SEPTIMO ALREDEDOR
Diez días sin verla, ni un llamado, ni un mail, ni un espía, ni paloma mensajera. Nada. Enero, claro... podía estar vendiendo bijouterie en Gesell o arriba de un crucero a Buzios o en un yate privado donde los aritos de vidrio son la única ropa. El yate de Armani o De la Renta , nada menos. Esa clase de chica.
Pero él sabía dónde encontrarla o verla. Dos o tres guardias. Tenía que apostarse en la Peatonal Córdoba , dos o tres horarios previsibles. Ella no podía estarse un solo día sin los piropos, una histeria hasta la exasperación. Esas siete u ocho cuadras en que todos la miraban a ella. ¡Qué va... no está mal creerlo un poco! Solo a ella, chica Dotto o Piñeyro, un poco frustrada, pero no podía estarse sin la pasarela. Pueblo grande, ciudad chica... tenemos ese defecto, sí... pero la carne es buena, sin grupo, buena y dura, nalga para bifes, diez pesos el kilo. “Cincuenta kilos quinientos pesos, con todos los juguetes”, dice siempre Nadia cuando me cobra. La ley de la calle es tan exacta como la Ley de Gresham y el que quiere Celeste (Cid), tiene que tener el vento de Doval.
Y a propósito de Doval, yo no sé... debe ser la genética, la sangre, el alimento, el Paraná, aunque no sé bien, habrá que esperar qué pasa con los transgénicos. Si esto sigue así, empezarán las mutaciones, y dos o tres generaciones más adelante, Pancho Dotto va a tener que buscar sus chicas en la cuenca del Orinoco. Y a propósito, ¿ella ya se habría ido al Amazonas? Paraná Arriba algunas ninfas se pierden en la selva; tanto quieren subir que después las agarran las cataratas y las arruinan. Se pierden. Eso tiene la guita, aunque uno sea un pescado. Y a propósito de pescado, él estaba esperando instrucciones con el auto listo: mapas, tanque lleno, repuestos, pasaporte.
Al quinto día recibió una postal de Goya, Corrientes. Nunca supe de alguien que recibiera una postal de Goya. ¿Será posible...?¿Goya? Esa clase de chica. Se fue con el novio a Brasil, quince días; en algún momento del viaje se acordó de sus amantes, y lo único que tuvo a mano era Goya. Primera y única parada ¿por qué no? “Por lo menos me acordé, hijo de puta... Goya fue un gran pintor”. Una postal de un tipo pescando con un surubí de metro y medio colgando de la caña. ¿Qué le habrá querido decir a ellos...?
“Desde estos hermosos lugares, siempre pienso en ustedes vos...” Nunca es muy demostrativa, ni se calienta en disimularlo, todo sobre la mesa, esa clase de chica. Pobre el novio, tardó tres años en advertir que la compartía con todo el batallón, Julio César, Marco Antonio e incluso, el soldado desconocido. Pero bueno, tenían vacaciones (del resto) y ahora le tocaba a él disfrutársela sola en el Brasil, Cataratas y las Misiones Jesuíticas. Aunque pensándolo bien, ahí vive mucha gente... ¿no? ¿En las fronteras no es que está lleno de batallones...? ¿Habría elegido ella el sitio? ¿Acaso en las cataratas no hay una especie de pasarela donde contonearse? ¿Acaso ella no puede competir con la séptima maravilla del mundo? ¿No será la octava...? Cleopatra veranea entre sol, playa y cócteles. Sus esclavos, amantes o zanganos, en cambio, tienen unas nociones sesgadas de la arena: por foto, por el desierto y por la mugre que les queda debajo de las uñas de tanto pulir
las pirámides. Apenas una postal del surubí-tótem-falo, especie de monstruo marino pariente de la sirena o náyade del río. Hay en Goya y en el delta del Nilo. Esa clase de chica.
Pero ella siguió acordándose de todos: les compró medallas de la Virgen de Itatí por docenas, y de vuelta, en la peatonal, apareció con uno de esos Rosarios plásticos de cincuenta cuentas como los que usa Tinelli. Adoración por la Virgen , y la cruz era del tamaño del surubí, pero nada tan grande como la burla. Esa clase.
Nada tonta Cleo, sólo devuelve sonrisas a los piropos que le dicen entre Corrientes e Italia. No es tonta la princesa, porque en ese coto de caza está el vento... agente de bolsa, médico, abogado, empresarios, senadores, Julio César; de calle Corrientes hacia el río sólo hay tenderos, libreros y todo por dos pesos.
Al fin y al cabo, es el destino de una chica Dotto. El crucifijo es una bijouterie... está de moda, hay en dos colores, centralñubel y flúo, el Santo Rosario de Tinelli... ¡Ay, muñeca de ilusión! Todo el tiempo rezando: “mañana te llamo”. Ella se lo dice a tres tipos al mismo tiempo. A Juan en persona, a Cristian por mail y a Iván por el celular. En dos minutos acaba de crucificar a tres inocentes. Es justo, ella hace las cruces y las vende. Es un oficio. Y la verdá... la flaca tiene con qué, una mano bárbara... Me consta (de varios años ya) que los crucificados ahí están, no se le descuelga ninguno.
Al último de los esclavos le grita desde la vereda umbrosa de la Plaza Pringles : “después te llamo”. Pero él ya sabe, otra bruja lo ha salvado con un contrahechizo. Consiguió robarle una bombacha de la terraza (ya hay deliverys robadores de bragas) y tuvo que prenderle fuego. Mientras ardiera (la bombacha) él debía orar una admonición: ¡No la miraré más, tiraré todas sus cosas, jamás volveré a darme vuelta hacia su casa....!
El flaco es uno de los que recibió la postal de Goya y justo ahora lo agarró en rojo el semáforo de calle Paraguay. La está viendo como planta el puestito de Gólgota en la Plaza Pringles , pero él resiste, cumple a rajatabla la receta de la bruja. Antes de que sea tarde, estruja el cartón con la foto del surubí-tótem y lo tira con tanta suerte que emboca un cesto. Algo es algo. Entonces se pone la luz verde y cuando arranca, él devuelve el gesto vacío como sabe hacer ella: “luego, bueno, te llamo, no problem... otro día” (hija de mil putas, piensa) y levanta el volumen del estéreo, Lennon y Mc Cartney: “Algún día, nunca llega”.
MARCELO SCALONA
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