por las heridas sufridas, el jubilado de
un infarto.
Minardi intenta huir, pero le cierra el paso el mensajero Nevio Neghelli, de
veintitrés
años, que quedó herido sin gravedad.
Ahora sí que estamos dice Patrizio.
"Minardi fue capturado poco después en una sala de videojuegos. El juicio
sumarísimo
se celebró dos meses después, y Minardi es condenado a cadena perpetua. Pero
como
consecuencia del nuevo decreto ley del 16 de octubre, la pena fue conmutada
por el
cumplimiento definitivo mediante silla eléctrica".
Esta ha sido la exposición del delito explica el locutor, y ahora les
presento
a los invitados que animarán nuestro debate durante y después del
procedimiento.
Contamos, en primer lugar, con el padre Cebolla, jesuita y sociólogo.
Buenas tardes.
El tertuliano televisivo Sempronio Bosquejo.
Buenas tardes.
¡Eh! salta Patrizio, pero si es Bosquejo en persona.
No me gusta nada, es tan vulgar dice Lea.
Pero es uno de los más populares comenta Mario.
Después tenemos al senador Carrete, de la oposición, que ha presentado
numerosas
enmiendas a este decreto ley, y a su lado al escritor y director de cine de
terror
P. Loos Depunta y a la actriz María Viudal...
Buenas tardes, buenas tardes, buenas tardes...
Y para terminar, el ministro que ha firmado el decreto ley, el honorable
Sangrín.
Buenas tardes.
Qué cara de capullo comenta Mario.
Mamá, ¿por qué no sacan ya a papá?
Lucilla, calladita y deja de comerte todos esos bombones.
Hara he hapullo dice Pringosillo.
¿Está demasiado apretada? pregunta el técnico.
No, no, está muy bien responde Augusto.
Si quiere un consejo, cuando empiece la descarga, ponga la cabeza hacia
abajo. Así
no se le verán las contracciones del rostro.
¿Las qué?
Las contracciones.
Pero a mí me gustaría que en casa me vieran bien...
Yo dice el senador quisiera decir en primer lugar que estoy absolutamente
en contra
de este uso del directo.
Entonces, ¿qué hace aquí, hipócrita fariseo? chilla Bosquejo. Para variar,
usted
y esos cerdos parásitos de su partido se apuntan a cualquier acontecimiento,
pero
sin pagar coste alguno...
Cálmese y respete la gravedad del momento, zángano...
Zángano lo será usted, pedazo de mierda...
Por favor, por favor interviene el padre Cebolla.
Quisiera reconducirles a la solemnidad del evento dice el locutor, y con
tal intención
me gustaría hacer una pregunta al director Depunta. Bosquejo y Carrete, por
favor,
un poco de silencio. Usted, Depunta, ¿habría podido imaginar un guión como
éste?
Quiero decir, si, por ejemplo, tuviese que elegir un actor para el papel de
Minardi
¿en quién pensaría?
Pues, no sé... quizá, ya que es un tipo tan temperamental... no estaría mal
Depardieu.
¿Lo has oído? dice Mariella, excitada. ¡Lo ha comparado con Depardieu! ¿No
estás
contenta?
Bueno, sí, es guapo... pero la verdad es que no se parecen... dice Lea,
tímida.
Suena el teléfono
Mamá dice Lucilla, es un periodista que pregunta qué estamos sintiendo en
estos
momentos...
¡Calla! Están enfocando a papá dice Lea sin escucharla.
¿Y para el papel femenino? sigue el presentador. Usted, señorita Viudal,
¿haría
el papel de esposa?
Pues es un buen papel, muy dramático... pero claro, haría falta envejecerme
mucho
con el maquillaje.
"Mucho", porque tú lo digas, zorra dice Mariella.
Déjalo, no pasa nada dice Lea conciliadora.
¿Y de mí no hablan? dice Patrizio. Mi papel lo podría hacer Johnny Deep.
Sí, y el mío Gary Cooper se ríe Mario.
Úper dice Pringosillo.
En este momento, estamos delante de la televisión y comemos bombones y
después también
hay helado está diciendo Lucilla por teléfono. ¿Qué sabores? No sé.
¿Quiere que
vaya a la nevera a ver?
Foto: Raúl
Ramírez Martínez
Y hemos llegado al momento que todos ustedes esperan dice el locutor.
