Pensando la ceguera.
Hace unos buenos años me imaginaba una historia sobre la cual nunca me puse a escribir porque no la consideraba interesante, pero que hoy me ha vuelto
a la mente, presentándose como algo sugerente. Había un coliseo en el cual se presentaba un espectáculo muy singular, que por ser precisamente tan singular
había llamado la atención inclusive de la prensa, y hasta había sido motivo de más de un programa dominical originando así comentarios tanto de propios,
como de extraños.
La gente se aglutinaba los domingos por la tarde -¡qué tal cola!- y como quiera que la entrada era barata, el que menos pagaba para ver qué iba a pasar
en ese coliseo. "Habla, vamos a reirnos un rato pe oe", se escuchaba comentar a los numerosos e impacientes concurrentes mientras esperaban que las puertas
del recinto se abran.
En mi mente hay fantasías de diversos tipos, pero nunca me había imaginado algo igual. El espectáculo tenía un nombre medio raro: Pelea de Gocies.
--¿Y qué cosa es gocies choche? -preguntó un tipo con cara de medio bruto, mientras hacía la cola.
--Ah -¡no te la pierdas!- la palabra gocies significa ciegos puesta al revez -le respondió otro que se daba aires de erudito.
Unos cuantos vivos -¿empresarios?- de esos que le entran a todo y a lo mejor hasta se ponen a predicar el evangelio -¡claro varón!- para sacar dinero,
vieron que había muchos ciegos desocupados y habrían conseguido reclutar a unos cuantos para que se pelearan entre sí, a cambio de una paga que nunca recibieron
-¿qué cosa?- nunca recibieron, porque antees de hacerlos entrar al coliseo les decían que no había público en las graderías, y más aún les advertían que
si no se ponían a pelear la gente no iba a ingresar. "Golpéense lo más que puedan si quieren que el espectáculo sea llamativo", les repetían una y otra
vez.
El lugar donde se habrían de enfrentar estaba en medio del coliseo y había sido cercado por unas sogas, que formaban un cuadrado el cual servía de referencia
para que los ciegos no se vayan a salir de allí. Ni bien el pujilato empezaba la gente se reía de ver los gestos de los peleadores, la forma en la que
uno trataba de perseguir al otro sin encontrarlo, dando puñetes, patadas, codasos, cabezasos al aire y hasta a uno de los palos que sostenía a las sogas,
antes que al contrincante. "Ahí lo tienes -¡míralo!- ahí, a tu costado", se oía que uno gritaba en medio de risas sarcásticas. "Dale duro -¡más duro!-
pero cuidado con ese palo", decía otro espectador.
Las carcajadas iban en aumento y llegaban a parecerse al sonido que hacen las gallinas culecas al cacarear, cuando un ciego chocaba con el otro besándole
casi la boca, al intentar escaparse del ribal. Entonces el cacareo (la risa) se hacía incontrolable, y más de uno se decía para sus adentros: "Yo me
quedo para ver la próxima pelea oe".
Podría seguir ahondando en más detalles al respecto, pero no es sobre este relato precisamente que deseo extenderme. Lo que más bien me propongo apartir
de aquí es plantear algunas interrogantes a modo de un reflexivo cuestionamiento, que sirva de introducción como para empezar a pensar la ceguera:
¿No será que en ciertos casos vemos espectáculos protagonizados por ciegos, que a su manera son tan bochornosos, deplorables como el que yo me imaginaba?
Me lo pregunto luego de ver, por ejemplo, el tipo de asunto que va en algunos de los mensajes que llegan por correo, los cuales francamente no me interesa
abrir.
Sin embargo hay una pregunta más concreta, puntual, específica que considero fundamental: ¿Qué es eso que nos incapacita para reaccionar y tener un
cambio de conducta, que nos permita proyectar una imagen mejor de la que a veces proyectamos a los demás? Y frente a esta última interrogante -¿qué es
lo que nos incapacita?- tengo una hipótesis que a mí mismo me inquieta y me preocupa.
Sé que lo que voy a plantear no a de sonar nada agradable, pero creo que si de pensar se trata, pues hay que hacerlo sin rodeos, sin tapujos y sin alterarse
porque así no iríamos a ninguna parte, y de eso no se trata. Lo que en concreto yo sostengo, es que lo que nos incapacita no es otra cosa que nuestra
ceguera -¿así no?- si, nuestra ceguera, por la forma en la que la hemos manejado, y no sé si también por la forma en la que a veces se nos ha orientado
para manejarla.
Ya me imagino el rechazo que a de causar el solo plantear esta hipótesis, pero aquel rechazo no haría más que reforzar lo que estoy sosteniendo y es
que en el fondo tenemos un gran problema, el cual consistiría en lo siguiente: Muchos ciegos darían la impresión de no estar realmente conscientes de
que el carecer de la vista no es cualquier cosa, ni logran comprender que el no ver no es una cuestión simple tal como ellos lo sugieren, mediante sus
reacciones, actitudes y posturas.
Eso explicaría la forma tan superficial y ligera en la que algunos enfocan los diversos aspectos relacionados con nuestra propia problemática, así como
las posibilidades que en medio de ella pudiéramos tener, y nos permitiría comprender porqué hay quienes defienden inclusive lo indefendible, en los diferentes
campos de la vida por los que debemos transitar para satisfacer nuestras necesidades, para desarrollarnos como personas. De ser así, estaríamos ante algo
realmente gravísimo, que a mi entender debería abordarse con toda la seriedad del caso.
