Tomate Y Lechuga
V-3.4
La camarera de aquel bar se llamaba Priscila, tenía 19 años y era tan
inteligente como bonita. La irradiante simpatía la acercaba a las personas y
así aprendió a conocerlas…
Una mañana ingresó al comercio, un chico de unos 12 años y de aspecto muy
humilde. Tomó asiento mirando los carteles publicitarios sin dejar de
lamerse. A Priscila no le agradó y sacó rápidas conclusiones; que debía ser
uno más de la calle y seguramente entró a mendigar, o pensándolo bien, si se
sentó cerca de la puerta sería para huir sin pagar o robar algo. Era difícil
que ella se equivocara pues conocía demasiado a la gente. Se acercó al niño
sin disimular su rostro de repulsión, y en forma despectiva le preguntó:
- ¿Qué querés, nene?
El joven cliente acostumbrado al trato callejero, no se sorprendió y
naturalmente con voz de ansiedad, le respondió:
- Tengo hambre. ¿Cuánto vale una pizza?
- Cara, ¡muy cara!
- ¿Una milanesa completa?, ¿una tarta?, ¿un choripán?, ¿cuánto cuesta?
- Aquí tenés una lista. Leela. ¡ y después me hacés el pedido!
La camarera, bastante molesta, dio media vuelta para atender otra mesa al
tiempo que miraba al chico de costado, rogando que se haya ofendido y
decidiera retirarse. Por el contrario la sorprendió un agudo silbido del
pequeño, mientras le indicaba con gestos que se acercara, gritando: ¡Mesera!
Preocupada por su futuro laboral sintió que lo debía echar de ahí, y
enérgicamente, se dirigió a él:
- ¿Y ahora que te pasa?
- Pasa que yo no sé leer…
Esa respuesta la ablandó un poco, y le dijo:
- Bueno, entonces… ¿qué te sirvo?
- Todavía no sé… ¿Cuánto vale una hamburguesa con tomate y lechuga?
- Un peso con cincuenta.
El chico contaba torpemente unas moneditas que presionaba en su mano,
mientras le preguntaba:
- ¿Y sin tomate y lechuga cuánto me sale?
- ¿Sin tomate y lechuga? ¡Un peso con veinte!
- Está bien, quiero una. ¡Pero sin tomate y lechuga! Así me quedan treinta
guitas.
- ¿Para beber, alguna gaseosa?
- No. No me alcanza…
La joven se acercó trayendo el pedido y lo sirvió con cierto desprecio, pues
sabía que le haría alguna macana. Nerviosa, inquieta por la situación,
seguía atendiendo al público sin perder los movimientos del sospechoso
cliente. No obstante, en el menor descuido vió la mesa vacía y al chico que
ya traspasaba la puerta del local. Instantáneamente largó todo y comenzó a
correr en persecución, gritando:
- ¡Ya lo sabía, sabía que lo haría!, ¡es un ladrón!, ¡agárrenló!
Enceguecida salió a la calle, con tan mala suerte que atropelló a una
anciana en silla de ruedas. Priscila se fracturó una pierna y la viejita al
caer sufrió una seria descompensación. Un taxista detuvo bruscamente la
marcha para prestar ayuda; y el colectivo que venía detrás, lo embistió. Por
otro lado transeúntes indignados por la inseguridad, acorralaron al chico
golpeándolo con intención de lincharlo. Un joven “Paseaperros” avanzaba con
su jauría y un enorme Dóverman guiado por su natural instinto, atacó a los
comedidos peatones en defensa del niño, y dos personas resultaron con
desgarrantes heridas. El cuidador, al forcejear con el perro, cayó sobre una
vidriera, que al estallar le produjo varias lastimaduras. En pocos minutos
arribaron al lugar ambulancias y patrulleros. La oportuna presencia policial
salvó la vida del niño; los médicos de emergencias reanimaron a la abuela;
Priscila dolorida sobre una camilla y afectada emocionalmente al no evitar
el incidente, pese a saber que ese chico iba a cometer algún ilícito,
Murmuraba:
- Que no se escape, por favor. Deténganlo. ¡Es un maldito chorro!
En ese momento se acercó el propietario del bar, asombrado, pues no entendía
nada de lo sucedido. Con un clásico acento español le preguntó a su
empleada:
- Oye, mujer, ¿a qué se debe este alboroto?, ¿qué ha sucedido?
- Ese negrito villero se quiso pasar, se iba sin pagar.
- ¿Cuál, tú dices el de la mesa 4?, ¿el jovencito que comió una hamburguesa?
- Sí, Sí. Ese atorrante. Es un hijo de su madre.
- Oye, Priscila, ese niño se acercó a la caja, me pidió que le convidara un
vasito de agua y luego me pagó un peso con veinte por la hamburguesa.
- ¿Usted me dice que pagó de verdad, Don José?
- Sí. Y ademásándwichs en la mesa dejó treinta centavos de propina para ti.
Edgardo González
Volver a la página