Miren la
silla, el mismo modelo que se usa en las penitenciarías americanas. Ahora
enfocamos
al técnico, el señor Grossmann, que ha realizado ya doce ejecuciones
capitales en
Texas y Alabama.
Pero si usted habla perfectamente italiano dice Augusto asombrado.
Mi madre es italiana responde Grossmann.
Vean que está hablando con el condenado. Por cierto, habla perfectamente
italiano
porque su madre es de Matera. No sé si en este momento es posible hacerlo
venir al
micrófono, creo que no, porque lo veo muy ocupado. Ahora pasamos al último
corte
publicitario y después se llevará a cabo el procedimiento terminal.
¡Llámenla por su nombre: ejecución! dice Carrete.
¿Y a él lo llamamos asesino, sí o no? grita Bosquejo. ¿Quiere dejar ya esa
piedad
interesada, holgazán oportunista?
Miserable sanguinario...
¡Moralista de opereta!
Publicidad.
Lo ha llamado asesino llora Lea.
Bueno, sabes, se calientan con el directo la consuela Mariella.
Hombre, disparar, disparó, la verdad dice Patrizio, y también ganó.
¿Ganó en qué sentido? dice Mario.
Pues en sentido western...
Me parece que limón, chocolate y vainilla. Y luego algo que no sé si es
nata dice
Lucilla por teléfono.
Ya estamos dice el técnico. Tenga en cuenta que ahora le vamos a grabar en
primer
plano. Mantenga la cabeza un poco inclinada y respire lentamente. Ya verá,
no se
sentirá nada. Como un pequeño pinchazo.
¡Oh, Dios, no! palidece Augusto.
No, no, será como volar desde un sexto piso.
Eso está mejor dice Augusto, estoy preparado.
Este es un momento importante de la democracia televisiva dice el locutor.
Hubiéramos
querido informarles de los datos de audiencia después del procedimiento,
pero son
tan espectaculares que los comunicaremos ahora. En este momento, dieciséis
millones
de personas están viendo esta transmisión.
Madre mía dice Mario, como el Italia-Alemania.
Mira qué tranquilo está dice Mariella, parece que esté en el cine.
No, no, yo sé cómo es, parece tranquilo, pero la procesión va por dentro.
Yo tengo siete años, y papá siempre ha sido bueno conmigo... ¿Cómo dice?
Bueno, una
o dos veces... con el cinturón en el culo, pero flojito... dice Lucilla por
teléfono.
Ya estamos en el momento tan esperado. Bosquejo y Carrete, silencio, por
favor, ¡que
alguien los separe! Vean el rostro del condenado. Un rostro mediterráneo. La
cara
de uno como nosotros. Se ha afeitado. Ha cenado por última vez: arroz con
trufas
y vino blanco. Y ahora está aquí, frente a su conciencia, y frente a las
nuestras
también. El técnico está comenzando la cuenta atrás. Pueden ver los segundos
correr
en la parte superior de sus pantallas. Faltan quince segundos. Les
recordamos que,
quien lo desee, está aún a tiempo de apagar el televisor. Es su propia
decisión asistir
o no: esto es la democracia. Ocho segundos... Observen bien las luces sobre
la silla.
Cuando se enciendan las tres querrá decir que la descarga se ha producido.
Faltan
tres segundos... dos... uno.
Señor Grossmann, ahora que nos estamos relajando y que todo ha salido bien,
¿cómo
definiría esta ejecución?
Bueno, yo diría... que normal... el condenado se ha mantenido con cierta
tranquilidad...
Bravo, papá grita Patrizio.
Bravo dice Pringosillo sacudiendo la cuchara.
Augusto, tío dice conmovido Mario, tragándose un sorbo de whisky. ¿Quién
lo iba
a decir?... qué fuerza... me acuerdo de una vez, pescando, se le clavó el
anzuelo
en un brazo...
Mario, por favor dice Mariella, que sostiene la cabeza de Lea entre sus
brazos.
Mi hermano está saltando en el sofá, el señor Mario está bebiendo whisky,
mamá llora
con la cabeza en las rodillas de la señora Mariella. ¿Mucho? Sí, me parece
que llora
mucho. ¿Yo? Yo estoy al teléfono con usted, ¿no? Sí, me llamo Lucilla, pero
tenga
cuidado de escribirlo con dos eles, no Lucía, que en el colegio se equivocan
siempre...
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