Entre nosotros se estaría dando un estado de profunda falta de conciencia frente a la ceguera. Su origen estaría en la acción conjunta de varios factores
tanto internos (de tipo individual) y ambientales que aquí sería largo observar con detenimiento, y al respecto me gustaría desarrollar una primera idea
que me parece importante:
La conciencia humana no se desvía por la pura casualidad, porque le dio ganas de hacerlo para irse a comer una amburguesa con papas fritas, un cevichito
o un taco bien picante con artos frijoles, sino porque hay algo que no está bien en el organizmo así como en el entorno ambiental del ser que la alberga.
Ahora, preguntémonos: ¿La falta de vista traerá problemas a nuestro organismo y a nuestro entorno? Sí, -¡claro que sí!- y no hay porqué ocultarlo. Por
eso es que la conciencia de las personas ciegas tiende a evadir la realidad, y de allí lo urgente que resulta él darle a tales personas el tratamiento
que estas necesitan, mediante una estimulación particularizada y (no está de más repetirlo) una educación especial -¡sí especial!- para que nuestra conciencia
pueda tener tren de aterrizaje, y no se quede volando en ese mundo de fantasías tan típicamente nuestro, mientras que la caravana humana sigue andando
con los pies sobre la tierra.
Las personas que pierden la vista requieren de un tratamiento también especial que para mí es más de readaptación antes que de simple rehabilitación,
y al respecto me gustaría mucho enterarme de las opiniones que tales personas tienen, apartir de su experiencia. Definitivamente, perder la vista no es
algo nada simple; hay que haberla perdido para poderlo explicar, así que nadie mejor que los amigos y amigas que la perdieron para que tomen la palabra
al respecto.
Pero concentrémonos en el estado de falta de conciencia frente a la ceguera porque creo que merece toda nuestra atención, sobre todo por las consecuencias
que trae. En varias ocasiones hemos escuchado decir a personas ciegas cosas tales como: "Ah, yo no veo, pero nada más que eso porque no tengo ningún
otro problema. Estoy ciego -¡sí pues!- y qué, pero puedo hacer de todo menos mirar". Expresiones como estas y otras tantas no serían más que manifestación
de la real existencia de aquel estado, el cual bien podría ser la fuente de profundos desequilibrios de personalidad que dan lugar a complejos, como el
de una terrible superioridad o también el de una inferioridad realmente impactante: "No soy más que un... No sirvo para nada y no soy más que un bulto,
un estorbo, una...". Frases como estas nos hablan de aquel complejo de inferioridad.
En el estado de falta de conciencia frente a la ceguera (bajo los efectos que se producen en su atmósfera) se estaría como en un laberinto frente a las
implicancias, el significado, la magnitud, los alcances y la trascendencia de la ceguera misma, y quizás allí podría estar la explicación de porqué entre
nosotros (los ciegos) también hay mitos y leyendas acerca de nuestra propia realidad. Criticamos a los que ven por las falsas ideas que tienen en cuanto
a nosotros (ese fue el tema de mi tesis de grado) pero resulta que esas falsas ideas, mitos, leyendas y hasta falsas ilusiones también están entre nosotros
mismos.
Cabe precisar que aquel estado de falta de conciencia frente a la ceguera no solamente se daría entre los ciegos más ignorantes, entre los absolutamente
marginales, entre aquellos que hoy ni siquiera conocen el sistema Braille. Hay ciegos preparados que también estarían en aquel estado, lo cual los llevaría
a esgrimir los argumentos así como criterios que esgrimen a la hora de defender lo indefendible, como en el caso de la educación -¿inclusiva?- la cual
termina siendo la más excluyente porque parte del supuesto de que la ceguera no es una limitación severa cuando en realidad sí lo es, aunque yo quiera
que no lo sea.
La ceguera es una limitación que compromete las fibras más íntimas de quienes no vemos, dependiendo claro está de si esa ceguera es congénita o adquirida,
en el curso del paso por este mundo de luces y color. Se pone de manifiesto (digamos que está presente) en nuestra conducta, en nuestros gestos, en la
expresión y orientación de nuestras caras a la hora de comunicarnos con los demás, en nuestra forma de movernos y hasta de mesernos, las cuales en verdad
no son comunes y en cambio hacen que la gente nos vea como personas raras. Si se quiere algunos ejemplos puntuales al respecto, pues no es común que los
cantantes muevan la cabeza como Steve Wonder lo hace, cuando está sobre el escenario, y tampoco resulta común el que José Feliciano se mesa. Los demás
artistas, las personas corrientes y silvestres no hacen nada de eso porque no enfrentan las implicancias de la ceguera, que como limitación sí es severa
y que -¡atención!- puede incrementar su grado de severidad si no
actuamos frente a ella con la suficiente y necesaria conciencia, tomando al toro por las astas si es que cabe el término en este caso.
Dice el refrán que no hay peor ciego que el que no quiere ver, y eso me invita a pensar que si queremos, nosotros podemos tomar conciencia de la ceguera
para hacer lo que más conviene frente a ella, por nuestro bien. No es algo simple, fácil, ni sencillo, pero el hecho de no ver no puede terminar por apabullarnos
porque no todo está perdido. Sigamos adelante.
Luis Hernández.
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