Pasión de Águilas
V-2.4
Aunque agotado, ese día me sentí satisfecho de haberlo logrado. La noche,
en el improvisado refugio, no la había pasado muy bien y ascender hasta la
laguna formada en el Volcán Lonco-co, con espinas de araucarias como única
compañía fue bastante duro. El sol se veía muy grande con sus rayos sobre
las cimas nevadas y el viento se distraía maltratándome sin piedad, pero
estaba seguro de que aquí la encontraría. Me cobijé en una enorme roca
frente a la cristalina profundidad y de pronto vi, a mi Ailín en este sitio
tan cerca del Edén, moviéndose igual que una bailarina ordenando el lugar
como quien espera visitas. Intenté decirle en susurros que, en una actitud
egoísta Dios la había tomado para él, ignorando cuánto nos amábamos y nos
sorprendió distanciados. Tarde comprendí la eternidad del amor y en el
pasaje de la vida no supe ser fiel al creerme tan libre como una golondrina,
pensando que otra primavera nos volvería a unir. Pero inesperadamente sufrí
aquel arrebato y hoy he venido a buscarla con una pasión tan grande como esa
espina que atraviesa mi alma.
Las ondulaciones del suave oleaje desdibujaban su figura desesperándome por
sujetarla y las lágrimas congeladas entorpecían mis intentos de sembrar una
esperanza, después de penar tantas veces. Me sentí solitario como un águila
en las alturas, indeciso entre las rocas contemplando el espacio celeste y
las aguas heladas, sabiendo que sumergirse sería fatal. Pero Ailín estaba
allí, plácida en esa caja de cristal. Volvían a mi mente aquellos planes de
futuro, como si la vida nunca acabara, porque… ¿a quién puede importarle eso
cuando está enamorado?
Reflejándome en el agua pude ver la imagen en los vapores de mi propia
decepción, descubriendo que yo era un águila, porque ésta cuando se siente
abatida y considera que no podrá sobrevivir, con los últimos esfuerzos llega
a las altas cumbres y vive para siempre… sin comentar nada, sin pedir ayuda,
sin involucrar a nadie. Es por eso que nunca se halló un cadáver de águila.
Reflexionando, actuaba igual que el ave extendiendo mis alas. Dudaba si
Ailín sería capaz de recibirme disculpando las indeseables heridas, hasta
que la vi saltar alegre abrazando el aire, indicándome que todo estaba bien…
De pronto el mundo paralizó su reloj y Dios con las manos me abrió el camino
de cristal hacia su morada. Mis ojos tomaron el color de las nieves y me
lancé desde lo alto igual que el águila sobre su presa. La fricción del
vacío despojaba mis tristezas gimiendo su nombre, que se multiplicaba con el
eco de los Andes, igual que el sonido del corte en las aguas crispadas… que
me albergaron en la felicidad eterna.
Edgardo González
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