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farolito

COMUNICACIÓN ACADÉMICA Nº 1591

La revista Abasto, en su número de agosto de 2003, publicó una nota referida al monumento a Carlos Gardel, inaugurado en marzo de 2000. A continuación, se reproduce la carta que el Académico Presidente, don José Gobello, envió al director de la revista mencionada, que se publicó en el número de septiembre de 2003.


EL MONUMENTO A GARDEL


Señor Director:

En el número 48 de la revista Abasto, de esta capital, correspondiente al corriente agosto, encuentro una nota titulada “Juan Carlos Ferraro”, firmada por el señor Pablo Ciliberti. En ella se habla del monumento a Carlos Gardel que la Asociación de Amigos de la Academia Porteña del Lunfardo hizo erigir en la calle cortada que lleva el nombre del inmarcesible cantor.

Comparto y aplaudo todas las referencias que se hacen a don Juan Carlos Ferraro, un “verdadero prócer del arte escultórico”. En la Academia Porteña del Lunfardo, donde nos fue dado el gusto y el honor de contarlo como miembro de número, lo tenemos siempre presente con admiración y afecto.

En cuanto a la escultura a la que me referí, me siento obligado a explicarle lo siguiente:

Cuando, por sugerencia de Milena Plebs y Miguel Ángel Zotto, la Asociación de Amigos mencionada decidió obtener la autorización de la Academia Porteña del Lunfardo y la del Congreso de la Nación para levantar un monumento a Carlos Gardel, en tanto se prolongaban las interminables gestiones ante el Congreso y la Legislatura porteña, se barajaron diversos lugares de emplazamiento, optándose finalmente por aquél en que luce ahora la obra.

También se barajaron los nombres de diversos escultores. El primero fue el del señor Pujía, cuyas exigencias no era posible complacer en esas circunstancias. Inmediatamente recordamos la maqueta que el señor Ferraro nos había exhibido un tiempo antes en su estudio y cuyos méritos escultóricos –entre ellos, el relacionado con el parecido a Gardel– reconocimos con entusiasmo. Algunas personas a las que solicitamos contribuciones monetarias nos persuadieron después de que, sin mengua de sus muchos méritos, el trabajo del señor Ferraro sugería cierto hieratismo muy propio de las estatuas de los próceres, pero tal vez ajeno al gran cantor. En nuestra búsqueda nos dirigimos al estudio del señor Muzzopappa, cuya maquette nos pareció muy apropiada y elogiamos sin retaceos. Como no disponíamos aún de la autorización del Congreso y, en consecuencia, tampoco de la Legislatura, no contrajimos con el señor Muzzopappa compromiso alguno.

Cuando la tramitación burocrática fue impulsada por el Jefe de Gobierno de la Ciudad, señor De la Rúa, y faltaba poco tiempo para un final feliz, encontramos que el señor Muzzopappa había destinado aquella maquette a la pieza escultórica que poco tiempo antes envió a París. Fue así como se encargó el trabajo a Mariano Pagés, alumno del famoso escultor Lorenzo Domínguez y autor de muchas obras muy bellas; entre ellas, el monumento al cacique Guaymallén, inaugurado en 1950. La biografía del señor Pagés puede ser hallada en el lugar correspondiente de la Gran Enciclopedia Argentina compilada por Diego Abad de Santillán (tomo VI, pág. 125).

El señor Pagés decidió apartarse de la imagen de Carlos Gardel elaborada por la compañía Paramount y prefirió un Gardel casi adolescente, como el que cantaba en O’Rondeman y otros sitios del Abasto. Quiso así –y personalmente entiendo que lo logró– ofrecernos un Gardel visto con ojos argentinos y no con ojos norteamericanos.

En cuanto a la financiación del monumento, los fondos alcanzaron, si bien no sobraron. Tratamos de no gravitar sobre los bolsillos de los gardelianos, que no eran por entonces, y supongo que no serán todavía, muy florecientes.

Alguna contribución inicial hicimos de nuestro peculio los miembros de la Asociación de Amigos, pero el grueso de los recursos financieros lo aportaron las empresas cuyos nombres figuran en las placas fijadas sobre los muros del Chanta Cuatro. El fisco no puso un centavo, y los gardelianos, salvo aquellos que ofrecieron su tributo, tampoco.

Por todo esto nos pareció impropio el adjetivo “trucho” aplicado por el señor Pablo Ciliberti al Gardel que señorea en el Abasto. Si bien el señor Ciliberti dice “que no espera ninguna respuesta a sus preguntas”, he creído que debía ofrecer esta modesta explicación en homenaje a la Asociación de Amigos de la Academia Porteña del Lunfardo y al gran artista Mariano Pagés.

Esta peripecia no disminuye ni compromete el afecto, el respeto y la admiración que profeso al señor Ferraro y al señor Muzzopappa.

José Gobello



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